Nicolás Mora, el feo
Parte 4
Por: Super Tina

“¿Muchachas vieron eso? ¿No me lo imaginé?” le preguntó Aura María a Sandra y a Bertha que seguían boquiabiertas. “¡Nicolás Mora así todo guapo!”

Todas continuaban asombradas; no sabían ni en que pensar. Bertha hasta dejo de comer más chicharroncitos por miedo de ahogarse de nuevo. Se quedaron en silencio hasta que Aura Maria lo rompió con una risa muy coqueta.

“¡Que triple papito! Muchachas, ¿qué tal ese doctor Mora, eh?”

“Ay, yo creo que a mí me va a dar algo, Aura María,” dijo Sandra, muy débil.

“De esto se tienen que enterar el resto del cuartel,” dijo Bertha y las tres se dirigieron a la sala de juntas a unirse con las demás.

Mientras tanto, Nicolás siguió el camino a su oficina y le encantó la cara que pusieron las del cuartel al verlo todo cambiado. En otras palabras, pasó la prueba; no hay un grupo más exigente que el cuartel de las feas en cuestiones sobre el atractivo de los masculinos. ¿Irónico, no?

Se sintió aliviado; valió la pena todo el trabajo que el y Betty pasaron el día anterior…

* * * *

Entraron a la tienda de ropa masculina donde Armando mismo compraba la suya…

Betty siguió adelante y Nicolás se quedo mirándose al espejo. Ya había pasado por la primera etapa de su cambio. Su pelo se sentía extraño sin el plegoste de gel de siempre; ahora solo tenía puesto un poco de mousse nada más. Le gustó el nuevo peinado, pero comenzó a extrañar su compartidura; ya no quedaba ni un solo trazo de ella. Ahora su cabello carecía de dirección, de control.

Betty fue a la sección de chaquetas y buscó los estilos que le gustaban a su esposo. Después que tomó varias chaquetas de colores como gris, azul oscuro y negro, tuvo que colocarlas de nuevo en su sitio. Se le olvidó que tenía que buscarlas en las tallas más pequeñas para su flaco amigo.

“Oiga, Betty, ¿qué le parece esta camisa?”

Nicolás le mostró una horrible camisa amarilla de cuadros que se parecía a la que traía puesta y también le mostró unos tirantes verdes. Betty no pudo comprender como él tenia la habilidad de conseguir unas piezas tan feas en una tienda tan fina. Increíble.

“Nico, ¿qué es eso? Deje ahí esas cosas que yo mejor lo ayudo a escoger.”

“Ay discúlpeme. Se me olvidó que yo ando con una experta sobre todo lo del mundo de la moda,” dijo el, sarcásticamente. “Recuerde que hace poco usted lo que se ponía eran vestidos como los de mi abuelita.”

“Pues sí, pero gracias a doña Catalina aprendí a vestir mejor. ¿No quiere que yo le enseñe a usted?”

“Pues está bien. ¿Qué trae ahí?”

“Estas son las chaquetas que quiero que se pruebe a ver cuáles colores le quedan mejor. Yo ayudo a Armando pero la tez de usted es mucho más blanca y puede que le vayan otros colores.”

“Ay, discúlpeme utez.”

* * * *

Gabriela Garza, por mala suerte, tenía de visita a su oficina al doctor Mario Calderón. Éste, como siempre, se encontraba intentando enamorarla.

“Calderón, por favor, ya deje de molestarme. Ya le he dicho más de mil veces que no pienso salir con usted ni a la esquina.”

“Gabriela pero no sea tan fría. Mire que lo único que yo quiero es que usted pase un buen rato. Quiero que despeje la mente del trabajo, del deber. Quiero que se… relaje.”

Calderón intentó acercarse a ella, pero Gabriela fue más rápida y se alejó justo a tiempo. Mario se molestó, pero no se rindió y mostró una sonrisa encantadora.

“Está bien, está bien… a mí me parece como que usted no quiere salir conmigo.”

“¿De veras?” preguntó ella de forma sarcástica.

“Es que todavía no entiendo porque usted me sigue rechazando.”

“Tú muy bien sabes que no eres mi tipo.”

“¿Ah, si? Y entonces, ¿cuál es tu tipo?”

“A mí me gustaría salir con un hombre sencillo, humilde, inteligente, que sepa tratar bien a una mujer. Que sea un hombre que no me vea como un objeto si no como una persona. Que podamos compartir, platicar y sobre todo no me interesa en lo absoluto tener una relación superficial.”

“Déjeme decirle, primero que nada, que el discurso le quedo muy bonito, mi querida Esmeralda Santiago. Pero dígame usted, ¿dónde piensa conseguirse a un hombre así? ¿O es que existe un catálogo para mujeres donde ustedes los crean así a su gusto?”

