Los prismáticos

Los prismáticos (gemelos o binoculares) son un excelente instrumento para el aficionado a la astronomía, en muchas ocasiones, complementarios de un buen telescopio. Por lo general son bastante luminosos y tienen gran campo, con lo cual abarcan extensas zonas del firmamento, al contrario de lo que ocurre con los telescopios cuyos campos son muy reducidos.

Todos los prismáticos tienen anotada su potencia expresando los aumentos y la abertura; 8 x 50, por ejemplo, significa 8 aumentos (equivale a ver un cuerpo ocho veces más cerca u ocho veces más grande) y 50 mm de diámetro de cada objetivo (abertura). Para uso astronómico es conveniente que tengan como mínimo 40 o 50 mm de abertura, ya que, en caso contrario, su luminosidad será demasiado escasa. En cambio serán más efectivos cuando menor sea la potencia (en relación con la abertura), ya que el campo y la luminosidad son mayores con pocos aumentos, aparte de que su manejo es también más cómodo. Así unos de 8 x 60 o unos de 11 x 80, son muy interesantes. Estos últimos (80 mm de abertura) son un extraordinario aparato que permite ver en el firmamento infinidad de objetos con sensación de relieve.

Sin duda, un telescopio nos aportará observaciones más detalladas del cielo, pero está claramente en desventaja respecto a los prismáticos cuando lo que queremos es estudiar amplias regiones de la bóveda celeste. El talón de Aquiles del telescopio, que no es otro que la falta de profundidad en el campo visual, es la principal virtud de unos buenos binoculares. Además, estos tienen otras grandes ventajas: facilidad de manejo, imágenes no invertidas (en el telescopio suelen serlo), observación con ambos ojos y mejor precio.

El principal requisito para una adecuada observación astronómica con prismáticos, además de su correcta graduación (empezando por la separación interpupilar), es colocarlos sobre un trípode o una base estable, algo sumamente sencillo. Acostumbrados como estamos a utilizarlos a pulso para la observación terrestre, si los enfocamos a las estrellas el movimiento de estas parece incontrolable (unos prismáticos utilizados “a pulso” no sirven en astronomía porque la pequeña vibración que les transmitimos –incluso inapreciable- se amplifica por el número de aumentos e impide que nuestra retina sea impresionada por la tenue luminosidad de los pequeños puntos estelares), pero asentados sobre un trípode tendremos una magnifica visión del firmamento. ¿Qué podemos ver con los prismáticos? Los principales cráteres y mares lunares, las fases de Venus, las cuatro lunas galileanas de Júpiter, la Vía Láctea, miles de nebulosas y cúmulos estelares, las galaxias más grandes e infinidad de estrellas múltiples que no percibimos a simple vista.

Los cúmulos estelares –abiertos o globulares- son magníficos con prismáticos de cierta luminosidad. Las Pléyades (constelación de Taurus), el Doble cúmulo (Perseus), Pesebre (Cancer), etc., son mucho más bellos a través de unos buenos prismáticos que con los telescopios, cuyos campos de visión no llegan a abarcar por entero al cúmulo. Lo mismo sucede con las nebulosidades que hay en muchas regiones de la Vía Láctea o incluso con alguna galaxia, como M 31 Andrómeda, o M 33 de Triangulum.

Con prismáticos se realizan buena parte de las observaciones de estrellas variables, generalmente por el método de Argelander, que consiste en la comparación de las estrellas entre sí para determinar las variaciones de brillo que hayan podido sufrir. Con una cierta experiencia, un aficionado puede efectuar determinaciones de brillo con precisión de décimas de magnitud. Y eso, repetimos, con unos simples prismáticos o con pequeños telescopios.

