Nació en Gijón en 1744 de
familia noble y realizó sus primeros estudios en dicha ciudad y
los de Filosofía en Oviedo, pasando después a Avila para cursar
Leyes y Cánones. Fue colegial después de San Ildefonso en
Alcalá, durante dos años, en tiempos en que el famoso colegio
mayor era casi una garantía de ascensión a, los más altos
puestos administrativos. Jovellanos, con una primera tonsura, se
inclina hacia la carrera eclesiástica, pero por consejo familiar
deriva hacia la judicatura, ejerciendo durante cierto tiempo la
alcaldía del Crimen en la Audiencia de Sevilla. De dicha época
datan sus obras puramente literarias y el cultivo de sus
aficiones poéticas. Desde 1778, como alcalde de Casa y Corte,
reside en Madrid, frecuentando tertulias literarias e ingresando
en varias Academias. Desde 1780, en que le sorprende
inspeccionando las minas carboníferas de Asturias la caída de
Cabarrús, permanece en aquella región, desarrollando una gran
labor cultural y de fomento. Godoy le nombra ministro de Gracia y
Justicia y consejero de Estado, pero en 1801 es encarcelado,
permaneciendo en el castillo de Bellver, en Mallorca, hasta el
motín de Aranjuez. Se niega a colaborar con los afrancesados,
forma parte de la Junta Central hasta que se disuelve ésta,
dirigiéndose entonces a Galicia y posteriormente a Gijón. Al
dirigirse desde esta ciudad a Cádiz tiene que refugiarse, ante
la amenaza de un temporal, en el puerto de Vega, donde fallece el
29 de noviembre de 1811.
La obra de Jovellanos suele dividirse, de modo tradicional, en
dos apartados, que reflejan la dualidad de sus inclinaciones
literarias. En el uno figuran sus creaciones puramente literarias
y artísticas, y en el otro, sus trabajos didácticos y
doctrinales. Observemos el primer grupo: su producción literaria
abarcó el campo del teatro y el de la poesía, con desigual
valor, pues mientras como dramaturgo su interés es escaso, como
poeta alcanzó relativo éxito. Compuso una tragedia, de corte
neoclásico Munuza, o Pelayo, sobre los supuestos amores de
Hormesinda, hermana de don Pelayo, con aquel caudillo árabe,
pero en conjunto la obra, atormentada y violenta, tiene más de
drama romántico que de tragedia dieciochesca. Tampoco destaca
como comediógrafo en El delincuente honrado, pieza lacrimosa, de
claro influjo francés y de orientación roussoniana: la honradez
nativa pervertida por una sociedad inicua.
Como poeta, Jovellanos se inicia en el bucolismo melancólico de
la escuela salmantina, en la que figura como «Jovino»,
dejándonos de esta etapa juvenil algunos delicados poemas.
Pronto, no obstante, percibirá que su inspiración requiere
temas más profundos y trascendentes, y así incita a sus amigos
de la Arcadia, en su Epístola de Jovino a sus amigos de
Salamanca, a abandonar la feble y amanerada lira, para empuñar
un plectro más sonoro.
En efecto, en esta nueva dirección compone el poeta sus mejores
estrofas, como las de la Epístola a sus amigos de Sevilla, el
Canto guerrero para los asturianos, su otra Epístola de Fabio a
Anfriso y sus dos sátiras A Ernesto. Obras en las que, aparte de
la nueva orientación temática, Jovellanos se muestra como un
claro prerromántico.
En cuanto al apartado de sus obras doctrinales, Jovellanos se nos
revela como un escritor de cultura profunda y de una honradez
perfecta de juicios. Su visión de los problemas estudiados es
tan penetrante que muchas de sus previsiones siguen teniendo
validez todavía. Así, por ejemplo, puede observarse cómo
ciertas ideas expuestas en su Informe sobre la ley agraria se
anticipan en cerca de dos siglos a las orientaciones aconsejadas
en otro Informe actual: el del Banco Mundial sobre la economía
española. En esa obra citada expone las causas de la decadencia
de nuestra agricultura, considerándolas como políticas, morales
y geofísicas. Otros tratados didácticos son las Memorias del
castillo de Bellver, la Descripción de la lonja de Palma, los
Elogios (de Carlos III, de Ventura Rodríguez, de las bellas
artes), el Informe sobre la publicación de los monumentos de
Granada y Córdoba, la Memoria para el arreglo de la policía de
los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en
España y numerosos Discursos de temas muy diversos: economía,
legislación, geografía histórica, política, educación,
&c.
De estos escritos merece destacarse la Memoria... de los
espectáculos, por la gran cantidad de noticias de tipo
histórico que en ella se recogen, sus prevenciones de orden
legislativo y su agudo parecer sobre ciertos festejos populares,
como los dedicados a la fiesta de toros, a la que no considera
como representativa del espíritu español.
Pero Jovellanos es causa permanente de polémica en toda la
bibliografía contemporánea, en torno a su significación moral
y política. ¿Estamos ante el padre del liberalismo español o
ante un reformista anclado en la tradición cristiana? Unos, como
Artola, o en su tiempo el presbítero Miguel Sánchez, creen en
la primero, mientras otros, como Menéndez y Pelayo y con él sus
exegetas actuales, como Rodríguez Casado, Peñalver, &c., se
inclinan a considerarle como un reformador cristiano.
Bibliografía: G. Artinano y Galdácano, Jovellanos y su España,
1913; J.A. Ceán Bermúdez, Memorias para la vida de don Gaspar
Melchor de Jovellanos, 1814; Artola, Vida y pensamiento de don
Gaspar Melchor de Jovellanos, 1953; M. Menéndez Pelayo,
Vindicación de Jovellanos, en «Historia de los Heterodoxos»,
t. V; Patricio Peñalver, Modernidad tradicional en el
pensamiento de Jovellanos, 1953.
[SONETO PRIMERO]
A CLORI
Sentir de una pasión viva ardiente
todo el afán, zozobra y agonía;
vivir sin premio un día y otro día;
dudar, sufrir, llorar eternamente;
amar a quien no ama, a quien no siente,
a quien no corresponde ni desvía;
persuadir a quien cree y desconfía;
rogar a quien otorga y se arrepiente;
luchar contra un poder justo y terrible;
temer más la desgracia que la muerte;
morir, en fin, de angustia y de tormento,
víctima de un amor irresistible:
ésta es mi situación, ésta es mi suerte.
¿Y tú quieres, crüel, que esté contento?