Nicolás Mora, el feo
Parte 2
Por: Super Tina

Armando entró a la oficina y vio la escena que estaba ocurriendo entre Nicolás y Betty. Nicolás, ahogado en su llanto, no escuchó las palabras de Armando. Antes de que el pudiera decir otra palabra, Betty le señaló a su esposo que callara y que se fuera de la oficina. Nicolás raramente demostraba sus emociones y nada seria peor que saber que Armando lo había encontrado en ese estado. Armando entendió esto perfectamente y comenzó a partir de la oficina. Justo en eso, se le ocurrió mirar hacia el suelo. Ahí vio un pedazo de porcelana muy conocido. Luego vio otro, otro más y otro…

Sintió ganas de gritar ‘¡Maldita sea!’ pero se aguantó. Los ojos de Betty le suplicaban que callara. Frenéticamente, Betty le señalaba que saliera de la oficina, ahora más que Armando se acabo de enterar del fin del florero de Margarita.

Armando le hizo a Betty gestos de ‘¡qué diablos le paso al florero!’ Él se encontraba en una lucha interna para no soltar los gritos al cielo, y se encargó de hacer con sus brazos y manos los gestos de enfado necesarios al no poder verbalizar su frustración.

Armando salió furioso de la oficina dejando por fin a Nicolás y a Betty solos.

Justo al salir se encontró con Calderón.

“Oye Armando, ¿que fue lo que pasó en la oficina de tu mujer? Hace un momento se escuchó algo como que se estrelló.”

Armando habló en un tono muy bajo y firme, el cual generalmente usa cuando está molesto. “Ese algo fue el florero que le iba a enviar a mi mamá para su cumpleaños. Los pedazos regados por todo el piso de la oficina.”

“No me digas que tuviste una pelea con Betty,” preguntó Mario, esperando con ansias que esa fuera la verdad. “¿Te encuentras bien? ¿No te reventó el florero en la cabeza?”

“No sea imbécil, Calderón. Yo no tuve ninguna pelea con Beatriz. Acabo de entrar a su oficina y estaba ella ahí abrazando a Nicolás y no pude preguntar qué fue lo que le paso ni a él ni al florero.”

“Oye, oye un momento. ¿Cómo eso de que tu mujer estaba abrazando a otro hombre?”

“Ella no estaba abrazando a ningún otro hombre. Te acabo de decir que estaba abrazando a Nicolás. ¿Y qué o qué? ¿Ya qué está pensando en esa mente llena de basura que tiene, a ver?”

“Nada que usted ya no este pensando…”

“Pues se equivoca. Usted muy bien sabe que ya yo sospeche de ellos dos hace mucho tiempo y quedé en el ridículo. No pienso cometer el mismo error dos veces. ¿Entendió?”

“¡Está bien, está bien! ¡No le vaya a dar un infarto! Sólo me intriga saber por qué Betty tiene los brazos alrededor de su tal amigo así escondidita en su oficina. ¿No te parece extraño?”

“Ay mire Calderón, ¿sabe qué? Mejor váyase antes de que---“

“Ineeeees! Ineeees! ¡Pero a dónde fue parar esa mujer!” se escuchó una voz afeminada gritar por todo el corredor. Hugo Lombardi, en uno de sus ‘looks’ deslumbrantes de siempre, se encontró con los dos accionistas. “Ay si me encuentro en la presencia de Armani y Sigmund Freud!”

“¡Mire cállese la boca, reinita frustrada!” gritó Armando.

“Ay, pero no grite que tengo los nervios de “point”. No sabe dónde anda Inesita? Es que mi perrita Bárbara esta muy deprimida y necesito que Inés me la cargue para que se contente la pobrecita...”

“Mire Hugo,” dijo Armando, con el temperamento explosivo que lo caracteriza. “Primero: No se dónde esta Inés. Segundo: no me interesa saber si su dichosa perra esta deprimida o quiere bailar el cha cha cha y tercero: menos me importa ver su cara, Daisy Duck! ¡Váyase! ¡Flew, flew, voló!” Calderón comenzó a reírse de las burlas que Armando le hizo al amanerado diseñador.

“No le doy una buena pisoteada,” dijo Hugo. “por que mis zapatos son Gucci y no quiero que estén en contacto con usted, ¡bestia peluda!"

Y con eso, siguió Hugo su camino llamando a “¡Ineeees, Inesita…!”

“Bueno Armando, ¿que vas hacer?”

“¿Cómo que qué voy a hacer de que? ¿De qué a habla?”

“¿Que qué va a hacer sobre Betty? No me diga que se va a quedar aquí de brazos cruzados mientras que su mujer y Nicolás están bailando el tango prohibido.”

“Ay, ya Calderón, ¿si? Mejor cierre la boca y vamos a prepararnos para la junta.”

