Crítica a la academia de la modernidad, sus instituciones, sus herramientas,
sus aprendizajes, su enseñanza, su proyecto y a su enorme desconocimiento


Por Guayú De Falkón

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Terrible es la situación de la escuela a finales de siglo. La educación para la modernidad ya no funciona. Estudiantes y docentes, ni aprenden, ni enseñan. Los planteles se han convertido en clubes de reunión, de exclusión y de des-encuentro social. Los que con esfuerzo intentan cumplir con su función, no pueden hacerlo sin excluir a gran cantidad de estudiantes. La mayoría de los colegios cambió su rol; en sus locales se emplean docentes, obreros y empleados, para cuidar y mirar muchachos.

En la escuela, casi todos los docentes asumen el papel de guardias estudiantiles. Niños y jóvenes, en lugar de ser enviados a estudiar, son depositados allí para que docentes y empleados los cuiden y los mantengan ocupados. Los estudiantes están obligados a escuchar y obedecer a unos docentes que, para justificar lo que cobran por "educar", enseñan aprendizajes para la vida de medio siglo atrás que hoy no sirven. Esta educación es el soporte de una elite ignorante y de unas lacras de la política que, desde hace años tienen la dirección del Estado. Esta enseñanza no es de interés para los estudiantes. El aprendizaje para la vida de la civilización contemporánea ¡lo conocen! Hace tiempo que fue enseñado en todo el planeta.

Mientras la burocracia de la educación moderna debido a sus fracasos realizaba a diario cambios de modelo en su proyecto académico, desde el mundo informal, con herramientas nuevas y eficaces no reconocidas como tales por la academia, el comercio y la industria internacional, a través de sus corporaciones educaron a las sociedades de todo el planeta. Sin decirlo y sin permiso ¡lo hicieron! La academia moderna desconoce que la instrucción pública posmoderna nos enseñó lo básico para vivir.

Mientras los intelectuales divagaban en la elección de textos y métodos para aumentar la cantidad de información que debía grabar en su memoria un estudiante, sin "nuestra" academia, o mejor dicho, con otra academia, la producción económica implantó nuevos métodos para enseñar, y educó a todo el mundo sin que nadie lo advirtiera.

Sorprendidos y sin saber lo que ocurría ante sus ojos, nuestros intelectuales calificaron como transculturización a la nueva educación. Para ellos ésta no era educación. La que si lo era enseñaba con libros, maestros, escuelas, y sólo los intelectuales de la academia podían diseñar esa enseñanza. Este error de los academicistas hará del remedio para mejorar la enseñanza un terrible veneno. Este, eliminará el empleo de miles de docentes, empleados y obreros, en todos los niveles de la educación pública y privada.

A lo largo de los años la academia pasó de formadora de docentes o formar des-educadores. Sus caducas instrucciones crean conflictos entre: la enseñanza actualizada y eficaz asimilada desde lo informal que a diario recibimos y la académica, formal, desfasada, casi inútil y difícil de aceptar.

Los maestros, los libros, la escuela y la lecto-escritura, no son lo más eficaz para enseñar en la sociedad contemporánea. El crecimiento del conocimiento y el avance de la técnica convirtió a estas herramientas para la enseñanza en: primitivas, lentas, costosas, ineficaces y tormentosas. Es muy probable que comenzando el Tercer Milenio, el país donde la escuela pública nació, u otro, decidan sepultarla. De ahí en adelante ocurrirá una reacción en cadena. La educación posmoderna necesita usar esos recursos en la reproducción de una enseñanza que sirva a los propósitos de la civilización actual, en su camino rumbo a la consolidación de la globalización, nos guste o no. Hoy, el maestro contemporáneo y la escuela posmoderna están obligados a educar miles de estudiantes; y eso, no lo puede hacer en el aula mediante la lecto-escritura. La escuela, el maestro y la lección para 40 alumnos, es historia romántica.

Para lograr el cometido de enseñar, el maestro tendrá que actualizar los contenidos y utilizar las nuevas herramientas de la educación: la televisión, el vídeo-proyector, las técnicas audiovisuales en general, la computación y la comunicación satelital. Sin estas herramientas contemporáneas la educación será: cara, excluyente, mala y rechazada. Además, los recursos económicos empleados en ella se perderán o darán menos frutos, si las nuevas herramientas se usan dentro de la escuela actual en los países pobres. No se puede evitar la exclusión que produce el desigual intercambio estético dentro de la escuela, debido a la falta de consumo material de miles de niños y jóvenes de bajos recursos. La falta de materiales de estudio, ropa y útiles personales, excluyen de la escuela a millones de niños y jóvenes en edad escolar.

