CREACIÓN LITERARIA: ¿INSPIRACIÓN O TRANSPIRACIÓN?

                                                                                                      Por Alberto Daneri


                                                       Ponencia en Mesa redonda de la Feria del Libro de 1990

 

 

Siempre me he considerado un francotirador de la literatura. Por lo tanto, así como intenté
formarme una cultura recorriendo los más diversos modos de experiencia en este campo, también rechacé los pensamientos escolares. No concuerdo con esa debilidad de suponer que la creación literaria tiene una fórmula, como si uno fuera un funcionario.
Tampoco aprecio las actitudes sectarias; acepto que cada uno enfoque su tarea como quiera. Por supuesto, hay extremistas en ambos lados. "Yo: la máxima palabra del siglo veinte", escribió Norman Mailer. Equivalía a sentenciar, igual que innumerables autores jóvenes y no tan jóvenes: escribo como se me da la gana. ¿Basta con eso? El enfrentamiento entre inspiración y transpiración es demasiado violento, tiene algo de esquizofrénico pues ninguna obra perdurable surgió de uno solo de esos lados, a excepción quizá de Rimbaud. No deseo caer en una simplificación excesiva declarando que ambos puntos son esenciales. Pero lo creo así.
Para muchos es difícil dilucidarlo al no existir en las mayorías una cultura clásica básica, como había hace algunos años. Aquel clasicismo fue reemplazado por el cine, la televisión y el video. Hoy se escriben best-sellers de acuerdo a fórmulas y transpiración, pensando en una mentalidad de sólo quince años. Son para gente que con ayuda de fotografías apenas puede comprender, diría John Dos Passos, unas cuantas frases de los diarios. (1)
Otros anhelan ser escritores porque creen ver una aureola que nunca existió. Saben que el trabajo intelectual está menoscabado en la Argentina y en todo el mundo, pero caen en la inconsciencia de aceptar la idea fetichista que del escritor se hacen los demás. ¿Cuál? Que es un "gran inspirado". He aquí el primer error. Y la culpa es nuestra. Los escritores no somos demasiado reservados, pero sí demasiado tímidos cuando hablan de nuestro oficio.Digámoslo claramente: al principio nuestra mirada es errabunda. Luego la obra debe soportar la prueba del análisis riguroso; la estructura, el método y la inventiva se amalgaman. ¿Pero el valor definitivo no lo determina la intuición, que a su vez nace de la inspiración? Sí. Estamos como al principio.
Veamos: los grandes escritores muestran una nueva realidad, nos hacen contemplar algo por primera vez. La literatura resulta entonces, sin querer, una crítica del idioma. Es concreta y formal. A menudo se ha dicho que el talento que madura pronto es generalmente poético; de allí que en poesía sea más sencilla la inspiración. Atención: no quiero insinuar que sea fácil escribirla. El mismo Dos Passos sostenía que su dificultad es ideal para aumentar la concentración. Pero en cambio, para el teatro y la narrativa, no sólo hay que tener algo que contar; debe hacerse de manera muy elaborada. Llegamos aquí al problema del estilo. 
Descartes, con su "pienso, luego existo"  ya demostraba la
aprehensión directa de lo vivido. No obstante se dice que el estilo es un don. Se tiene o no se tiene. Que la creación es innata. En este aserto descubro una confusión. Es verdad que no se puede enseñar a ser un Proust. Pero diferentes hallazgos que admiramos en él son cualidades adquiridas mediante el trabajo. Así, lo que se adquiere supera a veces lo que se posee. 
¿Es el genio una larga paciencia? Tal vez. Cada autor parece distinto a los demás y por esto no existe un estilo único. Balzac no era Flaubert. Tampoco se puede imponer uno al otro. Ambos cultivaban la transpiración, pero Flaubert creía tanto en ella que esperaba ser de tal manera objetivo que él desaparecería en su obra. ¿Algo los unía? Los principios y matices del arte de escribir filtrados por la inspiración. Por ello Flaubert decía: "Un buen verso no tiene escuela". Lo que está bien hecho, quería decir, no importa cómo llegó a serlo. Esta inspiración la equilibra una tradición de estilo en cada uno de los géneros literarios. Estilo que el escritor seguirá, si lo desea. Modificará, si llegó al mundo para hacerlo. O romperá, si lo encuentra estrecho para él. 
