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Dante Medina




Dante Medina
Jilotlán de los Dolores, Jalisco, México. 1954.
Obtuvo el grado de Doctor en Letras Romances en la Universidad Pul Valéry de Montpellier, Francia.
Fundador del Centro de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara, en 1985.
Ha incursionado en los géneros de poesía, novela, cuento, teatro, ensayo y crónica.
Acaba de ser galardonado con el premio "Jalisco de las Artes 2002", y recién ha presentado su más reciente libro Antojolía de cuentos.

Las vírgenes y el teléfono


En el año 2000 me acosté
con una virgen
Cuando ya estaban bastante escasas

En el año 2001 me acosté
con otra virgen
Cuando ya la UNESCO las había declarado
especie en extinción

Mis amigos me felicitaron
envidiosamente
Los más honestos llegaron a declarar
sinceramente
que nunca en sus vidas se habían topado
con una virgen

Entonces, ¿por qué estaba yo triste?

Les contesté que porque las vírgenes no hacen feliz

Pero les estaba mintiendo

Estoy triste porque tú no me has llamado por teléfono.


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Te quiero cerca


Cuando ya te había mandado
hasta tu cuarto

Todas las flores del jardín que me quedaba
en el planeta

Los efluvios de mi corazón -volcánico a veces
Y algunos maremotos cuando me encabronaba

Viendo que no podía comprarte una isla
decidí regalarte un teléfono celular

Y te quejaste como una prisionera
Te retorciste como si acabara de regalarte el grillete
que con veinticinco tonos de marcar
te regalaba

Para que sonrieras te dije
que ahora sí te iba a dejar salir a donde tú quisieras
Pero que quedaba estrictamente prohibido que apagaras tu teléfono

Y no te sonreíste, y eso es lo que quiero reclamarte:
tu falta de agradecimiento
Que no entiendas todo lo que hago para estar cerca de ti
Para que no te vayas.




Vida y obra
Biografías




Huerta, Efraín

Nació en Silao, Guanajuato, en 1914, murió en la Ciudad de México en 1982. Miembro de la generación de Taller (1938-1941). Fue periodista profesional, especializado en el comentario cinematográfico. La poesía de Huerta se singulariza por la disensión frente a lo establecido. Contra la contemplación que descubre los matices de lo inolvidable, no acepta más asombro que resolver su protesta con lenguaje frecuentemente "antipoético", mezclado con emoción nunca exenta de ternura. Dentro de esos dos extremos fluctúan sus sentimientos, lo mismo cuando recuerda un deseo perdido que cuando invoca el recinto de la soledad.


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ESA SANGRE
No la veo, no me baña su doloroso color,
ni la oigo correr sobre las piedras,
ni mis manos la tocan,
ni mis cabellos se oscurecen,
ni siquiera mis huesos se ponen amarillos,
ni aún mi saliva es verde, amarga y pálida.

No la he visto. No. No la he sentido
en mi propia sangre revolotear
como pájaro perdido, llorando
o nada más en busca de descanso.

Es horrible que no llueva sangre española
sobre las ciudades de América,
como sangre de toros embistiendo
o lágrimas de águilas.

Pero sí, sí la veo, sí corre
por el cielo de mi ciudad,
sí la tocan mis manos,
sí mis cabellos oscurecen de miedo,
sí mi boca es una herida espantosa
y mis huesos roja pesadumbre.

La he visto, la he tocado
con mis propios asustadizos dedos,
y todavía estoy quejándome de pena,
de noche, de nostalgia.

Yo soy testigo de esa sangre.
Puedo decir que hablé con ella
como un árbol ensangrentado
con una casa deshabitada;
puedo decir a los incrédulos
que en su corriente iban,
secos, mudos ojos y ojos de jóvenes,
ojos y ojos de niños,
manos, manos de ancianos,
y vientres prodigiosos de muchachas,
y brazos prodigiosos de muchachos,
y mucho, muchísimo dolor,
y dientes españoles,
y sangre, siempre sangre,

Yo era. Yo era simplemente
antes de ver esa sangre.
Ahora soy, estoy, completo,
desamparado, ensordecido,
demasiado muerto para poder, después,
ver con serenidad ramos de rosas
y hablar de orquídeas.

Yo soy testigo de esa sangre,
de esas palomas, de esos geranios,
de esos ojos con sal,
de aquellos mustios vientres
y sexos apagados.
Yo soy, testigo muerto, testigo de la sangre
derramada en España,
reverdecida en México
y viva en mi dolor.

 

 






EUNICE

Día y noche, pero
Más noche que día,
Eunice dialoga y riñe
Con los altos mastines.
De arriba abajo,
De abajo arriba.

A una hora cierta
Triunfa green eyes Eunice.
Los hocicos se cierran.
Eunice duerme.
La noche se eterniza.

Salimos de su casa
Con un alba rabiosa
Mordiéndonos las nalgas.

ESTRELLA EN ALTO

En el taller del alma maduran los deseos,
crece, fresca y lozana, la ternura,
imitando tu sombra,
inventando tu ausencia
tan honda y sostenida.

Hoy te sueño,
amante:
estrella en alto, huella
de una violeta lenta.

Oscuramente bella la soledad germina en torno de mi cuerpo.
Hoy te sueño, amante:
jugamos a la brisa y al frío.
Tu nombre suena como tibia pureza inimitable.

Y del cielo a la tierra,
de aquella estrella en alto al dulce ruido de tu pecho,
bajan con inefable rapidez
y como espuma roja
apresurados besos,
recios besos,
crueles besos de hielo en mi memoria.

Un grito de agonía, una blasfemia
vuelve grises tus senos,
y mi sueño,
y esa noble fragancia de tu sexo.
¿Qué esperamos, hermana,
de esta reciente aurora
que nos fatiga tanto?
Mira la estrella,
es blanca, no es azul.
Mírala, y que tus ojos perduren como rosas perfectas.
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