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SOBRE SIMÓN BOLÍVAR Y OTROS

.SIMÓN BOLIVAR LA FAYETTE FRANCISCO MIRANDA
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Estancia La Divisa Punzó, julio de 2006.

   Mi querido amigo y compatriota:

   Hoy por la mañana tuve el gustazo de recibir su carta. Con la consiguiente alegría, desde ya. Por ella también supe que había recibido las mías que atentamente le despaché. Pero mire don Carlos que a usted no hay cosa que le caiga bien. Ahora me dice que las cartas son largas. Y en otras se queja porque son muy cortas. Así que bien haría en ponerse de acuerdo con usted mismo y decirme cuál camino he de tomar. También me puso contento el saber que le entregó mis recados a don Juan Manuel, gaucho lindo, que con las nuevas que tuvo todavía debe andar festejando. No es para menos.

   Bueno, ahí me pide usted que le diga no sé qué de don Simón Bolívar. ¿Y sabe qué? Que yo de este hombre no creo sepa más que usted. Sobre todo, de lo que pasó en Guayaquil, que es una novela que el liberalismo tapó con siete mantas para no avivar a la gilada. Y así y todo, de vez en cuando, larga su olor, que no es precisamente perfumado. Es como el caso de Rancagua, que le he prometido a usted y se lo debo: para cortarse las venas con un serrucho desafilado para que duela más.

   Don Simón Bolívar suprimió, por decreto de fecha 8 de octubre de 1828, todas las sociedades secretas y masónicas de sus estados. Mire vea: si es para no creerlo. Porque él en su juventud se había iniciado en una logia de París, de esas de La Fayette y de Cagliostro, lo cual “me bastó –dice- para juzgar lo ridículo de aquella asociación. Allí encontré muchos embusteros –continúa el prócer de la Gran Colombia, sin referirse a Alfonsín ni a Kirchner que aún no habían nacido-, y muchos más tontos burlados; y sin embargo, los políticos y los intrigantes pueden sacar gran partido de ella.”

   En los considerandos de este decreto don Simón decía: “Habiendo acreditado la experiencia, tanto en Colombia como en otras naciones, que las sociedades secretas sirven para preparar los trastornos políticos turbando la tranquilidad pública; que ocultando todas sus operaciones con el velo del misterio hacen presumir fundadamente que no son buenas ni útiles a la sociedad (…) decreto: Artículo 1°- Se prohíbe en Colombia todas las asociaciones y confraternidades secretas sea cual fuere la denominación de cada una” (Citado por el diario El Pueblo, Buenos Aires, 9 de junio de 1959).

   Para colmo, y refrendando este decreto de muerte para la secta satánica, Bolívar se nos representa en la instancia crucial de su fallecimiento, en ese punto a punto con Dios del que nadie escapa ni escapará jamás, como un buen católico. Pocos días antes de morir, hizo llamar al Obispo de Santa Marta para que le hiciera confesión, le diera los sacramentos y lo untara con el Oleo Santo consagrado. El Obispo fue ayudado por el cura párroco de aquella ciudad, en presencia del médico del Libertador, el doctor Alejandro Revérénd, todos los cuales dieron fe de lo oído y actuado. Y muerto que fue días después, se le puso por mortaja el Hábito de Santo Domingo, de quien don Simón era devoto, por ser un fraile dominico el primero que llegó a estas tierras con el Almirante Colón.

   La masonería jamás perdonó este decreto a don Simón, por el que fueron muchos masones a pudrirse en las cárceles y a otros se los colgó en el primer árbol que se tuvo a mano. Pero ya sabe usted don Carlos que los masones son propensos a dramatizar hasta en el cuento de la Caperucita Roja con lobo incluido y sin él también. Don Simón ya había dado enantes pruebas de este comportamiento con ellos. Y si no me cree, vea lo que sigue.

   Don Jorge Washington tuvo durante su campaña contra los británicos dos laderos inseparables: el francés La Fayette, y a otro que se lo nombra poco: el venezolano don Francisco de Miranda. Después de Saratoga, cerca de Nueva York, en 1777, donde capituló el general inglés Burgoyne, estos Hermanos se separaron. Washington se quedó en su pago; La Fayette volvió a Francia a preparar lo que el vulgo llama revolución francesa y don Francisco no volvió a Venezuela, por tener de antes captura recomendada, sino a Cuba que entonces era el Lupanar de la Masonería Hispanoamericana (y lo fue hasta fines del Siglo XIX). De Cuba, colonia española entonces, fue expulsado (¡lo expulsaron los masones! ¡Cielo Santo!), porque parece que se quedó con un vuelto que no eran veinte maravedíes, no. Era muchísimo más. ¡Ah, humanas debilidades por el vil metal!

   Pero esto no importa porque don Francisco era un héroe. Y de ahí el Libertador se fue a Londres (lugar de donde, misteriosamente, todos los Libertadores salen y a donde todos vuelven). A pesar de ser un hombre de Washington, y antiguo subversivo (este es el nombre que le da en su protesta el afligido embajador español en Londres), fue recibido con bombos y platillos.

