El
gran resurrector
Se
ocultaba en cualquier parte: el granero, la alacena, el
pesebre. Es incorregible, decían los vecinos. No sabían
hasta qué grado. Y así pasaron las parábolas y los años,
uno tras otro. Hasta aquella tarde en que, desesperados por
la imprevista defección del chico del delivery, los
invitados a las Bodas de Canaan no tenían ni para brindar.
Y buscaron a Jesús por mar y cielo; no lo hallaron: estaba,
el inconsciente, reviviendo a un tal Lázaro.
Nostalgia y hospicio
Ella
me reprendía, entre carcajadas: “Cállate, tú eres
demasiado loco…!” La extraño tanto, hoy, en mi hospicio
de alhucemas…
El payaso vital
Nuestro
juego –la vida– igual que un payaso, espía cómo lo
jugamos; acodada en el barandal. No advierte, la vida, que
repetimos siempre la misma homérica banal travesía. Con
los ojos clausurados y la mortal cabeza, siempre, bajo el
brazo.
El cadáver polvoriento
El
rostro de tu próximo cadáver te reclama desde el polvo.
Allí donde huellas, o manos ya idas, hacen la señal de la
luz.
Mujer de agapanto
Lluvia.
Llueve copiosamente a través de una lumbre silenciosa, y la
mujer morena bebe cada gota, cada hoja vegetal, con su
cabello partido en grandes alas de gaviota y ojos que
arden incendios de ágata y agapanto. La mujer flota en la
lluvia y es una flor vertiginosa que recoge otras flores, y
todo es único y esquivo igual a una gacela que burla, con
grácil gracia, al torpe cazador. La mujer atrista ojos de
poeta, diluvia un tímbrico “¿a que no me alcanzas?”,
y su corazón hiende la maleza con saltos insomnes,
con ojos que no callan y claman su melopea en la noche del
solitario.
¡Oh,
exótico del puerto!
En
aquella muertevela el viento te mecía. Derretían tus ojos
una helada histórica, cuchicheabas una letra erre un fa
menor. Tolerabas diferentes interpretaciones, parecías un
depósito del puerto. Exótico, impenetrable.
Si
te pensaran…
Han olvidado pensarte. Con asesina persistencia. Y es que
todos los demás se hallan tantan ocupados.
Lo
juro
En la vejiga de ozono de la oscuridad, al caminar en
puntas de pie resucitan los insectos.
Así moriste, Jorge Ariel
Compraste
tabaco para pipa en Santiago de Chile, en un kiosco al que
no lograste volver un minuto más tarde. En Valparaíso un
pescador te confió una estrella de mar: se deshizo en polvo
no bien él se alejó. En Chimbote, Perú, y en 1968,
hundiste el pie en un pozo que desembocaba en las antípodas
mientras, alrededor, el aluvión del Huascarán lo cubría
todo. En Caracas atendiste el teléfono y un bolero de
Daniel Santos te saltó al cuello. En la medianoche de Münich,
tiritando por la helada, frente al carillón del
Ayuntamiento, un saxofonista hizo retroceder a la dama de la
guadaña. En Marruecos cinco mendigos te persiguieron a la
carrera entre las serpientes melómanas de la plaza Jemanjaá.
En La Habana , desde un balcón, un cerdo tarareaba un son
sobreponiéndose al degüello. En Medellín cierta mujer te
llevó hasta el Callejón del Pecado a preguntar por droga.
Allí te asesinaron.
Hablo
de la amorosidad
Cuando
el vivir se hace presente, la amorosidad inventa
modos antiguos. Hay niños de anchos ojos negros cuyos dones
suben lentos la escala de la alegría aún no nacida. Y hay
gestos en los extremos de las manos que condensan el
asombro. Digamos, lo extraño de despertar, cada vez, en una
ciudad diferente. Y aun así, amarla.
La
bestia lunar
Esto
quiere decir nada y quiere decir todo. La nada que es todo,
la que sabe que todo nace de ella bajo el imperio lunar,
cuando uno es animal de celo y aullido. Cuando tu ex yo
viste su traje, come, llora; y la noche se viste con lo que
no sos.
Uno
para todos
El
gato, la manzana, el hombre, existen sólo para
perpetuar los muertos de su especie.
