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Hagamos un poco de Historia...

Para decir algo de los orígenes de la poesía castellana, hay que remontarse a los tiempos de la formación de la lengua, cuando los moradores de España habían salido de la dominación romana y sentían la influencia visigoda, junto con la de varios dialectos del árabe; de suerte que el castellano que entonces se hablaba era muy distinto del que hablamos ahora, pues estaba el idioma en sus primeros balbuceos.
Así, en el poema castellano más antiguo que se conoce, el Poema del Cid, donde se refieren los hechos de don Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid Campeador, el héroe español más famoso, se leen versos como los siguientes:

Allí pienssan de aguiiar allí sueltan las
riendas,
A la exida de Biuar ouieron la corneia
diestra, E entrando a Burgos ouieron la
siniestra...

A nuestros jóvenes lectores les resultaría difícil la lectura de este poema, que además es rudo y fuerte, como todos los de aquellos tiempos de guerras y de escasa cultura. Algo arduo de entender nos parece también Gonzalo de Berceo, el más antiguo de los poetas castellanos conocidos, quien dice de sí mismo:

Damas si saber quieres do vengo la raiz,
En Berceo fui nado,
cerca es de Madriz,
Millan me puso nomne la mi buenanodriz,
Fasta aqui mie vida con abeias la fiz.

Por aquellas remotas épocas también escribió Juan Ruiz, llamado el Arcipreste de Hita, que floreció un siglo después de Gonzalo de Berceo, y en quien hallaremos ya nuevas rimas y más madurado el idioma. Véase un ejemplo:

Santa Virgen escogida,
De Dios madre muy amada,
En los cielos ensalzada,
Del mundo salud e vida,
De muerte destruimiento,
De gracia llena cumplida,
De coytados salvamiento,
De aqueste dolor que siento,
En presion sin merescer,
Tu me denna estorcer
Con el tu defendimiento.

Con mayor corrección, y lenguaje más perfecto y atmonioso, escribe algo más tarde el poeta rabino Don Santo de Carrión:

Por nastier en espino
La rrosa, yo non syento
Que pierde, nin el buen vyno
Por salir del sarmiento.
Nyn vale el altor menos
Por que en vil nido syga,
Ni los enxenplos buenos
Por que judío los diga...

Sólo entrando en el siglo xv encontraremos ya poetas españoles de gran inspiración y verdadera elegancia de estilo, como el Marqués de Santillana, y Jorge Manrique.

Toda la poesía anterior al siglo xv (entre la que se cuenta también el famoso Poema de Alfonso Onceno) viene a ser algo así como ensayos, más o menos felices, de la musa castellana.

Son versos rudos, o de carácter religioso, porque eran tiempos aquellos de guerra contra los moros, en que España sirvió de valladar para que la oleada musulmana no se extendiera por el resto de Europa. Durante aquellos siglos de constante guerrear, la poesía servía de aliento a los combatientes en muchos casos, y como, además, ya hemos dicho que el idioma estaba en su formación, por esto no se escribieron entonces verdaderas obras maestras.

Pero ya en el siglo xv, bajo los reinados de Don Juan II y de los Reyes Católicos, Don Fernando y Doña Isabel, florecieron la lírica cortesana, o poetas de la corte; los famosos Romances populares (poesías que hacían los trovadores del pueblo) ; y poetas como Jorge Manrique, de quien son estos conocidísimos versos:

Recuerde el alma dormida,
Avive el seso y despierte,
Contemplando Cómo se pasa la vida,
Cómo se viene la muerte Tan callando:
Cuán presto se va el placer,
Cómo después de acordado Da dolor,
Cómo, a nuestro parescer,
Cualquiera tiempo pasado Fué mejor.

Con el poeta que acabamos de citar despunta la aurora radiante, como anunciando los siglos de oro (xvi y xvII) de las letras castellanas. Nunca hubo en España -no los hubo antes ni los ha habido después-, mejores poetas que aquellos que florecieron bajo los reinados de Carlos V y de los Felipes (II, III y IV). Entonces nuestro idioma alcanzó su plenitud, triunfando igualmente la poesía, la novela y el teatro. Puede considerarse a Fray Luis de León como el más grande de los líricos españoles de todos los tiempos, porque lo fue en aquéllos tan gloriosos. En importancia, y por orden cronológico, le siguen Garcilaso de la Vega, Fernando de Herrera, Lope de Vega, y Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola.

Otro admirable poeta fue Luis de Góngora, de estilo muy enrevesado, que dio origen al gongorismo. No pocos poetas de menos talento que Góngora lo imitaron, lo cual fue de lamentar, porque se adquirió un vicio muy feo en el modo de manejar el idioma. Una de las más felices imitadoras del maestro fue la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, que vivió en la segunda mitad del siglo xvII, y en cuyas obras, como en las del propio Góngota, se descubre verdadera inspiración.

