Rodolfo Modern




Rainer María Rilke: ángel y cantor
(fragmento)

Debemos demorarrnos en Duino... En varias oportunidades el poeta ha narrado el hecho, que adquiere en su ánimo la dimensión del milagro. Un día de enero de 1912, el veinte para ser exactos, tal la narración trasmitida por la princesa Thurn und Taxis, Rilke se hallaba en el interior del castillo, con la servidumbre solamente, preocupado por contestar una carta de fastidioso contenido. Para distraerse salió a los jardines ubicados a unos cien metros sobre el mar. El Bóreas soplaba con violencia, y el sol brillaba sobre aguas azules que resplandecían como plata. De pronto, en medio de los rugidos del viento, escuchó, como si viniera desde lo alto, esta pregunta: ¿Quién, si yo gritase, me escucharía / desde los órdenes angélicos?
Rilke, algo inclinado hacia el espiritismo había sufrido ya diversas experiencias visionarias... Consideraba, además, que el poeta era una especie de recipiente y recipendario de voces más altas, entre las que no excluía la de Dios. De suerte que estas palabras escuchadas, y no deliberada y conscientemente buscadas, le parecieron que daban fin al proceso de sequedad poética que tanto le afligía, y podían significar un nuevo comienzo, un camino de metas insospechadas. Así fue efectivamente... Eso "le había sido dado", y de esa manera lo reconocía.

 

La densa estructura de las Elegías permite disparar, más allá de las posibles inter-
pretaciones de un vocablo o de una imagen, otras concernientes a la significación de su totalidad. Pues las mismas, en un sentido supraformal, conforman una unidad, un ciclo con un comienzo definido y una respuesta final congruente. De este modo han sido posibles toda suerte de respuestas, desde las que consideran que Rilke expone una situación personal (lo que no deja de ser, en alguna manera, exacto), hasta aquella según la cual es lo general humano, y más aún, la naturaleza del ser lo que está en juego, o mejor, en conflicto.
Esta forma de posición ha llevado a muchos comentadores a ser tentados a soste-
ner en distintas lecturas, una posición filosófica o religiosa, más allá de toda con- tingencia meramente personal, social o aun cultural. Y no han faltado quienes pre- tendieron identificar las Elegías con una filosofía de cuño existencialista. Pero aun- que ciertas analogías existen, la angustia o agonía rilkeanas no tienen ese sentido de "ser arrojado" común al credo existencialista. En el Rilke tardío, la conformidad, el dejarse llevar y la aceptación final que las Elegías ofrecen están en una situación opuesta a ese "ser arrojado" propio de Heidegger... estudiosos como Guardini han considerado que las elegías son algo más que una manifestación simplemente "poética" vertida en un lenguaje inusual hasta entonces en la historia de la lírica alemana. Y que germanistas y eruditos hayan establecido en las Elegías y su complementario, los Sonetos, una postura de innegable y hondo sentido filosófico en cuanto a las cuestiones allí debatidas. Pero, por otra parte, también significa recaer en un error algo frecuente, separar las soluciones conceptuales simplificadas en las Elegías de su valor poético, cuya verdad propia es deber destacar como corresponde.
He aquí un vasto fresco o ese "tapiz glorioso" con fórmula de Rilke, donde los deta-
lles o circunstancias trascienden lo anecdótico y se convierten en función esencial, en un elaborado juego de "relaciones" y sirven para recalcar la sustancialidad del mensaje. Sus protagonistas se eligen también en el reino de lo fundamental, y ese hombre, a la vez genérico y subjetivo, que interroga y dice, que se desespera y consuela, que denuncia y aquieta, que afirma, encomia y niega, se encuentra a sus anchas en el aire de lo sublime, o dentro de aquello que es carozo o núcleo de la esencia.
En este cuadro, donde lo infinito y lo finito muestran su juego íntimo, sólo inteligible para los pocos iniciados en la vivencia de fondo que un corazón omniabarcador comprende, es congruente la presencia del Ángel. Meta y antagonista al mismo tiempo, puente hacia un absoluto que no ha llegado ni se evidencia (sólo en una ocasión Dios es nombrado en el curso de las Elegías), el Ángel rilkeano, que algunos comentaristas han llegado incluso a considerar como una trasposición de la propia persona del poeta, domina con su presencia la escena, ya de entrada. Con él apunta la posibilidad del diálogo, malgrado su terribilidad y su belleza anonadante. Creación de Rilke, anticipada en algún poema previo, pre-ocupación y ocupación constante, en este ángel muy particular dentro de los "órdenes angélicos" se encierra, fuera de la ortodoxia judeocristiana, y más apropiado a la concepción musulmana según la célebre carta aclaratoria de Rilke a su traductor polaco Hulewicz, una intemporalidad e impasibilidad ajenas a las figuraciones tradicionales. Pues este ángel, no sólo sobrepasa lo humano en esa jerarquía u "ordo" que el pensamiento medieval cristiano fundamentó, como tampoco es intermediario activo, sino que resulta el punto de referencia más elevado del que Rilke puede valerse para una superación de lo humano terrestre frente a la atadura humana contingen- te que es la maldición a soportar. El Ángel sabe y domina, él se mueve en el reino de lo "abierto", en esa interioridad universal donde las cosas se unen en una totali- dad que lo abraza todo y está en contacto con la Verdad superior negada a los simplemente humanos. En esta revelación a medias campea el Ángel con su exis- tencia eterna y válida en sí misma como un ejemplo vivo en un cosmos sujeto a la fugacidad y el desvanecimiento, reconocido por Rilke en su dolorosa fórmula: "Pero nosotros, los que nos desvanecemos", y que, paradójicamente resuelve el problema de la inmortalidad. O, de acuerdo con la terminología de Rilke, con el de la muerte como la otra cara de la vida, como lo único y uno mismo que debemos afrontar y aceptar a fin de otorgarle un sentido auténtico a la existencia de aquí y de ahora.
Pero el Ángel no ofrecerá una respuesta hasta que nuestros sentidos hayan sido
suficientemente trabajados por los impulsos del corazón para recibir el mensaje, y
hasta entonces, su mudez inmediata es inevitable. Que exista, sin embargo, una
vivencia acerca de la cual Rilke no abrigaba dudas, constituye un estímulo, una
invitación a proseguir el diálogo, y, lo que es más importante, un camino a adoptar
hacia el objetivo final de una comprensión, corpore et anima, de la naturaleza del ser.

de "Hispanoamérica en la literatura alemana y otros ensayos" (Ed. Fraterna, Buenos Aires, 1989)


 

fijando vértigos 2007 ® Todos los derechos reservados

 
Hosted by www.Geocities.ws

1