Cherchez
la femme
Labios
gruesos, palpitantes; senos que desbordan la blusa y obligan
a subir la mirada hasta sus ojos, o bajarla para que
acaricie las manos perfectas: inventar a esa mujer exigió
menos esfuerzo que el de ponerse a su altura.
Cherchez
la femme II
Ella
bajó batiendo con enojo la puerta del auto: andás en
otra cosa, lo sé. Responder fue tosco como un vidrio
mal tallado. Había que mirarla un segundo, simular una
reacción de ofensa. Momentos cuando uno se sabe pequeño
como la más ínfima partícula quarq. La verdad
–intuiste– es siempre preferible al bochorno (pero ésa
sería una enseñanza posterior, a medida que años y hojas
amarillearon).
Ella
se alejó con igual-diferente y algo ajada agilidad de otro
tiempo. Aún era posible detenerla, recuperarla; pero al
intentar un acto reivindicador del añejo equilibrio, algo
chisporroteó en el viento. Se oyó un grito: ella
desapareció. O quizás sólo fue que todos habíamos
cambiado. No fue posible ya ser los de antes. Nunca más.
Nada
peor que los gemelos
La
abismal, dolorosa diferencia entre dos gotas de agua, que a
mero golpe de vista las divorcia -hasta el odio- en aspecto
y en cualidades hídricas, es un hecho decididamente
intolerable. No tanto, sin embargo, como la fatua belleza
del cerdo o la ternura carismática de la hiena. Ni el afán
de la araña-pollito por acicalarse sin cesar, mediante
anchos lengüetazos sobre senos y patas.
Asadito
Dedos
de él, masajeando cuello y nuca de ella. Acaban de
conocerse. Le ha revelado él la magnitud de su deseo:
"Te quiero comer". El reencuentro, seis meses más
tarde, será dulce e interminable. Lo que le demore asarla
en el horno a leña de su casa de campo.
Acrobacia
amorosa
Anheló retratar los
gestos del amor: sólo cuerpos desnudos ardiendo en el vacío.
Charlatanes
Decíanse tanto sus
ojos, que los solos labios entreabiertos fueron los del
sexo.
¡Así cualquiera!
El
hombre ni branquias tiene. Sí la mujer, nictálope molusco
de profundidad.
Presentación
De
entrada nomás te sorprende la disposición de las sillas,
injertadas unas en otras de un modo que suponés casual.
Pero basta sentarte y quedás acollarado por un andamiaje de
cuerina, de rodillas propias y ajenas. Y nalgas, horrendas
nalgas, deliciosas nalgas. Estas últimas, lo sabes bien,
incitan a la femenina seda a resbalar con languidez. Y sobre
ella: las puntas de tus dedos.
Sentarse
allí era un acto de arrojo al que te lanzaste sin pensarlo.
Y allí estabas, apoltronado, soñando (el diablo sabe por
qué) con «Rose of Picardy» en las grabaciones de Al
Jolson e Ives Montand; la primera, de 1949, cuando con unción
guardaste tu flamante libreta de enrolamiento; la segunda,
del 80, el mismo año en que quedarás prisionero de una
silla Tudor, dentro de un saloncito empenumbrado en reflejos
celestes, esperando algo. ¿Tal vez a Fred Astaire, con su
media sonrisa en aquel old fashion way? ¿Quizás a
una visión espléndida y distinta, como la que suspiraron
los colonos Juan Cruz, Santiago Armella, Wladimiro Katz y
Hermenegildo Aguirre, quienes al atardecer del 17 de
setiembre de 1934, en las inmediaciomes de Cerro Redondo,
allá por Olavarría, embobados por sin extrañeza vieron
surcar el cielo a la poetisa Felipa Salgado, igual a un
esquife, tan arriba y tan tranquila? O estarás esperando
una nueva, infinita función de «El Caballero de la mano
Roja» y su villafañesco caballo «Temerario»?
Las
caras de los contertulios empiezan a borrarse. Brota de
ellas, en crescendo, un coro: «Rose of Picardy», «In the
old fashion way». Felipa sobrevuela tu cabeza.
Tantos
hechos te impidieron constatar el cerrojo de las sillas
presionando a tu cuerpo enflaquecido. El momento cuando unas
nalgas te oprimieron; primero te ganó una estimulante
excitación, luego supiste: te arrastraban hacia el fondo,
al subsuelo donde moran los insectos y adonde fluirán (algún
día) tus cenizas.
