Es la esperanza
mariposa que vuela
bajo la escarcha.

Abriendo verjas
de remotos ideales,
�hojas resecas!

Rojos brochazos
sobre las nubes grises
pinta el ocaso.

El viento acerca
la duna hasta la playa,
y el mar la besa

En una esquina
te pierdo para siempre:
�adi�s, divina!

Lumbreras blancas,
luci�rnagas perdidas
en la ma�ana.


La flor del loto
entre las grandes hojas,
cual mariposa.


Danzan las grullas
a orillas del estanque
con luz de luna.


En tu ventana
qued� prendido un trozo
de la ma�ana.

Solo en la playa.
Se derrumban los muros
todos del alma.

All� lejano
suenan las caracolas
como llamando.

Por la vereda
un canario en las ca�as.
Nadie -y mil huellas.
 

L�mpido cielo
en la tarde de est�o.
Navega un cuervo.


En la vereda,
una fuente manando
agua de almendra.


Bajando ramblas,
el palmeral boscoso
se abre en la cala.


Brilla un lucero...
O hembra de luci�rnaga
bajando el cerro.


Raudas centellas
en un cielo cuajado
de nubes negras.


La brisa lleva
del monte hasta la playa
olor de fresas.

Mudando el viento
las dunas sin memoria,
t�mulos nuevos.


Torres de arena
que trepa la vaga ola,
deshaci�ndolas.
 

La cari�tide
que el rayo desmorona,
la esparce el viento.


Aquel viejo �rbol
que cae en el silencio,
lo oye un p�jaro.


Fruta en la cesta;
huevos, colores vivos,
natura muerta.

P�jaro negro
en las ramas de un drago
-preso en el lienzo

Fruta en la cesta;
huevos, colores vivos,
natura muerta.

Castillos de arena
que la m�s d�bil ola
besa y se lleva.

Anda el viajero
huyendo del pasado
que lleva dentro.

Un perro muerto
tendido en la vereda.
Ladra otro perro.

Hasta el silencio
de la noche sin sombras
tiene su ritmo


Braman las olas.
A lo lejos resuenan
las caracolas.

La barca sola
persiguiendo la orilla
ola tras ola.

Los ni�os de las moscas
con su mirada
devorando las sombras.

Cantan las ranas
sobre los nen�fares de flores blancas.

Ni�os y moscas.
Un hilo de agua fluye
entre las rocas.

Luna lunera,
de rama en rama brincas,
cascabelera.

Graznan los cuervos
del olivo en las ramas,
los agoreros.

Ni�o llorando
arrimado a la choza.
Ni�o en palacio.

Crece el t�mulo,
se hace duna y monta�a
con el siroco.

Rosa que te abres
fragante en la ma�ana
 de mis pesares.


Radiante estrella,
a�n nos llega tu luz
estando muerta.


El hombre de esp�ritu
debe ser siempre
el l�der de s� mismo.
 

Un �nico �rbol
en el raso p�ramo.
Canta un p�jaro.

El lagarto de El Hierrro
sobre la roca
prolongando lo p�treo.

Ulula el viento
sobre el p�ramo helado.
P�jaros muertos.

Como de toro
los cuernos de la luna.
Capea el siroco.

Firme la rueda
por sus rayos que unidos
no se doblegan.

Lejos del agua
y perdida en el c�sped
salta una rana.

Blanca y desierta
amanece la playa
de ocres arenas.

El negro asfalto
culebrea desde el monte
hasta los barcos.

La ni�a sola
juega en la plazoleta.
La llena toda.

Las nubes reptan
monte abajo, hacia el valle.
Dudosa senda.

Entre dos ramas,
un nido de gorriones
que ayer no estaba.

Cre�do va el viento
de humillar a la ca�a
-que torna a erguirse.

Giran los cuervos
en torno a la carro�a
-llegan los buitres.

Cierra al siroco
las puertas de tu mente
-y busca el oasis.

No s� qui�n lleva,
si el viejo sus zapatos
o �stos al viejo.

Besos en dunas
que el siroco traslada
a los dos d�as.

Los dos de negro
por el sendero suben,
la ni�a y el viejo.

Sobre las rocas,
disput�ndose un pez,
blancas gaviotas.

Corriente abajo,
sobre un junco se posa
un escribano.

Un chacal a�lla,
guiando su andar cansino
senda de luna.

Cascadas de hiedras
cayendo al hondo valle
de higueras secas.

Un claro riacho
culebrea entre los sa�cos
de flores blancas.

Sobre los montes,
fulgores vespertinos
-rojizos y albos.

En la hornacina
de blancuzcas paredes
un cuervo seco.

Un secretario
de plumas erizadas
planea en el cielo.
 

Doblega el viento
la ca�a de bamb�
-que torna a erguirse.

Para andar solo
por el mundo, primero
hazte tu amigo.

No te desnudes,
ni te vistas, Agarfa,
�ah, muselinas!

La primavera,
manifiesto estallido
de flores nuevas

Gira en el cielo
hasta posarse en mi hombro
un cuervo albino.

Todas las luces
de la tarde amarillean
cuando apareces.

La ola va y viene:
t� quieres ser como ella,
pero no has vuelto.

Un higo abierto
me recuerda tu boca,
llegando un mirlo.

Cascadas blancas
cayendo a la ribera
donde beben las grullas.

Los sauces bordean
el lago de aguas verdes
lleno de cisnes.

Desflorecidas
las ramas de los sa�cos
en blanca senda.

Nubes de mirlos
desciende al palmeral,
y se disipa.


Entre los sa�cos
de grandes flores blancas
vuelan los mirlos.

Una lechuza
dejando sitio al b�ho
que tae una presa.

Tras los cristales
surgen todos los rostros
viendo la lluvia.

La azul b�veda
se resquebraja en malvas
hasta el oc�ano.

Al descubierto
ha dejado el siroco
la cimitarra.

Se aleja el cuervo
que bajaba a la charca
viendo al azor.

En el l�gamo
reseco del estanque,
flores marchitas.

Al crep�sculo
se oculta en el olivo
el mismo cuervo.

El rel�mpago
agolpa en la retina
las nubes negras.

Azul intenso
es el fondo del cielo,
donde la luna.

Por el camino
sombras y espacios claros
de luna llena.

Almendras dulces
recoge el caminante
al pie del �rbol.

Las lluvias ca�das
fluyen por el barranco
ocres de tierra.


Orlando
 

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