CAPÍTULO VIII
CAUSAS Y EFECTOS

PÁRRAFO IX
EL HOMBRE NUNCA ES DESHEREDADO

Si el Padre no deshereda a ninguno de sus hijos y en la tierra hay sufrimientos por la pobreza y la desigualdad, en la ley humana se quebranta a sabiendas la ley del Creador.

Que ningún hombre es desheredado, nos dice el padre, por Abraham, llamando hijos a los “negros de hollín”, a los que por el significado de la palabra “negros” y por la maldad, Abraham llamó demonios, y aun así, el Creador, los llama hijos.

Las profecías y las escrituras de Moisés están todas plenas de llamamientos y mandatos; y el que llama y manda es porque no aborrece ni condena; Jesús lo demostró en la parábola del hijo pródigo y yo os he dicho que, hasta el dragón llegará a Eloí porque así está mandado en la ley de amor, única que tiene el Padre.

En la sentencia del juicio final, no son condenados; sino retirados, transplantados al hospital para curarse de la locura de las pasiones, los que son transgresores de la ley; ya os he historiado cómo fueron expulsados los detractores de Neptuno en un juicio y vinieron en corrección a la tierra, donde pronto llamaron conociendo su error, y este llamamiento, fue causa de la venida de los 29 misioneros. Todo esto prueba, que ninguno de los hijos de Eloí es desheredado, ni en la materia ni en el espíritu.

¿Por qué, pues, tanta pobreza y miseria en la tierra, produciendo ésta siempre con tanta liberalidad, todo lo que los cuerpos necesitan?

Ya quedan dichas las causas, que sólo son las religiones, las cuales no se salvan porque no son creación del Padre, sino producto del antagonismo de los hombres y, no son cosa, sino una idea espuria creada por efectos de la ignorancia y del desconocimiento de la causa creadora y por esto, es una bestia imaginada por los hombres, que ni aún tiene cuerpo animal que pueda esperar convertirse en alma, como se convertirán hasta las serpientes porque tienen cuerpo y son materia, y toda materia, en el tiempo, se convierte en alma, para así heredar del Creador, su causa única y primera.

Sí, hasta las serpientes, imagen de la maldad, han de heredar del Creador, porque se han de convertir en alma humana, a la que el espíritu eleva, enriquece, ennoblece y abrillanta, porque es su vestido y forma. ¿Cuánto más heredará el cuerpo del hombre, del que se sirve el espíritu para la eterna obra de la creación?

Es cierto que el reinado del espíritu no está en la tierra ni en otro mundo determinado, sino en todo el Universo. Pero éste, lo conquista dominando y embelleciendo hoy un cuerpo con el que trabaja, mañana otro y así hasta purificar la materia y llevarse en su alma toda la riqueza de un mundo, computado su peso y valor en luz y sabiduría; por lo mismo, y porque otros cuerpos sufren en el trabajo y éstos acaban en corto tiempo una existencia, tienen en ella que tener retribución de la ley, que en todo, es justicia y amor. Negar, pues, a los cuerpos la posesión y el goce que la ley divina les da, es quebrantar la ley suprema; es desheredar a los hombres por los hombres, de lo que el Creador su padre no los deshereda y esto es ser transgresores de la más grande ley de sabiduría.

Para esto, el hombre “negro de hollín”, ideó la propiedad individual y rompió el equilibrio de justicia; desde aquel triste momento existe el desequilibrio, que fue acrecentándose día a día, hasta llegar hoy a rebosar la medida de lo tolerable, gozando sólo tres por cada mil que sufren; éstos sufren de verdad y aquellos tres no gozan de verdad, porque la materia no puede llenar los pedidos de la concupiscencia.

La causa de todo éste desequilibrio, no es otra cosa que la propiedad establecida sobre las cosas del suelo y mayormente la hereditaria; jamás debieron existir esas leyes, ni existieron hasta hace poco con el nacimiento del feudalismo, que tiene su base en la religión; para apoderarse del suelo comunal aquellos señores feudales, fueron declarados “dueños de vidas y haciendas”, y los sacerdotes, todos han coadyuvado en todo tiempo con palabras y hechos a la legalización de la propiedad, que ha sumido al mundo en la miseria más espantosa, la que continuamente levanta protestas y origina los grandes desastres; nos bastará saber, que mientras no existió la propiedad, no hubo asilos, ni hospitales, ni manicomios, ni cárceles; y ésto es nada más el producto de la propiedad individual que sólo por la fuerza bruta puede sostenerse.