La observación con telescopio

Fundamentalmente hay tres tipos de telescopios comúnmente utilizados por los aficionados: 1) anteojos, también denominados refractores, 2) reflectores de tipo Newton, y 3) catadióptricos, la mayoría de los cuales son del tipo Schmidt-Cassegrain. Aunque de sistemas distintos, la teoría óptica es exactamente la misma para todos ellos, de modo que son comunes todas las cuestiones relacionadas con la abertura, los aumentos, el poder de resolución, la luminosidad, etc.

En líneas generales, todo telescopio se compone de dos elementos ópticos principales: el objetivo (que puede ser en forma de lente o de espejo) y el ocular. El primero es el que capta la luz de los astros y la concentra en un punto al que denominamos foco, donde se produce la imagen primaria. Luego amplificamos esta imagen mediante una especie de “lupa”, a al que denominamos ocular porque es donde se pone el ojo. Cambiando el ocular puede variarse a voluntad la amplificación de la imagen (los “aumentos”) hasta cierto límite. Como el elemento responsable de la captación de la luz de los astros es el objetivo, resulta claro que la efectividad y la potencia de un telescopio dependen fundamentalmente de éste. Cuanto más diámetro tenga el objetivo (abertura), mejor será el telescopio, independientemente de su calidad.

Telescopios refractores. Antiguamente denominados anteojos, son de visión directa (los típicos catalejos) con una lente-objetivo, generalmente compuesta por dos elementos situada en la parte superior de un largo tubo. El objetivo concentra la luz del astro en la parte inferior del tubo donde se sitúa el ocular, que es por donde se mira.

Los más frecuentes son los pequeños. En muchos comercios de óptica o de fotografía se venden refractores de 60 mm de abertura con tubos que oscilan entre 70 y 90 cm de largo. Debemos decir que estos son la mínima expresión en cuanto a telescopios, los más sencillos y los menos potentes. Además, muchos de ellos son de una pésima calidad y conllevan un engaño para los compradores. Para finalidades astronómicas nunca deben adquirirse telescopios de menos de 60 mm de abertura.

Su talón de Aquiles es la aberración cromática. Tampoco están exentos de las aberraciones de coma y esfericidad (que se evidencia en que las estrellas no aparecen puntuales), pero en conjunto aportan vistas del firmamento de gran contraste y nitidez, especialmente en el estudio del Sistema Solar. A grandes aumentos, la exactitud con la que está ajustado el eje óptico permite obtener mejores detalles en la observación planetaria que con un reflector del mismo diámetro. Asimismo, el tubo cerrado de un refractor impide que circule el aire en su interior –algo que si afecta a los reflectores- y ello redunda favorablemente en la calidad de las imágenes.

Lo que menos satisface a los usuarios de los telescopios refractores es que suelen ser mas pesados y de montaje y transporte más complicado que el de un reflector del mismo diámetro. Un reflector de 100 mm de abertura cabe, con su montura incluida, en una misma caja, pero un refractor del mismo diámetro es más voluminoso y se halla en el límite de lo razonable a la hora de transportar un telescopio. Los refractores de 80 o 90 mm son, no obstante, bastante más manejables y constituyen una excelente opción como primer telescopio.

Reflectores Newton. Están basados en el sistema que inventó Isaac Newton y que consiste en la utilización de un espejo como objetivo, cuya cara reflectante tiene una suave curvatura esférica o parabólica que concentra también toda la luz en un punto (foco), donde se coloca el ocular. Previamente, sin embargo, debe acodarse el rayo luminoso mediante un espejo diagonal o un prisma, al objeto de llevarlo a la parte externa del tubo. A través de estos telescopios el observador mira por la parte superior y lateral del tubo, lo que permite montajes muy bajos. Este sistema óptico permite fabricar espejos-objetivos con aberturas considerables y distancias focales cortas, lo que se traduce en la utilización de tubos también relativamente cortos en proporción a la considerable abertura. Digamos que, a igualdad de aberturas, los reflectores Newton tiene la mitad de longitud, e incluso menos, que los anteojos. Es el tipo más generalizado entre los aficionados, porque son bastante económicos. Además, por su disposición, los newtonianos pequeños y medianos aportan una gran comodidad en la postura del usuario, un aspecto especialmente importante durante una larga jornada de observación.