La competencia para excluir estudiantes se la disputan: la desfasada enseñanza académica y la estética de la moda social. Este hecho real, no deja otra alternativa que realizar la nueva enseñanza en el mismo lugar donde se realizó la educación asistemática: fuera del aula. De esta manera los planteles quedarán para comedores, encuentros sociales, culturales, deportivos y museos. La instrucción pública posmoderna, informal y asistemática, es incluyente y lo será por mucho tiempo; la instrucción pública moderna, formal y sistemática, es excluyente desde hace muchos años.

La inmensa mayoría del conocimiento útil para nuestra vida en la sociedad contemporánea, no lo aprendemos en la escuela sino fuera de ella. La mayoría de los nuevos oficios y actividades se aprenden en el hogar y en medio del trabajo económico mismo: las aulas de la nueva educación. La decisión para salir de la educación actual, sus métodos, su escuela y sus instituciones, es una decisión política que alguien tendrá que tomar; y, es el reto para los que se plantean revolucionar la sociedad, la educación necesita esa revolución.

¿Por qué no es posible el proyecto moderno y cual es la enseñanza para salir de nuestras necesidades?

Responder la interrogante es para la academia un conocimiento aterrador. La escuela de instrucción pública de la enseñanza moderna y sus herramientas mecánicas usadas para enseñar (el maestro, la lecto-escritura y el libro), fueron desplazados por otros instrumentos de enseñanza masiva más eficientes.

La principal característica que domina el universo de la enseñanza es la crisis alrededor de toda la esfera de influencia de la academia. Hace años se ha intentado modificar la situación de la educación sin éxito. A pesar de toda la inversión realizada en los países del Tercer Mundo y principalmente en la América Latina, los proyectos de educación modernos no han cumplido los objetivos teóricos diseñados por los intelectuales académicos.

Pero ¿cuál es la crisis de la educación en los países de la América Latina? La respuesta a la interrogante es múltiple; y los caminos que nos dejan las respuestas son difíciles de aceptar, mucho menos si son planteados por un no-intelectual que afirma: La existencia de ¿otra academia? La situación requiere que quien pueda ayudar lo haga. Aquí lo hacemos.

Primero, hay que indicar que los problemas de nuestra educación derivan de: La imposibilidad de cumplir los objetivos de la enseñanza moderna en los países del Tercer Mundo por el desconocimiento que su función hace tiempo fue cesada por la instrucción enseñada por la posmodernidad. En segundo lugar, es necesario explicar la contradicción que existe entre los objetivos económicos de los que incluyeron en los suyos los de nuestros países, y los objetivos de la educación moderna que aún cree posible modelar e instalar un proyecto de país independiente. En tercer lugar, existe un problema que si bien es cierto nunca se planteó con claridad, todo el tiempo ha sido boicoteado: la enseñanza de la construcción del conocimiento. Necesitamos cambiar la enseñanza de instrucciones por la enseñanza de la construcción del conocimiento. Y, este último requiere una nueva conceptualización; vistas las consecuencias que la dependencia nos ocasiona, es imperativo seleccionar la dirección de su vector y acometer la tarea de construir el conocimiento.

Estamos obligados a salir de las soluciones de la economía de la escasez y reemplazarlas con conocimientos para soluciones económicas abundantes. Esto hace necesaria la investigación e invención de otra ciencia u otro conocimiento. Es el reto que tenemos. Este ensayo busca ese objetivo. Sin definir la cualidad del conocimiento que necesitamos y sin subvertir el existente, seguiremos comprando recetas ajenas y crecerá nuestro real problema: el desconocimiento, antecesor de la dependencia.

Reflexión de tres aspectos que originan el problema.

I

Hace tiempo que la enseñanza de la educación moderna que nuestra academia dirige y "produce" está en crisis. Lo indica la afirmación que hacen los educados sobre la inutilidad práctica de lo aprendido: no sirve para resolver la gran mayoría de los problemas que el hombre enfrenta en la vida contemporánea. Poco es lo útil enseñado por la escuela que no se aprenda fuera de ella con mayor rapidez. La institución académica y sus herramientas han sido desplazadas por una enseñanza que se realiza con nuevos y eficaces instrumentos aplicados desde lo asistemático por una "informal" no-academia. Esta última, por más de 40 años ha enseñado a todo el planeta sin decirlo; lo ha hecho. Lo que el hombre necesita conocer para resolver los problemas de la vida diaria ya le fue enseñado.