   Pero claro está que una cosa es el homenaje por su presencia y otra la renta. Pues bien, los ingleses también le dieron una renta vitalicia y suculenta. Y el ministro Pitt se quejaba porque Miranda no le rendía cuentas de sus gastos. Parece que el tema de los vueltos fue crucial en la vida de este insigne Libertador de las Américas.

   Miranda fue a partir de entonces un auténtico lacayo de los ingleses.  Un traidor de fuste. Los británicos ya tenían en sus planes (como tales por lo menos desde 1780 y con tareas de espionaje desde 1717), el apropiarse de las posesiones ultramarinas de España. Se cree que alrededor de 1800 Miranda conoció a Simón Bolívar, ya adepto, como le dije, de una logia francesa del Rito de cinco grados instituido por La Fayette. Y según nuestro General Zapiola, la Logia Lautaro fue fundada por Simón Bolívar (Hermano Aníbal) en 1804, y a ella ingresaron posteriormente San Martín (Hermano Inaco) y O´Higgins (Hermano Alcibíades). Son los tres puntos de la concepción estratégica del cerrojo inglés sobre la América Hispana: Caracas, Santiago de Chile y Buenos Aires, que convergieron sobre Lima, punto de reunión, como lo preveía el Plan Mitland (presentado entre 1800 y 1802, según se estima). “Hasta que no caiga Lima –dice Mitland en sus conclusiones-, corazón del Imperio Español, la América Española no será nuestra.” Palabras repetidas por Canning, pero en 1823 con motivo de conocerse el triunfo de Ayacucho.

   A este plan inglés (encontrado por casualidad en Escocia por el doctor Terragno), la gente, dentro de su imbecilización, le llama guerra de la independencia americana. Así como los españoles, en su estolidez monumental y perpetua, llaman guerra de la independencia a la que desataron los ingleses para nuestra dependencia.

   En estos planes tenebrosos no dejaron de estar ausentes los EE. UU. con personajes que van desde J. Washington (con secuaces como Pickering, Wolcott, McHenry, Lee y Stoddart), A. Hamilton, J. Adams y Rufus King, amigo personal de Hamilton y embajador norteamericano en Londres. Ellos, eternos socios de los ingleses, ya tenían sus ojos puestos en el subcontinente sudamericano. Todo lo cual haría eclosión con la doctrina Monroe en 1824, porque Canning con sus empréstitos se les venía encima.

   Con la gente y embarcaciones que pudo juntar en Trinidad (las naves estuvieron al mando del asesino y filibustero Tomás A. Cochrane, el mismo que como “Lord” de S. M. B. comandó la armada inglesa que bloqueó El Callao transportando a San Martín), Miranda se dirigió a las costas de Ocumare (marzo de 1806) donde sufrió una derrota espantosa. Y como al sonar el primer balazo Cochrane lo abandonó, la mayoría de los derrotados cayó en las manitas del General Vasconcelos que procedió a lincharlos de a uno. Pero don Francisco pudo huir con un hilo de la pata. Y Vasconcelos lo mandó a quemar en efigie.

   Miranda volvió a Trinidad y de allí a Londres, donde estuvo en salmuera hasta que, dicen, lo mandó a llamar Bolívar, en contra de la opinión de los miembros de las Juntas que lo consideraban como un aventurero de extrema peligrosidad.

   De esta manera se sumó a la revolución del 19 de abril de 1811, formó parte del Congreso como vicepresidente, suscribió el acta de la Independencia del 5 de julio y la Constitución del 21 de diciembre (copia de la de Cádiz; ambas exigencias inglesas, operando él como testaferro de la corona). Después de la derrota y pérdida de Valencia (4 de mayo de 1812), se retiró a Cabrera y, haciendo escala en Maracaibo llegó a Victoria, sin auxiliar a los patriotas de Puerto Cabello, lo que le valió el odio de los venezolanos.

   Después de esto y tras “madura reflexión”, llegó Miranda a convencerse que le declaración de la independencia era prematura. Le escribió a Monteverde, comandante de las tropas españolas, proponiéndole un armisticio y, poco después, con la intermediación del  marqués de Casa León capituló en Victoria el 25 de julio de 1812.

   Entonces Bolívar votó la muerte de Miranda declarándolo “traidor a la independencia”. El 30 de julio a las 4 de la mañana, Bolívar en persona lo arrestó mandándolo a una mazmorra del Castillo de San Carlos. De allí fue trasladado a la prisión de la Guaira y luego a la de Puerto Cabello. Sin saber qué hacer con él lo trasladaron a la cárcel del Castillo del Morro, en Puerto Rico. Mas como su vida corría peligro lo remitieron a una celda en el Arsenal de Guerra de Cádiz, donde el 14 de julio de 1816 murió. Los ingleses, los únicos a quienes había sido leal, lo abandonaron. Los masones, por quienes se desvivió, fueron sus captores, torturadores y carceleros.

   Y no tengo don Carlos cosa más que contarle. Por lo que me despido de usted.

   Un abrazo como siempre y hasta la próxima si Dios quiere. JUAN

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