Hacia una síntesis metodológica del conocimiento

Andrzej Grzegorczyk.

Traducción de Pedro Rojas.


El Hombre obtiene el conocimiento de la realidad de una manera espontánea. Instintivamente observa los fenómenos y generaliza sus observaciones. Aun cuando en la vida práctica es raro que reflexionemos acerca del propio mecanismo del conocimiento, en cambio, tanto la filosofía como la ciencia moderna lo hacen con frecuencia objeto de su reflexión. El filósofo y el científico no sólo abrigan la ambición (no siempre sana) de no tener que someterse al impulso espontáneo y ciego del conocimiento, sino que también aspiran a dominarlo. No confían en su naturaleza, a pesar de que la vida entera está regida, en su base misma, por los deseos espontáneos. El científico y el filósofo quieren tener el control, como si fuesen más perspicaces que su impulso interior. Pero, cuando se admite un control lógico en cualquier dominio vital, la espontaneidad alarmada sufre una contracción y exige una atención razonada. En nuestros días, cada uno de los aspectos de la vida humana debe estar sostenido por un pensamiento racional, pues de lo contrario aquélla degenera racionalmente. Esto incumbe también a la curiosidad por conocer y al deseo de comprender. A ese doble deseo y a los métodos que conducen a su realización nos proponemos dedicar esta ensayo, que dividiremos en dos partes: la reflexión sobre la actividad científica y la reflexión sobre la actividad filosófica.

Lo esencial del conocimiento excede los límites de la metodología. Los motores de la actividad cognoscente son evidentemente de orden psíquico: la curiosidad, el deseo de conocer los hechos y el deseo de ordenarlos y considerarlos desde un punto evita teórico, es decir, el deseo de comprender. Tan estrechamente vinculados se hallan entre sí, que muchas veces su distinción es artificial. En algunas ciencias, la curiosidad se satisface más por medio de la observación y la experimentación, en tanto que el deseo de comprender encuentra su satisfacción en la teoría. El solo hecho de poder reducir el fenómeno a una determinada estructura teórica, a la cual nos encontramos habituados, produce con frecuencia la sensación de haberlo comprendido o, por lo menos, de haberlo ordenado. Sin embargo, hay personas que, para poder satisfacer su deseo de comprender, tienen que crear nuevas teorías, que muchas veces resultan reveladoras, como sucedió por ejemplo con la teoría de Copérnico. Para la mayoría, la analogía con la experiencia cotidiana constituye un elemento importante de la comprensión.

1.  La experiencia y la teoría, dos dominios que satisfacen
la curiosidad y el deseo de comprender

La actividad científica comienza con la acumulación de las experiencias, después de la cual viene la creación de la teoría. La experiencia constituye un conocimiento seguro pero insatisfactorio y demasiado parcial. El hombre aspira a obtener un conocimiento general, tanto de lo que él mismo experimenta como de aquello que no puede experimentar. Ese conocimiento se lo asegura la teoría. Pero la teoría siempre implica cierto riesgo porque es una generalización o una conjetura. De ahí que la teoría tenga que estar sometida a modificaciones, al paso y medida en que se realizan nuevas experiencias.

No obstante, ordinariamente algo subsiste de cualquier teoría; por lo menos algún pensamiento o alguna idea. Es un hecho comprobado que las teorías precedentes sirven para perfeccionar a las subsecuentes. Como solemos decir, "nuestra concepción teórica del mundo se perfecciona sin cesar" y, al mismo tiempo, aumenta nuestra confianza en la ciencia.

I

Consideremos más de cerca la diferencia entre la ciencia directamente experimentar y la ciencia teórica. Nuestros conocimientos respecto a la vida de los antiguos eslavos son el resultado de muchas excavaciones sistemáticas. Como se han encontrado en el suelo, vigas dispuestas de cierta manera, suponemos que los hombres que vivían en esa en esos sitios, construían sus chozas de una cierta manera y no de otra. Lo que el historiador afirma acerca de las excavaciones observadas por él mismo, constituye su conocimiento directo, experimental. En cambio, lo que asevera respecto a la vida de los esclavos, está constituido por suposiciones, hipótesis y una teoría. El conocimiento directo es aquel que adquirimos por contacto directo con el objeto, por su forma, su peso, sus medidas, etcétera. El historiador observa una viga o una vasija de barro antigua, la palpa, la raspa, la huele, la sopesa, la mide. Así obtiene un conocimiento directo de su hallazgo. Pero eso no satisface por completo su curiosidad. Por lo tanto, se sienta en cualquier parte y reflexiona sobre los eslavos. A las invenciones que así se le ocurren las llamamos hipótesis, conjeturas y suposiciones. Cuando forman un conjunto conectado lógicamente, le damos el nombre de teoría. Lo mismo sucede con el físico, cuando nos habla de las franjas amarillas que observa con el espectroscopio en el espectro de la sal de cocina. En tal caso describe su conocimiento directo, experimentar. Pero, cuando empieza a hablar del espín electrónico para explicar que ha observado dos franjas en vez de una sola, ha pasado a la teoría. Cuando la hipótesis ha sido confirmada por suficientes experimentos, la denominamos ley- Entre la suposición, la conjetura, la hipótesis y la ley, existen grandes diferencias respecto al grado de verificación, diferencias que, por otra parte, son difíciles de precisar. El hombre que vive en la atmósfera de la ciencia actual es prudente y prefiere dar el nombre de hipótesis a un teorema, aunque lo considere muy bien fundamentado.

