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José Hierro
José Hierro
Poeta español. Nació en
Madrid en 1922, pero fue santanderino de adopción. Uno de los
poetas más representativos de los años cuarenta y cincuenta,
fundador de la revista Proel, recibió los siguientes premios:
Adonais por su obra Alegría (1947), Nacional de Poesía (1953),
de la Crítica (1958 y 1965), March (1959) y Príncipe de
Asturias (1981). Entre sus libros de poesía figuran Tierra sin
nosotros (1946), Con las piedras, con el viento (1950), Quinta
del 42 (1953), Estatuas yacentes (1954), Cuanto sé de mí
(1957), Libro de las alucinaciones (1964), Poemas de agenda
(1981). También es autor del libro en prosa Quince días de
vacaciones y del texto filosófico Problemas del análisis del
lenguaje moral (1970). Su obra se caracteriza por reflexionar
sobre lo sencillo sin prestar atención a las formas
estetizantes, en la línea de Blas de Otero o Gabriel Celaya;
pero en su obra se nota la influencia de Gerardo Diego. Se
inició con una temática reivindicativa testimonial y poco a
poco fue haciéndose más colectiva y existencial. En 1980 se
publicó una antología que recogía su obra e incluso poemas
inéditos, aunque en 1991 publicó un libro de poemas titulado
Agenda. En el año 2000 sufrió un infarto de miocardio y un
enfisema pulmonar. Este se agudizó durante los dos años
siguientes, que finalmente le causaron la muerte el 21 de
diciembre de 2002.
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RÉQUIEM
Manuel del Río, natural
de España, ha fallecido el sábado
11 de mayo, a consecuencia
de un accidente. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
a las 9,30 en St. Francis.
Es una historia que comienza
con sol y piedra, y que termina
sobre una mesa, en D'Agostino,
con flores y cirios eléctricos.
Es una historia que comienza
en una orilla del Atlántico.
Continúa en un camarote
de tercera, sobre las olas
sobre las nubes de las tierras
sumergidas ante Poseidón.
Halla en América su término
con una grúa y una clínica,
con una esquela y una misa
cantada, en la iglesia de St. Francis.
Al fin y al cabo, cualquier sitio
da lo mismo para morir:
el que se aroma de romero,
el tallado en piedra o en nieve,
el empapado de petróleo.
Da lo mismo que un cuerpo se haga
piedra, petróleo, nieve, aroma.
Lo doloroso no es morir
acá o allá...
Requiem aeternam,
Manuel del Río. Sobre el mármol
en D'Agostino, pastan toros
de España, Manuel, y las flores
(funeral de segunda, caja
que huele a abetos del invierno)
cuarenta dólares. Y han puesto
unas flores artificiales
entre las otras que arrancaron
al jardín... Liberanos domine
de morte aeterna... Cuando mueran
James o Jacob verán las flores
que pagaron Giulio o Manuel...
Ahora descienden a tus cumbres
garras de águila. Dies irae.
Lo doloroso no es morir
dies illa acá o allá;
sino sin gloria...
Tus abuelos
fecundaron la tierra toda,
la empaparon de la aventura.
Cuando caía un español
se mutilaba el Universo.
Los velaban no en D'Agostino
Funeral Home, sino entre hogueras,
entre caballos y armas. Héroes
para siempre. Estatuas de rostro
borrado. Vestidos aún
sus colores de papagayo,
de poder y de fantasía.
Él no ha caído así. No ha muerto
por ninguna locura hermosa.
(Hace mucho que el español
muere de anónimo y cordura,
o en locuras desgarradoras
entre hermanos: cuando acuchilla
pellejos de vino derrama
sangre fraterna). Vino un día
porque su tierra es pobre. El Mundo,
Liberanos Domine, es patria.
Y ha muerto. No fundó ciudades.
No dio su nombre a un mar. No hizo
más que morir por diecisiete
dólares (él los pensaría
en pesetas). Requiem aeternam.
Y en D'Agostino lo visitan
los polacos, los irlandeses,
los españoles, los que mueren
en el week-end.
Requiem aeternam.
Definitivamente todo
ha terminado. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
por su alma.
Me he limitado
a reflejar aquí una esquela
de un periódico de New York.
Objetivamente. Sin vuelo
en el verso. Objetivamente.
Un español como millones
de españoles. No he dicho a nadie
que estuve a punto de llorar.
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