“Ay, mire Calderón, no me parece nada de cómico así que ni intente hacer bromas.”

“Si no es ninguna broma. Estoy hablando en serio, Gabriela. Un tipo así sensitivo, humilde, caballeroso no existe. Por ejemplo, aquí en Ecomoda, dígame uno, sólo uno, que usted piense que tiene las características que usted acabó de mencionar. Déjeme ver… ¿yo? No me haga reír. Yo soy el opuesto de todo eso.”

“Me alegra que se de cuenta. Seguro que por eso es que tiene el moretón ese en el cachete. Me imagino que intentó uno de sus truquitos con una cita y por poco lo matan.”

Mario ignoró el comentario y continúo. No quería recordar el incidente con Betty.

“¿Freddy Stewart y Wilson? Esos se eliminan por default nada más por el requisito de inteligencia. Es que ni siquiera pensando juntos la tienen. ¿Y Guti-gut? Ese ve hasta las lámparas de su casa como un objeto sexual. ¿Kenneth? Ese es un ex marine así que ya se le elimina lo de sensitivo. Es capaz de pedirle a usted que haga veinte lagartijas durante el sexo… aunque no seria mala idea…”

“¡Por favor!” exclamó ella enfurecida.

“¿Y Armando Mendoza? Ese de caballeroso no tiene nada. El le grita hasta el espejo. A ver quien más falta… Ah, Nicolás Mora… ¡ahí está!”

Gabriela se espantó: “¿A-ahí está qué?”

“¿Por qué no, Gabriela? ¿O es que acaso el es muy feo para usted? Yo pensaba que usted no le importaría eso ya que a usted no le interesa estar en una relación superficial”

“B-bueno e-es que---“

“Es más, muéstreme que no me estuvo mintiendo hace un momento e invítelo a salir.”

Mario mostraba una sonrisa de ‘te atrapé’ y lo último que quería Gabriela era que el ganara esa discusión.

“Con permiso, ¿doctora Gabriela? ¿Será que puedo platicar con usted un momento?” preguntó el nuevo doctor Mora. Acabó de entrar a la oficina sin poder escuchar que hace un segundo él era el tema de discusión entre Gabriela y Mario.

Ninguno de los dos le reconoció de repente.

“Es que Betty me pidió que le explicara a usted unos detalles sobre mi informe para la próxima junta y creo que es mejor que lo hagamos lo antes posible.”

Mario, al ver que Nicolás estaba tan diferente, decidió que era mejor ignorar ese hecho. ¿Envidia? Quizás. Pero peor era saber que ahora de seguro Gabriela no tendría ningún problema para invitarle a salir. Mario se despidió de ella pero ni siquiera saludo al doctor y salió de la oficina. Gabriela tenía los ojos abiertos como si hubiese visto un fantasma.

“S-si Nicolás el informe… Oiga discúlpeme por ser tan directa pero ¡qué guapísimo esta! ¡De pronto así que no le reconocí! ¿Pero cuénteme a qué se debe todo esto?”

“Bueno es que me cansé de ser el mismo Nicolás de siempre y decidí cambiarme un poquito. ¡Mire hasta lentes de contacto tengo!” dijo el señalando sus ojos.

Gabriela no pudo aguantar la risa al ver que Nicolás accidentalmente metió su dedo en el ojo.

“Ay, ya me quede ciego de nuevo…” comento y se unió en la risa.

Mario Calderón había sospechado correctamente: ahora no sería nada difícil para Gabriela invitar a Nicolás a salir.

“Doctor Mora, qué le parece si vamos a almorzar juntos. Me avergüenza un poco estar pensando en almuerzo así tan temprano, pero es que no se por qué siempre estoy con hambre.”

“¡Claro que acepto! Y además usted no es la única. Yo por poco dejé a la mamá de Betty en quiebra por todo el dinero que gastó en comida para mí.”

Gabriela continúo riéndose y él le propuso amablemente que era mejor que comenzaran a discutir los detalles del informe.

* * * *

En la sala de juntas, todas las chicas del cuartel se encontraban en otra de sus reuniones. Inés, Sofía y Mariana no creían el cuento que les acabaron de hacer la otra mitad del cuartel.

“¿Y como así que se cambio completo?” preguntó Sofía. “¿No se habrán confundido con otro tipo?”

“No Sofía,” contestó Aura María. “Créame que no se parece en nada a como era antes, pero supimos quien era porque abrió la boca, m’ija.”

“Nos habló así con la voz esa de bobo que tiene, pobrecito, y pues le reconocimos,” añadió Bertha mientras reabría su bolsa de chicharroncitos.

“Pero cuenten, muchachas, ¿y es que se ve guapo?” preguntó Inés.

“¡Ay, guapísimo, Inesita!” exclamó Sandra, secándose el sudor de la frente. “¿Quién se iba a imaginar que ese tipo estuviera tan sabroso?”