Hay ciertas personas que pueden adquirir su conocimiento directo en estados psíquicos excepcionales, que no les son dados a los demás. En esos estados dichas personas tienen un contacto extraño con determinados objetos, como si estuvieran "viendo" acontecimientos lejanos e, incluso, futuros. Tales personas pueden descifrar correctamente inscripciones completamente desfiguradas. Pero la inmensa mayoría adquiere su conocimiento directo únicamente a través del contacto sensible con los objetos que los rodean, que es accesible a todos.

En la investigación verdaderamente científica, a veces es difícil observar la distinción entre la ciencia empírica y la ciencia teorética; y la relación entre ambas ofrece un campo de investigación interesante y complicado. En general, pasamos de una manera más o menos espontánea de las observaciones empíricas a las frases teoréticas. Después de eso volvemos conscientemente de la teoría a la experiencia, para verificar nuestras aseveraciones. A ello se debe que la invalidación de las suposiciones sea considerada por algunos metodologistas (K. Popper) como una operación más importante que la confirmación, dentro de la actividad científica consciente (como lo señala R. Carnap, por ejemplo).

Toda nuestra actividad cognoscitiva consiste en elaborar las técnicas basadas en la experiencia, mientras que la actividad racional práctica consiste en dirigir nuestras acciones de acuerdo con la teoría. La actividad práctica suministra un nuevo conjunto de experiencias que confirman o invalidan la teoría. Ordinariamente, en ese esfuerzo cognoscitivo nadie se encuentra enteramente aislado. La colaboración consiste en aquello que creemos respecto a la veracidad de las afirmaciones hechas por otras personas, lo cual a decir verdad, constituye nuestra confianza en la uniformidad del mundo. Tenemos la convicción de que, si estuviésemos en lugar de la otra persona, entallamos mas o menos Lis mas cosas, es decir, que podríamos describir esa encía en los os que el otro ha utilizado y la generalizaríamos de la ' manera. Sin embargo, es evidente que no hay experiencia alguna que sea semejante a otra. Como ya lo decían los antiguos griegos (Heráclito), todo se disipa y nada desciende dos veces por el mismo no. La realización de experiencias muy semejantes con respecto a un material casi semejante, es lo que se considera en la práctica como la repetición de la misma experiencia. La ciencia se esfuerza por constituirse en un conocimiento que pueda ser verificado socialmente, a la vez que se preocupa por la posibilidad de repetir las experiencias. Pero existen experiencias que no se pueden repetir, como, por ejemplo, la observación astronómica de un cometa. En este caso, un informe, una fotografía o cualquier otro documento puede servir como garantía de la intersubjetividad.

Para enriquecer nuestro conocimiento empírico utilizamos muchos instrumentos comparativos de medición, como la balanza, la regla graduada, el goniómetro y otros más complicados, construidos a partir de los más simples. Para establecer una teoría, debemos conectar las hipótesis conforme a una ordenación lógica.

Por lo tanto, la lógica, ya sea utilizada intuitivamente o aplicada conscientemente como un conjunto de reglas, es el instrumento para la elaboración de las teorías. A su vez, la lógica y las matemáticas, en tanto que constituyen un sistema deductivo, también pueden ser consideradas como teorías muy generales concernientes a la realidad, pero tan pobres y tan evidentes que se les puede denominar "tautológicas". La lógica contemporánea puede ser considerada como la ontología filosófica más completa y menos discutible.