Si se quisiera sostener, que por causa de la propiedad han venido los progresos, sería tachar a la ley divina de imprevisora, al Creador de ignorante y a la naturaleza de parcialidad.

Mas contra esto veis, que todo lo da la naturaleza sin marcas de propiedad; lo que el sol baña lo mismo todos los continentes; que la lluvia, indistintamente cae en todas partes y que el viento azota por igual todas las plantas; y es porque, sólo esto el hombre no ha podido monopolizarlo; y sin embargo, esto es lo que hace germinar, florecer y dar frutos al campo y a la naturaleza toda. ¿Y cómo, luego de ser los frutos hechos, han de poder decir los hombres que ni siquiera roturaron la tierra ni sacaron el mineral del oro con que miserablemente pagan el sudor del sembrador: “Esto es mío”? ¿No se ve aquí toda la injusticia y soborno a la ley divina, en la intención y en los hechos?

Si al menos, la propiedad se hubiera repartido las parcelas del terreno en igualdad para todos, podría transigirse; pero aun así sería una injusticia, porque no todos los hombres vienen a lo mismo. Quien ya hizo un oficio o arte y en él dio los frutos que la ley del Padre le exige, no tiene que volverlo a hacer; sino otra cosa que aun no hiciera, hasta que las haya hecho todas y pase a ser un maestro; por lo que, toda división es injusta y sólo es justa la comuna sin parcelas.

Mas el hombre tiene el libre albedrío y en él merece premio o corrección; pero no por esto deja la ley de afinidad y justicia de perseguir un fin y triunfar, aun contra toda la oposición de los transgresores y del equívoco de los hombres y en su sabiduría saca bien del mal, persiguiendo su fin del establecimiento de la comuna; y llega indefectiblemente, en el tiempo marcado en la esfera universal.

Para eso, fuerza irremisiblemente a los hombres a agruparse en grandes sociedades, porque el progreso requiere la cooperación de todos; y unos tienden el riel, uniendo provincias y naciones; otros unen continentes por el cable y cubren los océanos con los barcos, como mágico puente; otros embellecen las ciudades y llevan el adelanto a la agricultura, a las minas y a las industrias; y los gobiernos, no tienen más remedio que proteger a los accionistas y amparar en un algo, aunque sea lo menos posible al obrero, que aunque lo hayan bautizado de “clase ínfima” con harta injusticia, tienen por fuerza que codearse y hablarse con él, aunque séa sólo como se habla y se codea con su caballo de trabajo.

Pero el obrero recibe sana inspiración; es el verdadero profeta del porvenir y levanta su protesta, que si le cuesta algunas vidas, cada una es una palma de sus historias y al fin se impondrá por la justicia y declarará el trabajo por ley igual y los productos de común derecho, sin que puedan esquivarlo, ni el supremático vampiro, ni el señor feudal propietario, ni el pontífice representante de un Dios antropófago y señor de las concupiscencias.

Es la fuerza de la ley divina que no admite injusticias y saca bien del mal de los hombres; y nadie puede decirme que ningún gobierno diera a perpetuidad las concesiones ferrocarrileras y telegráficas, ni otras industrias, sino por menos 100 años, luego 50 y hoy de 25; y todos esos rodados, esos caminos y esas maquinarias producto del esfuerzo común, entran en las comunas de los estados civiles y éstos son el pueblo y nadie más que el pueblo. ¿Y qué hará el pueblo con todo ese depósito de riquezas? ¿Para qué y por qué viene a parar a sus manos todo ese producto del esfuerzo común? Viene para ayudarse; viene para disfrutarlo en común y viene porque la ley de afinidad y justicia se impone contra todo hombre y contra todo lo que es libertinaje, que no es lo mismo que libre albedrío. Por esto viene todo a parar a manos de la comuna; porque este es el fin perseguido por la ley divina; porque nadie es desheredado en lo material ni en lo espiritual; y los hombres feudatarios y los libertinos y los opresores y los transgresores de la ley no lo ven, porque son sólo de carne y de la carne viven y ésta es ciega y “sólo ven a los hombres de carne que les dan placer a la carne y creen que son dioses porque no ven a Adam que parece ángel, “como dice Hellí, en el testamento de Abraham”. Pero ni aun ven tampoco que “sólo enfermedades y sufrimientos es lo que les pagan”.

