Biografías Peloteros Ecuatorianos

"El Pelotero" On Line

Hector Ballesteros

La más grande figura que ha dado el béisbol ecuatoriano a través de su historia debuta en 1947 en el Reed Club. Lanzador excepcional, bateador, corredor de bases, inspirador de novenas; fue el encargado de llevar al Reed Club a la posición de imbatible. Tuvo que llamarse apuradamente a lanzadores extranjeros, debido a la superioridad del criollo sobre sus adversarios. Sostuvo duelos tremendos con Efraín Rico en 1954, que los ganó el Oriental, pero a costa de perder el brazo, mientras "Don Héctor" siguió lanzando, y al año siguiente era nuevamente líder de los pitchers locales y extranjeros con marca de 7-1. Fue éste uno de sus grandes añs, pues ganó los dos torneos, a más de batear 254. En 1953 había logrado promediar 337 con el mangle y en 1956 bateó para 231. Sus 18 temporadas como monticulista, y la serie de récords logrados, es el aporte que le dio al béisbol criollo para convertirse en uno de los pocos inmortales de la pelota ecuatoriana.

Fue líder de los bateadores en 1945, con 360. Ganó en total ocho torneos, liderando el departamento de ganados y perdidos. Y en otros, quedó segundo, a pocos juegos del primero. Son innumerables las veces que salió en hombros del viejo Reed Park, cuando lograba silenciar a poderosos peloteros panameños y nicaraguenses, contando con el respaldo de un buen equipo defensivo; pero en otras, se jugaba el físico, ya barriéndose en home, o estafando una base que parecía imposible. Fue un verdadero campeón que estremeció las fibras de los fanáticos hasta su retiro.

Cuando cumplió 25 años jugando béisbol se le ofreció un homenaje en el Estadio Capwel en donde muchos partidarios llegaron a la emoción extrema. Una prueba de su cariño al béisbol es que nunca se negó a entrar a la goma, aun en condiciones precarias de sus dedos o con dolores en el brazo. "Ya estoy bien" manifestaba, después de recibir un ligero masaje. Era prácticamente de hierro.

Patenta su "loca adorada", una curva que tiraba por debajo del brazo, sorprendiendo al bateador.

Fue un lanzador de mucho control tirando siempre sobre el brazo, aunque sin gran potencia, pero con mucho veneno. Patentó su "loca adorada", una curva que tiraba por debajo del brazo, sorprendiendo al bateador. Era el remate, que alcanzó a dominarlo en tal forma, que salía de la goma con el mismo movimiento habitual que hacía para tirar sus bolas por debajo del hombro. Hacía un giro violento para bajar el brazo y meter "el invento" por el plato. Nadie pudo conectar dicho disparo ni realizarlo, a pesar de que trató de enseñrselo a los pitchers jóvenes.

Como corredor, adivinaba cualquier movimiento de sus adversarios en el montículo, y se lanzaba a conquistar la base siguiente. Pudo ser un bateador superior, pero cuando llegaron las nuevas técnicas debió frenar un poco sus impulsos de pelotero aficionado puro, y trabajar solamente para lanzar. A pesar de ello, se robó bases cuantas veces pintaba la ocasión; conectó dobles que los hacía triples o singles que los convertía en dobles.

Al ausentarse de los diamantes dejó una estela de grandeza que nadie ha podido igualr en la posición de lanzador, se lo respetó siempre y siempre supo respetr a su rival.

Comenzó como para cortos en el viejo diamante del Jockey Club, jugando por el Piratas, pero su verdadera iniciación fue en el Maldonado. De allí llegó al Reed Club, después de observarlo Don Juan Reed, quien lo impuso como lanzador.

Cuando el CPDE premiaba sólo a la élite del deporte, Héctor Ballesteros fue galardonado con la máxima presea como "El Deportista del año" en 1955. Había llegado a su mejor momento, a la cúpide. De aquel pelotero juvenil, esmirriado, que comenzó jugando en los barrios del Astillero, en segunda base y el campo corto, había un hombre fuerte, un notable atleta.

Llegó al béisbol grande porque, una tarde pasaba por el American Park, observando a un equipo cuyo receptor fallaba notablemente, pidió que lo dejaran ocupar esa posición y lo hizo con acierto, como si hubiera actuado antes de catcher.

En una silla de ruedas se encontraba un dirigente: Don Juan Reed. Lo vio y se animó a pedirle que se afiliara por su club el Reed. Así comenzó la carrera deportiva más importante en la historia del béisbol nacional. Su ejemplo ojalá sea imitado por los jóvenes beisbolistas que hoy inundan los diamantes, ya que unida a su grandeza estuvo siempre la sencillez propia de los grandes atletas.

En 1956 brillaba respaldado por Chon Aguilar con quien se cansaron de ganar encuentros. Fue ese dúo que llevó los colores del Reed Club a la conquista de esas cuatro estrellas, orgulloso de un béisbol en su mayoría criollo, que enseñó el pasatiempo a la juventud de entonces; pues es verdad que la hinchada surgía clamorosa en favor de sus rivales: Oriente, Barcelona, Emelec, los pibes de la época trataban de emular a Ballesteros.

Los viejos peloteros y amantes del béisbol recuerdan a Héctor lleno de polvo después de haberse lanzado de cabeza sobre la segunda almohada o sobre el home, sin importarle su posición de lanzador que otros cuidaban al máximo.

Concebía el béisbol como un juego, pero también como una obligación en que había que entregar todo en favor del triunfo; no dejar nada para el partido siguiente; si era necesario se metía entre los "spikes" adversarios porque era...¡pelotero!.

En 1954 protagonizó duelos gigantescos con Efraín Rico que a la postre debutaba en el club Oriente.

En 1961 y 1962 jugó en el 9 de Octubre que hacía su aparición en los diamantes.

Ahora ya no está entre nosotros pero nos queda su ejemplo digno de seguirlo por las generaciones actuales.

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