II

Nuestras experiencias y nuestras teorías las transmitimos con ayuda de la palabra. Pero existe una diferencia entre las nociones y las frases de que nos servimos para describir nuestras experiencias, y las nociones que utilizamos para formular las afirmaciones de muchas teorías. Cada experiencia puede ser descrita con la ayuda de expresiones del lenguaje cotidiano. En ese sentido, todas las denominaciones son calificativos de objetos que pueden ser palpados, vistos y medidos por la persona que los describe. Cada experiencia física, incluso cuando sirve para observar el fenómeno más diminuto, es en el fondo una actividad que se ejerce en la esfera de los objetos sensibles, dotados de cantidades y cualidades objetivas del mismo género que aquellas con las que nos encontramos en la vida cotidiana. El físico establece conexiones, abre y cierra contactos, y observa en cronómetros y en pantallas. Toda su experiencia puede describirse como un comportamiento dirigido de acuerdo con una receta “culinaria" determinada. Y el resultado de la experiencia puede describirse como un conjunto de demostraciones de tal o cual instrumento. Semejante empleo de alambres y cronómetros puede ser una creación, pero sin que deje de reducirse a una imitación de los comportamientos anteriores, cuando el experimentador conoce la teoría del funcionamiento de los aparatos que ha dispuesto en una forma determinada. La experiencia puede confirmar no sólo la hipótesis cuya verificación se intentaba precisamente, sino también la teoría entera, dentro de la cual se encuentran comprendidas igualmente las teorías correspondientes al funcionamiento de los aparatos que han sido utilizados.

Lo que en la práctica se denomina descripción de las experiencias en las publicaciones científicas, no es más que una mezcla de descripciones fragmentarias de una actividad empírica y de fragmentos de teorías. En realidad, los trabajos que aparecen en las publicaciones científicas jamás tienen un carácter metodológico completamente coherente. Las publicaciones científicas concretas deben ser integradas, de alguna manera, dentro del conjunto de los esfuerzos comunes del que forma parte la ciencia. Dichas publicaciones no pueden ser demasiado largas y, a la vez, deben ser relativamente accesibles. La apariencia exterior de los trabajos científicos es tributario de un gran número de elementos secundarios. El metodólogo tiene la tarea de extraer, de la imagen concreta de los trabajos científicos, ciertos tipos perfectos que jamás pueden ser realizados en estado puro. Esos tipos ideales son expresados por las descripciones de experiencias que solamente incluyen términos de la experiencia cotidiana, y por las teorías deductivas que contienen las pruebas completas de sus teoremas.

Contrariamente a las descripciones experimentales, las afirmaciones teóricas se construyen ordinariamente con la ayuda de conceptos que no son los nombres comunes de los objetos con los que nos encontramos en la experiencia cotidiana, o sea, con los objetos que podemos- ver, tocar y medir. Además,- en muchas teorías, se trata de objetos que no pueden ser representados por la imaginación. No podemos palpar ni medir un objeto que existió en el pasado y que ha sido destruido, como, por ejemplo, muchas obras de arte quemadas en el transcurso de una guerra o destruidas de alguna otra manera por los hombres que vivieron en otras épocas. Sin embargo, sí podemos imaginamos esos objetos. En cambio, no nos es posible imaginar de la misma manera un electrón o un núcleo atómico de los que nos hablan las teorías físicas.

Podemos imaginar un cuadro, perdido en el curso de una guerra, con sus dimensiones, sus colores y sus formas; pero no podemos imaginarnos un electrón en sus verdaderas dimensiones. Cualquiera de nuestras imágenes es la representación de un objeto muchísimo más grande que el electrón. Porque únicamente podemos imaginar objetos cuyas dimensiones se encuentren incluidas dentro de los límites de lo visible. Podríamos suponer que nos es posible imaginar un objeto semejante al electrón, pero mucho más grande, es decir, una especie de electrón amplificado. Pero esa imagen o, como se dice, ese "modelo" del electrón será diferente al electrón, no solamente desde el punto de vista cuantitativo, sino también en otros respectos. Cada una de nuestras imágenes es la representación de un objeto de un color determinado y con una superficie también determinada, por ejemplo, con una superficie lisa o con una rugosa. Debido a que sólo podemos percibir ese género de objetos tampoco nos es posible imaginarlos de otras maneras. Desgraciadamente, no podemos atribuir al electrón ningún color imaginable, ni tampoco una superficie rugosa (en el sentido en que sería uno de los rasgos característicos que poseen los objetos que vemos). Lo único que podemos decir es que el electrón se comporta, en cierto modo, como una bola lisa en reposo o que se mueve alrededor de otra. Sólo que esa imagen constituye una representación muy poco aproximada que, en numerosos casos, deja mucho que desear.

