Horacio Rega Molina (1899-1957)

 







CAMINOS

Largo camino en soledad crecida,
que viene del confín, dobla y se aleja,
y en las orillas de un poblado deja
la palabra almacén como tendida.

Ancho camino para la partida,
para el regreso, súbita calleja,
con cuya soledad formé pareja
hasta el día de hoy no desunida.

Y este otro, que llevóme cierto día
hasta los lares del primer ausente,
río de tierra dulce que tenía

costas de alambre para su corriente.
¡Oh, los caminos de la patria mía!
Algunos de ellos pasan por mi frente.

 

ODA PROVINCIAL (fragmento)

Canto a mi pueblo que une junto al río
la eternidad del agua y de la piedra.
pueblo de mis mayores, pueblo mío,
Hiedra en mi cuna y en mi tumba hiedra.
Canto, San Nicolás, tu bien presente
y te llamo ciudad de las ciudades,
y así señalo simultáneamente
tu multiplicación en las edades.
Cantándote, mi historia recupera
todas las emociones del pasado.
Y yo creía que el olvido era
lo que se quiere dar por olvidado.
Pero, como el que está por ir de viaje
y a punto de partir se siente preso
a deshacer, sin causa, el equipaje,
como si ya estuviera de regreso.
Así dudo al pensar que más valiera
otra actitud ante la infausta suerte
y no evocar la dicha pasajera
que en ajado recuerdo se convierte.
Mas entorno los ojos y consiento
que alguien me diga de cumplidos goces,
con esa voz con que se cuenta un cuento,
tan diferente de las otras voces.
Luminarias de nuestra edad primera
en los anales, para mí serenos,
de aquel pueblo tan magro que no hubiera
sido pueblo con una casa menos.
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Y he de decir del cura pueblerino
que era un aceitunado sacerdote,
de aquellos que transitan su camino
cuando no de paraguas, de garrote.
Evoco su sapiente carraspera,
y sus sobrepellices de anchas orlas,
su cándido reloj de faltriquera,
su sombrero de teja, con dos borlas.
Para ejemplo de humana vanagloria
y en forma de otras tantas lunecillas,
pintó diversos pasos de la historia
del rey David, en dieciséis tablillas.
Dábale a todo un término absoluto
acorde a sus bienes o sus daños:
la hermana ortiga vivirá un minuto,
la hermana rosa vivirá cien años.
En papel de aleluyas y algazaras
veo sus motineras procesiones
de la Virgen, llevada con dos varas
entre un chisporroteo de velones.
Rodeada de cánticos y credos
la imagen se perdía en las esquinas,
la pena capital entre sus dedos,
para dejar el aire sin espinas.
En su honor hasta es cuerda la locura
descrita por cohetes voladores,
o el brinco de la bomba, que apresura
en lo alto su medusa de colores.
Un feligrés capaz en simulacros
y además, de probado fanatismo,
improvisaba ditirambos sacros
en un violín construido por él mismo.
Ríspido miedo el instrumento daba.
Fuerza es que a describirlo me consagre:
el arco del violín simbolizaba
la pica con su esponja de vinagre.
Fingía el puente el Monte del Calvario,
y el diapasón las piernas, flacas, fijas.
Y eran las cuatro cuerdas del sudario
y eran los cuatro clavos las clavijas.
La boca de la caja a su vez era
la corona de zarzas. Y a los lados,
en las dos S que hay en la madera,
el buen y el mal ladrón representados.
Ejemplar estandarte le seguía
tanto para el hereje o el creyente.
En un lado San Pedro aparecía
y en el otro Satán con su tridente.
Así la vida de mi pueblo quiso
darle a su devoción un ritmo alterno
con lo que gana el que entra al Paraíso
y lo que pierde el que se va al Infierno.


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