Rogaste
por auxilio; casi sin esperanza. Desde el escenario proseguía,
imperturbable, la erudita presentación de un poemario a
cargo de una profesora en Letras provista, cómo no, de esos
anteojos de carey. En eso, Felipa Salgado arrojó, desde lo
alto, su cable de heliotropos. Y por él trepas, jadeante.
Hasta donde Temerario te aguarde sudoroso y entre brincos a
lo Fred Astaire, en aquel viejo estilo elegante. Hasta un
paraje donde puedas gozar del espacio abierto. Allí donde
no te alcancen, ya, los poéticos aplausos de la jauría.
A
Javier Villafañe, siempre
Tiempos difíciles
Los
hombres-rana de la antigua China no podían ejercer su arte:
a cada rato les eran pedidas las ancas. Para la cena del
Emperador.
Sólo
para mayores
Ese
hermafrodita se amaba apasionadamente.
Dejarla
ir…
Guardaste
en gavetas y estantes los mínimos objetos de tu mujer,
muerta. Cada tanto abrías aquellos compartimentos para
estudiar, con desvelo, los muñequitos de metal y madera, el
prendedor que remedaba un guerrero africano, el par de
guantes de cabritilla hechos un guiñapo, hombreritas,
monedas aptas para evocar el viaje a Europa, cuadernos y
recetarios y partes médicos. Hasta que un día
comprendiste: no se trataba de que no supieras qué hacer
con aquellos bienes privados y atesorados por años como una
culpa. Ocurría que ellos, y vos, debían cumplir
obligatoriamente su período en el limbo, para aprender a
irse. Con el mayor sigilo.
¿Ni
una más?
Hay
tres maneras de morir. Me lo revelaron tres muertos.
Ser
vegetal para susurrar sílabas de clorofila, y mirar con
pupilas colmadas de deseo la mirada tuya que mira con un
mirar que sólo podría describir quien lograra mirar desde
tus ojos de animal en celo.
Voley-head
Apenas
giró la cabeza, ésta voló a las tribunas. Lo malo: nunca
fue devuelta al campo de juego.
Ellas
te escriben poemas. Sus teléfonos exudan ruegos de pasión.
Te idolatran al punto de convertirte en leyenda. En la calle
chorrean a tu paso un líquido espeso, melífero. Sólo
logras dormir si, por la noche, rocías con hembricida cada
recoveco de la cama. Su olor es lo más más difícil de
erradicar. Sus tentáculos se adhieren a las sábanas, sus
ventosas se aferran a tu navío que se estrella en las rocas
del fiordo. Ellas cantan allí a tu cadáver obsceno. Su
amor persiste como un odio.
Relaciones
peligrosas
Crías
a tus bestias. Cierta noche, al abrir la ventana por la que
entrás a tu habitación, la menor de ellas alzó sus
faldas. Impúdica. Lo hizo no bien tus hombros cayeron bajo
el cono amarillento del quinqué. O acaso fuera la luna,
danzando sobre auroras australes. Porque tus bestias
(siempre al sesgo, en escorzo siempre) ni mentir saben. Si
les brindas tu amor, puede ocurrirte lo que al marino
baudeleriano derrotado por el albatros; serás confinado a
bares, prostíbulos y a esa mujer del puerto de quien ellas
-tus bestezuelas- han de sentirse eternamente celosas.
Solitude
La
habitación del solo soledades cloquea (colmo de la
redundancia). El estruendo al abrir la heladera compite con
el tráfico de Fifth Ave., N.Y., a la hora pico estival. En
la habitación del solo cada mosca o sábana, cada pelusita,
llevan estampado en el orillo su hilván de catástrofe.
Ley
de Newton
El
vuelo es cualidad del aire; la natación, del agua. Los
accidentes de aviación, los ahogados: descuidos de los
elementos.
Cría
cerdos…
Cerrar
los postigos del sueño. Acunar un tiempo que se curva tras
los párpados. Allí donde un cerdo salvaje devora a las
criaturas de tu imaginación.
Guilty
Para
el hombre-lobo, la luna llena es única culpable de la bala
de plata que le hurga el sexo.
Para
planetas, Erenchun
Extraño,
en verdad, el planeta Erenchun. Supóngase, por un instante,
cierta insomne topografía donde la lluvia brota del
desierto mientras corretean dinosaurios pequeños y dulces
como golondrinas, y el tiempo vuela hacia atrás mediante
una furiosa rotación sobre su vértice. Bien: nada de eso
ocurre en Erenchun.