Lo que la teoría física establece de una manera abstracta, puramente formal y no imaginativa, respecto al electrón, es en su mayor parte una serie de relaciones de analogías diversas y de comparaciones con las particularidades de las cosas visibles. Algunos modelos se asemejan a los modelos que sirven para describir el comportamiento de las bolas que flotan en un medio o que giran en tomo a otra; y otros son semejantes a los modelos que describen la vibración de las cuerdas o el movimiento de las ondas en el agua. Respecto a la teoría física del electrón, podemos decir que se trata de una teoría formal matemática, que se puede comprender como un conjunto de comparaciones. Si quisiéramos prescindir de todas las comparaciones, la teoría se convertiría simplemente en un conjunto de recetas de contabilidad formal, que servirían para prever las experiencias. Tales recetas no nos darán la sensación de haber comprendido. Porque, si a través de teorías abstractas llegamos a entender conceptos aislados, la cosa ocurre justamente gracias a ciertas semejanzas con los objetos imaginables de la experiencia cotidiana. Por consiguiente, siempre queremos encontrar el mayor número posible de esas semejanzas, mediante las cuales dichos conceptos se hacen “concretos”, perceptibles. Sin embargo, hasta las teorías físicas más elementales incluyen también conceptos inaccesibles para la imaginación.

III

Veamos ahora lo que sucede en el domino de las disciplinas “humanistas”. Tal vez en este dominio se puede poner mejor en evidencia la originalidad de la función intelectiva. El estudio de los documentos y de los resultados de las excavaciones permite formular un cuadro hipotético de los acontecimientos del pasado, a los que denominamos hechos históricos. La yuxtaposición de los hechos concretos permite establecer un cuadro hipotético de época. Luego pasamos a la observación de los objetos hallados esporádicamente, relativos a esos hechos pasados, basándonos en diferentes hipótesis, más o menos conscientes, de carácter físico, químico e, incluso, psicológico y sociológico. Por ejemplo, admitimos la idea de que una inscripción bien conservada no cambia de forma cuando no ha sufrido transformaciones debidas a falsificadores. También admitimos que, ordinariamente, los cronistas no han tenido intención de engañar a sus lectores. Además, ampliamos nuestras observaciones psicológicas y sociológicas comunes postulando una analogía con respecto a los hombres que vivieron en otros tiempos, sobre todo cuando formulamos un cuadro sintético de las épocas, los individuos o las sociedades. La principal base de la comprensión individual de los fenómenos se encuentra en la presuposición de su semejanza con los fenómenos actuales. Es cierto que podemos limitamos a establecer la cronología o la descripción de la secuencia de acontecimientos simples a hacer comparaciones estadísticas. Igualmente, en la física teórica, podemos limitamos al tratamiento formal de la teoría. Incluso podemos considerar la comprensión individual de los acontecimientos como un elemento extracientífico, que lleva al hombre de ciencia por los caminos de las interpretaciones arriesgadas. Pero es difícil negar la existencia de ese género de actividad intelectual que conduce a una comprensión más o menos individual. Cuando los científicos avanzan todavía más en ese sentido, muchas veces empiezan a elaborar concepciones más bien filosóficas que empírico-científicas. Naturalmente, todas ellas surgen de una actividad científica y, con frecuencia, se convierten en el germen de nuevas ideas estrictamente científicas. Es difícil indicar un límite preciso entre una teoría elaborada de acuerdo con las reglas rigurosas de la metodología, y una hipótesis vaga de carácter filosófico. El aforismo que dice que el desarrollo de un organismo vivo individual se asemeja al desenvolvimiento de la evolución de la especie, es una afirmación que carece de precisión, no obstante lo cual implica una generalización sumamente preciosa. Sin duda alguna, la imagen del mundo sería bastante más pobre en caso de que ese aforismo nunca hubiese sido formulado. No es necesario limitar la imaginación intelectual; lo único que se requiere es propagar el rigor metodológico. Los hombres pueden formular las hipótesis más fantásticas, pero deben darse cuenta de que en tales casos distan de poder dar una justificación racional o siquiera una expresión correcta de ellas.

La experiencia es, entonces, un conocimiento concreto y directo, pero muy fragmentario. Los objetos muy pequeños como el átomo o muy grandes como el universo, lo mismo que los objetos lejanos, futuros o pasados, no solamente se encuentran fuera del alcance de nuestra experiencia directa, sino también más allá de nuestras posibilidades imaginativas; de ahí que sólo podamos investigarlos por medio de una teoría abstracta determinada. Pero toda teoría es un conocimiento arriesgado, por su carácter generalizante e hipotético. Y, cuando una teoría se refiere a un dominio de la realidad muy alejado de nosotros, entonces se trata de un conocimiento tanto más indirecto y, por ende, más difícil de obtener para nosotros, porque tenemos que establecer un numero mucho mayor de comparaciones para llegar a comprenderlo.

