Lo Numinoso o la Visión del Ser

Por Fdo. Mauricio González U.

 

Que disculpen los lectores mi reincidencia, pero me persigue esta imagen: la frase clave de  “Nuestra Señora de París” de Víctor Hugo: "Nunca me he sentido más feo como ahora". Es Quasimodo, –el Jorobado de Notre Dame– que ante la indescriptible Belleza (así con mayúscula) de la gitana Esmeralda; grita, resignado, su trágica condición. Un estado que sólo le cabe sufrir. Quasimodo sabe de su fealdad, sabemos de nuestra imperfección; pero son los ojos de la gitana –una determinada experiencia frente a la perfección– la que hace patente y profundiza hasta la desesperación la fealdad del Jorobado. Y, por interpretación de la metáfora, nuestra imperfección.

Esta condición no es nueva. Es la historia de la humanidad que grita a través de la obra del escritor francés. El hombre, desde siempre, ha sentido lo trágico frente a lo que él no es, a lo que aspira; como una empresa que sabe no podrá cumplir, pero, en la que aun así, se empeña. Que la historia nos hable: "el sentimiento trágico de los griegos", aquel de que tan bien nos hablaba Nietzsche: saber, recalco: saber, que la vida esta destinada a ser más, un plus, pero que al fin –como en el mito de Sísifo– no puede ser más y se consume en el absurdo. Toda la historia del pensamiento humano se ha encargado de decirnos que no somos el centro, lo privilegiado, lo único, la certeza. Citemos al pensador por antonomasia, Sócrates: el pensar occidental sólo nos ha aclarado que sabemos que no sabemos, que somos únicamente pregunta ante el Ser. Cabe acá, sólo un gesto de suprema humildad, de extremo desapego a nuestras bravatas intelectuales. Estamos muy lejos de ser el "centro" como alguna vez pensó la modernidad.

Claro, estamos hablando de los momentos culmines del pensamiento de occidente, momentos que también, me atrevería a apostar, se dan en lo más íntimo de nuestra cotidianeidad. Así, como le paso a Quasimodo, frente a Esmeralda.

Aclaremos, no puedo –por razones obvias– no hablar sino desde lo masculino; visión que quizá es la visión de occidente (una problemática que no es del caso tocar acá, pero al que estamos abiertos a discutir). La experiencia más directa que tenemos de la nimiedad que sentimos frente al Ser es, precisamente una ‘experiencia estética’ (retengamos este concepto para retomarlo más adelante). Es el "estado" de enfrentarse cara a cara con la Belleza. Belleza que es siempre femenina. Una Belleza, que no es sólo la definición clásica de la "perfección de la forma", sino que es trascendencia pura, aquello que traslada desde lo mínimo al plus. Belleza como perfección y, por tanto, como inmortalidad.

El encuentro de lo masculino puro –digo puro en cuanto no esta teñido por los parámetros de la tradición– con la perfección de lo femenino es la experiencia cotidiana más cercana, sino idéntica, a la de enfrentarse con el Ser, con la Verdad, con la Belleza; en suma con la perfección. Como con los trascendentales medievales. Hay ahí una experiencia, una situación, un ámbito y nada más, ni una reflexión, ni un pensar, ni menos una elucubración intelectual. Es una instancia, como un paisaje sublime, que no se busca sino en el que te encuentras y que te  envuelve  –me atrevería a decir, asumiendo los costos que esto implica– involuntariamente...

Hemos intentado profusamente un adjetivo para calificar esta experiencia, pero no nos ha quedado otra opción que robarle un calificativo al lenguaje religioso. A la condición de estar frente a la belleza femenina solo le adjetiva lo "numinoso", esa extraña y torpe sensación de ser "poca cosa" ante una perfección que se derrama sin más que por ser. Lo "numinoso" –nos señala Rudolff Otto– muestra la fusión de las experiencias del temor, la fascinación y la aniquilación. Como vemos, no es un estadio que se busque por ser placentero. Lo numinoso nos seduce, nos atrae; pero de alguna manera nos nadifica, nos destruye. Como la mariposa nocturna que, fascinada por el fuego, en un gesto absurdo e incomprensible se lanza a las llamas. La Belleza, a su máxima altura metafísica, rebasa las barreras de la cosa bella, de lo bello; para instalarse en los dominios de lo "sublime". (Estoy pensando en la estética de Emmanuel Kant). Acá es el "temor", no el pánico ni el miedo, sino la inseguridad y desprotección del huérfano la que se apodera de nuestra posibilidad de actuar, posibilidad que oscila entre la simple torpeza y la absoluta inmovilidad.

Pero, el lector incisivo podría preguntarse, por qué se dan estas líneas en el ámbito de la "tragedia", al estilo griego. Por cierto, lo numinoso en terrenos de lo religioso hace sentido, ilumina y conduce a la salvación. Fuera de este ámbito la tragedia es la "respuesta" que frente a lo numinoso tenemos. Una plegaria sin milagro, que nos muestra lo más crudo de la existencia humana.

