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PALABRA DE RODOLFO ALONSO
por Pablo Montanaro
(Desde Neuquén especial para Fijando Vértigos)

Conocí a Rodolfo Alonso en julio de 1990, precisamente un viernes 13 (la fecha aparece escrita en la dedicatoria que me hizo de su libro Señora Vida). Este primer encuentro sucedió en una oficina que el poeta ocupaba en la sede del Centro Gallego, en la ciudad de Buenos Aires. Hasta allí había llegado yo con la intención de conversar con él -mejor dicho escucharlo- acerca de la poesía. Fueron pocos minutos, los necesarios para saber de la pasión por el arte que emergía en cada una de las ideas y reflexiones de Alonso. 
A ese inicial y breve encuentro, le sucedieron otros, muchos de ellos reflejados en reportajes publicados en revistas culturales. A pedido de Fijando Vértigos he seleccionado algunos pasajes de esas conversaciones, que tienen la característica de ser una fuente de luz para los lectores de la obra de Rodolfo Alonso, o bien para aquellos que se asomen a ella por primera vez. 



EL CAMINO DE LA POESÍA

¿Recuerda cuándo y de qué manera se acercó a la poesía?
No hay una fecha precisa, por supuesto. Y a lo mejor todavía continúo acercándome a ella, sin lograr alcanzarla. Estas cosas no se piensan de antemano, se reflexionan después. Porque el primer asombrado fui yo mismo: a eso de los catorce o quince años, sin antecedente alguno que lo justificara, me descubro escribiendo, un día de lluvia, tres líneas ya concisas, concentradas. Y no demasiado tiempo después, como en un sueño, precisamente la noche antes de cumplir diecisiete años, me convierto en el más joven de “Poesía Buenos Aires”. Y allí continúan los asombros: a partir de 1952, y más o menos hasta 1957 o 1958, escribo unos poemas (o más bien unos poemas me escriben), que no menos asombrosamente se convierten en mis primeros libros, y que aún continúan deslumbrándome. Acaso porque todavía me recuerdan (o en gran medida continúo siendo como entonces), aquellos ansiosos, maravillosos años de la última infancia y la primera juventud, en que la poesía se apoderó de mí.

¿Cuáles fueron sus lecturas iniciales y de qué autores se sentía más cerca cuando ingresó a “Poesía Buenos Aires”? 
Son días tan vertiginosos, todavía, que todo se me encima. ¿Estos recuerdos son de antes o después de haber tomado contacto con “Poesía Buenos Aires”? En el anaquel de un compañero español, exiliado republicano, descubro la Antología de César Vallejo, de Xavier Abril. Que fue una experiencia reveladora, deslumbrante. De pronto sentí que la poesía era una intensa, humanísima experiencia de vida y de lenguaje. Y, casi simultáneamente, en librerías de viejo, descubro a Roberto Arlt, por entonces prácticamente desconocido. Fue otra fulminante revelación. Con los años, preguntándome a mí mismo cómo se había desencadenado todo esto, he llegado a algunas intuiciones, a algunas aproximaciones. Hijo mayor de inmigrantes gallegos, el primero nacido en Buenos Aires, mi infancia fue bilingüe. ¿Nace de allí el don de lenguas que me convirtió no sólo en poeta sino también en traductor? Buenos Aires era en aquel momento una auténtica Babel, donde se hablaban todas las lenguas del mundo. Pero también está el descubrimiento que tuve que hacer, solo, de la gran ciudad. Al mismo tiempo que mi infancia se entibiaba con los recuerdos, y las canciones, y los mitos, de la infancia campesina de mis padres. ¿Nace de allí esa presencia tan viva en mí de la naturaleza, de los verdes vegetales matizados por la lluvia?

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