2.      Contemplación, valoración y búsqueda de lo esencial.

Aquí concebirnos la filosofía como un sistema de reflexiones independientes, que satisfacen las necesidades de una síntesis llevada hasta el máximo. En este sentido, cada persona posee una determinada filosofía, y la filosofía de cada uno evoluciona incesantemente. Por otra parte, no existe un límite claramente trazado entre la reflexión científica y la reflexión filosófica. La ciencia se divide en disciplinas que exploran diferentes dominios. Pero en cada disciplina practicamos tanto la reflexión detallada como la reflexión general, que pueden ser llamadas la parte filosófica de dicha ciencia. En cada ciencia necesitamos valorar intuitivamente los resultados de las investigaciones desde el punto de vista de su especialidad. Para esta valoración no existe ninguna regla. Consideramos importantes ciertos resultados y otros, en cambio, insignificantes, y les concedemos mayor o menor importancia, expresando así en forma velada la filosofía que nos es propia. Tanto en la ciencia como en la filosofía, el hombre recapacita sobre sus reflexiones y agrega otras nuevas. Las reflexiones discursivas lógico-matemáticas, metodológicas y ontológico-formales, cumplen una función ordenadora. Logramos nuevas reflexiones por la vía de la contemplación. Las experiencias que nos proporciona esta vía son la base empírica de las reflexiones filosóficas. Llamamos "contemplación" a un estado de concentración sobre un objeto, sobre el que nos abstenemos de todo juicio, e intentamos que nos impresione él sólo, sin deformarlo con ideas preconcebidas o por sus asociaciones. La contemplación es entonces una técnica que depende de un cultivo individual del espíritu. Su primera etapa puede designarse como la tabula rasa y consiste en liberar al espíritu de todo juicio anterior y considerar la pura realidad en un estado de apertura perfecta. Ésta es una descripción figurada, pues la mayor parte de los estados interiores sólo los descubrimos con la ayuda de comparaciones con situaciones externas. En la contemplación se necesita mirar al objeto sin ninguna prevención, renunciando a toda valoración anterior, a toda parcialidad. Se trata de negar a lo que es más importante en la realidad, a lo que nos causaría la mayor impresión. Todo conocimiento contemplativo implica una valoración, es decir, la convicción de que un fenómeno dado es importante, que un cuadro es bello, que una acción es buena o mala, que un estado de ánimo es noble, etcétera. La técnica de la contemplación nos debe asegurar el máximo de objetividad en esta estimación. Debemos contemplar con cuidado y preguntarnos qué es lo que         se presenta como el aspecto más fundamental en lo que observamos. Evidentemente, nuestra respuesta la damos en un lenguaje preexistente, pero debemos velar por que la expresión no sufra las deformaciones del hábito, de las convenciones verbales o de una escuela filosófica.

Aun cuando podamos describir la actitud ideal de contemplación como un estado de concentración pasiva el hombre no puede ser un observador puramente pasivo. Ante todo debemos circunscribir perfectamente el terreno de los fenómenos observados, sin permitir que el pensamiento mariposee sin orden sobre los objetos. En lo que concierne al dominio de la observación podemos tener la tendencia a reducir sus límites (tendencia analítica) o, por el contrario, a ensancharlos (tendencia sintética). Cuando se reflexiona sobre un objeto siempre es bueno consagrar un poco de tiempo a su contemplación sintética, percibirlo en el contexto de otros objetos, figurarlo o imaginarlo en su lugar adecuado en la estructura de la sociedad. Actualmente, en las investigaciones científicas, priva la tendencia analítica, por lo que es bueno fomentar la síntesis. El trabajo profesional, así como las condiciones de la vida actual, provocan la limitación y la especialización. Así, cada uno debería, para alcanzar su equilibrio personal, hacer la experiencia de ciertas concepciones sintéticas, y la escuela debería desarrollar las capacidades y los hábitos en esta dirección. Por ejemplo, es indispensable para el valor moral de nuestra conducta cotidiana, tomar frecuentemente conciencia del estado de toda la humanidad: de cómo los hombres se dividen el mundo, de cómo viven, cómo sufren, cómo se alimentan, cuáles son sus necesidades espirituales y culturales. Nos podrán faltar muchos detalles, pero una visión sintética nos dará una imagen de la situación de la sociedad a la que pertenecemos en el conjunto de la humanidad, y nos mostrará cuál es o cuál debería ser la relación de nuestra sociedad con las otras sociedades terrestres.

Otra contemplación, igualmente importante, es la de procurar verse a sí mismo en su propia sociedad: darse cuenta de todas las organizaciones sociales de las que nos aprovechamos habitualmente (por ejemplo, el agua corriente, el gas, la limpieza, la provisión de leña, los repartos comerciales, las escuelas, las comunicaciones, la industria, las instituciones culturales); comprender que, aun viviendo en un gran aislamiento, nos aprovechamos de la ayuda de toda la sociedad y que, trabajando en no importa qué organización, servimos a la sociedad, y que nuestro fin no debería ser nuestro provecho, sino el servicio social. La mejor base para consolidar una atmósfera benévola y pacífica es la contemplación sintética de la situación de la humanidad.