Calderón accedió, y se dirigieron a su oficina, ambos estando al tanto de que Mario logró despertar una vez más las dudas en Armando; las dudas de que algo pudiera estar sucediendo entre Beatriz y el feo.

* * * *

“Ya Nicolás, no llore, se lo suplico,” le dijo Betty a su mejor amigo. Cuando éste se calmó se sintió muy avergonzado. Se quitó los anteojos y como no encontró cómo secarse los ojos decidió que su corbata era lo más cercano a un pañuelo que tenía.

“Por Dios, espere,” dijo Betty tomando un pañuelo de la caja de su escritorio y dándoselo para que secara sus lagrimas. Betty se quedo observándolo y notó que su amigo se veía muy diferente sin sus anteojos.

“Oiga, Betty discúlpeme. Yo pensé que me iba a poner así como un chiquillo llorón,” dijo él, entre sollozos.

“Ningún chiquillo llorón, Nicolás. Yo se muy bien por lo que usted esta pasando. Y usted está muy equivocado; no se me ha olvidado ese dolor: el que uno siente al pensar que no hay esperanza en el amor. Ahora quiero que me explique eso de que usted quiere que yo le ayude. ¿Que tiene en mente?”

“Pues que me haga un cambio así como el que le hicieron a usted hace unos años allá en Cartagena. Quedó… pero preciosísima.”

A Betty le pareció que su amigo le halagó de una forma media extraña, hasta media coqueta, y prefirió pretender que no lo notó.

“Ah, ya entiendo. Usted quiere que le ayude a darse un cambio de apariencia total. Quiere que cuando las muchachas lo vean se desmayen… pero de gusto no de espanto,” dijo Betty, bromeando.

“¿Cambiar tanto así para que se estén desmayando por mi? No creo, Betty. Mire que usted y yo somos muy diferentes. A usted le pintaron los labios un poquito y quedo como Cindy Crawford. En cambio yo, pues no tengo tanto arreglo que digamos.”

* * * *

Armando, aun sufriendo por la destrucción del regalo, dejo a Mario en su oficina y se dirigió rápidamente a la de su mujer.

Mientras tanto, Betty y Nicolás seguían en su conversación.

“No diga eso.”

“Bueno ya. Entonces, ¿por dónde empezamos?” preguntó el vicepresidente de finanzas.

“Creo que podemos empezar con los anteojos. Mañana mismo si quiere vamos y le conseguimos unas monturas mas modernas.”

“No, no, Betty. Prefiero unos lentes de contacto. ¿Que tal si me los pongo de color verde, o azul?”

“Ay, no, Nicolás. Usted no tiene necesidad de cambiarse el color de los ojos. Los de usted ya son muy bonitos.”

“Gracias Betty…”

“¿Y sabe que? Pienso que usted no necesita mucho trabajo para verse guapísimo, para quedar como todo un galán.”

“¿E-en serio?”

“¡Claro!”

Nicolás se sorprendió que Betty le hubiese retornado de tal forma el halago que él le hizo sólo unos momentos atrás.

“Entonces mañana empezamos,” él dijo. “Pero que quede claro que si sigo siendo feo después del cambio ya se lo advertí de antemano.”

Betty se rió en su manera usual. “Ya le dije Nicolás: verá que no pasaremos mucho trabajo. Imaginase que así como está sin sus anteojos se ve muy guapo.”

“Gracias Betty por ser tan buena amiga. Y-yo… pues yo la quiero mucho.”

“Yo también le quiero mucho Nicolás.” Ellos no solían eran tan directos, pero Betty no encontró nada mal en decírselo; él era, después de todo, su mejor amigo.

De repente Nicolás le plantó un beso muy apasionado.

En mal momento se apareció Armando y los vio a los dos. Quiso pegar un grito y tirar Nicolás por la ventana. Hasta se imaginó la escena, muy dramática de por cierto…

“¡Suelte a mi mujer, descarado!” gritó Armando Mendoza. Betty de manera melodramática se tapó los ojos y se puso a sollozar: “Que pena… que pena…”

Nicolás se le cuadró a Armando, muy valientemente, dispuesto a luchar por el amor de Betty.

“Beatriz yo confié en ti,” le dijo a Armando a su esposa. “¿Cómo me pudiste hacer esto? ¡Y con esta cosa!”

“Ella me ama a mi, Armando Mendoza. ¡Desde hace años! Y usted pensó que era mentira. Pues no. Fue en serio. ¡Beatriz Pinzón Solano es mía y solo mía!”

Armando, de un puño, dejó a Nicolás inconsciente. Betty cayó en los brazos de au esposo implorando que la perdonara…

Armando despertó de su fantasía y lo único que pudo hacer fue bajar la cabeza y alejarse de allí lo antes posible antes de que lo vieran. No se dio la oportunidad de ver a Betty terminar el beso bruscamente empujando a Nicolás muy molesta.