“Muchachas, ahora que recuerdo, en mis cartas leí que un hombre guapísimo iba a conquistar a una mujer aquí en Ecomoda,” dijo Mariana.

Sofía se quedo pasmada: “¿De veras?”

“Si. Pero las cartas indicaban que sería una mujer con poder. Me pregunto quién será.”

“¿Poder? ¡Si lo que el quiere es poder pues esa mujer seré yo, m’ija!” chilló Aura Maria. “¡Que ese papito me pida lo que quiera que yo se lo doy y con mucho gusto!”

Todas las del cuartel rieron menos Inesita.

“¡Aura María, por Dios! ¿Qué es esa manera de hablar? Le recuerdo que usted es una mujer casada.”

En efecto, Aura Maria abandono la soltería al casarse con Freddy Stewart Contreras. Y lo que ninguna de ellas sabia es que el mensajero de Ecomoda estaba con la oreja pegada a la puerta de la sala de juntas escuchándolo todo.

El pobre ya estaba temblando del miedo.

* * * *

“Beatriz tengo que hablar contigo,” señaló Armando, en un tono muy serio. Ya era hora de confrontar a Betty.

“Armando ahora no podré ser; me encuentro muy ocupada. Ya sabes que la nueva colección esta atrasadísima y esto trae muchas consecuencias.”

“A mí no me importan ni la colección ni las consecuencias. ¡Te dije que quiero hablar contigo pero ya!”

“Baja la voz, por favor,” pidió Betty firmemente. “No estoy de humor para pelear contigo. Entiendo que tu y yo tenemos que hablar y muy serio, pero lo que yo estoy haciendo ahora es importante también. Si no hago estas llamadas y no verifico estos balances, Ecomoda se vera en unos enredos y quiero evitarlos. Así que por favor regresa como en una hora.”

Beatriz sí se encontraba llena de trabajo, pero además aprovechó la situación para no tener que discutir con Armando. No estaba preparada mentalmente para bregar con los gritos y las acusaciones falsas de su esposo.

“¡Maldita sea, Beatriz!”

“Sal de mi oficina. Y no te lo voy a repetir,” Betty trató de mantenerse firme. Por dentro estaba temblando, insegura, sintiéndose culpable por hablar de esa forma tan hostil; no era parte de su personalidad.

“¿Cómo es eso de que salga de tu oficina? Sabes que tu y yo tenemos un problema, y también sabes que ese problema es grave, GRAVÍSIMO!”

“¡QUE SALGAS DE MI OFICINA! ¡YA!” exclamó Betty, cansada de los gritos de Armando. Se levantó de su silla y empujó a su esposo fuera de la oficina. Armando se sorprendió tanto que no pudo ni reaccionar.

Armando, parado frente la puerta cerrada, no creyó lo que le acabo de ocurrir. De pronto escucho un llanto, muy delicado.

“¿Betty?”

“¡Ay, padrino, soy yo!” sollozó Freddy acercándose al vicepresidente. Armando se irritó instantáneamente con la presencia del mensajero.

“A ver, ¿qué le pasa a usted, Freddy?” pregunto Armando sin ganas.

“¡Ay, doctor Armando, es que ya me van a pegar los cuernos!”

Adentro en la oficina, Betty perdió totalmente su concentración. No entendía como Armando era capaz de pensar que hubiese algo entre ella y Nicolás. Él ni se imaginaba cómo paso ella el día anterior…

* * * *

La última parada del día era la óptica. Increíblemente estaban bien adelantados en el itinerario que había preparado Betty. Ella se tardó muchas horas en cambiar aquel día en Cartagena de Indias debido al facial y el maquillaje. Por el contrario, en muy poco tiempo ya Nicolás estaba peinado y vestido; sólo le faltaba cambiar sus anteojos. Betty se encontraba con la asistente de la óptica buscando monturas mientras que él miraba las muestras de lentes de contacto. Se imaginó con ojos azules o quizás verdes como los de Patricia Fernández.

“Nicolás, ¿le gustan estas monturas?” preguntó Betty mostrándole un par.

“Si, Betty, la que prefiera que yo confío en usted.”

Betty le probó las monturas y Nicolás le señaló a los lentes de contacto.

“¿Qué le parece Betty también unos lentecitos de contacto para variar? Mire que ya es hora que el resto del mundo vea estos ojitos negros.”

Nicolás estaba seguro que quería unos lentes de contacto a cambio de anteojos, pero se le olvido como era que dichos lentes se ponían. Por eso, momentos más tarde, se encontraba luchando con la pobre asistente quien quería colocarle los lentes.

“¡Espere que no estoy listo!”

“Nicolás, deje que la señora haga su trabajo. Sólo quiere mostrarle como se los debe poner.”

