16. Teo. Trinidad. Teología trinitaria en el medievo
16. Teología de la Trinidad  

TEOLOGÍA TRINITARIA EN EL MEDIEVO

El mundo medieval es en esencia, una repetición del pensamiento de San Agustín, al menos durante los primeros siglos. Suelen interpretarlo correctamente, pero no faltan deducciones provenientes de otras categorías culturales distintas, reductoras del genio originario. En los siglos finales, en la Baja Edad Media, San Agustín entra en crisis, y sin oponerse radicalmente a su teología, va siendo progresivamente dejado al margen. El movimiento cultural novedoso es la Escolástica, que tiene su campo de desarrollo en las Universidades. La teología es influida por el método Escolástico, y es singularmente afectada por la síntesis y aceptación que se va haciendo progresivamente de Aristóteles en el cristianismo. Santo Tomás de Aquino será el máximo intérprete y traductor de Aristóteles, que lo cristianiza en lo que puede. Su "Summa Theologica" es un monumento ineludible para las teologías posteriores, una obra del siglo XIII, y con un pensamiento muy distinto al de San Agustín. Vemos algunos autores de todos estos siglos.

San Anselmo de Caterbury, en el siglo XI, hace defensa de lo trinitario frente a Roscelino, que reducía la Trinidad a una cuestión nominal. Rompe la unidad divina de las tres personas que aparecen en su pensamiento como seres separados. San Anselmo responde diciendo cómo nosotros podemos distinguir en toda persona divina lo que es común a las otras dos personas, o sea, la esencia, con la cual cada persona se identifica, y lo que es propio de cada una de las personas. También habla del Espíritu en su procedencia, del Padre y del Hijo, frente al mundo ortodoxo.

De la misma época es también Pedro Abelardo que rechaza a Roscelino, y que al igual que la Iglesia lo condena. Su argumento es la predicación de la divinidad de cada persona, el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu es Dios, no es una convención arbitraria, como lo había entendido Roscelino de Compiègne, sino que indica el mismo estado y condición. Su exceso de celo le llevó a otras imprecisiones como presentar las personas trinitarias como aspectos o modos, incurriendo en un cierto sabelianismo, que fue criticado a su vez por San Bernardo. Hugo de San Víctor, siglo XII, vuelve al espíritu de San Agustín, y afirma la necesidad de emplear el término persona como más apto de lo que en la Trinidad no puede ser ni sustancia ni accidente.

Ya en plena escolástica, con San Buenaventura, el misterio trinitario va a tener una correspondencia con las facultades del alma, y así, reduciendo a la psicología de los clásicos, se aprecia como el Padre se corresponde con la memoria, el Hijo con la inteligencia y el Espíritu con la voluntad; siendo tres personas, son un sólo Dios, igual que el alma es una sola, pero con tres facultades. Estas tesis psicológicas tiene repercusiones para la explicación del orden sobrenatural, puesto que la gracia es una elevación del alma. En ésta cuestión sigue la terminología de San Agustín, pero el de Hipona está muy lejos de una intención psicologista, su Trinidad reviste un carácter más ontológico vital que racional. En San Buenaventura las procesiones trinitarias las ilustra al igual que Dionisio el Areopagita, el bien es difusivo por si mismo. El Padre eterno se difundiría necesariamente en el Hijo, y de la misma forma que un padre amante tiende a perpetuarse en su hijo, así el Padre eterno engendraría al Hijo, y los dos se amarían con un amor sustancial o esencial que es el Espíritu Santo, espiración del amor. El problema es la necesidad trinitaria, que parece estar sometida a categorías espacio-temporales, impropias de la eternidad divina de las personas. San Agustín había criticado algo de esto, como también lo hará Santo Tomás: ninguna procesión de las criaturas representa con perfección la generación divina, porque las dos procesiones divinas son para nosotros un misterio en sentido estricto.

Santo Tomás de Aquino analiza la esencia divina, Dios es puro ser y su esencia es existir. Por eso la Trinidad la estudia desde las dos procesiones eternas inmanentes, reveladas en la Escritura. La primera de ellas se ilustra desde la analogía de la generación del verbo mental en la inteligencia creada; la segunda desde la analogía de la espiración amorosa por parte de la voluntad creada. Sus fuentes principales son San Agustín y Ricardo de San Víctor, llegando al desarrollo trinitario más profundo, aunque excesivo en cuanto sus categorías terminológicas y especulativas.

Duns Escoto, de finales del siglo XIII, elaboró también un tratado sobre la Trinidad, en la que coordina las tradiciones agustiniana y la tomista, con las procesiones inmanentes del alma humana. Tropieza de nuevo con la necesidad de las procesiones divinas, como le sucediera a San Buenaventura.

Sustancialmente el Medievo no va a cambiar nada de lo expuesto en los dogmas, ya perfectamente fijados y válidos en los Concilios Ecuménicos de siglos anteriores. Lo que sí hacen es interpretar e ir más lejos con la doctrina de San Agustín. Incorporan nuevas separaciones y distinciones filosóficas, que serán decisivas para el curso del saber teológico, como la distinción y separación entre natural y sobrenatural. La ontología trinitaria de San Agustín, llena de vitalidad, se acaba entendiendo como la psicología aristotélica más clásica. Lo que en el de Hipona era "ser como vivir", es traducido ahora como psicología racional.

En la Trinidad, las analogías a Dios se atribuían sin tiempo ni especie, y así el Hijo procedía del Padre por generación espiritual, sin tiempo ni espacio, pero ahora la definición de Santo Tomás de Aquino del ser dice que "procede de otro ser como principio viviente y le comunica su misma naturaleza". Es un intercambio que tiende a racionalizar el Misterio trinitario, la frescura de San Agustín se va perdiendo en disquisiciones más racionalistas. Esta situación nos lleva incluso a la interpretación actual de San Agustín, frecuentemente entendida con el espíritu medieval que no le corresponde.

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