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Un encuentro con Cèsar  Calvo  en el Paraìso

Un encuentro con César Calvo en el Paraíso



Por Jorge Hidalgo Rosales

Llegué a Iquitos desolado por un amor sin futuro y la arrechura por vivir que César Calvo
había inyectado en mis venas a través de una desenfadada entrevista con Nicolás Yerovi publicada
en El Caballo Rojo, aquel suplemento del Diario de Marka con Antonio Cisneros en la grupa,
trotando por el primer lustro de los ochenta. Hablaba ahí de su infancia en la Lima vieja, de su madre,
de su abuelo Victor Fuentes Soriano y, según él, del mejor escritor del Perú a quien no le interesaba escribir
y menos publicar; su nombre, Germán Lequerica, gloria de la escritura y bohemia loretanas, en el parnaso ya
y por derecho propio, en tranca permanente y trasnochada con César desde el 2002
en que decidió partir de estos lares con la concha y desparpajo con los que deciden morir los iquiteños.
Pero también a través de la lectura febril de ese viaje a la locura (la soñada coherencia) y la integridad sanguínea peruana de su libro "Las tres mitades de Ino Moxo", por entonces vilipendiado en su natal, con dimes y diretes
de comadres de la misma mala laya con la que la abuela de Gabo le jalaba las orejas al Nobel por ventilar en público los enredos de los allegados a la familia.
A la sazón, yo había terminado medicina y me alistaba para ir al servicio rural presto a zambullirme en el corazón,
el útero y hasta el colon del Perú si era preciso, a pesar del cálido vientre de mi amada, médico también,
que por motivos no rememorables se hallaba impedida de acompañarme en ese viaje a la sangre.
Así fue como llegué a la amazonía dispuesto a perderme en el trapecio amazónico (léase Caballococha) o, después, en la zona roja de lagunas a orillas de la perla del Huallaga (léase Yurimaguas).
Corrían por entonces las turbias aguas del gobierno aprista con sus carabelas pobladas de facinerosos colmados
de apetitos carnales, sevicia y retórica desbordantes; así fue como terminé anclando en una aldea
de la carretera Iquitos-Nauta con solo veinte asegurados en veinte kilómetros a la redonda
y el ardor genital de la selva envolviéndome como juane en hoja de bijao, esperando sentado
la oficialización del seguro agrario.
No voy a contar mis experiencias con la Banisteria (tengo más de diez cintas grabadas de mis encuentros
con el yagué de Burrows), ni mi encuentro con el brujo Celso Rojas, ni mi desilusión al no encontrar a Ino Moxo
(en la calle Huallaga, sus descendientes me contaron los pormenores de su partida),
aunque sí encontré sin dificultad al talentoso escritor de marras, Germán Lequerica, de cabellos y bigotes blancos
a lo Don Porfirio de las tiras cómicas, reacio a la publicidad, libando en el Café Teatro Amauta donde lo que menos
se bebía era café ni hubo puesta en escena alguna en el año y medio que viví en Iquitos,
con un pequeño falansterio de artistas o simplemente borrachos cosmopolitas, españoles, húngaros, holandeses, noruegos, italianos, uruguayos, argentinos, arequipeños… Recuerdo con afecto a Orlando Casanova, Nancy Dantas Virginia Roca, Zoltán Keseru, Jarle Mallemstrand, Lando López Videira, Altsjie y Reyno Kuipers Jan Vogelsang, Fernando Santos, Manuel Luna, entre otros antropófagos.
Una noche, a seis meses de mi llegada, arribé a la casa de Germán, estaba Hernán, su hijo, y sin decirme palabra
y entre guiños de complicidad me llevaron entre ambos a una casa de la calle Nauta.

Desde la puerta se escuchaba la voz modulada, sonora e imponente de un oficiante de los antiguos dogmas practicando un coloquio ritual,
era César Calvo, se hallaba de pie (en mi mente escuché a alguien susurrar: pedestal para nadie);