La educación formal desconoce como hecho educativo la enseñanza asistemática sin su participación. No reconoce que la instrucción pública básica para la vida posmoderna es un hecho cumplido; y, al no aceptarlo, no protesta el atropello, callando la muerte de (sus) nuestros proyectos. ¿Será la academia cómplice? ¿La academia y sus instituciones ocultan que otros nos modelaron sin nuestro consentimiento porque no desean descubrir su desconocimiento y su inutilidad como portadora del saber? Si la respuesta es afirmativa queda en el aire lo siguiente: ¿responderá la academia por el fracaso de la enseñanza si es cómplice de él?

Aunque destinemos 50% PIB a la educación nuestros proyectos modernos nunca se harán realidad. En los últimos cuarenta años, la academia gastó grandes recursos económicos empeñada en enseñarnos su proyecto moderno; y paralelamente, desde lo informal, una potente educación contemporánea no reconocida aún como tal, nos enseñó lo que quiso, cuando y como quiso. Y todo esto, sin nuestra autorización. Lo más grave fue que: el asesinato de nuestro proyecto de enseñanza se cometió en nuestras narices. El asesino fue el proyecto educativo de la posmodernidad. Si existe un culpable es: nuestra academia, sus intelectuales y su desconocimiento.

La educación moderna no puede enseñar con sus caducas herramientas: el maestro educador, la escuela y la lectoescritura; sus instrumentos básicos para construir la realidad.

El maestro fue la primera herramienta para enseñar que nos legó el pasado y el elemento básico para la transmisión de los aprendizajes conocidos a los hombres que usó la educación moderna. Su autoridad emanaba del conocimiento de las instrucciones que necesitaba el hombre rural para convertirse en ciudadano de la sociedad industrial. La institución, el método y el sitio para enseñar, eran los mismos que tenían más de 12.000 años de uso continuo transmitiendo los aprendizajes sociales: los religiosos. La misión mesiánica del maestro frente a los alumnos exigía el respeto de su verdad, tal como la palabra del sermón a los fieles. Un respeto subordinador.

Además, la enseñanza moderna reprodujo en su seno la cultura institucional de la iglesia de Roma. Las clases en un aula con pupitres no fueron otra cosa que la reproducción del ambiente de la capilla. La educación religiosa fue la única que conoció el hombre común hasta el año 1.700 de nuestra era. El hombre moderno le cambió el lugar y el nombre a la nueva capilla; y así, la enseñanza cambió sólo el origen de su contenido. El maestro, los alumnos y la clase, fue siempre la enseñanza de la palabra sagrada: lo escrito en los libros enseñado como la verdad.

El maestro de la enseñanza moderna funcionó hasta que la palabra religiosa de la verdad académica entró en crisis. Y ocurrió porque el hombre inventó una nueva herramienta de múltiple uso útil; divierte, advierte y enseña, comunicando miles de imágenes a la vez: el audiovisual. Desde el momento que la palabra religiosa de la academia cayó en desgracia, la lectura que antaño era un placer se convirtió en trabajo pesado; o mejor dicho, con el audiovisual el hombre descubrió que la lectoescritura siempre fue un trabajo pesado.

Los maestros enseñan a los niños que es un placer dormirse leyendo o escuchando cuentos. Pero lo que los hace dormir no es el placer que sienten con el cuento, sino el excesivo trabajo que realiza su cerebro construyendo la realidad de palabras: se duermen por agotamiento, cansados y no felices.

La imagen visual construye el 80% de la realidad humana, y a través del cine, la televisión y la publicidad, esta consigue que el hombre participe de la realidad ajena, de la misma imagen que ven los que construyen los conocimientos de la ciencia.

La imagen audiovisual diaria enseña más que todo lo que se pueda aprender imaginando lecturas de textos. El discurso oral sólo funciona como medio para extender explicaciones de hechos conocidos. No enseña nada a nadie si no existe la obligación de realizar el trabajo pesado: construir de palabras la imagen que dio origen al discurso. Pero eso, si el discurso nació de imágenes; y, si de sus conceptos, estas se pueden construir.

