Rainer María Rilke (1875 - 1926)

                                             Homenaje

 

                                       Rosa, ¡oh pura contradicción. voluptuosidad de
                                                 no ser el sueño de nadie bajo tantos párpados!


ELEGÍAS DE DUINO

PRIMERA ELEGÍA

Quién, si gritara yo, me oiría entre los coros
de los ángeles? y suponiendo que me tomara
uno de repente hacia su corazón, me fundiría con su
más potente existir. Pues lo bello no es nada
más que el comienzo de lo terrible, que todavía apenas 
                                                          soportamos,
y si lo admiramos tanto, es porque, sereno, desdeña
destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Y por eso me contengo, sofocando el reclamo
de un oscuro sollozar. ¡Ay! ¿A quién podríamos
recurrir entonces? No a los ángeles ni a los hombres;
y los sagaces animales ya notan
que no estamos muy confiadamente en casa
en el mundo interpretado. Tal vez nos queda
algún árbol en la ladera, para verlo a diario
de nuevo: nos queda el camino de ayer
y la mimada fidelidad de una costumbre
que se encontró a su gusto en nosotros, y se quedó sin irse.
Ah, y la noche, la noche, cuando el viento lleno de universo
se apacienta de nuestro rostro, ¿para quién no se quedaría, 
                                                                         ella, la deseada,
suavemente desilusionadora, que para el corazón solitario
es tan penosamente inminente? ¿Es más leve para los enamorados?
Ay, ellos sólo se ocultan el hado el uno con el otro.
¿Aún no lo sabes? Echa desde tus brazos el vacío
hacia los espacios que respiramos, quizá para que los pájaros
sientan el aire ensanchando con vuelo más íntimo.
Sí, las primaveras te necesitaban. Requerían
algunas estrellas que las percibieras. Se alzaba
una ola hacia ti desde el pasado, o cuando
pasaban ante la ventana abierta,
se entregaba un violín. Todo esto era misión.
Pero ¿estuviste a su altura? ¿No estabas siempre
distraído todavía de expectación, como si todo
te anunciara una amada? (¡Dónde vas a esconderla
si ahora los grandes pensamientos extraños en ti
entran y salen, y a menudo se quedan por la noche!)
Pero si ansías, canta a quienes amaron: lejos
aún de ser bastante inmortal está su celebrado sentir:
a esos abandonados —¡casi les envidias!— que encontraste
mucho más amorosos que los satisfechos. Empieza
siempre de nuevo la alabanza inalcanzable;
piensa: el Héroe perdura: hasta su misma caída fue
para él sólo un pretexto de ser: su nacimiento último.
Pero a los amantes la naturaleza agotada
les vuelve a recoger en sí, como si no hubiera fuerzas
para cumplir dos veces esto. ¿Has pensado bastante
en Gaspara Stampa, para que alguna muchacha
de quien huyó el amado, ante el ejemplo exaltado
de esa amadora, sienta: "Ojalá fuera yo como ella"?
¿No debían al fin esos prístinos dolores
hacérsenos más fecundos? ¿No es tiempo de librarnos,
amado, del ser amado, y resistirlo, estremecidos,
como la flecha a la cuerda, para, concentrada en el disparo,
ser más que sí mismo? Pues en ninguna parte hay perduración.

Voces, voces. Oye, corazón mío, como sólo antaño
oían los santos: que la gigantesca llamada
les alzaba del suelo, pero ellos seguían de rodillas,
imposibles, y sin atender:
así estaban oyendo. No es que tú aguantarías de Dios
la voz, ni de lejos. Pero escucha lo que sopla,
la noticia ininterrumpida, que se forma de silencio.
Ahora zumba desde esos jóvenes muertos hacia ti.
Dondequiera que entraste, ¿no te habló en las iglesias,
en Roma y Nápoles, tranquilo, su destino?
O se te imponía sublime una inscriipción,
como hace poco la lápida en Santa María Formosa.
¿Qué me quieren? Calladamente debo apartar
el aspecto de injusticia que a veces estorba
un  poco el puro movimiento de sus espíritus.