Mas aclaremos ya de una vez el porqué de los grandes sufrimientos que hoy tiene la humanidad y tiemblen los que no se adapten al medio que la ley de justicia se propuso y no cumplen el fin que con ese medio persiguió, porque es la última prueba que se dio a administrados y administradores.

Nació el feudalismo y con él la propiedad, que es una usurpación del bien común; y nació precisamente, cuando el mundo trabajador estaba en la aurora de la fraternidad y era el epílogo del drama de la bestia y el dragón, al que se dio suelta en el tiempo señalado: cuando la siembra de la libertad y del amor fue hecha por Juan y Jesús y terminada por sus discípulos y apóstoles, cuya patente de haber sido hecha esa siembra y la justicia con que debía cultivarse, se le dijo al mundo en la carta universal de Santiago, que prohíbe la acepción de personas.

Crecen la bestia y el dragón y a sangre y fuego arrasan esos sembrados, porque sabían que el tiempo se les cumplía y que serían encadenados de nuevo por la justicia, salvo que se adaptaran al mandato de “no hacer acepción de personas” y establecieron en amor la ley de libertad, en la que serían todos juzgados: y aún se les dejó dicho en el mismo documento que “si uno solo de los artículos de la ley quebrantasen serían transgresores”.

Pues en vez de observar el mandato, quiso la bestia y obligó al dragón a invalidar la ley. ¡Vana quimera y crasa ignorancia fue la suya! La ley vive en la sabiduría y ésta no puede ser vencida porque es del espíritu y el espíritu en la ley es omnipotencia, porque es consubstancial con el Creador.

Se declaró, pues, rebelde y transgresor, con el feudalismo y la propiedad y el dragón desheredó a los trabajadores, a los cumplidores de la ley y ésta no puede ser vencida; llegó el momento supremo de la prueba para entrar en acción la ley de justicia, que tiene el encargo de igualar a todos como aplastador rodillo. Llegan los progresos del último segundo marcado en la esfera de la ley y el trabajador cumple: lleva el progreso a donde la ley le marcó, sin que pueda ultrapasar un milímetro, sin estar todos igualados y disfrutando de la herencia del Padre.

Los trabajadores, que son los administrados, han cumplido. Ahí está el progreso mundial, testigo de la verdad.

¿Han cumplido los administradores? No, porque hay miserias y malestar por todas partes y el hambre se enseñorea por doquier, produciendo la agricultura y las industrias más que nunca produjeron y los productos se gastan en armas de destrucción de los productores. Luego, no han cumplido los administradores y sobre ellos pesa sentencia de expulsión, por transgresores de la ley y malversadores del producto de la naturaleza por el trabajo de los que cumplieron la ley y, nada hay, ni religión, ni dioses, ni dignidades, ni la fuerza bruta, que puedan invocar para librarse de la expulsión decretada, pues se cumplirá la ley, haciéndolo todo común; es decir, restituyendo lo usurpado al trabajo y haciendo cesar la miseria y el odio; y como a esto no están dispuestos los transgresores, la ley obra inexorable, sin oír más.

El propósito de la ley al marcarse el último momento de la justicia, fue el extremo del amor, rebosando de la medida ya que el odio también rebosaba la medida de lo tolerable, y la orden fue “encarnar todos los que tuviesen cuentas pendientes que pagar en la tierra”; y al efecto encarnaron todos los acreedores en la masa trabajadora; los deudores, en la masa acaparadora, para que al encontrarse en la posesión de los productos de los trabajadores de todos los tiempos, supieran aprovecharlos para pagar sus deudas materiales y espirituales y así pudieran liquidar sus cuentas y entrar en la armonía de la heredad común.