A lo anterior, hay que sumar la incomodidad en que se convirtieron el pupitre y el aula. El más humilde hogar y cualquier sitio de reunión pública poseen más confort que la escuela. La empresa industrial de hoy ofrece un confort mayor al que la escuela y el hogar humilde conceden al estudiante y al obrero. La educación y su institución, de manera natural se convirtieron en el infierno de los niños y los jóvenes de la última generación. Sólo es defendida como un edén por los "intelectuales" de la academia que, aspiran seguir haciéndonos almacenar datos de memoria y que, todavía anhelan obligarnos a forzar el trabajo del cerebro para "conocer" imaginando lecturas; y todo esto, para conservar sus empleos más allá del espectro de su función moderna.

La educación posmoderna funciona. Y sin los intelectuales de la academia moderna. La necesidad de dar la batalla para imprimir en ella los objetivos e intereses del hombre común, no nos obliga a hacerlo con la academia, ni con los intereses de los intelectuales (por lo menos, no con los que hoy existen), si es que el hombre común resulta incapaz de construir su propio conocimiento, lo que sin lugar a dudas no es fácil de materializar. El rumbo de la civilización con conduce a la escasez, y seguirá por allí si no se trabaja con lo abundante y por la abundancia. De lograrlo, el conocimiento en manos de todos tiene que resultar inmenso.

La lectoescritura, la herramienta de memoria automática de doble acción que permitió la construcción de nuestra primera memoria artificial, inventada por el hombre educador 6.000 años atrás, perdió su lugar de privilegio en la transmisión de los aprendizajes. El libro, la primera herramienta de transmisión mecánica de enseñanza fue superada por una más eficaz, su uso demanda menor esfuerzo.

La escuela de instrucción pública de hoy, es una técnica de reproducción automática de enseñanza masiva que no usa aulas ni escuelas; es aplicada durante la práctica de comunicación en medio de la vida diaria, sin que nadie advierta la presencia del maestro ni de la institución. Sin hacer uso de la memorización, ni del cálculo teórico, ni del trabajo de la lectoescritura, sin regañar ni excluir estudiantes, por más de cuarenta años la educación posmoderna ha enseñado a todo el planeta lo que es necesario conocer para la vida diaria contemporánea. Casi todos conocemos qué es, cómo y para qué sirve la producción contemporánea. No hizo falta la vieja escuela para conocer las reglas sociales, los utensilios de uso hogareño, los de uso social, las herramientas para el trabajo, la teoría de las ciencias, el poder y sus guerras, etc.

La enseñanza asitemática permanente de la que nadie se puede escapar, enseña más rápido, más fácil y más cosas que la diseñada por la academia. Una clase teórica audiovisual de 30 minutos es 1.200 % más eficaz que el mejor discurso catedrático disertado durante 2 horas.

En la enseñanza sistemática académica, el número de estudiantes por clase está limitado por el espacio físico y el material docente. La enseñanza asistemática posmoderna es una educación masiva que no tiene límites de espacio, el material docente escaso su tecnología lo convierte en superabundante, capaz de atender un número casi ilimitado de estudiantes. Exceptuando el material que requiere diseño intelectual docente, la infraestructura básica necesaria para la educación audiovisual en parte ya existe, solamente hay que organizarla, y es lo único que puede resolver el problema de la educación y la exclusión de manera simultánea. Implementarla es una decisión política que enfrentará intereses, los de: los sindicatos, los gremios y la academia.

II

El por qué los objetivos de nuestra educación moderna no se cumplen, tiene su respuesta en: la inclusión de nuestra enseñanza, con herramientas de aprendizaje masivas, dentro de los objetivos económicos de los países industrializados. La globalización económica hace imposible la enseñanza para construir un país moderno independiente. El capitalismo y el socialismo independiente a fines del siglo XX son imposibles de lograr.

Aquí está la contradicción principal que vive nuestra educación: la enseñanza de aprendizajes políticos para una nación independiente, para un Estado moderno. La independencia nacional es imposible, inclusive, para las potencias nucleares. La interdependencia económica creada por el comercio de materias primas y soluciones ajenas ?artefactos, herramientas, alimentos, etc.-, ató la vida de las naciones al crecimiento de las otras. La economía capitalista, circunstancia natural para Europa, no lo fue para todo el mundo. Los países colonizados no pudieron elegir; fueron sometidos a la dependencia.