La contemplación sintética nos da una visión de conjunto. la contemplación analítica nos ayudará a separar los fenómenos importantes de los que lo son menos en un domino dado. Recorremos con el pensamiento las características diferentes del fenómeno analizado y buscamos aquellas que nos parezcan más importantes, las esenciales. No estamos obligados a hacer en esta ocasión vanas especulaciones a propósito de la idea de esencia, como lo hacen ciertos filósofos. Un buen ejemplo de la contemplación analítica son los análisis morales que sirven de base a los sistemas de este orden. Ciertos autores tratan de presentar sus reflexiones bajo apariencias inductivas o deductivas. Así, los creadores de los sistemas morales comienzan frecuentemente su obra con afirmaciones inductivas, diciendo que todos los hombres tienden a la felicidad, o bien dando una lista detallada de los deseos humanos. Sin embargo, en estas afirmaciones (así lo ha demostrado María Ossowska) los términos "felicidad" y "necesidad" tienen una significación muy pobre, indicando todo lo que da alguna satisfacción a los hombres, todo aquello a lo que, en cualquier tiempo que sea, ellos aspiran. A medida que estas reflexiones se desarrollan, el término cambia de contenido. De todo lo que en la realidad procura a los hombres alguna satisfacción, se escogen solamente ciertas cosas que dan "satisfacciones convenientes", que ameritan el esfuerzo y son "verdaderamente valiosas". El paso de las diversas aspiraciones humanas que sólo tienen en común la búsqueda de alguna satisfacción, a la descripción de las cosas que valen la pena o al estilo de vida que da "la verdadera felicidad", no es en realidad ni una inducción ni una deducción, sino un "análisis filosófico de la esencia" de los deseos humanos, una penetración en lo que nos parece valioso y digno de desearse, lo que decide del valor de la vida. Es un análisis típico de lo que es esencial. Se comienza por la observación superficial de que todo el mundo desea la satisfacción y se profundiza más y más. Se descubre lo que es el deseo más profundo, el bien más absoluto. Frecuentemente bastan unos cuantos ejemplos para damos cuenta de lo que es más valioso.

La contemplación sintética, como la analítica, son las bases del trabajo del conocimiento, lo mismo en las ciencias que en la filosofía. De ellas provienen todas las valoraciones probas, auténticas, de los resultados científicos, así como la selección misma de los datos científicos. Hacemos de lado las cosas fútiles y nos concentramos en las más importantes. Valoramos las afirmaciones científicas como: reales, profundas, curiosas, importantes, o por lo contrario: fútiles, pequeñas, superficiales, triviales, accidentales. En el proceso de desarrollo de la ciencia, ciertos resultados científicos son reconocidos universalmente como importantes por los especialistas, lo mismo que ciertas obras de arte son universalmente reconocidas por los historiadores como auténticas creaciones.

Llamamos "intuición" a la capacidad de desprender los elementos importantes. Algunas personas tienen la intuición muy desarrollada, otras menos. Las escuelas científicas o filosóficas se diversifican ante todo por su sistema de valoración. Cada una considera como esenciales a elementos diferentes. Pero con el tiempo se llegan a conciliar las tomas de posición. Los autores ulteriores prosiguen y profundizan los análisis y las síntesis de los autores precedentes. Toda observación cotidiana o científica que no es automática o superficial, contiene la contemplación de un cierto fenómeno. Después de haber observado un fenómeno cualquiera, retenemos lo que nos parece importante o esencial desde el punto de vista que nos interesa. Contemplamos así la realidad en la vida cotidiana, cuando prestamos atención al valor de nuestra propia conducta o de la de otra persona, cuando contemplamos una obra de arte y observamos en ella una armonía y una forma profundas, cuando pensamos en alguien con compasión.