Se les ha llamado desde el nacimiento del juez, que vino entre los trabajadores, para ser así mejor testigo del cumplimiento de los deberes de esos administradores; los espíritus se lo han dicho de palabra y en todas formas y los despreciaron; más aun, se les ha repetido hasta la saciedad durante los juicios preparatorios del juicio final en que se firmó la sentencia y aun en el tribunal fue mofado el juez por su pobreza y se le sigue hoy mofando y motejando al tribunal, que vive en tugurios y le falta lo necesario a la vida, en tanto que los parásitos que dentro de un segundo más van a ser expulsados, levantan esos soberbios edificios, de los que hasta hoy se sirvieron como de aduanas de latrocinio.

Y no sólo los parásitos religiosos, o supremáticos, no han cumplido la ley, sino aun muchísimos de los administradores más directos, que son los que viven entre el trabajador, por la industria, el comercio o la ciencia; y si todos me duelen por su expulsión, me duelen más éstos que están entre los trabajadores, porque reciben más directo el producto del presente, que es más sagrado, porque cada uno aceptó el puesto que creyó más conveniente y no pueden alegar que no vieron miserias, porque están entre ellas y las ven impasibles y a pesar del pedido que continuamente les hace el trabajador. Este pedido, es como la última advertencia del Padre que consiente por un momento las miserias de los trabajadores, que son sus hijos muy amados, porque están ya sus nombres escritos en el libro de la vida y les da resistencia en el sufrimiento, para dar más motivo de despertar los sentimientos de sus administradores, que al fin cierran sus oídos y desprecian al que los enriqueció para que paguen y se quedan, como se dice, con el santo y la limosna.

No podéis quejaros de que no se os advierte, pues hasta se os pide con lastimeros ayes; no pagáis vuestras deudas, porque no tenéis voluntad; porque sólo sois de carne y vivís de la carne y no veis que la carne sólo os da sufrimientos, enfermedades y luchas de conciencia, como os lo advierte el Padre, por Abraham.

Aun oís, queráis o no, esta suprema y última advertencia que se os hace, para lo que se os obligó en virtud de la justicia a venir al tribunal; y sabed, que queda escrito para la sabiduría de la comuna, la que nada ha de ignorar y sabrán los hombres que fuisteis malos administradores y transgresores de la ley y seréis acusados de ello también en los mundos adonde iréis por vuestra voluntad; para eso queda escrito.

Al Padre llamo en vuestra presencia y por el Espíritu de Verdad le digo, que no habéis querido pagar vuestras cuentas; que sois malversadores; que sois malos administradores y que sólo podéis ser administrados como vosotros administráis, y que no cabéis en la comuna que es justicia, en la que no hay ningún desheredado; os vais en voluntad a las moradas donde encontraréis a vuestros iguales, que en la tierra no los hay, porque esas raíces son arrancadas.

Id, pues; pero sabed, que allí tampoco seréis desheredados, porque en el Universo nadie es desheredado; pero sois malversadores y allí llegará nuestra acusación, no por odio ni venganza, sino por justicia para enseñaros amor, ya que a la tierra la despreciasteis en el momento en que se entregó a los trabajadores por heredad común.

¡Padre Eloí! Ya he dicho al hombre cuanto me mandaste. Ya llegó tu enviado al límite máximo que el hombre, como tal, en la tierra puede decirle antes del establecimiento del reinado del espíritu y hasta la preparación para recibir al Espíritu de Verdad y a ti en él; y se les ha dicho al espíritu y al hombre y no puede nadie alegar ignorancia.

La última parte de este libro es sólo de conocimientos de régimen, fundamentados en los principios hasta aquí expuestos; y confieso tranquilo en mi conciencia, que está el edificio levantado, cuya arquitectura eres tú, Padre amado.

