El cuerpo humano desarrolla diariamente -incluso cuando estamos durmiendo- una serie de funciones que solo son posibles cuando se cuenta con un adecuado suministro energético proveniente de los alimentos. Estos compuestos recorren un largo trayecto desde que ingresan a la boca y son triturados por los dientes, hasta que el cuerpo desecha lo que no le sirve, ocurriendo innumerables procesos químicos que dan como resultado los nutrientes que nos mantienen vivos y sanos. En términos generales, y para que entiendas más claramente, el proceso digestivo comprende las siguientes etapas: la primera, correspondiente a la preparación del alimento, que tiene lugar en la boca; la segunda, de tratamiento del alimento mediante una serie de acciones físicas y químicas, que se efectúan en el estómago y primera parte del intestino; una tercera en la que los componentes útiles se separan de los residuos e ingresan en la sangre. una etapa final en la que los desechos son eliminados fuera del cuerpo. Pero veamos ahora más detalladamente cómo se desarrollan todas estas fases.
El proceso digestivo se inicia cuando el alimento ingresa a la boca, donde se produce la primera reducción a partículas más pequeñas, para que los jugos digestivos puedan actuar con mayor eficacia. La tarea de triturar la comida la realizan los dientes, unas piezas óseas duras que van ancladas en las encías.
El resultado de la masticación es una masa homogénea de alimento llamada bolo, cuyos componentes ya han comenzado el proceso de fermentación. El bolo alimenticio atraviesa el esófago, un grueso tubo por el que demora en pasar entre cinco y diez segundos, e ingresa al estómago. En este lugar es agitado y mezclado con el jugo gástrico que secretan unas glándulas situadas en la pared estomacal, con el fin de separar las grandes moléculas de proteínas en otras más sencillas.
Desde el estómago esta mezcla pasa al intestino, donde se le agregan otros jugos, provenientes del páncreas y la pared intestinal, que continúan la desintegración. El resultado en esta fase es una masa compleja cuyos componentes iniciales se han reducido a elementos más simples, como aminoácidos, glucosa, ácidos grasos y glicerina. Dichos compuestos ya pueden atravesar la pared intestinal e incorporarse a la sangre a través de las vellosidades intestinales. Después, por medio de la sangre, son conducidos hasta las células, que los asimilan.
Los desechos generados en el proceso digestivo avanzan lentamente hasta llegar al final del intestino grueso, donde, a través del ano, se expulsan hacia el exterior convertidos en heces.
El esófago es un tramo del tubo digestivo que se sitúa entre el extremo inferior de la faringe y el superior del estómago. Tiene una longitud aproximada de 25 centímetros, siendo su principal función la de transportar el alimento hacia el estómago. Está formado por varias capas que, desde el exterior hacia el interior, son: la adventicia, muscular, submucosa, con tejido conectivo, vasos sanguíneos y glándulas mucosas.
El alimento avanza por el esófago hacia el estómago mediante un movimiento muscular involuntario denominado peristaltismo, originado en la capa muscular. El peristaltismo -controlado por el bulbo raquídeo- supone una serie de contracciones y relajaciones del esófago, que en forma de ondas se desplazan hacia abajo e impulsan el bolo alimenticio hacia el estómago. Este proceso se ve facilitado por el moco secretado por las glándulas mucosas.