PÁRRAFO V
EL HOMBRE NO LO ES HASTA QUE VIVE SU TRINIDAD

Desde que el niño nace, adivinamos en él el hombre; vemos en él al hombre y no es el hombre; es el embrión del hombre, que lo será cuando pueda hacer, cuando pueda ser responsable de sus actos a conciencia; es decir, cuando no necesite directores; entre tanto, es el aspirante a hombre; es el aprendiz o estudiante de hombre; ocupa a sus padres o sus maestros, para que lo hagan hombre y las leyes lo eximen de cargos, pero no de penas; y si cuando hombre, ya por ignorancia, ya por inconsciencia falta a sus deberes, tiene atenuantes en las leyes, pero no eximentes, porque tiene obligación de ser consiente; si no es consciente, no es hombre.

Mas si es incorregible, se le separa de la sociedad porque no es hombre; es figura de hombre; vive como hombre en lo animal, pero no puede hacer ni desempeñar los cargos del hombre consciente; será sólo un niño grande con las necesidades del hombre en lo material, pero en lo moral no es el hombre.

Esto es en general el hombre en la sociedad hoy, que se encuentra en su primer grado de progreso moral; por lo que, el mismo progreso exige hombres aptos, conscientes de su ser de hombres, y si no se muestran tales, los veis cómo caen de los puestos a que el pueblo o la ley los llevó como hombres conscientes y son relevados por otros, en la misma creencia de que son conscientes; si lo son, los veis desenvolverse con criterio y son estimados por la opinión; los que cayeron como ineptos, son dúos conscientes; son hombres, que dirigidos, pueden desempeñar un puesto a conciencia y aprender a ser directores; los que con criterio propio de su razón se desenvuelven en justicia, son trinos en lo que desempeñan, porque la razón en ellos domina a la sensiblería de su alma y las inclinaciones de su cuerpo.

Este hombre que se sujeta a la razón, es trino en lo que desempeña y puede ser que sea sólo un hombre dúo porque no será capaz de hacer la ley un grado más elevada que la que está cumplimentando y respondiendo por ella; pero debe saber que esa ley sólo puede ser válida por un tiempo y que las leyes todas, como los hombres todos, no pueden pararse en un escalón, porque eso indicaría progreso limitado; ni el hombre ni la ley pueden encontrar el límite en los mundos, ni en la eternidad; y por lo tanto, quiere decir, que si no sabe aquel funcionario elevar la ley, sólo es un hombre dúo consciente, como el que cayó; sólo que está un escalón más arriba en el progreso, por el que puede cumplimentar la ley, pero no hacer la ley; lo que quiere decir, que esos hombres están en la ley, pero no está la ley en ellos puesto que no la pueden hacer, ni mejoran la ley que cumplen.

Todo, en el progreso indefinido, continuado e infinito, tiende a la espiritualización hasta la escorias de los mundos y, por lo tanto, más imponente es esa verdad para el hombre; y en tanto no pueda mejorar la ley en su espiritualización, será un hombre trino inconsciente en la ley del espíritu, pero no es más que un dúo consciente, porque sólo entenderá, en conciencia, del cuerpo y las facultades del alma, la que hace para él una función del espíritu, que es la observancia de la ley que un congreso o una agrupación le encomendó para su cumplimiento; y para ese espíritu es aquel congreso, un legislador; su maestro; su superior.

Todos ellos, congreso y pueblo que nombró el congreso y administradores de la ley, son trinos inconscientes espiritualmente, porque no está en ellos la ley del espíritu; pero son dúos conscientes, porque ejecutan con el cuerpo el dictado del alma, que en ellos aparece como primer actor; son buenos ciudadanos; están en la cuesta de la montaña; un poco más arriba encontrarán a su espíritu; se maravillarán de su grandeza y adquirirán el valor para escalar la cúspide; entonces podrán hacer la ley. Son trinos; ahora son hombres en realidad; hasta ahora eran niños bien educados que sabían respetar la ley, que como ley de dúos tenía apariencia de justicia pero no era la justicia, porque en ella faltaba el espíritu que todo lo iguala.

Sólo entonces existe la trinidad individualizada y el cuerpo trabaja y goza el alma; siente más intensamente y se hizo elástica para darle al espíritu más libertad, para que les traiga mejores conocimientos y cada una de las tres entidades vive en su centro y las tres en el centro de cada una; es el hombre.

