Juan Ruiz de Alarcón ...

No tuvo buena fortuna el teatro criollo, primero, porque no podía competir con el del Siglo de Oro español, y, después, porque estuvo en sus principios relegado a la función educativa y cultivado en su mayor parte por clérigos, con propensiones hacia el academismos retórico. Los poetas de certámenes escriben también comedias con iguales fines. Matías de Bocanegra, Francisco Ramón, Salazar y Torres, Ramírez Vargas, Francisco de Azevedo se cuentan entre los principales, aunque hay otros muchos de quienes no se conocen las obras y se consignan únicamente los títulos de ellas.

Dentro del género dramático, el autor más representativo del genio nobohispano fue Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza. Nació en la ciudad de México en 1581. Sus padres vivieron en Taxco y ahí nacieron dos de sus hermanos. Estudió en la Facultad de Artes de la Universidad Real y Pontificia de México, en 1592. Obtuvo título de bachiller en Cánones en la Universidad de Salamanca, y en Derecho civil, entre 1600 y 1602. En 1606 se trasladó a Sevilla con la ayuda de un pariente, y la revalidación de sus estudios le permitió dedicarse a la abogacía. De ese tiempo fueron sus primeras incursiones en el campo literario. En 1608 regresa a la Nueva España en la misma flota en que viajan fray García Guerra, Arzobispo y futur Virrey, y el novelista Mateo Alemán. La Universidad de México le otorgó en 1609 el título de licenciado en Leyes y la dispensa de pompa para el de doctro, que no llegó a alcanzar. Con la idea de encontrar acomodo, se inscribe, con malos resultados, a oposiciones para las cátedras de Instituta, Decreto y Código. Mientras tanto, desempeña el cargo de asesor jurídico de la Real Audiencia. En vista de su poca fortuna, decide volver a España en 1613 y se instala definitivamente en Madrid como pretendiente, en la Corte, del reconocimiento de los méritos de su prosapia. En este momento empieza la epoca de madurez del dramaturgo que, ya dentro del mundo literario español, encuentra un camino propio, a pesar del ambiente hostil que lo presionaba amenazándolo con ahogar sus capacidades. Tanto su condición de indiano como su figura -concorvado de pecho y espalda, bajo de estatura, barba bermeja- le atraen las puyas hirientes de los ingenios de la Corte. Pero ni la soledad ni el retraimiento le hicieron perder su fe en las cualidades humanas, antes bien fortalecieron su deseo de perfección y su conciencia artística. En 1626, después de años de espera, es nombrado relator del Consejo de Indias. Abandona la carrera literaria, que ya no le es necesaria para vivir. En 1639 hace testamento señalando como heredera de sus bienes a doña Lorenza de Alarcón, hija suya, y muere el 4 de agosto de ese año.

En la grandiosa escena del teatro español del Siglo de Oro, Alarcón es el único dramaturgo de Indias. Con Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca, Alarcón aporta su originalidad contribución para hacerse acredor al título de "modernidad" entre sus coetáneos y al de creador del teatro de caracteres. Sin duda le corresponde la primacía entre los mexicanos que han alcanzado renombre universal.

Aunque escribió versos de circunstancias, su obra está en el teatro. Cuenta con veintiséis comedias, y parece que comenzó a escribir para el teatro, en Salamanca, por 1601. De este primer periodo son: La culpa busca la pena, La cueva de Salamanca y el Desdichado en fingir, que siguen la moda del tiempo, o sea, la comedia de enredo. En su segundo viaje a España (1613-18) su temperamento reflexivo ha tenido ocasión de ejercitarse; busca dar coherencia a sus personajes y establecer la relación entre la conduca humana y los estímulos que la motivan; es el principio del teatro de caracteres, y de esta época son: Todo es ventura, Las paredes oyen, Mudarse por mejorarse, La prueba de las promesas y La verdad sospechosa. Al tercer periodo (1619-22) corresponde su interés por la comedia heroica, y a él pertenecen: Los pechos privilegiados, El dueño de las estrellas y El tejedor de Segovia. La última época (1623-25) presenta la culminación de sus recursos técnicos y de su maestría en el dibujo de caracteres. En ésta caben: El examen de maridos y No hay mal que por bien no venga, que se le atribuye.