La independencia política de la que tanto alarde hace la historia inventada por la academia, nos dejó amarrados a las soluciones de la industria ajena. Nadie hizo nada para sacar al país de ahí; por el contrario, se aumentó la dependencia hasta de la verborrea de los "académicos", y con ella, educando para la independencia se aumentó la dependencia. Los métodos para enseñar los aprendizajes que nos convertirían en países industriales eran ajenos. Nuestra academia nunca construyó conocimiento; recibió instrucciones para depender y con eficiencia reprodujo esa "enseñanza". Toda la cultura nacional que sus postulados "defendieron", en la práctica ha desaparecido. Todas las soluciones para realizar la vida oriunda de nuestros países, hoy figuran como recuerdos en las bibliotecas de la academia. Su enseñanza, su defensa a través del conocimiento, su producción para una industria nacional independiente y suficiente ¡nunca fue objetivo de la academia! Sólo un discurso para gozar de las ventajas del poder del Estado sirviendo intereses de extraños.

Los últimos y casi únicos discursos para construir un país moderno e independiente, salieron de académicos que optaron por el socialismo en la década de los años cincuenta; pero luego que el socialismo se derrumbó como alternativa de país moderno, los demócratas del capitalismo con la academia a la cabeza, erradicaron de la enseñanza y de nuestra vida diaria, el discurso socialista y todo vestigio cultural importante para impulsar un proyecto de país independiente.

La falta de coherencia en la dirección del Estado hizo imposible el proyecto nacional. La enseñanza que emanaba de la academia nunca ayudó a los gobiernos, a los empresarios y a la población a construir la independencia económica. Y eso, hizo imposible la creación de un conocimiento que permitiera construir nuestras tecnologías e industrias apoyadas en una ciencia independiente. Todo el conocimiento enseñado en los aprendizajes de nuestra educación tuvo como objetivo la dependencia absoluta. Tanto es así, que los aprendizajes políticos del socialismo también fueron enseñanzas de dependencia del conocimiento.

El resultado de esta situación es el total desconocimiento acerca de cómo producir lo que usamos en la reproducción de vida nacional. Nuestros académicos, políticos, empresarios, trabajadores y estudiantes, lo único que saben hacer es cumplir órdenes del FMI, BID, BM, ONU, etc. La academia sólo nos enseño a recibir instrucciones. Nunca nos mostró cómo construir conocimientos para crear soluciones a nuestros problemas. Sin conocimiento científico y tecnologías propias, sin soluciones para producir nuestra vida básica y sin una educación propia que genere ese conocimiento, no existe independencia nacional y su mención es falsa.

A fines de siglo la situación de dependencia se agravó, llegando a límites tales que, la subsistencia alimenticia es dependiente e insuficiente en todos los países del Tercer mundo. El crecimiento tecnológico de las naciones industrializadas, el aumento en el consumo de su producción de alimentos y de su producción de bienes para la vida diaria, nos hace cada día más dependientes. En el comercio internacional no podemos competir con nadie. Nuestra producción está desfasada de los productos que hoy se consumen en el mercado mundial. Además, nuestras industrias no producen a costos que puedan desplazar a las mercancías producidas por la industria posmoderna; y el intercambio comercial actual es demasiado desigual. Nuestras materias primas cada vez cuestan menos y lo que importamos cada vez es más caro. Y si sumamos los intereses de los pagos por los préstamos externos, la inversión económica se hace imposible.

Lo único con lo que podemos competir es con mano de obra no-especializada, abundante en los países pobres. Y es su abundancia lo que le resta valor económico de intercambio. Es tragicómico que la fuerza de trabajo humano, constructora de todo lo artificial que existe en la economía de la escasez y en la producción de valores de intercambio, sea víctima de su propia producción de riquezas. Miles de sus funciones han sido reemplazadas por la robotización; y su uso, en los países industrializados se contrata por la mitad de su valor. La única forma que se utilice la mano de obra no-especializada es que adquiera valor, que se haga escasa, y eso lo consigue el trabajador que se somete a la esclavitud. El que acepta vender su trabajo por debajo del salario, hace que éste aumente su valor para su empleador; pero su ingreso no aumenta y así sólo subvive.

En los países industrializados el trabajo de esclavo antiguo es escaso. Si alguien acepta una vida no muy distinta a la de un perro y trabaja por comida y un hueco para dormir, su trabajo aumenta de valor. Los hombres que trabajan por una paga de cama y comida 14 horas diarias sin descanso hasta morir, son: escasísimos. Tienen por lo tanto mucho valor; pero sólo para su esclavizador.

Ese es el trabajo posmoderno que existe para el obrero en la economía global, que nadie se engañe, esto no tiene una fácil solución; no la tiene tampoco nuestra academia y su educación, coautora de la situación.