¿Pero cómo se logra un estilo? Es el medio en que se vive el que desarrolla y precisa nuestras habilidades. Para Scott Fitzgerald se consigue absorbiendo cada año por lo menos a media docena de autores de primera. Es decir que lo primero es leer. Leer mucho. Luego la gente se abre camino hacia lo que quiere, aunque dé rodeos; y probablemente esa persona será escritor o mejorará su estilo antes o después. Porque la literatura no es una gracia: terminará escritor aquel que quiere serlo. 
Fitzgerald señalaba cauto que las cosas que redimen a un autor no son "felicidad y placer" sino las satisfacciones provenientes de la lucha con el material, con la página en blanco. Muchos podemos dar fe de ello. También decía que nunca censuraba el fracaso -él murió creyéndose un fracasado- pero era absolutamente implacable con la falta de esfuerzo. Léase con la falta de transpiración. ¡Y lo decía uno de los grandes "inspirados"! Tal vez lo aseguraba por aquello que escribió Thomas Wolfe: "El artista es el único que posee auténtico sentido crítico". De ser cierto, ¿por qué lo posee él? Se ve obligado a seleccionar y para esto necesita la transpiración. "¡Quiero ser un artista más selectivo!" gritó Wolfe mirando sus novelas de 600 y 900 páginas. 
En definitiva, la creación literaria se nutre de cierta fidelidad a la sucesión de imágenes que constituye el proceso mental de la imaginación; se nutre del poder para desarrollar metáforas; y además del grado en que el escritor observe las reglas no escritas de la técnica. El dramaturgo irlandés Sean O' Casey apuntaba que a quien escribe se le debe enseñar esta realidad: escribir es tan arduo como ser oficial albañil; con la única diferencia de que si el albañil no fuera bueno en su labor sería desplazado, mientras que el artista incompetente puede seguir siéndolo engañándose a sí mismo. 
¿Tenía razón Mallarmé al opinar que "una poesía no surge de los sentimientos sino de las palabras"? Depende. Escribió Roland Barthes: "El escritor trabaja su palabra (aunque estuviese inspirado) y su actividad supone dos tipos de normas: normas técnicas (de composición, de género, de escritura) y normas artesanales (de labor, de paciencia, de corrección)". Pero además, agrego, entrega su pasión, sus sentimientos. 
Todo gran autor se sumerge en la tinta del corazón. Quien es hermético y frío posiblemente lo será por haraganería o escasa aptitud para ser claro y profundo. Recordemos a Shakespeare: para él, la insensibilidad es lo único que ofende.
Realmente, ¿será tan importante escribir bien? "La sociedad que consume al escritor -sigue Barthes- transforma sus ansias en vocación, el trabajo del lenguaje en don de escribir, y la técnica en arte: es así cómo nació el mito de escribir bien". El escritor, entonces, es el guardián a medias respetable y a medias risible de la palabra. Esta sacralización de nuestra tarea permite a la buena sociedad distanciar el contenido de la obra cuando ésta la incomoda. Lo cual en nuestro país ocurre a menudo. Por eso no debemos olvidar que la verdad, según Cervantes, puede enfermar pero nunca muere. Parte de esa verdad es que el escritor, en mi opinión, debería considerarse como un artesano más. Artesano de la palabra y, por más genio que sea, no distinto a un panadero. Una masita bien hecha puede encerrar tanta belleza como una buena página.
Sostengo que la primera responsabilidad del escritor es hacia su verdad interior, su inspiración. La segunda hacia su técnica, su transpiración, ya que a través de ella encontrará su realización. Y la tercera y no menos importante hacia su libertad para utilizar el lenguaje. Debe ser libre para rebelarse. Sabemos que la gran creación es un acto de rebelión contra el universo, acto por el cual el artista crea un orden que no existía antes de que él lo inaugurara. Epílogo: quien no tome conciencia de la situación del mundo en que vivimos, señala el Premio Nobel Elías Canetti, difícilmente tendrá algo que decir sobre ese mundo. En una Argentina vaciada política y económicamente, nadie puede llamarse escritor si no pone seriamente en duda su derecho a serlo. Y si no lo hace, sospecho, de poco le servirán la inspiración o la transpiración.

----
(1) Diez años después (junio de 2000) se publicó que el 60% de la población italiana (incluyendo un 10% de universitarios) disfrutando una bonanza material nunca vista, es incapaz de comprender un editorial de diario.

Hosted by www.Geocities.ws

1