3. La expresión constituye la personalidad

Expresamos al exterior los resultados de nuestras meditaciones. Cada género de expresión, y sobre todo el lenguaje en tanto que es un sistema de signos, principalmente de signos vocales y visuales (recibidos del exterior o imaginados), cumplen en la vida del hombre dos funciones fundamentales, difíciles de distinguir con todo rigor. Sirve ante todo para la simple comunicación, es decir, para llevar a los demás las experiencias cognoscitivas, ligadas a la audición de un signo dado. Además, el lenguaje sirve a la organización de nuestra propia vida, a formar nuestro punto de vista sobre el mundo, a apoyar nuestras reglas de conducta, nuestras decisiones, etcétera. la organización de nuestra propia vida es difícilmente separable de la organización de la vida de los demás y pertenece ya a la comunicación. La organización de la vida con la ayuda de los signos del lenguaje se hace, por ejemplo, con la ayuda de los preceptos generales o de las reglas de conducta que actúan sobre nosotros tanto como sobre los demás. Yo tengo la impresión de que en la medida en que la humanidad se desarrolla, esta segunda función del lenguaje se amplía cada vez más. Los hombres de hoy razonan más que los primitivos, con la ayuda del lenguaje. Se hacen más planes, más cálculos, con un lápiz en la mano; se decide, se declara de una manera mejor articulado y se actúa a la vez de una manera menos espontánea que en otro tiempo. El uso poderoso y general del lenguaje, como instrumento de conocimiento y de dirección para la vida de los individuos y las sociedades, es un rasgo importante de nuestra civilización y constituye la fuente de sus éxitos científicos y técnicos.

Actualmente consideramos al lenguaje, en cierta medida, como un instrumento de organización de la propia personalidad.

El pensamiento cognoscitivo corriente es una manera de organizar la propia personalidad con la ayuda de las expresiones del lenguaje. Gracias a ese pensamiento formamos en nosotros las disposiciones de conformidad o de oposición respecto de los propósitos percibidos. Creamos en nosotros las disposiciones que nos llevan a expresar nuestras convicciones. Estas disposiciones las obtenemos nosotros mismos al formular las frases que reconocemos como verídicas. Habitualmente comenzamos con un intento de formulación y, después de conseguirlo progresivamente, llegamos a formular tales frases de manera satisfactoria y las consideramos como informaciones de nueva adquisición. Esta formación progresiva de la expresión de nuestra propia convicción, es la formación de la convicción misma. Es difícil reconocer una convicción como tal si no posee una expresión verbal propia. Se la puede considerar como una suerte de sentimiento de inquietud intelectual, pero no como la posesión de un punto de vista definido. El punto de vista es una construcción verbal expresada con un propósito coherente. Es evidente que alguien puede no tener un punto de vista perfectamente precisado y sin embargo conducirse como si lo poseyera. En efecto, la expresión de un punto de vista no es la única forma de la organización de su vida. No es más que uno de los instrumentos.

En todo caso, lo que se llama en nuestra civilización el "trabajo científico", se funda en la "expresión verbal", es decir, en la capacidad de crear las fórmulas que corresponden a ciertas exigencias dadas. Un doble ideal preside al trabajo científico; el ideal del empirismo, que establece una relación entre la palabra y la experiencia, y el ideal de la lógica, que establece la estructura interna de una teoría que describe la realidad. La creación de la teoría es la organización de un mayor conjunto verbal, en general potencialmente infinito. Al principio preferimos las descripciones de las experiencias y después, en gran medida, trabajamos en la esfera de la estructura misma del lenguaje: ordenamos, clasificamos, generalizamos, formulamos hipótesis y leyes, sacamos las conclusiones. El trabajo científico-teórico (no experimental) es, pues, la organización de un lenguaje común de experiencias (principalmente las afirmaciones, las negaciones, las suposiciones y las dudas) ligadas a ciertas declaraciones.

La reflexión científica no tiene límites claramente trazados. La reflexión filosófica puede ser absorbida en su esfera, o bien puede ser tratada por separado. En todo caso, la reflexión filosófica pertenece a los modos de pensar que dan el mismo género de satisfacción cognoscitiva que la reflexión científica. Pero en la reflexión filosófica es más difícil encontrar los modelos precisos, en tanto que ellos dominan en la reflexión científica, asegurándole su eficacia y su éxito, reduciendo al mismo tiempo su dominio  e impidiéndole abarcar el conjunto de la vida humana. La reflexión filosófica se ve menos afectada por las convenciones. Por ello puede abarcar un campo más amplio, pero exige más sutileza. Dado que la filosofía está menos sometida que la ciencia a los rigores precisamente expresados, tienta con frecuencia a los espíritus que no se pueden satisfacer con las condiciones científicas, porque tienen menos experiencia reflexiva que los espíritus científicos, cuando es precisamente lo contrario lo que debería producirse. Donde faltan las reglas precisas sólo deberían tener influencia aquellos espíritus que no solamente llevan las reglas en la sangre, sino que además poseen un mayor grado de sutileza del género que exigen las reglas.

