Jorge Cambiaso

"UN BOLICHE COMO TANTOS"...........

Olegario Martínez García, demás datos de filiación distribuidos en su hispana
topografía, utilizaba como era de prever, su característica ampulosidad para
referirse con orgullo a su pequeña patria. Altanero, agrandaba hasta el cielo
viñas y rías, ostras y peces y hasta los peregrinos olores del camino a su San-
tiago, con la Plaza del Obradoiro, la Catedral y su marcial Botafumeiro. A su
costado, sumiso hasta las manos, apetizado en su sillita, gastado por soles,
huellas y vientos de aquellos buenos aires de otras pampas, don Prudencio,
de reojo, con un rictus de cómica ironía, lo atisbaba; asentía como al descuido,
instándolo a continuar su periplo aristotélico. A todo esto, desde el fondo del
boliche, acodado en el plata gris tachonado de la barra, un joven pelilargo
encervezado hasta la gárgara, con sonrisa de felino, le asestó con desparpajo:
—"Ya, ya, gallego ¿y qué hacés aquí, tan lejos del Olimpo?" Rojo don Olegario,
rojo hasta la raíz, respondió con sobresalto: —"¡Maleducado!, deberías respetar
tus ascendencias ¿qué de dónde crees que vienes? ¡Rascacuervos!..... ¡Habías
sido atrevido!"..... —"No se altere, don gallego", le arrimó el tala viejo. —"Al
mocito le falta vida y le sobran penitencias, vvéale sinó de uñas largas y sucias
como ganso e chiquero. No le haga caso, hombre y siga tirando del olvido que
así descarga el freno. Al terruño lo hacemos tripa, se nos viene a la garganta y
de cuando en vez necesitamos escupirlo despacito". Y mientras armaba un ci-
garrillo y consumía su letargo, se apagó de a poco y volvió a poner oídos al
viandante que al tranquito y sin apuro retomó su derrotero. Tras la esgrima,
ante la corte de atentos partiquinos que se fueron arrimando, desfilaron los
recuerdos de la Galicia de los siglos. Don Martínez en su salsa hacía maravillas,
manejó hambres y claveles; toros y la estirpe; piedras y soles de la Madre
desangrada. Contó de aquella, la Pita, María, que se enfrentó al pirata Drake
para defender a su tierra y que allí desde una aldea de cerca la Coruña, dieron
al mundo luz don Camilo José Cela y doña Rosalía de Castro, dos mastines del
valor y la palabra. Nos habló de la Santa Tecla y de las chozas de los Celtas
y de los hórreos de Combarro y de la Batalla del Clavijo y de Santiago Matamo-
ros y del Palacio de Justicia y del Hostal de los Reyes Católicos y del Pórtico
de la Gloria. De los Tres Cabezazos y la Isla de la Toja y del Burro y la Catedral
Desamparada y del oro y sus altares y de toda su morriña y las mil y una histo-
rias del maldito desarraigo. Y así que fue agotando el Olegario, el Martínez y el
García; calló la voz, seca de tanto envío. Conocidos que son los que sabemos
y una vez acabado el repertorio, por bolicheras concesiones, un patoso indefi-
nido pidió al viejo alguna anécdota de su pasado de caminos. No se lo hizo
repetir el convidado y muy de a poco, de su equipaje millonario, fue desempol-
vando rebeldías, con expresión queda, recatada, comenzó a hilvanar huellones
y trigos y distancias, pequeña grandeza del hombre acostumbrado a la soledad
del cielo y al valor de la palabra. Largo habló de sus andanzas, de lejos desen-
terró la patria; contó de historias, algunas que no fueron y otras que sí habrán
sido, trenzó gauchos, indios e inmigrantes con guapos, forajidos y ladrones y
aquella, la política del patrón y del "dolor", con ésta de la corrupción y el desen-
fado y fueron así desfilando entre honras, carcajadas y verdades, épocas de
esplendor y otras de aplastante "mishiadura". ¿Qué es sino nuestra interminable
geografía?; qué sinó peñascos, risotadas, inmolación, renunciamiento, picardías,
peripecias, menoscabos, congojas, júbilos y lágrimas. Esto a todo, el joven de
la barra, confuso, incoherente, zozobraba en sus no y sus sí la enardecida, tor-
mentosa, tranquilidad de sus fantasmas.

Había cambiado el escenario de la estampa: antes fue el andante caballero que
se manifestó en toda su arrogancia; luego divagó entre los surcos sus andancias
el raído vestigio de la patria. Más después, el juvenil galán de los alcoholes, nos
mostró su realidad desconcertante. A la postre, despacito, se fueron apagando
y apagando las nostalgias, cuando de pronto de las asombradas sombras del a-
vergonzado cafetín de los olvidos, avanzó como algo casi mágico. Perezosa, arro-
lladora, la acariciante voz de un tango, tiempo a tiempo, lo fue todo.

 

ARRASADO

Seco

     de ángeles

               aristas

                    tinieblas.


                Solo


Espantosa

      conjugación

               de Libertad.

 

HOLOCAUSTO

                "Las imbatibles columnas de los candelabros
                    sostienen todo dolor todo tormento"
                                                             Marcos Silber

Hondas

       penumbras de la Nada

repiten

      empecinados

                  desconsuelos.

Niños entonan réquiem

                     de amor judío

cantan lejanos ghetos

            campos sin destino.

Desangran ángeles flagelados.

            Crueles fuegos de Dios.

 

       de "Avatares" Poetismos, relatares y versires (2006)

 

Jorge Cambiaso nació en 1933. Publicó Casa natal (1999); Celebración de los bosques
y nada más que la vida
(2001); De ausencias y fantasmas (2002); La casa de los
mil amores
(2002); Avatares (Ediciones El mono armado, Buenos Aires, 2006) e integra la
Summa Poética de Ed. Vinciguerra con una selección del libro inédito Repertorio de sombras.
Obtuvo diversos premios en Poesía y en Prosa breve. Fue invitado y participó en la "V Feria del
libro en Español", organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo, Washington en 2003.


 
 

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