Fue Alarcón dramaturgo celebrado y famoso, aunque en sus relaciones con los escritores madrileños aparezca como poco amigable, pues así lo hacen suponer los constantes ataques de que fue objeto por parte de Suárez de Figueroa, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Mira de Amescua, Vélez de Guevara y otros, que enderezaron continuas sátiras y epigramas contra las corcovas del indiano y contra su carácter excesivamente cortés y jactancioso, "mosca y zalamero". Fue amigo, en cambio, de Tirso de Molina, con quien colaboró algunas veces, y respondió las buralas de sus enemigos a través de los personajes de sus comedias. Aunque Alarcón sigue las líneas generales impuestas por Lope, en la comedia española, tiene características fundamentales que lo distinguen y que habrá que buscar en su origen mexicano, en la soledad amarga que lo rodeó en España. Mientras sus contemporáneos escriben cientos de obras, él trabaja en labor de pulimento prefiriendo la calidad a la cantidad; en lugar de dejarse arrebatar por la invensión y la fuerza lírica, busca el equilibrio, la justeza y el valor intelectual. Se interesa por justificar el desarrollo de la acción, en delinear el perfil de sus caracteres; en lograr limpieza y sobriedad en los versos de elegancia epigramática. Los problemas que plantean sus mejores obras tienen relación directa con la vida diaria y en ellas triunfan las virtudes del alma sobre las apariencias exteriores. Se ha dicho que la comedia alarconista tiene muy cercana relación con la latina de Plauto y Terencio, tanto en su estructura como en el sentido que adquieren sus graciosos y sus criados.

Es la Verdad sospechosa la obra más conocida de Alarcón. Si se le dio en un tiempo el calificativo de "moralizante", se ha llegado a la conclusión de que si la mentira no está aquí presentada como un vicio monstruoso y el mentiroso no ha procedido por maldad, sino por exceso de vitalidad y de imaginación, Alarcón ha creado, no la comedia moral, sino la comedia de caracteres. Es ahí donde radica su valor; el personaje, Don García, acentúa de acuerdo con su propia manera de ser; su comportamiento tiene un origen y un sentido. La contrapartida de este carácter será el de su padre, don Beltrán, acabado ejemplo de hombre recto y probo. Con esta obra Alarcón influye en el tearo de Corneille, que la parafrasea en Le menteur, y pasa de aquí al teatro de Molière.

En Las paredes oyen la pintura de caracteres es más amplia. Doña Ana acaba por escoger, entre dos amores, el verdadero, aunque las apariencias lo condenen. Don Juan de Mendoza, a pesar de su pobreza y mal talle, vence, por su discreción y valor, la apostura y riqueza de don Mendo. Tanto los protagonistas como los criados están dibujados con cuidadosa veracidad. Es importante advertir que el criado no es el gracioso tradicional, sino una especie de consejero que trata de convencer por medio de razonamientos, y su perspicacia le hace distinguir con oportunidad lo falso de lo verdadero para ajustar su comportamiento.

Es asunto terminado la discusión acerca del mexicanismo de Alarcón. Ya Henríquez Ureña lo restitiyó definitivamente a nuestras letras. Y si bien es cierto que produjo su obra en España, al gusto español, y que las alusiones a la Nueva España escasean, en cambio las peculiaridades de su carácter, su tono mesurado y discreto, reflejan una manera de ser peculiar de México, por donde se ve que hay ya, para esas fechas, una distinción entre los españoles peninsulares y los indianos, criollos y mestizos.

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José C. Martínez Nava
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