No puedo sino citar acá lo femenino por excelencia, a la mujer por antonomasia, paráfrasis de la manifestación del Ser. Carmen, personaje quizá azarosamente descubierto por Prosper Merimee y que tan magistralmente fue llevado a la opera por Bizet, una de las obras culmines del arte humano. La "femme fatal" como dicen los franceses. Una gitana consciente de su poderío en conflagración con Don José, un soldado de la guardia española, con toda la gallardía y la opulencia que el cargo otorga. Carmen, con su Belleza –una Belleza substantivada, que es también trascendentalidad– hace de su enamorado, primero su incondicional amante, luego su esclavo. Don José cae desde la más alta alcurnia a lo más bajo de la condición humana por seguir este destino que él sabe, de antemano, un camino sin salida. Pero aun así ama incondicionalmente. Carmen lo sabe, pero no puede (no digo "no debe") sino ser quien es. Un personaje cercano profiere una frase condenatoria: "Carmen no ama por más de tres meses". Ella también lo sabe, y llora su intima tragedia. Por esto, la dificultad de calificar el fin de esta "femme fatal", ¿dejó de ser por intención de Don José o se lanza al acero del soldado? ¿Homicidio o suicidio? Citemos sólo una muestra de la obra de Merimee:

[Habla Carmen a Don José]

"–¿Sabes, hijo, que pienso que te quiero un poquito? Pero esto no puede durar: Perro y lobo no hacen buenas migas por mucho tiempo. Tal vez si obedecieras nuestras leyes gitanas consentiría ser tu romi [mujer]. Pero no digamos bobadas. Eso es imposible. Créeme, muchacho, de buena te has librado. Has topado con el diablo; sí, con el diablo, que no siempre es negro, ¡y no te retorcí el pescuezo! Aunque me visto de lana no soy una oveja. Ve a encenderle un sirio a tu majari [Virgen] que se lo tiene bien merecido. Bueno, adiós una vez más. No pienses más en Carmencita, a menos que quieras casarte con una viuda de piernas de palo [alusión a la horca, viuda del último ajusticiado]."

La tragedia esta ahí y es de ambos. Uno por amar lo que no esta a su alcance y lo otro por no poder dejarse amar.

La pregunta: ¿es todo así?, la respuesta es inmediata aun asumiendo todo el riesgo que implica; sí, a pesar de todos los convencionalismos, es así. Somos nada frente a la totalidad, frente a la perfección. Y cuando esta perfección asume conciencia es también la causa de una "nada", ponemos comillas pues ya es una "nada" significativa que es causa, es una provocación.

Hay una salida, una salida que es barata, simple, ramplona, chata. Estimar la Belleza numinosa como imposible y radicarse, en una suerte de narcótico, sólo en lo que es posible, en lo que esta al alcance de la mano. En el mal menor, por miedo al dolor, a las cicatrices, al recuerdo. Celebro esta capacidad, este... ¿don? Maldigo, a la vez, que esta forma de enfrentar lo imposible no esté equitativamente repartida. Queda aún patente la visión de Quasimodo frente a Esmeralda, una opción que no se satisface con la resignación, que es por definición porfía, ira por esta desdeñada condición, rebeldía por cambiar lo real (que en la obra de Víctor Hugo solo queda hasta acá).

Pero demos un paso más, en la condición del romántico –entendido en su sentido originario–.

Somos nada frente a la Belleza de Esmeralda, y es precisamente esta condición la que nos hace todopoderosos, la que nos hace saber lo que somos y la que nos muestra el infinito de posibilidades de lo que podemos ser. Se abre un universo nuevo, infinitos universos nuevos, donde tenemos mucho que hacer, donde tenemos mucho que decir. Es esta la única posibilidad de la "praxis", de la creación, de la poesía.

Convengamos, la visión del Ser, de la Verdad; y más cercanamente la visión de una mujer hermosa, nos entrampa, nos inmoviliza, nos hace torpes... nos reduce a una mínima condición. La situación puede terminar acá, como en el noble desprendimiento del Jorobado de Notre Damme o como en la tragedia de la Carmen de Bizet o, en el más de los casos, en la resignación de un espinoso recuerdo. Pero también tenemos la más dolorosa y angustiaste de las opciones: determinarse en la progresiva pero inútil empresa de ser tan perfectos como lo amado.

Fdo. Mauricio González U.

 

 

 

 

 

esmeralda1.jpg (74452 bytes)
quasimodo2.jpg (55087 bytes)
esmeraldaycuasimodo.jpg (62692 bytes)

Haz click en la foto para agrandar

Cuasimodo y Esmeralda en el Film "El Jorobado de Notre Dame" (Hunchback of Notre Dame, 1939)

Dirigida por William Dieterlen y protagonizada por Charles Laughton como Quasimodo y Maureen O'Hara como  Esmeralda


Hosted by www.Geocities.ws

1