¿Qué
te quedó?
Tiritabas
en cubierta mientras llovía la nieve. Al asomar fuera de
borda, el viento te desguazó
bíceps, pene, identidad.
Delicadeza
Un
hombre devora a otro, tan educadamente: nadie oiría la
digestión.
Morituri
signum et signatum
A
Pepe comenzó a cambiarle la cara (de modo casi
imperceptible).
Esa
tarde lo había visitado el amigo, que armó gesto de extrañeza.
No una transformación en los rasgos, como cuando años sin
ver a alguien y al redescubrirlo saltan esas desproporciones
que hacen de su rostro una parodia del anterior, una
sobreimpresión feliz o lamentable.
Esto
era diferente. Pepe notó que el compinche lo observaba con
alarma, dibujando en el aire signos de pregunta.
A
Pepe lo divirtió su inquietud. "Pero -preguntó- ¿nunca
has visto morirse a alguien?". El otro mostró alivio:
"Haberlo dicho; como te cortaste tan raro el
pelo...".
"Y
hasta me quité la nariz", completó Pepe con humor,
alegre de que el otro no hubiera advertido su fúnebre
indiscreción.
Tres
días después, murió el otro. Como estaba escrito (en ningún
folio secreto, en la cara sin nariz de Pepe, que no asistió
a los funerales).
Las
lobas del amor
Ocurre.
Cada vez.
Cada
vez que el perro busca su ágata en el mar, que el amor y la
mujer agitan su mediodía en el agua. Entonces, ocurre:
La
olla de los sentimientos del mundo no puede contener ya tu
luz, tus detritus. El todo sensible excede a tu mínimo
humanito, peón de la necesidad cotidiana y astral; y una
botella alberga un barco de jarcias y trinquetes y esloras,
cobija la pregunta con que sueñas arrojar esa botella a los
grandes espacios de azufre. Los ámbitos de la feligresía
del amor.
Soy
tu perro de síntoma y alambre, sos la sonrisa que me
envuelve en llamas, mi agua necesaria. Sos mi cavilación y
mi enfermedad, mi lugar en el orden de las ciencias
mortales.
Las
ciencias, la palabra, los seres nacidos con los grandes ojos
fijos para auspiciar la vida. Cada vez, cada vez.
Tucutum
El
tren no es el tren. Es su galope –trepidante– tras el
pinar.
Pero
no lo creo
Me
han dicho que hoy comenzó el resto de mi vida. La profecía
me dejó perplejo.
Dígame,
por favor
Qué
sudoroso el brío para enrumbar la galera de esclavos hacia
la remota isla de Náhuatl; cuán refrescante la brisa que,
en la playa infinita, cacheteó nuestra plegaria; qué
injusto el látigo del capanga al recordarnos la servil
condición; cómo los orangutanes de la jungla antojaban -en
lo grotesco- parecerse a nuestro empeño. Qué libres
resollaban al comparársenos; ah, cómo reímos al clavarse
de pronto mil flechas en el tórax de los amos. Cómo, cómo
vinimos a morir aquí.
Alter
ego zoológicos
A
cara de perro, gato, mosca. Cuando nació Fidalma,
nadie le vaticinó que sería violada por su tutor, que le
extirparían los órganos germinales, que sólo podría
concebir mediante embarazos ectópicos. Ni estuvo allí
Casandra para profetizarle el descuartizamiento de dientes y
amantes. Fidalma muere, incluso envejece, sin que alguien se
avenga a revelarle cómo abrir una puerta (sólo sabe
cerrarlas: para salir de casa debe rogar ayuda). Fidalma espía
en el espejo a una mujer infernal. Ambas se miran a cara de
mosca, gato, perro.
Ecuación sentimental
Habían
discutido tanto. Hasta que ella explotó: “Estoy harta de
la imagen mía reflejada en vos." Y de un tajo cortaron
el amor. Él atinó a hacer la única cosa posible: le
escribió, buscando rociar algo de cuanto ella había
significado para él. Así evocándola, supo que la
amaba, pues sólo recordó maravillas. De modo que aquellas
palabras latieron triangulares como lunas, blancas y
luminosas como naranjas. El amor de a dos quedó dentro de
un planeta marino. Pero él pudo devolverle la imagen
deseada. Y el amor de ese hombre siguió vibrando. Con los años
le brotaron naranjas, lunas triangulares.
