del libro de cuentos Alumbramiento

Andrés Neuman

 

La magia


Soy manco, sí, pero hago que vuelen las palomas donde sólo
había mármol, y controlo el sentido en el que viajan las agujas
de los relojes, y consigo que el agua atraviese los vasos, y sé
confundir los billetes de banco con esas pequeñas flores silves-
tres que crecen en el parque donde voy de paseo los domingos.
Manco, desde luego, aunque no por eso incapaz de alterar la
cantidad de naipes que compone una baraja, ni de esconder las
joyas de las señoras en las chaquetas de los caballeros, ni de
hacer que las sogas se relajen y luego cedan como ásperas ser-
pientes alrededor de mi cuello. Qué duda cabe, manco, y además
con una abrupta cicatriz en el extremo del muñón; aunque por
eso mismo resulta tan estético el acrobático número de los pan-
talones (las señoras de las joyas extraviadas suspiran al verme)
o aquella otra suerte del libro de fuego: cuando de cualquier
poema puede abrirse un incendio, y la llamarada triangular as-
ciende hasta rozar el techo del asombro para que de la ceniza,
emocionante, renazca el papel impreso.
Nunca he dejado de regresar a aquella mañana de siega con el
sol bien izado y el motor en marcha, con mi padre montado en lo
alto de la máquina vibrante, se ha atascado de nuevo, hijo mío,
ve a liberar las ruedas, date prisa, vamos, y fue tanta la prisa,
y la sacudida tan furiosa, y el llanto tan perplejo. Soy mago desde
entonces, desde poco después. apenas unos meses de convales-
cencia y rabia, de temor y excesivos cuidados, prestidigitador
para siempre, inevitablemente. Resultó casi justo descubrir el
valor de una mano, el inmenso poder de un pequeño ademán,
el tesoro que encierra un puño solitario. Y es mayor su destreza,
porque no caben las dudas. No hay objetos candentes que cam-
biarse de mano, no existe la avaricia de frotarse las palmas ni es
posible rezar para reclamarle a un dios la magia que uno mismo no
ha podido hacer. Incluso la caricia se vuelve más intensa, mejor
administrada.  Es por eso que sigo siendo mago además de manco,
y mientras reflexiono repito una noche más. con alguna variante,
el eléctrico pase mediante el que los dólares de un espectador
yanqui se revelarán lagartijas, y considero distraídamente la con-
veniencia de cerrar este espectáculo con mis queridas bolas de
cristal azul, estas que ahora muevo, giro y hago deslizarse con
mis cinco destellantes, numerosos dedos, para que finalmente
suenen las trompetas y regresen las luces al teatro y vea a las
siluetas ponerse en pie delante de sus butacas, intercambiando
exclamaciones con la boca redonda, aplaudiendo con dos manos
aquello que no entienden.

de Alumbnramiento (páginas de espuma, 2ª edición, abril de 2007)
página 89.

 

"Dodecálogo del cuentista " (selección)


I  Contar un cuento es saber guardar un secreto.

V  Los personajes no se presentan: actúan.

VII  El lirismo contenido produce magia. El lirismo sin freno,
        trucos.

IX  Narrar es seducir: jamás satisfacer las curiosidades del
      lector.

XI  En el cuento, un minuto puede ser eterno y la eternidad
      caber en un minuto.


 

Andrés Neuman y Cristina Berbari, en una visita que el escritor hizo a su país natal, Argentina, en 2004.

 

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