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José Lizana Martínez
Acabé sentándome en el mojón kilométrico 757; lo ví reflectante ante mi, emergiendo del petreo suelo, que, en un mudo grito de piedra, se alzaba monosilábico y monolítico, como un símbolo politeísta que, alineados en la carretera, repartían equidad en la Tierra. Y con una de esas deidades kilométricas besándome el culo, me evadí de mi situación angustiosa arrullado por la noche, y aún con el eco de ese zumbido monocorde y el recuerdo vivo de estar aún recorriéndola, la presentía allí en la oscuridad, persiguiéndola obstinadamente por sus largas rectas, y cómo que la veía desenrollándose de si misma y estirándose incesantemente hacia delante con la obstinación de un surco que ha herido una tierra salvaje y sin ley. Pero más tarde ya no pude resignarme a mi suerte, y blasfemaba contra el cielo y le propinaba furiosos puntapiés a aquel dios que se expresaba con un lenguaje cifrado en su cara, que sólo me indicaba mi justa situación desesperada en medio de la nada, y me consolé in extremis, sin extremar mi ira, arrancando de un brusco tirón la etiqueta del precio que aún colgaba de la chupa, y en su calidez guardé mis manos frías y recordé dos tetas y maldije mi suerte. Y de repente ví dos luceros en la lontananza, y pensé podrían ser los ojos de alguien que como yo tuvo en su coche una avería y que de éso hacía ya mucho tiempo y ahora sólo aguardaba en la oscuridad para verme a mi también solo y abandonado a mi suerte, o tal vez serían los de un buho distraido que me observaba en lo alto de una rama y al que distraía de sus planes de caza. ¿Y si fueran los faros de un coche acercándose a mí...?, pero éstos no aumentaban su intensidad ni su tamaño. Pero también podría tratarse de dos estrellas gemelas unidas por el destino para siempre, refulgiendo en la oscuridad del firmamento y mirándome desde el infinito. Pero esa mirada era algo tan dulce y aterrador que, si se la entendía bien, a uno le entraba vértigo. Eran millones de años luz mirándome en un instante infinitesimal. ¿Y por qué dos? Yo en una sí, pero la otra, ¿para quién... o para qué...? Al alba se me desvelaría el secreto. Eran dos farolas aún encendidas, sobre el km. 758, flanqueando la entrada a una solitaria gasolinera, con servicio de taller. A su lado un pequeño motel de dos habitaciones con una que estaba libre. Le pedí un desayuno a la mujer del tipo de la gasolinera, que me lo sirvió a una mesa con dos platos; no retiró el otro, que permaneció allí sin usar, como una suerte de libre albedrío aún intacto. Y ése enigmático número dos, que me rondó obsesivamente toda la noche, insistía en significarse también por la mañana: quizá expresaba la relación indestructible del hombre y su incierto destino, a menudo determinado por la suerte y el azar. de José Lizana Martínez Barcelona, España Edad 57 años |
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