A diferencia de los refractores y catadióptricos, los reflectores tienen el tubo óptico abierto –el aire entra dentro-, y por ello el telescopio newtoniano es especialmente sensible a las turbulencias que se forman en su interior y que perjudican a la estabilidad de la imagen.

El elemento principal de los telescopios Newton es, pues el espejo-objetivo o primario, que puede ser esférico o parabólico. De ambos los primeros son de menor calidad y adolecen de la llamada aberración de esfericidad. Los espejos parabólicos son mejores que los esféricos, pero tampoco están exentos de aberraciones, si bien en este caso el defecto de imagen se produce en forma de elipse, como si las estrellas tuvieran un pequeño apéndice.

Estos telescopios suelen fabricarse a partir de 110 mm de abertura (aunque los hay menores, no son muy aconsejables) y hasta tamaños que pueden ser realmente grandes. Hay que tener en cuenta que los mayores telescopios profesionales del mundo, con algunas diferencias, están basados en este modelo. A nivel de aficionado, los hay hasta de 40 o 50 cm de abertura, aunque los formatos más generalizados entre los que ofrecen mejores prestaciones suelen tener entre 20 y 30 cm.

El principal inconveniente de los telescopios Newton es que los dos espejos (el primario y el diagonal) tienen forzosamente su capa de aluminizado por la cara anterior del vidrio. Por esta razón, nunca pueden limpiarse, porque la capa de aluminio es tan delicada que un simple roce ya le produce rayaduras. Por otra parte, el sistema de soporte de los espejos, que debe permitir un cierto balanceo para su colimación (alineación de los elementos ópticos), suele ser bastante delicado, en particular si los telescopios son grandes. Esto hace que no sea recomendable, en este modelo, inclinar el tubo por debajo de la horizontal.

El aficionado debutante cuyo primer telescopio es de tipo Newton encuentra el inconveniente de que el punto de observación (el ocular) está en la parte superior y a un lado del tubo. En efecto, el principal problema que tendrá que resolver es la localización de los astros, para lo cual resulta mucho más fácil apuntar un telescopio como si se tratara de un fusil (como ocurre con los de tipo refractor) que mover un tubo teniendo el punto de mira en la parte superior. Pero es un inconveniente relativo que no debe ser determinante a la hora de elegir y de inclinarse por uno u otro modelo.

Telescopios catadióptricos. En los últimos años han proliferado los telescopios del tipo catadióptrico, de entre los cuales los más conocidos son los Schmidt-Cassegrain, que, como su nombre indica, son una variante del sistema reflector diseñado por Cassegrain, combinado con el sistema de las célebres cámaras astrofotográficas Schmidt. Con ello se obtienen unos instrumentos de muy pequeño formato (50 cm de tubo para aberturas de 200 mm), con gran luminosidad, notable potencia y facilidad para llevarlos a cualquier parte dentro de una maleta.

El sistema Schmidt-Cassegrain se basa en un espejo-objetivo similar al Newton, pero con un radio de curvatura mucho menor, lo que le confiere una distancia focal muy reducida. Ahora bien, una curvatura tan acentuada ocasionaría imágenes defectuosas si no fuera por la presencia de la lente correctora tipo Schmidt. Además, la potencia del instrumento sería, asimismo, muy baja, dado su corto foco, circunstancia que se resuelve con un espejo reflector Cassegrain que alarga el foco del objetivo hasta obtener unas relaciones similares a las de los sistemas Newton. Resumiendo: son telescopios de considerable potencia, gran abertura y tamaño muy reducido. De ahí que sean sumamente recomendables. Esta es la causa por la que en la actualidad son miles los telescopios de este tipo que utilizan los aficionados de todo el mundo.

