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de Paulo
Coelho El forastero se registró en el hotel como un ciudadano procedente de Buenos Aires, Argentina y se atrevió hasta indicar el nombre de la calle en donde vivía (Colombia). En menos de dos horas los 281 habitantes de Viscos conocían la presencia del forastero en el pueblo, su procedencia y hasta su nombre (Carlos). Al día siguiente el visitante se presentó con una chica de nombre Chantal a quien le enseñó los 11 lingotes de oro, le contó que los datos del registro eran falsos y le prometió la riqueza de ella y todos lo habitantes de Viscos si alguien se atrevía a matar a otro sin importar a quién. Los habitantes de Viscos se familiarizaron con los acostumbrados paseos que el extranjero realizaba en las mañanas, por las montañas y en las tardes alrededor del pueblo, sabían que era el primer cliente en llegar a hotel y que no escatimaba gastos en los relacionado con su alimentación y las bebidas. También consiguió admiradores especialmente en el bar en donde acostumbraba a pedir licor por su cuenta para todos los allí presentes y porque contaba historias, verdaderas o falsas que descrestaban a sus oyentes; aunque no tanto a Chantal que por el contrario sentía rabia por sus coterráneos que estúpidamente se creían inferiores a todo forastero que decía venir de las grandes ciudades, sin darse cuenta de su importancia, de que gracias a los alimentos que ellos producían con su esmerado y honrado trabajo los ciudadanos de todo el mundo podían alimentarse. Todos se sentían entusiasmados con las historias del forastero y en especial como Da Vinci pintó el cuadro de la última cena de Jesús. Chantal seguía muy inquieta por la propuesta que el hizo el extranjero cuando le enseñó los lingotes de oro y en las noches le costaba mucho trabajo conciliar el sueño enfrentando las posibilidades de robarse un lingote, para tener todo lo necesario por el resto de su vida sin tener que trabajar o seguir viviendo pobre y en libertad como todos los habitantes de su ciudad. Recordaba la historia de san Sabino y el bandido árabe llamado Ahab. Definitivamente Chantal no podía dormir en paz desde que la seductora mano del mal le acaricio su rostro. Para ello tanto el como el bien tenían el mismo rostro, solo dependían de la época en que se cruzaban en el ser humano. El hecho de ser la única del pueblo en saber todo lo que le había dicho y mostrado el forastero le generaría un gran cambio en su existencia. Sentía que no era la misma. En su recorrido por el pueblo o sus alrededores meditaba constantemente sobre su situación actual; se sentía abandonada por todos y hasta maldecía a su madre por haberla abandonado a la hora de su nacimiento y contra su abuela porque le había enseñado ser buena y honesta. Hizo una pausa y se sentó junto a la puerta de la señora Berta para atender su invitación, y allí hablaron un rato del estado del tiempo del extranjero, de la caza, del aullido del lobo la noche anterior y hasta escuchó por enésima vez de labios de la viuda como había ocurrido el accidente en donde su esposo perdió la vida. La señora Berta, a pesar de su soledad, conocía, o mejor “veía” todo y a todos lo que se movían a su alrededor. Conocía con tanta precisión a Viscos y a sus habitantes que muchos de estos comentaban que era una bruja y que las brujerías las había aprendido del mismo demonio durante el año que permaneció encerrada en su casa, después de la muerte de su esposo. Otras personas opinaban que las había aprendido de un druita celta, cuando en realidad su manera de “ver” lo aprendió de tanto permanecer sentada en la silla frente a su casa, observando, conversando mentalmente con su difunto esposo y hablando con las personas que se le acercaban. Aquella noche cuando Chantal cobró al extranjero la cuenta de la acostumbrada ronda que pedía para todos los presentes, recibió junto con el dinero un papelito que guardo en su bolsillo y a pesar del forastero la interrogaba con su mirada, ella sólo lo leyó cuando llegó a su casa. Se trataba de una cita privada en el lugar en donde se habían conocido, rompió el papel y lo echó por la taza del sanitario, se sintió feliz de tener controlado a su enemigo y se acostó, se quedó profundamente dormida, cosa que no lograba desde cuando se conoció con el extranjero. |
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