Cierto que es raro, no habitar más la tierra,
no usar ya las costumbres apenas aprendidas,
y a las rosas, y a otras cosas a su manera prometedoras,
no ser ya lo que se fue en manos de infinita angustia
y abandonar hasta el propio  nombre
como un juguete destrozado.
Extraño, no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver que todo lo que se ligaba aletea tan suelto
por el espacio. Y el estar muerto es trabajoso
y lleno de repaso, hasta que poco a poco
se rastrea algo de eternidad. —Pero los vivos cometen
todos el error de distinguir demasiado fuerte.
Los ángeles (se dice) no sabrían a menudo si andan
entre vivos o muertos. El eterno torrente
arrastra siempre todas las épocas consigo
a través de ambos reinos, y suena más fuerte que ellas en ambos.
En definitiva, ellos ya no nos necesitan, los ausentados prematuramente:
se desacostumbra uno de lo terrenal, suavemente, como
de los dulces pechos de la madre. Pero nosotros,
que tan grandes misterios necesitamos, y para quienes
tantas veces surge del dolor un feliz avance, podríamos ser sin ellos?
¿Es vana la leyenda de que, antaño, por llorar a Linos,
la primera música, arriesgándose, penetró la rígida dureza,
de modo que por vez primera, en el espacio asustado, del que un joven casi divino
escapó de repente para siempre, el vacío entró
en esa vibración que ahora nos arrebata y consuela y ayuda?

de "Elegías de Duino" (Ed. Lumen, Barcelona, 1980, traducción de José María Valverde)



 

SONETOS A ORFEO

III

Un dios sí puede. Pero dime, ¿cómo
podrá un hombre seguirle por la angosta lira?
Su sentido es discordia. En el cruce
de dos caminos del corazón no se alza ningún templo para Apolo

El canto que tú enseñas no es anhelo,
petición de algo que al final se alcanza;
el canto es ser. Es fácil para el dios.
Pero nosotros, ¿cuándo "somos"? ¿Cuándo

dirige a nuestro ser "él" tierra y astros?
No "es", muchacho, tu amor esto, por mucho
que te haga abrir la boca tu voz, aprende

a olvidar que cantaste. Esto pasa.
El cantar verdadero es otro hábito.
Un hábito por nada. Soplo en el dios. Un viento.

 


LOS CUADERNOS DE MALTE LAURIDS BRIGGE (fragmento) 

...cuando oí balbucear al otro lado tan cálida y blandamente, por primera vez desde
hacía largos, largos años, aquello volvió a estar ahí. Aquello que me había infundido
mi primer terror profundo, cuando siendo niño estuve con fiebre: lo enorme. Sí, así lo
había yo llamado siempre, cuando todos estaban de pie alrededor de mi cama y me
tomaban el pulso y me preguntaban qué me había asustado: lo enorme. Y cuando
buscaron al doctor, y vino y me alentó, entonces yo le pedí que solamente hiciera
irse a lo enorme, todo lo otro no importaba. Pero él era como los otros. Él no podía
sacarlo, aunque yo fuese entonces tan pequeño y hubiese sido fácil ayudarme. Y
ahora estaba otra vez aquí. Luego desapareció, no había vuelto ni siquiera en las
noches de fiebre; pero ahora estaba aquí, y yo no tenía fiebre. Ahora estaba aquí.
Ahora crecía brotando de mí como un tumor, como una segunda cabeza, y era una
parte de mí mismo, aunque en absoluto podía pertenecerme, puesto que era tan
enorme. Estaba allí como una gran bestia muerta, que antes, cuando aún vivía,
hubiera sido mi mano o mi brazo. Y mi sangre me recorría y la recorría como a través
del mismo cuerpo. Y mi corazón debía fatigarse para impulsar la sangre hasta ella:
casi no había sangre suficiente. Y la sangre penetraba en ella con desgano y volvía
enferma y mala. Pero se hinchaba y crecía ante mi rostro como una roncha caliente
y azulada, rebasaba mi boca y mi último ojo desaparecía bajo la sombra de su borde.


(Ed. Corregidor, Buenos Aires, 1977, traducción de Rogelio Bazán)

 


 

TÚ ERES EL DÍA...

Tú eres el día, entre la multitud
este rumor que corre,
y este silencio que luego de sonar la hora
lentamente vuelve a cerrarse.

Pero, cuanto más cerca está de su final bañándose
con abandono en el ocaso,
más real es tu existencia, Señor. Tu reino
asciende como el humo de los techos.

(de "Libro de Horas")


Simone Martini  "Ángel y Virgen de la Anunciación" (detalle)
Real Museo de Bellas Artes de Amberes

 

EL ÁNGEL

Inclinada su frente, aparta
lejos de sí aquello que obliga y limita,
pues en su corazón va, erguido y potente,
aquél que verá en lo eterno y rueda de ello en torno.

Ante él están los cielos profundos
plenos de imágenes, y cada una puede llamarlo, 
                                                              diciéndole:
¡Oh! Ven y reconoce—. No deposites nada
de tu peso en sus frágiles manos
para que lo sostengas. De noche acudirían
a ti, para afirmarte en la lucha,
y vagar irritados por la casa,
y aferrarte, cual si creado
te hubieran, rompiendo de ti la forma.

