I
La
muerte llevaba vendas en los ojos. Grandiosa voz
domadora de los desiertos –mi corazón—combatía a
los ángeles. Era el niño en su caballo blanco.
Atravesaba los espejos; andaba descalzo sobre las tumbas
de las almas perturbadas; bebía la sangre de las
sombras en un cáliz tomado de la voz de un cuervo, del
lecho profundo de un dios olvidado. La muerte tenía los
ojos de ese dios, hacía de él su casa. Corría por las
venas como humareda y cruzaba la ciudad y sus torres de
sangre; vendedora de milagros.
El
deber en los callejones y callejas, un ángel traza una
jeringa. En aquella prisión de vidrio ellos viajan con
otros dioses. Descubren el útero del tiempo. Encuentran
el poeta que vive en el abismo.
II
María
no consigue más evocar el rostro de su madre. Cuando
alguien pregunta, da siempre la misma respuesta: ¡Mi
madre es la calle!
María,
doce años. Carga una muñeca, regalo de Navidad.
Pero la miseria no le da tregua; el hambre tiene rostro
antiguo dentro de María. La virginidad tiene su valor.
El sudor de aquel hombre le corre por el cuerpo. El sol
es un puñal. Rehace su rostro. Corta el alma. El lloro,
el grito, y ningún ángel para escuchar. Ninguna lágrima.
¡Hoy
ella almorzó!
José
usa la muñeca para limpiarla. La sienta a su lado.
Llora.
-
¿Qué
fue? ¿Por
qué está llorando? Guardé un poco de comida para
usted.
III
Un
minuto. La encrucijada. Árbol de ramas retorcidas y
frutos sueltos. A los pies pedazos de pan, un espejo, una
vasija con agua, una madeja de lana, una victrola.
Una pequeña con un mazo de naipes en las manos. Ella
cubre el espejo con pequeños pedazos de pan. Toma una
carta y la escudilla. Mira para los
dos objetos. Zambulle la carta. Comienza a moverse de un
lado a otro. Gira, gira. Retira la sombra dentro de la
sombra, arrastra el silencio para dentro de la vasija.
Eleva las manos, las juega para lo alto. El agua cae en
la madeja de lana. Cada milímetro de la madeja conduce
a otro laberinto. Con un rosario de carnes la pequeña
coge niños sin sombras.
IV
Está
surgiendo un silencio nuevo cada día, y siempre surge
ese abismo que ronda las sombras blancas del papel. El
disparo de un ángel sádico quebró mis alas. –Madre;
hoy no escuché su bendición; siento una risotada
cortar el aire.
En
el lecho profundo de un dios olvidado la muerte llevaba
vendas en los ojos.
A
morte
usava vendas nos olhos
josé geraldo neres
I
A
morte
usava vendas nos olhos. Grande
voz domadora dos desertos – meu coração – combatia
os anjos. Era
o menino em seu cavalo branco. Atravessava
os espelhos; andava descalço por entre os lotes de
almas perfuradas; bebia o sangue das sombras com um cálice
retirado da voz de um corvo, do leito profundo de um
deus esquecido. A
morte usava os olhos desse deus, fazia dele o seu lar.
Corria
pelas veias como fumaça e cruzava a cidade e suas
torres de sangue; mercadora de milagres.
O
dever nos becos e vielas, um anjo traz uma seringa. Naquela
prisão de vidro eles viajam com outros deuses. Descobrem
o útero do tempo. Encontram
o poeta que habita o abismo.
II
Maria
não consegue mais lembrar do rosto de sua mãe. Quando
alguém pergunta, dá sempre a mesma resposta: - Minha
mãe é a rua!
Maria,
doze anos. Carrega
uma boneca, presente de Natal.
Mas
a miséria não dá trégua; a fome é um rosto antigo,
dentro de Maria. A
virgindade tem seu valor. O
suor daquele homem corre pelo corpo.
O sol é um punhal. Refaz
seu rosto. Corta
a alma. O
choro, o grito, e nenhum anjo para escutar. Nenhuma
lágrima.
Hoje
ela almoçou!
José
usa a boneca para limpá-la. Senta
ao seu lado. Chora.
–
Que
foi? Por
que está chorando? Guardei
um pouco de comida para você.
III
Um
minuto. A
encruzilhada. Árvore
de galhos retorcidos e frutos soltos. Aos
pés: pedaços de pão, um espelho, uma cuia com água,
um novelo de lã, uma vitrola. Uma
criança com um maço de cartas nas mãos. Ela
cobre o espelho com pequenos pedaços de pão. Apanha
uma carta e a cuia. Olha
para os dois objetos. Mergulha
a carta. Começa
a movimentar-se de um lado a outro. Gira,
gira. Retira
a sombra dentro da sombra, arrasta o silêncio para
dentro da cuia. Eleva
as mãos; joga-os para o alto. A
água, cai no novelo de lã. Cada
milímetro do novelo, tece um outro labirinto.
Com
um rosário de carnes a criança colhe meninos sem
sombras.
IV
Está
surgindo um silêncio novo a cada dia, e sempre surge
esse abismo que ronda as sombras brancas do papel.
O
tiro de um anjo sádico quebrou minhas asas.
–Mãe;
hoje não escutei a sua benção; sinto uma risada
cortar o ar.
No
leito profundo de um deus esquecido a morte usava vendas
nos olhos.
José
Geraldo Neres (Garça - SP - Brasil, 1966). Produtor
Cultural, poeta/escritor, roteirista, dramaturgo, co-fundador
do Grupo Palavreiros (escritores/poetas sediados em Diadema/SP),
arte-educador, atual coordenador de Comunicações e
Webmaster do site PALAVREIROS. Co-editor da revista eletrônica
Poética Social. Redator do Portal UBE – União
Brasileira de Escritores. Assessor de Literatura da
Secretaria de Cultura do Município de Diadema.
site:
www.palavreiros.org
e-mail:
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ou: [email protected]