En los siglos de oro llegó a su apogeo la poesía dramática con Lope de Vega, a quien se llamó el Fénix de los ingenios, y cuya portentosa fecundidad produjo a millares dramas y comedias; Fray Gabriel Téllez, más conocido por Tirso de Molina, autor del primitivo Don Juan Tenorio, o sea El Burlador de Sevilla; Juan Ruiz de Alarcón, mexicano como Sor Juana Inés de la Cruz (ésta también escribió para el teatro, pero mucho más tarde) ; Pedro Calderón de la Barca, a quien se debe el famoso drama La vida es sueño y otros varios que todavía se representan; Francisco de Rojas Zorrilla, Luis Vélez de Guevara y tantos otros, que no citamos por no extendernos más de lo debido.

No debemos olvidar, entre los poetas de aquellos tiempos, a Don Francisco de Quevedo, poeta muy ingenioso y divertido a veces, pero serio cuando quiso serlo, y que escribió poesías inmortales. Le atribuyen a Quevedo muchos lances y chistes que no son verdaderos, pues tan célebre se hizo por su ingenio, que parece que todo lo jocoso y festivo de su época lo escribió su pluma. Repetimos, sin embargo, que también escribiendo en serio fue muy gran poeta y notable prosista, pues tenía una vasta cultura y mucha inspiración.



Poesía Hispanoamericana

A fines del siglo xvII decayó mucho la poesía castellana; casi todos los poetas que quedaban seguían haciendo malas imitaciones de Góngora.

Mejoró, a mediados del siglo xvIIi, con Moratín, Meléndez Valdez, Quintana y Juan Nicasio Gallego, que tomaron mejores modelos y se llamaron por esto seudoclásicos. Después vino la época del romanticismo (primera mitad del siglo xix), y en ella florecieron el Duque de Rivas, Espronceda, Zorrilla, la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, el argentino Olegario Víctor Andrade, el uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, el colombiano Rafael Pombo, el chileno Eduardo de la Barra y el mexicano Ignacio Altamirano.

En el periodo del posromanticismo, que abarca desde la segunda mitad del siglo XIX hasta principios del xx, se destacaron en España Ramón de Campoamor, Gustavo Adolfo Béc quer, Gaspar Núñez de Arce y José María Gabriel y Galán, y en América el colombiano José Asunción Silva, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera y el cubano José Martí.

En la poesía contemporánea, que abarca el período comprendido entre principios del siglo xx y el año 1940, brillan en España numerosas figuras entre las que se destacan junto al profundo lirismo de Antonio Machado y la pureza de Juan Ramón Jiménez, el espíritu renovador de Ramón del Valle-Inclán y la vigorosa originalidad de Eduardo Marquina.

En América alcanzan su plena madurez cuatro grandes poetas, cuyo espíritu inquieto llevólos a renovar los valores estéticos; son ellos: Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Amado Nervo, y José Santos Chocano, de Nicaragua, Argentina, México y Perú respectivamente, cuyas fascinadoras y originales melopeas son el resultado de sus aspiraciones a interpretar el lenguaje misterioso de ritmos, colores, sonidos, formas y lejanías, y de su afán por dar cuerpo a vaporosas irrealidades de ensueño.

Finalmente, entre los poetas contemporáneos, podemos citar a los españoles Jorge Guillén, Federico García Lorca, Pedro Salinas y Rafael Alberti y los americanos Pablo Neruda y Gabriela Mistral, de Chile; Nicolás Guillén, de Cuba; Ricardo Rojas y Jorge Luis Borges, argentinos; Salvador Novo, mexicano y Miguel Otero Silva, venezolano.

Omitimos muchos nombres que, sin embargo, tienen indiscutible derecho a ocupar un puesto honroso en la historia de nuestra literatura.

Guardemos siempre amotosa memoria de esos hombres, que supieron expresar, con las palabras más bellas, lo más noble y puro de los sentimientos propios y ajenos. Su poesía nos enseña a sentir todo lo hermoso, a levantar el alma, a ennoblecer e idealizar el amor como un bien inefable que nos viene del cielo.



 



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Poesía de los primeros tiempos de la lengua castellana.

El poeta español lñigo López de Mendoza, marqués de Santillana (1398-1453), pondero los sencillos trajines y esparcimientos del campo. que ahuyentan los vicios de la vida cortesana.

BENDITOS aquellos que con el asada
Sustentan su vida e viven contentos,
E de quando en cuando conoscen morada
E suffren pascientes las lluvias e vientos!...
Ca estos no temen los sus movimientos,
Nin saben las cosas del tiempo passado.
Nin de las pressentes se facen euydado,
Nin las venideras dó han nascimientos.

¡Benditos aquellos, que siguen las fieras
Con las gtuesas redes e canes ardidos
E saben las trochas e las delanteras
E fieren del archo en tiempos deyidos!
Ca estos por saña non son conmovidos
Nin vana cobdicia los tiene subjetos;
Nin quieren teshoros, nin sienten deffetos
Nin turban temores sus libres sentidos.

¡Benditos aquellos que, cuando las flores
Se muestran al mundo,
desgiben las ayes E fuyen las pompas e vanos honores,
E ledos escuchan sus cantos suaves!
Benditos aquellos que en pequeñas naves
Siguen los pescados con pobres traynas!
Ca éstos non temen las lides marinas,
Nin cierra sobre ellos Fortuna sus llaves.

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