era alto, de mirada penetrante y segura, bien proporcionado y de un magnetismo avasallador.
Departía cerveza con tres amigos. Su amada y una niña (que no era suya) partían esa noche
en una aparente ruptura que preferimos ignorar; él conservaba, a pesar de todo, el buen ánimo;
es más, parecía aligerarse de un peso ominoso; está demás decir que aquella noche no dormimos,
tampoco dejamos de beber cerveza helada sintiendo la cálida brisa loretana.
Nos habló de sus romances y de sus viajes, jugó con nosotros, nos pedía nombrar un país para que él nos lo recreara con una anécdota alusiva. Añoraba Italia, Florencia, Brasil, Río; narró con lujo de detalles su loco amorío
con la filha de Vinicius de Moraes, de la vez en que conoció al poeta por una traducción que había hecho
de uno de sus poemas (Calvo había añadido la palabra perfecta a uno de sus versos dejándolo redondo)
y la frase de admiración y gratitud del padre de la bossa nova: “Melhoraste el poema, filho”.
Contó de su tedio por los crucigramas y su afición por acomodar los versos desgarbados de Pablo Neruda.
Nos habló de las manes del sesenta, de Javier Heraud y su desapego material; nos contó cómo mecanografió
(y dio forma) al libro "Las constelaciones" de Lucho Hernández, el cual, de propia mano y peculio,
envió al concurso Cuadernos Trimestrales de Poesía de Arturo Corcuera donde se le mezquinaría el premio.
Nos habló de Manuel Scorza y sus andanzas por París, de la obsesión del padre de Garabombo por la frase fresca como una hortaliza en raíz, del temor de los allegados por soltar prenda verbal, pues el buen Manuel andaba lápiz
y libreta en ristre pescando frases cual tramboyos luminosos. También habló de la vez en que llegó de favor
a la casa madrileña de una querida de uno de sus carnales (por razones éticas no diré quién fue); días después, cuando este arribó de madrugada y los encontró compartiendo el lecho, solo atinó decir desde el vano de la puerta: “¡Qué tal concha, qué tal concha!”.
Habló poco de música criolla, poco de su amor puro por Chabuca; evadió hablar de Ino Moxo a pesar de que yo, abanderado del tema, soplaba las velas hacia esa orilla. Puso énfasis en su desprecio por el poder político
y el despotismo; por esos días César había desairado a Alan García en un banquete público en Trujillo:
mientras el glotón García se atragantaba con frejoles y cabrito, César recibió su plato, se levantó
y se lo ofreció a la primera señora humilde de las muchas que contemplaban el banquete, y se fue;
la prensa silenció el hecho. Eran los tiempos de las colas para la leche, el arroz, el azúcar, los dólares MUC,
la devaluación sin precedentes y la matanza de los penales.
Recuerdo que en medio de la jarana le entregué un grupo de poemas que, rayando el alba, los leyó con voz pausada y respetuosa; me pidió que los fotocopiara y se los llevase, aún recuerdo su voz entonada
leyendo uno de mis epigramas:

Calor
Que das formas tan sólidas
A las nubes y a las muchachas.
Acentuando la O de sólidas, hablando de la K gutural del quechua cuzqueño.
Luego apareció una guitarra de la nada y terminamos cantando en una noche sin fronteras;
previamente le había tomado la presión arterial, era hipertenso reciente y tomaba (y no tomaba) Enalapril.
De mañana nos despedimos, el poeta regresaba a Lima por la noche.
Por la tarde le ofrecimos un bistec a lo pobre que devoró con elegancia;
luego, y como un Jesucristo amazónico, repartió su ropa entre los presentes:
me tocaron un par de calcetines, un polo de seda sin mangas que usé para dormir tras su muerte
hasta que quedó en tiras y un chaleco de bluejean que aún conservo como recuerdo de ese encuentro.
Esa tarde regaló hasta su maletín y partió con lo puesto,
libre de cualquier peso material, sin ataduras, como el arcano 22 del tarot.
No lo volví a ver.
Perdí su rastro para siempre, acabé el Serums, hice la especialidad y me preparé para trabajar en Chimbote
persiguiendo (tal vez) el rastro de Juan Ojeda y Mario Luna, justo en la semana de agosto del 2000,
cuando César Calvo fallecía en el Hospital Almenara y yo, ciego ante los azares del destino,
hacía una rotación en cardiología pediátrica en el mismo hospital, sin saber que a pocos metros,
a la misma hora, el poeta inauguraba su propia gloria.


Jorge Hidalgo Rosales, poeta y médico de profesión, residió unos años en Chimbote donde publicó el poemario "La influencia del chilcano de guinda sobre la sístole cardiaca" (Isla Blanca editores, 1999).
Obtuvo el Primer Lugar en el Concurso de Poesía del Hospital “2 de Mayo” de Lima.

 
http://tierradepromision.blogspot.com/2006_03_01_tierradepromision_archive.html

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