Su característica principal es que el espejo primario está perforado en su centro para permitir el paso de la luz hacia el ocular, situado en la parte posterior del tubo óptico. Al tiempo que posee una lámina correctora que se encarga de eliminar la aberración de esfericidad del espejo primario. El espejo secundario se halla justamente detrás de la lámina correctora, lo que permite aumentar la distancia focal del instrumento. Aunque parezca un contrasentido, uno de los más graves inconvenientes de los Schmidt-Cassegrain reside en la facilidad con la que se empaña la lámina correctora en una noche de observación.

Obsérvese que tanto los telescopios tipo Newton como los catadióptricos tienen obstrucción central, es decir, que algún elemento óptico opaco (espejo) está situado en el interior y en el centro del tubo. Esto, que a primera vista pudiera parecer un obstáculo grave, resulta imperceptible cuando se observan los astros a través del telescopio. En efecto, mientras el instrumento está “enfocado” al infinito, el espejo en cuestión queda totalmente desenfocado por hallarse a sólo unos centímetros de distancia del objetivo: lo único que hace es restar una leve luminosidad y contraste, pero no afecta al poder de resolución ni al aspecto de las imágenes.

Monturas

El mecanismo que soporta y facilita el movimiento del tubo del telescopio se denomina montura. Las hay de tipo acimutal y del tipo ecuatorial. Generalmente están instaladas sobre un trípode o columna.

La montura acimutal es la más simple. Se compone de un eje vertical y otro horizontal que permiten dirigir el tubo a cualquier punto como si se tratara de un cañón de artillería; es adecuada para telescopios pequeños porque su manejo es fácil y su precio bajo. Aunque sea sencilla, debería exigirse que lleve incorporados unos mandos para realizar mecánicamente y de forma suave el movimiento de los ejes. Hay una variante, denominada Dobson, que se utiliza en telescopios reflectores Newton de considerable tamaño y que no requiere mecanismos especiales, aunque el movimiento, para seguir los astros, debe hacerse manualmente.

Es evidente que con telescopios provistos de montura acimutal no puede automatizarse el seguimiento de la bóveda celeste, de una forma correcta a pesar de los avances informáticos. Por lo tanto, con telescopios acimutales no es posible realizar más que observaciones de tipo visual de una forma segura.

Precisamente para compensar el movimiento del firmamento se utilizan las monturas de tipo ecuatorial, simples de concepción, aunque en la práctica resultan ser un mecanismo bastante complejo porque, generalmente, llevan implícita la automatización del telescopio y porque su centro de gravedad varía según el lugar del cielo al que se apunta.

Estas monturas ecuatoriales suelen llevar incorporados unos círculos graduados en ambos ejes (denominados horario y declinación) que facilitan la localización de los astros según sus coordenadas. De tal forma que si además lleva incorporado un motor, el telescopio pueda seguir automáticamente a cualquier astro en su desplazamiento aparente con la bóveda del cielo.

Pero hay más. Hoy día existen monturas ecuatoriales para telescopios de aficionado que tienen incorporado un control computarizado. Después de colocar el telescopio “en estación” (una operación que debe hacerse muy bien) puede teclearse en el procesador el número de catálogo de una nebulosa, por ejemplo, y el telescopio se moverá automáticamente hasta que la encuentre. O pueden teclearse unas coordenadas para que vaya inmediatamente a aquella posición, e incluso puede programarse para que vaya buscando, sucesivamente diversos astros.

Este mecanismo es imprescindible para la obtención de fotografías e imágenes CCD. Es sabido que para registrar las débiles imágenes estelares deben otorgarse tiempos de exposición largos (desde algunos hasta bastantes minutos) durante los cuales los pequeñísimos focos luminosos de cada estrella deben caer siempre en el mismo punto de la película fotográfica; en caso contrario, la fotografía resultaría borrosa o “movida”. Sólo un mecanismo ecuatorial muy preciso y la pericia del observador controlándolo permiten conseguir excelentes fotografías.

 

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