“Pero Betty es que a mi me da pánico eso de tener un cristalito así pegado en el ojo.”

“¿Y cómo pensaba que se ponían? ¿Por arte de magia? Nicolás acabe y decídase. ¿Quiere los lentes o no?”

Nicolás lo pensó, mirando a la asistente que se encontraba muy impaciente con los lentes aun guardados.

“Está bien, Betty, usted es la que manda, pero le pido que por favor… ¡me agarre la mano!”

* * * *

Después de decirle a Freddy que no fuera llorón y que se pusiera a trabajar, decidió intentar de nuevo hablar con Betty.

“Mi amor por favor ábreme la puerta, ¿si?” Armando ahora se escuchaba mas calmado.

Betty abrió la puerta y se paró frente a él con los brazos cruzados, sin dejar entrar a su esposo.

Además se comportó muy impaciente: “¿Que quieres?”

“Antes que nada, que me disculpes por gritarte, pero es que quiero que me expliques varias cosas y no puedo esperar. Primero, ¿a qué se debió esa salida así tan espontánea con Nicolás Mora justo el día después de ustedes darse el supuesto beso inocentillo ese? Y segundo…” Armando pausó y continuó de forma insegura. “… pues quiero que me digas lo que pasó anoche pues porque ya no me recuerdo de nada.”

“Armando tengo en la línea a los bancos. No puedo hablar de esto ahora. Entiéndelo.”

A mala hora pasa Mario Calderón y bajo la cabeza avergonzado al ver a Betty.

“Buenos días,” dijo incómodamente.

“Buenos días,” le devolvió Betty, de igual forma.

“¿Calderón pero que le pasó a usted en la cara?”

Betty no quería que Armando supiera de la cachetada y menos de las cosas que le había dicho Mario a ella porque ahí sí se formaba la grande. Miró a su esposo con incertidumbre. Mario pareció leerle la mirada y contesto:

“Fuiste tu, Armando. Estabas tan embriagado que me diste tremendo puño cuando te dije que no podías tomar más,”

“Entonces discúlpeme. De verdad que no me recuerdo.”

Mario miró a Betty como diciéndole ‘Me debes una’ y Armando notó la diferencia con que ambos estaban actuando. Ahora mas que nunca quería saber de los sucesos de la noche anterior.

* * * *

A la hora del almuerzo, Nicolás y Gabriela se dirigían al elevador para ir a su cita. Aura Maria y Bertha los miraron y ambas a la vez recordaron las cartas de Mariana.

Freddy llego con su andar muy alegre, tratando de olvidar las palabras de su grillita, pero al verla a ella mirando a Nicolás con esos ojos de deseo, se puso a llorar de nuevo.

“Pero, ¿qué es eso, ah? ¿Qué es eso?” se pregunto así mismo. Se dirigió hacia Aura Maria y muy serio le llamo por su nombre completo. Aura Maria obviamente se dio cuenta de la presencia de su grillito y disimulo un poco.

“Cierre la boca que ya se esta empapando de saliva”

“A-ay Freddy que cosas dice… Si yo nada mas estaba mirando la corbata del doctor Mora que estaba muy bonita.”

“L-la corbata. Ja, ja...¿Sí, la corbata?” Freddy quedó muy impresionado en la manera que su mujer le mentía tan cómodamente. “¿Y de cuándo acá las corbatas se usan bajo el cinturón? No sea tan fresca, ¿oyó?”

“Tan celoso, mi grillito,” dijo Aura Maria dándole un besito.

Freddy sólo quería esconderse bajo un escritorio.

* * * *

En el Le Noir Gabriela y Nicolás no hacían mas que reír. Ella nunca se había divertido tanto en un almuerzo. Él era diferente; era sencillo, humilde, inteligente y le sabía tratar---

Gabriela de repente se tomó una copa entera de vino. Nicolás la miró muy asustado.

“Oiga, despacio con los tragos que todavía ni nos han servido la comida.”

“Es que estoy muy tensa y necesito relajarme,” explicó mientras se llenaba otra copa.

Unos minutos más tarde Gabriela ya estaba media borracha sin pensar en que pronto tenía que regresar al trabajo. Ella había movido la silla al lado de Nicolás y como a ella la cabeza le pesaba, la descansó en el hombro del ejecutivo. A él no le molestó para nada tenerla tan cerca, pero de verdad que tenía mucha hambre y le acababan de servir su arrocito con huevo. Él se inclinó para agarrar la sal y Gabriela pensó que la iba a besar y decidió hacerlo también.

Nicolás se congeló al principio; no podía creer que estuviera besando a la inalcanzable ejecutiva del Fashion Group. Por fin el se relajó y se le olvidó que había gente alrededor de ellos, y también, impresionantemente, se le olvidó el arroz.

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