Está de moda entre las enseñanzas de nuestra academia convertirnos en competitivos; la fórmula mágica para salir de abajo es: competir. Pero preguntamos ¿para qué? ¿Con qué? ¿Cómo? Las respuestas no las da la academia; nos responde con nuevas instrucciones: " hay que exportar todo lo que podamos usando nuestras ventajas comparativas y competitivas" y "tenemos que comprar en el mercado mundial todo lo que necesitemos que sea más económico que producirlo acá".

Y volvemos a preguntar ¿de quién es la instrucción? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Con qué conocimiento? Por supuesto, con el desconocimiento dependiente de los intelectuales de nuestra academia y sus instituciones.

El proyecto posmoderno de las potencias industriales tiene casi medio siglo de camino recorrido, las soluciones tecnológicas y las instrucciones de uso para reproducir la vida de los que aquí habitamos son de ellas.

Dentro de su proyecto de construcción de la sociedad global, lo primero fue enseñarnos a vivir con lo que ellos producían, desechando lo nuestro; y lo hicieron. Sin darnos cuenta, poco a poco, a través de una enseñanza nueva, sin aulas ni maestros, sin exámenes teóricos, sin materias filtros, sin operación colchón, sin el docente dictador, agradable, no forzada, dinámica, y si se quiere, más democrática y menos excluyente que la académica que tenemos, la educación posmoderna nos modeló más rápido y mejor que la vieja educación. La academia tiene que reconocer ya que estamos educados y que su papel en la sociedad del Tercer Milenio no tiene justificación; excepto como sostén de las sectas que controlan el empleo profesional y le dan el soporte necesario para su protección por el Estado: los colegios profesionales.

La enseñanza profesional en nuestros países, no enseña aprendizajes que no se puedan adquirir fuera de la universidad o de los centros desde donde se imparten, de manera autodidacta y con un poco de esfuerzo; eso sí, se requiere saber cómo aprender a conocer, cómo construir conocimiento y cómo asimilar instrucciones. Y hoy esto se puede generalizar, si en la escuela básica en lugar de enseñar un sin número de instrucciones que no tienen ninguna utilidad para la reproducción de la vida inmediata, se enseña a todos cómo conocer y aprender (que no es memorizar datos e instrucciones para obedecer) sin sacrificio. Si eso se realiza, será suficiente para asimilar instrucciones técnicas complejas sin la participación de la academia. Esto la enseñanza posmoderna no lo dice, lo hace; si no fuera así, una generación atrás la población del Tercer Mundo hubiera desaparecido. El conocimiento de las cosas que usamos y tenemos, que nos ayudan a vivir ¡no están en los pensum de nuestra academia moderna!

Para ser barrendero, plomero, mecánico, pintor, electricista, operador de computadora, vendedor, caletero, acomodador de mercancías, político, cajero, despachador, recepcionista, secretaria, buhoneros, comisionista, fiscal, policía, chofer, desempleado, etc. que constituyen prácticamente la inmensa mayoría de los empleos disponibles para tres cuartas partes de la población mundial, no se necesita la participación de la academia moderna. Y la industria posmoderna no deja que los aprendizajes técnicos que enseñan las universidades y demás academias tengan uso prolongado. La duración de la demanda de empleo especializado es relativamente corta, debido al crecimiento de la robotización que sintetiza el trabajo técnico y el simple a escala cada vez mayor.

Con el crecimiento de la integración económica, la unificación de los mercados y la asociación de las corporaciones hace crecer la competencia. Para mantenerse competitivo, hoy se requiere más velocidad y mayor cantidad de producción. Uno de los requisitos para avanzar en la competencia es producir a escala cada vez más grande; el otro, es subvertir la tecnología. La revolución en la tecnología produce más y a más bajo costo; el desconocimiento de cómo lograrlo produce desconcierto, toma por sorpresa al competidor, se le encarece su producción y su competidor captura su mercado. Cuando la subversión tecnológica va acompañada de un incremento en la magnitud del capital invertido, la revolución en la producción incrementa la velocidad, la calidad y la cantidad de los productos. Esto está ocurriendo ante nuestros ojos día a día.