«Se
huye por arriba»
Laberinto
peor que memoria no habrá, dédalo más arduo que tu
destino no ha de verse en planeta o fiebre de tus sueños.
Fullero
de sí
Hilan
las caras tales gestos sobre la estría maderada
(“mesa”). Las caras son descartes, ronca harina
transitoria. Barájanse los naipes, hierve el vino mostos
del origen: cuando esto humanitos eran vivos. Contraseñas
(“en el aire”) dibuja aquel cadáver jugador. Y álzanse
los oficiantes (“uno en uno”). Se entristan de ser
muertos. Vacío queda el universo. Sólo un naipe jugará
(“desde el pasado”). Un naipe jugará, contra sí mismo.
Escheriana
Dos
mil seis estorninos en el gran bosque azul de Montenegro.
Sus graznidos aturden campanarios. Igual a una lámina de
Escher, trastornan ellos forma y color. Tórnanse un único
estornino, en vertical picada al génesis del agua. Un ave,
una gota. Una hoja, un pico, una nube. Una campana batiendo
un ala. Todo cuanto sobraba ya se ha ido.
Reina negra
Corazón
panecillos mieles para la reina oscura del mar.
Entre cruces y hologramas Ella avanza. Es su
reino ajedrez de dualidades.
Otra
cosa, siempre
No
era de riña un gallo ni un lobo hambriento era, ni letanía
o nenúfar danzando en la brisa: giganta en el solsticio
pasional era Ella, sin importarle semen, culpas del
solitario.
Sé
porqué lo digo
Sólo
ha de ser camino lo no andado jamás.
Percepi
et vivere
Nada
esplende como la arena de la percepción: desde el
bosque la eléctrica cigarra del verano. Nada esplende
como el áspero canto de la percepción.
MIENTRAS
ÉL DUERME
El
tigre de Sumatra comienza a devorarlo con fruición. Una
vela desvela el bosque donde él yace. Y todos los que él
fue caminan de perfil, con larguísimos pasos marciales. En
turbador silencio, envueltos en girones de nubes. Madre
irrumpe: le ordena algo que no entiende. Mientras él
duerme. Resignado de sí. Mientras duerme cual ciervo
vulnerado.
Muchos
que no morían hieden tan raro arte / mientras Él duerme.
Se
mofaría el marido, el durmiente, en pesadillas, de su
mujer, la atroz muchacha que alza aquella lámpara
retumbadora de la memoria. Pesadillas de él logrará eludir
ella, torva criatura que se oculta a orinar, un
instante inmortal, contra el rostro de la bruja muerte.
Ella
–la amada– lo evoca al vislumbrar el embarazo lunar.
“Por dios” (gime) y el viejo mastica la nada, duda entre
volver a casa o degollarse junto a un muelle. Por lo cual,
las dos niñitas, las princesas de las perversiones exigen
al durmiente responder al oráculo. Lo observan –de
soslayo– con perfidia, hacen brincar (en turbador
silencio) un opaco balón: rueda el balón escaleras abajo
(hacia el vacío). Él duerme, o no, y su cuerpo se eleva
entre los ángeles.
Mientras
él duerme, su mujer urde pócimas y afrodisíacos. Da él
mil cien vueltas en la cama: vomita herencias, forniques,
dislates.
Jorge Ariel Madrazo
(Buenos Aires, 1931) Poeta,
narrador, traductor. Doce libros de poesía,
entre ellos De mujer nacido (Alción, 2003) y Teoría
sobre Ella (Vinciguerra, 2006). Premios
Nacional-Regional y Municipal. En narrativa: Ventana con
Ornella y La mujer equivocada (Premio Eduardo
Mallea). Entre sus traducciones: poemas éditos e inéditos
de Allen Ginsberg, libros de relatos de Jack London,
versiones de poetas yugoslavos y narradores brasileños
contemporáneos. Participó de encuentros internacionales:
Medellín, Bogotá, Eugene,USA / Oregon University,
Monasterevin-Irlanda, Montevideo, Struga (Macedonia) y
Bieljo Poljie (Montenegro). Fue traducido al inglés,
italiano, francés, portugués y macedonio. Integra el Comité
Editorial de las revistas «El Perseguidor» (Bs.As.), «Trilce»
(Concepción, Chile), y otras del país y del exterior.
Novela inédita: Gardel se fue a la guerra.