25. Teo. sacramentos de la misión. Efectos y dimensión salvífica del orden sacerdotal.
25. Teo. sacramentos de la misión  

EFECTOS Y DIMENSIÓN SALVÍFICA DEL ORDEN SACERDOTAL.

Sobre la teología del sacramento y su razón de ser tenemos que hablar de que estamos ante un sacramento instituido por el Señor y con una fuerte vocación salvífica. El ejercicio del mismo sacerdocio, desde el compromiso y el servicio por la comunidad eclesial y por los hombres debe desarrollar la vocación de salvación que este mismo sacramento tiene. No estamos ante un sacramento que confiera exclusivamente la gracia de una manera personal, sino que el orden ministerial configura en la persona de Cristo al ministro, y lo capacita para el desarrollo de la misión apostólica encomendada.

Este sacramento es eficaz en colaboración con el grado de compromiso y servicio tomado por el sacerdote en cuestión, y los frutos que genere estarán en relación directa con el ejercicio del ministerio. Por eso clarificábamos al principio el sacramento como de misión, cuyo interés está, no sólo en la configuración de la gracia, en el orden establecido por Cristo en la persona que lo recibe, sino en el desarrollo del sacramento en la vida pastoral del consagrado. El primer efecto del sacramento y principal será la potestad otorgada por Dios y por la Iglesia para realizarlo.

El origen del sacramento tenemos que dibujarlo en la vocación y la llamada que el Señor hace a algunos hombres al seguimiento específico. La respuesta del consagrado y el ejercicio del sacramento del orden por la Iglesia hace posible que la gracia de Jesucristo se haga realidad en el ministro, heredando y ejerciendo la potestad de Cristo, de actuar en nombre suyo y representarlo vicariamente. Una potestad que no se pierde, puesto que la gracia conferida imprime carácter en el ministro. Lo es para toda la vida y eternamente, no se elimina la potestad con la pérdida de la función, sino que permanece viva y edificante en el ordenado.

El sacramento arranca de Jesucristo que lo instituye, pero es también determinante el ejercicio de la Iglesia, que continuando el mandato del Señor hace posible su gracia en los hombres. El ministro del Orden, mediante la predicación de la Palabra hace presente el misterio de la salvación, que no es otro que Cristo muerto y resucitado por amor a la humanidad. El ejercicio de la predicación es la fuente de espiritualidad del ministro, al igual que sucede con la santificación de la Iglesia. Es verdaderamente sacerdote, porque hace presente, mediante los sacramentos, al Señor Jesús. El sacerdote el mediador en su labor de santificar la comunidad cristiana, y con ella a todo hombre. Preside las celebraciones litúrgicas, haciendo posible el encuentro sacramental entre Dios y los hombres. Este ejercicio lo realiza con toda la comunidad cristiana, al servicio de la Iglesia, no frente ni contra nadie, sino junto con, en y al servicio de todos. El sacerdote se santifica en el ejercicio de la labor pastoral, mediante el gobierno y pastoreo de la comunidad cristiana. El carisma de gobernar, necesario en la Iglesia, se transforma en un servicio continuado, alentando a la comunidad cristiana en el compromiso y la fidelidad a la misión encomendada, guiando y escuchando la voz del Señor que habla en su Iglesia. Este papel rector debe entenderse como ejercicio de obediencia, a semejanza del Hijo que obedeciendo, en todo y hasta la muerte, al Padre.

Este sacramento no debemos perder de vista que es conferido por Cristo en la Última Cena a sus discípulos. Estos a su vez lo continúan los Obispos sus sucesores. Pero este sacramento es también ejercicio principalmente en la misión: "igual que el Padre os envía, así os envío yo". La gracia, la autoridad y la habilitación proceden del Señor, de quién se recibe la misión y la facultad de actuar "in persona Christi Capitis". Esto supone una relación muy especial del sacerdote con Cristo, pero también con el Padre y con el Espíritu Santo. Esta representación de Cristo, también se extiende a la Iglesia, el sacerdote es representante de la Iglesia, actúa en nombre de toda la comunidad, y esto tenemos que entenderlo desde la colegialidad de la misión apostólica, en el presbiterio, y como colaborador necesario del Obispo.

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