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Cèsar  Calvo  Uno de los Nuestros por Samuel Francès

"UNO DE LOS NUESTROS”
Tomado del libro “Recuerdos alegres, recuerdos tristes” de Samuel Francés .Bùlgaria.

Cèsar Calvo Soriano poeta, etnògrafo ,periodista, galàn y amigo...

“¿POESÍA? ¡QUÉ COSA MÁS SIMPLE!”
Era alrededor del año 1984. Había venido a mi casa mi amigo peruano César Calvo, poeta, etnógrafo, periodista, pero sobre todo un galán, apreciado por las mujeres. Su padre, judío; su madre, india de Cajamarca. Hablando de religión, comentamos la poesía “Mi oración”, una interpretación digna de estimación hecha por el poeta y revolucionario búlgaro Jristo Bótev. Impresionado por la poesía, César decidió traducirla al español y yo me puse a hacerle una traducción literal, para que él hiciera la versión poética. De pronto, en el cuarto entró Jackie, mi hijo menor, que quiso saber qué estábamos haciendo.
“De seguro que de nuevo están despilfarrando el tiempo con poesía”, dijo con ironía. “Y tú, ¿qué entiendes de poesía?”, quiso saber César. “¿Quién, yo? Pues, también yo he escrito versos”, dijo con aplomo Jackie y se apresuró a traer su única poesía.
Yo conocía bien las circunstancias de su “creación”. Durante una vacación de primavera en la montaña de Vítosha, en la casa de descanso de la Agencia Telegráfica Búlgara, en la cual trabajaba yo en por aquel entonces, organizaron un campamento de descanso para los hijos de los periodistas y demás trabajadores. Un día en que el tiempo no era para juegos y paseos, y para mantener a los niños ocupados en algo, las maestras les encomendaron hacer algún dibujo o escribir algo que fuese dedicado a la Asamblea Mundial de los Niños, que se celebraría durante el verano. Jackie dibujaba mal, y escribía peor. La culpa era nuestra: él era zurdo de nacimiento, pero nosotros, confiando en las teorías reinantes en ese tiempo, le obligábamos a escribir con la mano derecha, por eso tenía una letra peor que la de los médicos.

Decidiendo que una poesía sería el mal menor, Jackie escribió una dedicada a Sofía, bastante simpática, pero con escritura tan fea que tuvo que pedirle a una niña que la copiara en otra hoja antes de entregarla a su maestra.
Traduje a César el verso, pero él, en vez de burlarse de mi hijo, lo apuntó en su libreta.
Al día siguiente me llamó por teléfono muy contento. “La versión poética en español de la poesía está lista”, me dijo.
“¿La de Bótev?”, pregunté por si acaso. -“¡Qué va, la de tu hijo!” Me la leyó. Sonaba muy bien, por eso la reproduciré:

SOFIA
“Tú, la más hermosa patria de hijos innumerables,
ya estás preparando de nuevo tu regazo
para nuestra Asamblea.
Cuando llueve, eres más hermosa.
Cuando cae la nieve, lo eres mucho más.
Y cuando hace sol, más todavía.
Pero cuando los hijos
de todo el mundo
nos reunimos bajo tu dulce cielo,
eres tan hermosa
como si lloviera
y a la vez cayera la nieve
y a la vez hiciera sol al mismo tiempo...”

A su regreso a Lima, César publicó la poesía de Jackie en una de sus columnas regulares en un periódico capitalino.
Más tarde recogió sus ensayos de la columna en el periódico en un libro, titulado “Campana de palo”, incluyendo también la poesía de Jackie. Otro poeta peruano y amigo mío, Arturo Corcuera, invitado por un periódico a escribir algo
sobre las asambleas de los niños en Sofía, ilustró su artículo con la poesía de mi hijo.
Hé aquí como las Asambleas Mundiales de los Niños en Sofía convirtieron a Jackie en poeta, con sólo una poesía,
pero publicada en un libro y dos periódicos en el otro extremo de la Tierra. Una verdadera hazaña, digna de la pluma
de un Shakespeare, por ejemplo...

“¡NI AQUÍ ME PUEDO ESCAPAR DE WILLI!”
Muchos de mis recuerdos alegres están relacionados con César Calvo. Un bohemio típico, capaz de gastar todo su dinero en una sola noche y luego pedir préstamos (sin pensar en devolverlos), pero con la misma despreocupación hacía regalos generosos a sus amigos siempre que podía. En mi casa todavía guardamos una manta verde con el letrero “Al Italia”,
de la cual se había apoderado en su vuelo de turno y luego nos la dejó como regalo.
Interlocutor ingenioso, César se permitía decir a veces disparates que no todos estaban dispuestos a aceptar.
Una vez, en el encuentro internacional de turno de los escritores en Sofía, durante una cena con colegas comenzó
su intervención con “Según ha dicho Lenin”, continuando con palabras que el líder bolchevique jamás había pronunciado. Uno de los escritores franceses, que cenaba con él y que conocía perfectamente la obra de Lenin, enseguida protestó: “¡Imposible! Creo conocer toda la obra de Lenin y en ninguno de los volúmenes he encontrado esa frase.”
La respuesta de César fue imperturbable: “¿Quién dice que lo ha escrito? ¡Lenin lo ha dicho!”
Jamás olvidaré el día cuando visitamos con César el Viejo Plovdiv, el barrio antiguo de la segunda ciudad de Bulgaria.
Al entrar en una de las casas-museo, la de Balabánov para ser exactos, nos sorprendió que nadie vino a recibirnos,
aunque del segundo piso se oían voces que cantaban algo, acompañadas por un piano. Subimos y nos encontramos
con un coro de niños que hacían su último ensayo en espera de cierta delegación extranjera, por eso nos pidieron
que abandonáramos la casa y que viniéramos más tarde. Yo sabía, del noticiero, que en Bulgaria se encontraba el canciller alemán Willi Brandt con su esposa y pensé que no se podría tratar de otros. César, que observaba con sonrisa los preparativos febriles, dijo en broma: “Pues sí. Willi desde hace años me está persiguiendo por el mundo para estrecharme la mano. No sé, ¿cómo se ha enterado de que estoy en Bulgaria?”
Bajamos al patio y poco quedaba para que saliéramos, cuando oímos ruido de automóviles.
“Ya que estamos aquí, mejor los esperamos para saludarles, porque de lo contrario Willi seguirá persiguiéndome”,
persistía en su broma César. “Entonces yo haré una foto, para que este histórico instante quede grabado para las generaciones futuras”, dije, entrando en su tono y preparando la cámara fotográfica. No terminaba de hacerlo cuando se abrió la puerta del patio y entraron Willi Brandt con su esposa, acompañados por Milko Bálev, miembro del Buró Político del Partido Comunista, la “mano derecha” del líder del país Tódor Yívkov. Con su cortesía y elegancia de siempre, César, que les esperaba solemnemente en el centro del patio, se sacó el guante de su mano derecha, besó respetuosamente la mano de la señora Brandt y estrechó la de su esposo y la de Milko Bálev, luego les invitó a pasar a la casa. Yo entre tanto sacaba fotos, esforzándome a mantener la compostura. Cuando la comitiva había entrado al edificio,
salimos a la calle bromeando, pero de repente las sonrisas se congelaron en nuestras caras: a unos veinte pasos,
varios hombres corpulentos, de seguro los chóferes y los guardaespaldas de los huéspedes, nos miraban sospechosos.
Agarré a César por el brazo y lo llevé en dirección contraria, lo más lejos posible de los “gorilas”.
Yo sabía que la broma podría terminar de una manera muy triste...
 

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