(de Nuevas Poesías)


CARTAS A UNA JOVEN MUJER

Soy uno de aquellos hombres a la antigua, que ven todavía en las cartas un medio de trato; uno de los más bellos y fructíferos.


CARTAS A UN JOVEN POETA (fragmentos)

La mayor parte de los acontecimientos son indecibles; se consuman en un ámbito en el que jamás ha penetrado palabra alguna, y más indecibles que todo son las obras de arte, existencias misteriosas cuya vida perdura, al contrario de la nuestra, que pasa.

Nadie le puede aconsejar ni ayudar; nadie. Solamente hay un medio: vuelva usted sobre sí.

Confiese si no le sería preciso morir en el supuesto que escribir le estuviera vedado.

Una obra de arte es buena cuando ha sido creada necesariamente.

Ser artista es: no calcular y no contar; madurar como el árbol, que no apura sus savias y que está, confiado, entre las tormentas de primavera, sin la angustia de que no pueda llegar un verano más. Llega, sin embargo. Pero solamente para los que tienen paciencia y viven despreocupados y tranquilos como si ante ellos se extendiera la eternidad... Pa- ciencia es todo.

... si no hay afinidad entre los hombres y usted, trate de estar cerca de las cosas; ellas no lo abandonarán. Todavía quedan las noches, y los vientos que van a través de los árboles y sobre muchas tierras; todavía en las cosas y en los animales todo es acaeci- mientos, de los que usted puede participar; y los niños son siempre lo que usted fue de niño —así tristes y felices—; y si piensa en su infancia, revivirá entonces en medio de ellos, en medio de los niños solitarios; y los adultos nada son, y su dignidad nada vale.

¿Por qué no piensa que Él es el Venidero, el que desde la eternidad está por llegar: que es lo futuro, el fruto último de un árbol cuyas hojas somos?

...lo que podría decirle sobre su tendencia a la duda, o sobre su incapacidad para poner al unísono la vida exterior con la interior, o sobre todo lo demás que le oprime..., es siempre lo que ya he dicho: siempre el voto por que usted pueda encontrar en sí bas- tante paciencia para sufrir y bastante simplicidad para creer; por que usted logre más y más intimidad con lo que es difícil y con su soledad en medio de los otros. En cuanto a lo demás, deje que la vida le acontezca. Créame: la vida tiene razón en todos los casos.

(Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1976)


"Homenaje al Corneta Rilke" 
linóleo, Cristina Berbari

 

CANTO DEL AMOR Y DE LA MUERTE DEL CORNETA CRISTÓBAL RILKE (fragmento)

Cabalgar, cabalgar, cabalgar, el día, la noche, el día.
Cabalgar cabalgar, cabalgar.
Y el corazón está tan cansado, y la nostalgia es tan grande...
No hay más montañas, apenas un árbol.
Nada osa levantarse.

Extrañas chozas, agrupadas alrededor de pozos fangosos, 
tienen sed. Ni una torre en el horizonte. Y siempre la misma
imagen. Los ojos están demás. En la noche, a veces, se 
cree reconocer el camino. Quizá durante la noche 
retrocedemos la etapa que penosamente recorrimos 
bajo el extraño sol. Es posible. El sol abruma, como 
entre nosotros en pleno estío. Pero fue en verano que
nos despedimos. Los vestidos de las mujeres brillaron 
largo rato en el verdor. Y hace mucho que cabalgamos.
Sin duda, estamos en otoño. Allá, por lo menos, donde 
quedan mujeres tristes que nos recuerdan.
................

La alcoba del torreón está en sombras...
Él no pregunta:
"¿Tu esposo?"

Ella no interroga:
"¿Tu nombre?"
Y es que se han encontrado para ser uno para el otro 
una nueva estirpe.
Se darán cien nombres distintos y los olvidarán al punto,
uno y otro. dulcemente, como se aparta un rizo de la oreja.
..............

En el castillo, con la carta, ha ardido el pétalo de rosa de una 
dama extranjera.

 


EL ANGELOTE

Camino por la Malvasinka
siguiendo el sendero de los niños,
donde duermen Anka o bien Ninka,
su sueño más pesado.

En un otero está arrodillado
—las altas adormideras casi lo ocultan—
polvoriento, rota el ala,
un angelote de barro.

Da lástima este niño sin alas.
Lo contemplo: ¡pobre pequeño!
cuando, de pronto, de entre sus labios
vuela una frágil mariposa.

(de "Primeras Poesías")

 


 

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