“¿Que le pasa? ¿Se ha vuelto loco?”

“¡Perdóneme Betty! ¡Discúlpeme un millón de veces! Se me fue la mano. Le prometo que no lo vuelvo a hacer jamás. ¡Se lo juro por el arrocito con huevo que cocina doña Julia!”

“Bueno, si lo jura por eso entonces le creo. Fue un error y lo perdono.”

“Gracias, Betty, de veras. Oiga, como que el nuevo Nicolás empezó mal, ¿no?” dijo el soltando una risa contagiosa y Betty se le unió.

“¡Ay, usted siempre!”

* * * *

“¡Maldita sea, Calderón! ¡Maldita sea!”

“Armando baje el volumen que ya mismo lo escuchan en el Antártica.”

“Usted tenía toda la razón. ¡Acabo de verlos besándose!”

“¡No me diga!” dijo Mario sin esconder su alegría. “Ahora sí que es de verdad. ¡Nicolás Mora y Betty! No lo puedo creer… Armando, el bobolón ese brinco la alambrera y usted ni se dio cuenta, mi hermano.”

“Ya, ya, quieto Calderón. Tampoco es para que esté celebrando.”

“Entonces ahora sí: ¿que piensa hacer?”

“Pienso tener una conversación muy seria con Beatriz. Tiene que haber alguna explicación. Y por supuesto luego le caigo a patadas al atrevido ese.”

“¿Qué? Ay Armando, por Dios, no sea tan ordinario. Si lo mejor que hay para situaciones como esta es la venganza. ¿Qué piensa si yo nos consigo a dos diosas rubias, altas, de 90-60-90 y nos vamos para un club?”

“No Calderón. Ni lo piense. Usted sabe que yo no puedo hacer eso.”

“Ah, si ya se me olvidaba. Usted es San Armando que ya no esta pecando… Usted tan entrenadito como un perrito faldero y quien sabe desde cuanto tiempo esos dos llevan a si a escondidas---“

La paciencia se le termino a Armando y agarró a Mario por el cuello de la chaqueta, a punto de estrangularlo.“¡Mejor píenselo antes de hablar, Calderón!”

Mario señaló que sí con la cabeza, lleno de pánico. Él había visto a Armando muchas veces enojado, pero nunca vio tal furia en sus ojos. Armando se tranquilizó un poco, soltó a Mario y trató de encontrarle lógica a la escena entre Betty y Clark Kent.

“Antes de verlos besándose pase por la oficina y estaba Nicolás llorando muy desconsolado---“

“¿Y?”

“No me interrumpa por favor. No sea idiota. Como decía, estaba él allí llorando y es la primera vez que lo he visto así. De casualidad unos minutos después se estaba besando con Betty. Quizás esas emociones tan fuertes, tan repentinas, lo llevaron a actuar por impulso, sin ninguna premeditación. Me pregunto qué le abra pasado… Además, ahora que lo estoy recordando, Betty pareció haber estado tomada por sorpresa, como si el beso se lo hubieran dado el de la nada.”

“Ya está racionalizándolo todo. Armando, usted lo vio con sus propios ojos, no se lo imaginó. Acepte que su mujer no es tan santa como pensaba. Es mas, yo creo que la voy añadiendo al oráculo de las diosas...”

No pasaron dos segundos cuando los nudillos de Armando visitaron de nuevo la nariz de Mario.

“Era una broma… ay…”

* * * *

Betty entró en la oficina de su esposo horas mas tarde. Él se encontraba muy pensativo en su escritorio. Durante toda la junta el estuvo callado y tuvo que disculparse diciendo que le dolía la cabeza. No podía borrar la imagen del beso de su mente; le mataba pensar que los labios de Nicolás Mora estuvieron junto a los de Betty.

“Armando, nos podemos ir a la casa. Ya es hora de irnos.”

Armando no tuvo las energías de confrontar a su esposa. Quizás lo que había ocurrido era lo que él sospechaba desde el principio. Quizás el beso no significó nada. El vio como Betty estaba muy rígida al besar a Nicolás. Quizás fue algo que no se volvería a repetir jamás.

“Sí está bien, Beatriz. Déjame apagar el computador y nos vamos. Ah, y te iba a decir que como mi florero quedó hecho mil pedazos tendremos que ir mañana a conseguirle otro regalo a mi mamá.”

“Ay, mi amor mañana no voy a poder ir contigo.”

“¿Que? ¿P-pero porque no?”

“Es que tengo ya un compromiso. Me la pasaré el día entero con Nicolás. El me necesita y yo accedí.”

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