Miremos un momento retrospectivamente; miremos al hombre en la cuna desde su aparición humilde y prodigiosa. ¿Podemos ver al hombre en su primera edad después de haber salido de aquellas bolsitas, cuando hoy, apenas lo encontramos trino inconsciente, después de 45 millones de siglos de su aparición?

¿Hemos podido ver al hombre en los pañales, o mientras era estudiante para un oficio o una carrera? Presentimos al hombre, mas no está el hombre.

¿Habremos podido enumerar, ni ponderar, los cuidados de la madre y del padre, los desvelos, los sufrimientos, hasta verlo mozo gallardo?

Pues esto en los tiempos en que la razón triunfó y pudo hacer leyes más o menos sensatas, e imponer el respeto por la educación desde el vientre de la madre. ¿Qué habrá hecho el hombre-niño en la selva y la gruta y en las copas de los árboles?

¿Reiremos o lloraremos a su vista? Las dos cosas caben.

Mas en esa risa y en ese llanto hay algo tan grande olvidado, que es el mismo creador, porque es el espíritu que se envolvió con tanto amor en el alma animal para dominar toda la brutalidad del reino de la sangre, que se juntaban en materia y esencia en el cuerpo y el alma, único dúo que podía mostrarse en la materia, a la materia.

Pero era tal la fuerza acumulada en la sangre y los miembros rústicos del cuerpo, que la misma alma, por razón de su inconsciencia no podía imperar y hasta necesario era que al contacto del goce de la materia, el alma, en la sensibilidad de su esencia que recibía las sensaciones de lleno, cediese a la carne; y, entonces, el tirano del cuerpo durmió al alma y sólo apareció la bestia humana con forma de hombre y hechos, no de fieras, sino de todas las fieras, de las que tenía en su alma y cuerpo, todos los instintos.

El espíritu estaba aprisionado; el alma, se identificaba con el cuerpo; en vano le sería gritar; no la oirían; como en vano le es a la madre gritar al niño cuando llora, que sólo en el pecho lo acalla; así, el espíritu se durmió por un momento, para que cuerpo y alma se saciasen de sus apetitos.

Pero el alma se vio llagada por la podredumbre del cuerpo y del sufrimiento empezó la semiconciencia de que no todos los juegos de que se hacía parte con el cuerpo le eran de provecho, y oyó la primera voz de su cautivo espíritu que no podía dirigirse al cuerpo por la gran diferencia de grado que había entre los dos; pero el alma luchaba ya a favor de la razón a la vista de sus llagas y curó aquellas y otras y otras y todo quedaba en su archivo, haciéndose la conciencia, en cuanto pudo el espíritu organizar el archivo; así fué asimilándose el alma, punto por punto, instinto por instinto, vencidos, no muertos, sino educados y dejó aún el alma regir los destinos del cuerpo, hasta que ésta pudo ordenar en conciencia, al cuerpo, el uso medido de sus derechos; y al rendirse el cuerpo a la conciencia del alma, era ya el dúo consciente material y empezaba el camino de la vida de razón; estaba para subir el primer peldaño de la infinita escala y no podía; era aquello superior a sus instintos; hasta allí podía vivir en la opaca luz de la materia y hasta podía ser juez de la materia; pero de allí arriba, no podía ser el alma el juez, ni dar un paso sin más luz y, evocó al espíritu, el que sale y con su primer rayo de luz, el alma se ve resquebrajada en su caparazón y empieza a tirar las escamas de sus antiguas heridas, soldaduras terribles de sus antiguas heridas y se ve fea, muy horrible de tanta cicatriz; pero el espíritu le enseña a suavizar los costurones y el alma trabaja y al fin, puede ver un día que es flexible y elástica su caparazón y un neutral equilibrado, para hacer vibrar la fuerza luz, sentimientos y amor del espíritu, por el que se descubre en sus funciones la trinidad. Ya es hombre en su primer grado de progreso; ya sube el primer escalón que queda iluminado para no tropezar y podrá luego ganar otro y otro grado, para llegar a ser maestro.

Ya tenemos al hombre trino en la ley. Ahora, todo lo espiritualiza; hasta las obras más materiales, ve que son obra del espíritu, aunque el cuerpo las ejecuta como buena herramienta y el alma las maneja como obrero de conciencia, dirigido por el hábil arquitecto; el espíritu.

