Lorca en Galicia  
(1932) junto al
convento de San 
Francisco, en Betanzos,
con varios amigos 
gallegos


Dentro de una obra nítidamente ligada con un espacio concreto pero que logra al mismo tiempo un alcance literalmente universal, Galicia y Buenos Aires bien pueden ufanarse --con toda razón-- de haber inspirado

 

OTRO MILAGRO DE GARCÍA LORGA

                                                                                                 por Rodolfo Alonso

 La República Argentina adhirió en su momento, con singular intensidad, a los festejos por el nacimiento del gran poeta andaluz, ocurrido hace ya más de un siglo, el 5 de junio de 1898. Y no deja de resultar comprensible. Federico visitó Buenos Aires en 1933 y 1934, especialmente invitado después del gran éxito alcanzado por Bodas de sangre, y la recepción que obtuvo bien puede considerarse apoteósica. El hijo de Fuentevaqueros sedujo con su duende (que no era otra cosa que gracia, donaire e inteligencia), a todo aquel que se le puso delante. Y hay quien afirma que, siendo considerada en aquellos tiempos Buenos Aires como una de las más importantes capitales de nuestro idioma, Federico fue allí precisamente a consagrarse.

                Y lo consiguió, sin duda. Estrenaron sus obras, dirigió gran teatro con grandes figuras, se lució junto a Neruda en un inolvidable homenaje a Rubén Darío, recitó y publicaron sus poemas, dictó algunas personalísimas conferencias que se volvieron justamente memorables. Pero fue también entonces que García Lorca debió tomar contacto, casi ineludiblemente, con la enorme colectividad gallega de Buenos Aires, esa gran ciudad a la que por su prolongada y nutrida inmigración de aquel origen ya se denominaba --con acierto-- la quinta provincia de Galicia. Y que vendría acaso a resultar el detonante de otro gran milagro de Federico.

                El 27 de diciembre de 1935 el editor Anxo Casal, que muy poco tiempo después iba a sufrir su mismo trágico destino, terminaba de imprimir en Santiago de Compostela el volumen LXXIII de la Editorial Nós. Y así nacían los legendarios Seis poemas galegos, de Federico García Lorca. En los que no se sabe por cierto qué admirar más: si el asombroso don de lenguaje que los convierte en una de las cumbres de la poesía en ese idioma, de tan secular  prosapia  lírica, o la increíble capacidad de intensidad y síntesis que --en tan pocos textos-- le permite aprehender casi lo esencial de la identidad gallega.

                El libro llevaba un prólogo de Eduardo Blanco Amor, ese gran escritor gallego que estuvo también tan ligado a Buenos Aires, y de cuyas palabras iba a desprenderse asimismo otra leyenda. ¿Cómo logró el andalucísimo Federico hacer cuajar a tan alto nivel, y en una lengua que no era la suya, una tan cabal creación poética? A mi modesto entender, y por lo menos hasta el momento, las explicaciones opacamente racionales no han resultado del todo convincentes. Y la única sensación legítima que queda flotando vuelve a coincidir en la increíble capacidad de captación evidenciada por su autor en muchas otras ocasiones.

                Porque, después de todo, sin serlo (pero sí andaluz) Lorca logró expresar y sublimar como nadie el universo tan personalísimo de los gitanos. Y Poeta en Nueva York nos demuestra también cómo su obra se empapaba, y se modificaba, en contacto con realidades absolutamente opuestas. Sin olvidar que, como ya lo hace notar el mismo Blanco Amor, citando una carta del  Marqués de Santillana: “Non ha mucho tiempo cualesquier dezidores e trovadores de estas partes, agora fuesen castellanos, andaluces o de la Extremadura, todas sus obras componían en lengua galaica o portuguesa.”

                Lo cual viene a decirnos, de algún modo, que estos Seis poemas galegos de García Lorca representan, además de sus evidentes logros en cuanto a don de lenguaje y a cosmovisión, también un auténtico homenaje --así sea implícito-- a esa luminosa condición de fundamento de la poesía española que le corresponde al idioma gallego. De lo cual pudo afirmar Menéndez y Pelayo: “No se puede desconocer que el primitivo instrumento del lirismo peninsular, no fue la lengua castellana, ni la catalana tampoco, sino la lengua que, indiferentemente para el caso (en aquella época eran la misma), podemos llamar gallega o portuguesa.”

                Pero no terminan allí sus resonancias. Como para dar fundamento a mis afirmaciones del comienzo, la Cántiga do neno  da tenda es el único lugar, en toda la obra de Lorca, donde se menciona explícitamente no sólo a Buenos Aires --dos veces-- y al Río de la Plata (en tres ocasiones), sino también a la mismísima calle Esmeralda. Y es evidente que ello ocurre dentro de un texto íntimamente consustanciado con la tragedia de la emigración. ¿No es obvio entonces que eso debe haberlo percibido, Federico, por  vía de su contacto con la multitudinaria colectividad gallega afincada en la Argentina?

                Claro que, como se comprueba tan sólo con leerlos, los Seis poemas galegos no necesitan argumentos para imponerse a nuestro ánimo. Les basta su lograda condición de seres vivos, soberanos y autónomos de lenguaje. Auténtica “gloria de la lengua” (como quiso Dante), ellos resultan fehaciente testimonio de una verdadera poesía viva, encarnada en su ser y en su lenguaje. Y que todavía sigue admirándonos. Como un milagro.

 

Cántiga do neno da tenda

 

Bos Aires ten unha gaita
sobro do Río da Prata,
que a toca o vento do norde
coa súa gris boca mollada.
¡Triste Ramón de Sismundi!
Aló, na rúa Esmeralda,
basoira que te basoira
polvo d’estantes e caixas.
Ao longo das rúas infindas
os galegos paseiaban
soñando un val imposibel
na verde riba da pampa.
¡Triste Ramón de Sismundi!
Sinteu a muiñeira d’agoa
mentras sete bois de lúa
pacían na súa lembranza.
Foise pra veira do río,
veira do Río da Prata.
Sauces e cabalos múos
creban o vidro das ágoas.
Non atopou o xemido
malencónico da gaita,
non víu o imenso gaiteiro
coa boca frolida d’alas;
triste Ramón de Sismundi,
veira do Río da Prata,
víu na tarde amortecida
bermello muro de lama. 

                                Federico García Lorca

 

 

Cantiga del chico de la tienda

 

Buenos Aires tiene gaita
sobre el Río de la Plata,
la sopla el viento del norte
con su gris boca mojada.
¡Triste Ramón de Sismundi!
Allá, en la calle Esmeralda,
plumerea y plumerea
polvo de estantes y cajas.
Por las calles infinitas
los gallegos paseaban
soñando un valle imposible
a la orilla de la pampa.
¡Triste Ramón de Sismundi!

Sintió la
muiñeira de agua

con siete bueyes de luna
paciendo en su remembranza.
Se fue a la orilla del río,
junto al Río de la Plata.
Sauces y caballos mudos
quiebran los vidrios del agua.
Pero no encontró el gemido
melancólico de gaitas,
no vio al inmenso gaitero
de boca florida en alas;
triste Ramón de Sismundi,
junto al Río de la Plata,
vio en la tarde moribunda
bermejo muro de lama.
 

                                (Versión de Rodolfo Alonso)

 

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