En la reflexión teórica y sobre todo filosófica, se produce frecuentemente una cierta degeneración que consiste en una hipertrofia de la teorización, es decir, en un atiborramiento de construcciones verbales practicadas por el puro gusto de hacerlas. La teoría se convierte en arte por el arte, en un juego verbal formalmente muy desarrollado, pero que no profundiza la ciencia de lo real. Las especulaciones metafísicas están frecuentemente expuestas a esta degeneración. La causa de esto puede hallarse en la falta de formación lógica, la cual enseñaría al metafísico que no tiene interés observar las relaciones lógicas, evidentes, entre los conceptos, relaciones cuya esterilidad sólo se le revela a un lógico experto en lógica formal. Por otra parte, la especulación metafísica desempeña frecuentemente un papel marginal, extracognoscitivo. La repetición de las especulaciones estériles, reconocidas sin embargo como profundas por las autoridades en la materia, somete a los espíritus demasiado poco críticos a las instituciones que dependen de esas autoridades y los fija en las actitudes impuestas por esa repetición.

Con la ayuda del lenguaje organizamos no solamente la esfera de nuestras experiencias cognoscitívas, sino la esfera de nuestras experiencias sensibles y volitivas. Nuestras emociones se constituyen, especialmente, por el empleo de adjetivos de valor. Las estimaciones emocionales son la expresión espontánea de una experiencia de valor o de la vinculación emocional respecto a un objeto. Pero, por otra parte, como a esta actitud emocional se le da una expresión sensible, ésta fija las actitudes y crea un peligro de inercia permanente. El uso de descripciones y de expresiones exageradas, tales como "fantástico', "increíble', "imposible de soportar", "estoy horrorizado" "ya no aguanto", "me vuelvo loco" pueden llevar a la desorganización de nuestra vida. El hombre que hace uso de expresiones exageradas se excita a sí mismo y puede sufrir verdaderamente, al cabo de cierto tiempo, una neurosis respecto a un motivo. Por lo contrario, las expresiones más mesuradas ayudarán a dominar las tendencias y podrán proteger contra una neurosis. El control de la expresión de las emociones es un elemento esencial de la formación consciente de éstas. Ocurre que ciertas creaciones verbales (expresiones breves o grandes conjuntos) que -parecen ser formaciones cognoscitivas, no desempeñan de hecho más que un papel de organización de ciertas emociones. Así, por ejemplo, ciertas palabras que nos parecen servir sólo para la descripción, se convierten por el uso que se les ha dado en ciertos medios, en epítetos despectivos, en invectivas que sirven para calumniar a otras personas y para excitar la enemistad contra ellas. Para cada uno de los términos que se citan a continuación se pueden hallar las personas que los utilizan para afirmarse a sí mismas y para confirmar a otras en el odio. Estas palabras son: "conservador", "herético", "teósofo", "clerical", "neopositivista", "idealista", "fideísta", "revolucionario", "revisionista", "comunista", "francmasón", "emocional", y muchas otras. Los términos, inocentes al principio, al ser usados por ciertos autores se convierten de pronto en un látigo que sirve para golpear al enemigo. El empleo de un epíteto apropiado basta frecuentemente para que una sociedad deje de tratar seriamente los planteamientos de la persona en cuestión. Ahora bien, las opiniones de cada persona deben ser tratadas con benevolencia y servir para extraer buenas enseñanzas. La fuerza que poseen ciertos términos para organizar las emociones y las actitudes humanas es muy grande en ciertos medios. Las palabras pueden entrañar el odio v la cólera, pero también el respeto y el amor. Las palabras "prójimo" o "humano", muy empleadas en el cristianismo, crean emociones positivas.

Con las actitudes generales, el lenguaje organiza también nuestras aspiraciones particulares y nuestros actos de voluntad. El hombre no sabe verdaderamente lo que quiere sino cuando es capaz de expresarlo. Antes de poder hacerlo verbalmente no tenemos más que una sensación confusa que puede servir evidentemente de base a la acción. Si el hombre de nuestra civilización europea desea cobrar conciencia de sus aspiraciones, controlándolas y formándolas debe, a este fin, expresarlas por medio de la palabra.

No contamos con ninguna ciencia directa de nosotros mismos. No nos conocemos más que par la expresión accesible a los demás, o tal vez solamente a nosotros mismos, como nuestras emociones intimas. Toda la vida es la expresión de nuestro espíritu.

Volviendo a la primera de nuestras reflexiones sobre la oposición a la espontaneidad de una parte, y del control racional de la otra, podemos resumir nuestro análisis diciendo que una actitud verdadera consiste en purificar nuestro espíritu, de manera controlada y racional, de todas las nociones dañinas y en subordinarlo a lo que es lo más puro y sublime en nuestra espontaneidad. Evidentemente es imposible formular con precisión esta divisa y darle una forma siguiendo una prescripción exacta. Ella exige de nosotros una actitud creadora tanto en el dominio de nuestro conocimiento como en toda nuestra vida.

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