Los hechos expuestos anteriormente hacen cotidiana la fusión entre grandes corporaciones y la compra de las más débiles. La consecuencia de ello es la intensificación permanente de la velocidad en la construcción de robots para la producción de bienes de consumo y bienes de producción, asegurándose de antemano el consumo de sus productos y la reproducción del ciclo, fabricándolos desechables o de duración efímera. Esto es ayudado por el incremento en el modelaje social del consumo por modas. Y éstas, cada vez tienen una permanencia de tiempo menor. La producción de máquinas, herramientas y bienes desechables, hoy casi no exige ingenieros; sólo se necesita un trabajador con habilidades y destrezas suficientes para que, una vez dañados, los retire del sitio que ocupan, los lance al pote de reciclado e instale otros nuevos.

Esta circunstancia contemporánea de la economía mundial condenó a los países del Tercer Mundo a ser espectadores de los acontecimientos; y aunque estos amenazan con arrollarlos, no lo pueden evitar porque el desconocimiento de los pueblos es enorme. Ante esta realidad hay que tomar una posición; pero la experiencia obliga a no elegir una romántica. Hacerlo, empeorará la situación.

Por ahora no existe otra opción concreta que oponer al sistema de la globalización, lo menos malo es utilizar los recursos que existen para mejorar la situación de todos y no defender los intereses de unos pocos cobijados bajo el ala del poder. No se puede permitir que nos obliguen a mantener una academia de parásitos que no saben qué hacer con el fango donde cayeron. Tampoco hay que aceptar órdenes para enfrentar a la globalización con metas utópicas de independencia nacional, ni menos dejarnos arrastrar a combatir con arcos y flechas mísiles teledirigidos.

La ruta a la libertad pasa por el sendero del conocimiento, de las nuevas ideas; pero no por las del desconocimiento utópico mágico-religioso de muchos de nuestros intelectuales. La globalización, o mejor dicho, los intereses económicos del propietariado empresarial, consolidados en el gobierno planetario que nos gobierna a su antojo, no hay que combatirla. Nada garantiza que construir un poder antagónico a ella, no será el poder a derrocar en el futuro. Es posible que si nos sumergimos en el cómo conocer consigamos la manera de salir del poder y de la globalización. Hay que investigar el camino de: no enfrentarlos. Tal vez, disiparlos.

Siempre se nos indujo a enfrentar y derrocar el poder; pero nunca antes alguien planteó disiparlo, no enfrentarlo para no conocer nunca más un poder. Los aprendizajes de la cultura de la subordinación se han reproducido desde el mismo inicio de la vida social del hombre.

La existencia del aprendizaje de la necesidad del poder en la sociedad humana la ha reproducido por miles de años el mismo poder: "Sin un poder que dirija al hombre, este no puede vivir", "sólo un poder reemplaza a otro poder", "la sociedad necesita al poder", "la historia del hombre es la historia del poder", "en toda la historia del hombre el papel principal lo tuvo el poder", etc.

Ningún intelectual de la academia cuestiona en la historia escrita el papel del poder como: la reproducción continua del aprendizaje de la necesidad de la subordinación, para asegurar la apropiación del conocimiento de las soluciones para la reproducción de la vida del hombre. Claro que con las enseñanzas de la academia de la dependencia y las instrucciones elaboradas por el poder, ese problema de conocimiento nunca se planteó; y con el desconocimiento enseñado, menos se podía resolver. Y ha llegado la hora de usar la capacidad de conocer para forjar una nueva sociedad desde la misma globalización. Hay que disiparla sin enfrentarla, de lo contrario crearemos otro poder que derrocar.

III

El problema central a resolver, la búsqueda de soluciones con posibilidades de éxito a los grandes problemas del hombre y de la sociedad humana, tiene que resolver el cómo salir de la dirección y los soportes del conocimiento que rigen la producción económica, el poder de las elites y la reproducción de los aprendizajes de la cultura civilizatoria del poder: la subordinación de la mayoría por unos pocos y su versión donde las minorías son sometidas por una mayoría subordinada por una minoría.

Este gran problema a resolver se puede abordar desde el conocimiento, cuestionando la manera como se ha venido conociendo. Investigando la dirección y los intereses que han establecido los aprendizajes del conocimiento actual, definiremos mejor los objetivos y la dirección de lo que necesitamos conseguir. El conocimiento y la ciencia que se crea con él, no son neutrales ni nunca lo han sido. Y no podemos pensar tan ingenuamente que lo que se nos enseña es todo el conocimiento, ni lo más importante para nosotros. Los problemas que padecemos a diario, en su mayoría, son productos del desconocimiento de cómo producir y reproducir nuestras vidas sin depender de la sociedad y de la civilización. Los que lo saben tienen el poder; que más que la fuerza de un Estado no imposible de destruir, tienen en sus manos el conocimiento y el control de las soluciones prácticas, las que se transmiten de generación en generación, manteniendo en secreto el cómo hacerlo, impidiendo a cualquier precio que nada ni nadie cambie su dirección durante su evolución. Y esta circunstancia que vive la humanidad tiene más de 6.000 años caminando por la misma dirección: la subordinación de todos por el poder de las elites. Sustentado por la apropiación del conocimiento heredado, el que permite conocer cómo obtenerlo, y el que enseña a usarlo para mantener el poder.