Mis sufrimientos, tú los sabes; mi amor al hombre, tú lo mides; ya que el edificio está levantado, no sea yo obstáculo para que la arquitectura le sea dada; si a ello yo no fuese acreedor, venga para mí tu justicia y llévame a un momento de descanso, en tanto que otro más digno arquitecto te coloque en la cúspide de este edificio, cuyos materiales, bien que rústicos, son fuertes y estables para dar consistencia a las filigranas de la sabiduría, cuya arquitectura sólo espera para habitar el pueblo este edificio comunal que a tu mandato levanté.

No busco el goce de la materia fuera de la ley; mas ansío un momento de satisfacción en tan largos siglos de lucha; pero, sin embargo, pronto estoy también a seguir en el sufrimiento, si mi amor a la justicia aún no satisface; pero no quiero ya sufrir por injusticia de los ciegos.

Yo me honro al llamarme tu hijo; mas tiemblo al pensar que tú, ¡Padre mío!, no te puedas honrar en llamarte mi padre y esto me aflige; esto me hace pensar, que por ello no llega ya tu vibración pura y sin metamorfosis al mundo de mis sufrimientos y me hace llorar esta incertidumbre; te pido me aclares mi luz y mi inspiración, para esperar tranquilo tu llegada si he de esperarla, o llévame a donde tu justicia me reciba, si sólo la obra vine a hacer y no soy acreedor al disfrute de mi trabajo.

¡Todo lo que me rodea, Padre mío, me es contrario! Si me temen, no me aman; si no me aman, me odian y se ceba en mí la calumnia y me zahieren con malicia los espíritus y los hombres, multiplicando mi sufrimiento; no encuentro apoyo a mis doctrinas a pesar de no querer decir más que verdad desinteresada y tengo que mirarte a ti para saber que sólo digo la verdad, pues parece que yo sólo estoy conforme con los principios que quedan expuestos.

Todo eso, ¡Padre mío!, amarga mi espíritu y mi existencia parece una maldición y, aun parece que esperan, no la crítica a mis estudios, sino la corrección a gusto de cualquiera; esto no lo consentiré ni como hombre ni como espíritu, porque tengo conciencia de haber interpretado tu inspiración.

Es cierto, que el detractor astuto ha manchado con su presencia y palabra los lares del tribunal; mas jamás, en lo fundamental, pudo manchar con su baba la verdad, aunque siempre la duda y la discordia entre los hombres; esto es aprovechado para zaherirme más y mi autoridad es desconocida hasta por los más allegados; yo no los culpo, porque obran bajo la opresión ajena; pero les advierto y me contestan que son y saben; ¡son más felices que yo!... Yo no soy ni sé nada por mí y tengo conciencia de que me mandaste, porque hasta en mi materia sentí la auscultación de tu ojo escrutador. Mas no puedo menos que confesar, ¡oh Padre mío!, que no soy del agrado de nadie y por esto soy condenado al sufrimiento, del que no saldré hasta que tú, compasivo, me saques de mis torturas llevándome al descanso por un momento, ya que el edificio está hecho y los que me rodean pueden seguirlo sin ser dejados en su marcha, o bien viniendo tú a coronar el trabajo que me encomendaste, que sólo para adquirir vida a ti te espera y el tiempo se me hace largo a pesar de la rapidez con que pasa.

Lleguen a ti, Padre mío, mis suspiros de espíritu afligido y de hombre ya inútil como obrero manual fuerte que fui, por lo que todo está cerrado para mí para poder cubrir las necesidades de mi existencia y de la escuela, donde os señalé el punto de llegada de la luz mi credencial, por todos mis hermanos los misioneros, mis correos entre tú y tu enviado. ¡Llega, Padre mío, y sálvame y en mí a la humanidad!

Mas cesen ya para siempre, por justicia, las burlas del detractor, y séale prohibido molestar, manchar y sembrar la duda en el tribunal y el mundo sea iluminado en sus deberes y la justicia de la espera, porque yo esperé confiado y me esforcé hasta donde pude para regenerarlo y ya todo lo encomiendo en tus manos, porque mi conciencia me dicta decirte: ¡Eloí… Eloí!...Me mandaste y obedecí; me ordenaste y ejecuté; ya, todo está consumado y sólo de ti espera el Anticristo, Juez de la Verdad.

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