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1º Convocatoria Literaria en Letra Universal


Marcos Funes Peralta

Cuando J. D. Salinger conoció a Thomas Pynchon o El mito

En el principio, cuando el principio no era principio y el fin posiblemente fuera el principio y no el fin, el universo se comprendía por medio de dimensiones que hoy podemos llamar concretas, si bien la idea de lo concreto fuese, irónicamente, abstracta.
Sin distinción, se podía afirmar que los espacios eran infinitos y el infinito mismo bien podía estar ceñido a una aplicación arbitraria de límites, o que la interpretación del tiempo en segmentos consecutivos, pongamos por caso no lineales, bien podía resultar análogamente plausible confrontado a un parámetro desconocido o por lo menos incomprendido en ese entonces como la linealidad.
En ese espacio, que se gestó plano y transparente a la luz de los intelectos que lo estudiaron luego (imaginémoslo asignándole un arriba y abajo y una derecha e izquierda), surgió espontáneamente un ser vivo: una tortuga. Una tortuga cualquiera. Una tortuga sin temporalidad y, por ende, sin vestigios de resultar de la evolución o de la procreación discrecional antecedente de su misma especie. Una tortuga sin autoconciencia alguna para capitalizar el sentido de su propia existencia.
La tortuga apareció en los espectros sensoriales mucho (¿tiempo?) después de aparecer en los espacios reales y, probablemente, la cronología de esa tortuga aún permanezca relegada al reino de lo insensible. Su figuración en las aprehensiones inteligentes está sujeta, en consecuencia, a las conciencias externas de cada uno de sus contactos, pues la tortuga, en cuanto memoria cumulativa, no ha podido reconstituir, incluso hasta nuestros días, el trayecto primigenio de su subjetividad.
Pasados indefinidos tiempos muertos, indiferentes para unos como presurosos para otros, la tortuga encontró, a su debido tiempo, en ese espacio plano y transparente a otro ser vivo, una variación de ella misma, entendida desde la contemporaneidad como corolario de un proceso netamente pedagógico (la dificultad radica en consignar el nombre del Pedagogo). La otra criatura era una serpiente.
Sin embargo, un inconveniente comunicativo de curioso significado se produjo durante ese dilatado encuentro. Puesto que la longitud total de la serpiente estaba perfectamente constreñida y presionada, dividida en seis segmentos, en una fuente de aluminio invertida que simulaba un caparazón, su boca estaba tan estrujada que no podía hablar mientras que, en el otro extremo, su cascabel aplastado emitía a duras penas un sonido adusto e inútil. La tensión era tal que un equilibrio macabro, irrompible o incluso armónico se dibujaba, menos heroicamente por cierto, que un mito o la vaga idea de un mito.
Las disquisiciones individuales sobre los hechos y los estados nunca los variaron. Los ejercicios fenomenológicos se extraviaron en los espirales de siempre.
Se cree (y se cree que creer es sobrenatural) pero no se sabe (pues es convención arbitraria que los atributos de la sabiduría legitiman su parcialidad) que la tortuga se aproximó a la serpiente y comenzó a hacerle algunas preguntas que hoy instruyen liturgias y letanías. Antes de irritarse por su silencio, se entregó lúbricamente a la contemplación de sí misma en el reflejo convexo del caparazón de aluminio durante muchísimo tiempo, tal vez siglos, tal vez milenios... De hecho, las opiniones más heterodoxas versan sobre la inmanencia de esa contemplación en determinados asuntos de actual relevancia.
Transcurrido ese período, la tortuga resolvió salir de su caparazón con la intención de generar una rebeldía idéntica en la serpiente. Era capaz de leer, ya en esa instancia, más verdad que atisbo, si bien en realidad los atisbos de las verdades finales eran más atisbos que verdades. Probablemente (no tiene importancia), la serpiente llevaba varios años muerta; un concepto, el de la muerte, aún incomprendido por la tortuga.
En perjuicio de ello, el gran problema, el problema último e irresoluble, no fue tal incomprensión. El problema fue que los monos, más temprano que tarde, sí entendieron ese concepto.




de Marcos Funes Peralta
Blog Taller de Marcos
Edad: 22
País: Argentina


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