Esta es la tarea a resolver por el conocimiento para la libertad del hombre. Construir un conocimiento que aleje al hombre de la dependencia de la sociedad y de la civilización. No tenemos que destruir ni enfrentar a nadie, excepto combatir nuestro desconocimiento.

El hombre es un ser social. Esa verdad obtenida de la reflexión y observación de los hombres, ha servido para que las elites, usando el poder en nombre de la sociedad y de la civilización, arremetan salvajemente contra toda manifestación de independencia. A fines del siglo XX de nuestra era, casi no existen hombres que no dependan de la sociedad y de la civilización para producir y reproducir su vida.

Es aquí donde tenemos que dirigir nuestra búsqueda de soluciones: acabar con la dependencia del hombre de la sociedad y de la civilización. La civilización y la sociedad seguirán existiendo; pero la vida del hombre no puede depender nunca más de ellas; y menos ciego. Este camino de salida libertaria hoy es posible, no es utopía, su materialización se puede realizar, para ello es necesario dirigir nuestro esfuerzo hacia: el conocer.

El hombre ha construido lo artificial que vemos y usamos para la vida y la reproducción de su especie; y es lo único que justifica la cultura, nada más que eso. Vivir para tener cosas y trabajar en función de acumularlas, es el discurso que justifica la explotación del poder.

La construcción de viviendas y la producción de ropas satisfizo la necesidad de protegerse del medio ambiente. La invención del riego, la agricultura y la cría de animales le permitió satisfacer la necesidad de alimentarse y calmar la sed. La producción de medicinas la creó necesitado de reparar su cuerpo azotado por la naturaleza y por el resto de la biología. Así, el hombre extendió, mejoró y aseguró su período de vida y su reproducción. Toda la producción material e intelectual, fundamentos de la cultura, tienen su justificación hasta aquí. La civilización contemporánea satisface plenamente las necesidades básicas que impulsaron el proceso económico a muy pocos hombres; el poder no quiere hacerlo y no lo hará.

A fines del siglo XX, casi 12.000 años después que el hombre se hiciera sedentario según el conocimiento existente, las soluciones usadas por miles de años para realizar la vida y su reproducción, que dan fundamento al trabajo del hombre, se pueden reemplazar por soluciones mucho más eficaces sin dependencia de la civilización, ni de la sociedad, ni de la cultura. Esta última, es el sinónimo del pasado que nos oprime en el presente. Es cuestión de pensar, de aprender a conocer cómo construir las nuevas soluciones.

Para conseguir mejores resultados, necesitamos eliminar el aprendizaje que nos legó el poder por miles de años y que sólo sirve a él: el culto a la cultura. Nada ni nadie puede asegurar que todo lo producido por el hombre tenemos que conservarlo por toda la eternidad. La cultura es el mayor peso que el poder echó a la espalda de los hombres y uno de los más potentes aprendizajes para mantener el poder de las elites. Si construimos soluciones más eficaces que las tomadas de la cultura, saldremos del poder sin enfrentarnos a muerte con él. Se diluirá poco a poco hasta perecer.

La tarea no es fácil, pero a estas alturas materializar un camino nuevo no es imposible. Cambiando la dirección de los vectores de algunas tecnologías hacia nuestros objetivos y con el crecimiento del conocimiento, daremos enormes pasos para salir de la dependencia por necesidad a la libertad; de ahí en adelante, una nueva sociedad u otra civilización, será la libre decisión del hombre consciente; mas, si lo obligan sus necesidades, lo decidirá el hombre portador de su conocimiento y propietario del de toda la humanidad. La percepción de necesidades que ha dirigido la acción del hombre no lo volverá a dominar, si éste no pierde el control y la propiedad de la producción del conocimiento.

El uso de aprendizajes políticos para pasar de la opresión de la globalización a la libertad será el último uso de la producción de la cultura del poder, los hombres apenas puedan conocer los dejarán; el conocimiento de sus necesidades y no la sola percepción de éstas, lo obligarán.

junio de 2000

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