EL PODER DE LAS PALABRAS
EDGAR ALLAN POE EL PODER DE LAS PALABRAS Oinos.-Perdona, Agathos, la flaqueza de un esp�ritu reci�n ornado con las alas de la inmortalidad. Agathos.-Nada has dicho, Oinos m�o, por lo que debas pedir perd�n. Ni siquiera aqu� el conocimiento es cosa de intuici�n. La sabidur�a s�, la sabidur�a p�desela libremente a los �ngeles, que te podr� ser concedida. Oinos.-Pero yo hab�a so�ado que en esta existencia ser�a sabedor de todas las cosas al mismo tiempo, y as� al punto feliz por conocerlo todo. Agathos.-�Ah, la felicidad no est� en el conocimiento, sino en la adquisici�n del conocimiento! La bienaventuranza eterna reside en conocer m�s y m�s, pero conocer todo ser�a la maldici�n de un demonio. Oinos.-Pero, �no conoce el Alt�simo todo? Agathos.-Esa (pues que �l es el Felic�simo) debe ser la �nica cosa desconocida hasta para el. Oinos.-Sin embargo, puesto que ganamos a cada hora en conocimiento, �no han de ser, af�n, conocidas todas las cosas? Agathos.-!Mira, hacia abajo, hacia las abismales distancias! !Intenta hundir la vista en la m�ltiple perspectiva de las estrellas, mientras nos deslizamos lentamente a trav�s de ellas, as�..., as� y as�! Incluso la visi�n espiritual, �no est� detenida en todos los puntos por las continuas murallas �ureas del universo..., por esas murallas de las mir�adas de los cuerpos brillantes cuyo mero n�mero parece fundirse en una unidad? Oinos.-Advierto claramente que la infinidad de la materia no es un sue�o. Agathos.-No hay sue�os en Hed�n..., pero aqu� se murmura que la �nica finalidad de esa infinidad de la materia es ofrecer manantiales infinitos en los cuales el alma pueda aplacar la sed de conocer, siempre insaciable dentro de ella -pues saciarla ser�a extinguir la esencia misma del alma. Preg�ntame, pues, Oinos m�a, libremente y sin temor. �Ven! Dejaremos a la izquierda la alta armon�a de las Pl�yades y desde el trono iremos a caer en los prados sembrados de estrellas allende Ori�n, donde en lugar de pensamientos, violetas y trinitarias est�n los lechos de los soles triplicados y tricromados. Oinos.-Y ahora, Agathos, mientras avanzamos, instr�yeme, h�blame en los tonos familiares de la tierra. No he comprendido lo que me has estado sugiriendo sobre los modos o sobre los m�todos de lo que, cuando �ramos mortales, hemos acostumbrado a llamar Creaci�n. �Quieres dar a entender que el Creador no es Dios? Agathos.-Quiero dar a entender que la Deidad no crea. Oinos.-�Expl�cate! Agathos.-S�lo en el principio cre�. Las aparentes criaturas que est�n, ahora, por todo el universo, adquiriendo su ser tan continuamente, s�lo pueden ser consideradas como resultados indirectos o mediatos, no como directos o inmediatos, del divino poder creador. Oinos.-Entre los hombres, Agathos m�o, esa idea ser�a considerada como her�tica en extremo. Agathos.-Entre los �ngeles, Oinos m�a, es aceptada sencillamente como cierta. Oinos.-Puedo comprenderte hasta este punto: que ciertas operaciones de lo que denominamos Naturaleza, o leyes naturales, dar�n origen, bajo ciertas condiciones, a lo que tiene toda la apariencia de creaci�n. Poco antes de la destrucci�n final de la tierra, hubo, recuerdo bien, muchos experimentos coronados por el �xito en lo que algunos fil�sofos denominaron neciamente creaci�n de anim�lculos. Agathos.-Los casos de que hablas eran, en realidad, ejemplos de creaci�n secundaria y de la �nica especie de la creaci�n que jam�s haya existido desde que la primera palabra dio existencia a la primera ley. Oinos.-�No son los mundos estelares que, desde el abismo de la nada, estallan a cada hora hacia los cielos..., no son estas estrellas, Agathos, la obra inmediata de la mano del Soberano? Agathos.