Hasta hoy, aún las cosas más sublimes del amor las materializaban, atribuyéndose toda la obra el alma y el cuerpo, a pesar de que no comprendían el mecanismo que los movía; pero en su ceguera, en su inconsciencia de niños, no les importaba dar gusto al padre y a los preceptores, si en ello encontraban deleite; y esto es desconocer la autoridad y el desconocimiento es la negación del principio. Así anda el niño, hasta que la vergüenza le sube a la cara; y así ha estado la humanidad, hasta que se avergonzó de su impotencia para subir el primer escalón del progreso espiritual, porque había llenado la medida de lo material y la continuación de la vida no permitía estancarse; había que subir, o declararse impotentes; la mayoría dió el primer paso; subió el primer escalón; pero había, como en los colegios, los que se entretenían en caricaturizar al maestro y distraer a los demás con grave perjuicio mas el preceptor llama al director y le expone la necesidad de expulsarlos y llevarlos a clase más primaria y en justicia se hace. En justicia pues, en la tierra se hizo el juicio, por el que quedaron en esta aula de la universalidad infinita, los trinos, los dúos conscientes y los dúos que no llegaron a la conciencia por culpa de los revoltosos caricaturizadores, porque les asistieron las atenuantes; pero no están eximidos de aprender los cursos y subir los escalones.

De modo que el niño es aspirante a hombre y sólo es hombre cuando es responsable de sus actos; y los hombres (aunque sean muy barbudos) no son hasta que viven la trinidad consciente, ejecutando en su cuerpo, alma y espíritu las funciones de cada uno, sin estorbar el uno al otro y siempre bajo la acción del espíritu y por lo tanto viviendo la ley del espíritu, que es la del creador: el amor.

Ahora bien, hermanos. ¿Quién, después de leer hasta aquí, puede decir que no se conoce a sí mismo? ¿Quién no ha parado mientes en su historia?

Mas, ¿puedo exigiros que todos seáis al momento maestros? Ni vosotros podéis decir que no os conocéis, ni yo puedo pretender que seáis ya maestros de la ley; pero sí puedo exigiros, que viváis en la ley del espíritu.

Os conocéis (queráis o no), conforme a vuestro grado de progreso y cada grado que ganéis, cada escalón que subáis, os acercáis a la cumbre de la montaña; y aunque gozaréis en el camino por lo homogéneo de los caminantes que todos en común se ayudan y se emulan en amor, sufriréis las torturas del estudiante; y sólo cuando subáis todos los escalones y miréis desde la cumbre, gozaréis en vosotros mismos porque abarcaréis el infinito, de una sola ojeada. Entonces sí seréis maestros de la ley; entonces no estaréis en la ley; la ley estará en vosotros y podéis llamar a las puertas del creador y él os las abrirá y seréis recibidos por el mismo en su banquete, porque podréis resistir el terrible escalpelo de su anatomizadora mirada y quedaréis licenciados para enseñar lo que yo y mis hermanos los misioneros os hemos enseñado; entonces podremos descansar un momento en el padre, siendo vosotros nuestra corona.

No os deis descanso en tanto no debéis pagar las deudas sagradas a la creación y vigilad mucho y con amor puro sobre el cumplimiento de los mandatos de los maestros, para lo que tenéis el amor de la comuna que os trajimos como rico presente, de allí, a donde debéis llegar pronto a ser auscultados por el ojo del creador, cuyo título os entregará: yo lo recibí en mi auscultación representando a mis hermanos los misioneros y entre todos representamos un mundo regenerado de hombres trinos y dúos conscientes y dúos en voluntad por haber sido estorbados, pero ya os libramos de los detractores. Hoy, solo os queda vuestra ignorancia que combatir; pero os auxiliamos con estas enseñanzas que antes no pudimos dar y os alumbramos el camino con la luz del electromagno y os pusimos en su trono por único mandante y mandato, la suprema, divina y única ley: El Amor.

Para que no os detengáis en el camino y hasta que todo lo abarquéis de una ojeada conociéndoos a vosotros mismos, sólo os mando que améis a vuestros hermanos. No tenéis el deber primero en el creador porque aun no le conocéis y sería insensatez pretender amar lo que no se comprende; pero como os conocéis a vosotros mismos y sabéis que vuestro hermano es igual, le podéis amar con conocimiento de causa y al fin, en el hermano, amáis al Creador, padre de todos.

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