-D�jame que intente, Oinos m�a, conducirte paso a paso a la concepci�n que busco explicar. Ten por seguro que, as� como ning�n pensamiento puede perecer, tampoco ning�n acto queda sin resultado infinito. Nosotros mov�amos las manos, por ejemplo, cuando �ramos habitantes de la tierra, y al hacerlo impart�amos vibraci�n a la atm�sfera que la circundaba. Esta vibraci�n iba extendi�ndose indefinidamente hasta que daba impulso a cada una de las part�culas del aire de la tierra, que en lo sucesivo, y para siempre, era excitado por ese �nico movimiento de la mano. Este hecho lo conoc�an bien los matem�ticos de nuestro planeta. En realidad, ellos hicieron de los efectos especiales, creados en los l�quidos por impulsos especiales, objeto de c�lculo exacto, de manera que result� f�cil determinar en qu� momento preciso un impulso de grado determinado circundar�a el orbe y dejar�a su impresi�n (por siempre) en cada �tomo de la atm�sfera ambiente. Retrogradando, no tuvieron dificultad en determinar el valor del impulso original. Ahora bien, los matem�ticos que vieron que los resultados de cualquier impulso dado eran absolutamente inacabables, y que una parte de esos resultados pod�a medirse con exactitud por medio del an�lisis algebraico, que vieron tambi�n la facilidad de la retrogradaci�n, vieron al mismo tiempo que esa especie de an�lisis conten�a en s� una capacidad de progreso indefinido, que no exist�an l�mites concebibles para su avance y aplicabilidad, excepto dentro del intelecto de quien lo promov�a o aplicaba. Pero nuestros matem�ticos se detuvieron en ese punto. Oinos.-�Y por qu�, Agathos, debieron haber seguido adelante? Agathos.-Porque m�s all� hab�a algunas consideraciones de profundo inter�s. Era deducible por lo que conoc�an que, para un ser de entendimiento infinito, para quien la perfecci�n del an�lisis algebraico no tuviese secretos, no pod�a haber dificultad en seguir el rastro a cada uno de los impulsos impartidos al aire -y al �ter a trav�s del aire- hasta las consecuencias m�s remotas en las �pocas m�s infinitamente remotas. Es, en verdad, demostrable que cada uno de tales impulsos dados al aire, debe finalmente dejar su impresi�n en cada una de las cosas individuales que existen dentro del universo, de modo que el ser de infinita inteligencia, al ser que hemos imaginado, pueda seguir el rastro a las remotas ondulaciones del impulso, seguir su rastro hacia arriba y adelante en la influencia dejada por ellas en todas las part�culas de toda la materia, hacia arriba y adelante por siempre en las modificaciones hechas por ellas sobre las formas antiguas -o, en otras palabras, en sus creaciones nuevas- hasta que las encuentre reflejadas -incapaces al fin de dejar impresi�n- desde el trono de la Divinidad. Y no s�lo podr�a hacer eso un ser semejante, sino que adem�s, en cualquier �poca, dado un resultado (de somet�rsele a su examen, por ejemplo, uno de esos innumerables cometas), no tendr�a dificultad en determinar, por retrogradaci�n anal�tica, a qu� impulso original era debido. Este poder de retrogradaci�n en su plenitud y perfecci�n absolutas, esta facultad de asignar en todas las �pocas todos los efectos a todas las causas, es desde luego la prerrogativa �nica de la Deidad; pero en todas las variedades de grados, inferiores a la absoluta perfecci�n, el poder es ejercido por todas las huestes de las inteligencias ang�licas. Oinos.-Pero t� hablas s�lo de impulsos sobre el aire. Agathos.-Al hablar del aire, me refiero s�lo a la tierra, pero la proposici�n general hace referencia a impulsos sobre el �ter, que, al penetrar y ser �l solo el que penetra en todo el espacio, resulta el gran m�dium de la creaci�n, Oinos.-Entonces, �todo movimiento, de la naturaleza que sea, crea? Agathos.-Debe hacerlo. Pero una verdadera filosof�a viene ense�ando desde hace mucho tiempo que la fuente de todo movimiento es el pensamiento... y la fuente de todo pensamiento es... Oinos.-Dios. Agathos.-Y mientras hablaba as�, �no ha cruzado por tu mente alg�n pensamiento del poder f�sico de las palabras? �No es toda palabra un impulso sobre el aire? Oinos.-Pero �por qu� lloras, Agathos...? �Y por qu�, oh, por qu� se abaten tus alas mientras pasemos por encima de esa hermosa estrella, que es la m�s verde y no obstante la m�s terrible de todas las que hemos encontrado en nuestro vuelo? Sus brillantes flores son como un sue�o de cuento de hadas, pero sus furiosos volcanes como las pasiones de un turbulento coraz�n. Agathos.-!Lo son, lo son� Esa extra�a estrella..., hace ahora tres siglos, que con manos crispadas y con ojos radiantes, a los pies de mi amada, le di nacimiento con mis apasionadas frases. �Sus brillantes flores son mis m�s caros sue�os irrealizados y sus iracundos volcanes son las pasiones del m�s turbulento limp�o coraz�n