Siglo XVII ...
Al mediar el siglo XVII, la sensibilidad artística se ha transformado. No se trata de un cambio brusco, sino de una evolución que culmina en los últimos años del siglo. Con el retraso explicable, las escuelas literarias pasan de España a América. En el caso del barroco, que se adelanta en España al espíritu renacentista, sobre todo por razones religiosas, se observa ciertas características que ayudarán a comprender su esencia. En el lenguaje, la sobriedad clásica se reemplaza por el lujo en las formas expresivas, que se vuelven ricas y complejas. La serenidad ha cedido su sitio al dinamismo, a la pasión y a los bruscos contrastes. El arte busca, sobre todo, la expresión de emociones humanas subrayadas en rasgos y actitudes. Los elementos de la naturaleza empiezan a cobrar autonomía e invaden el campo artístico con motivos ornamentales muy variados. El ideal colectivo del barroco fue el "hombre de ingenio", resultado de la exageración del sentimiento individualista.
El barroco, originalmente, es una forma arquitectónica que deriva después a todas las artes. En la poesía corresponde al culteranismo de Góngora y al conceptismo de Quevedo.
La vida colonial de este tiempo es propicia para el desarrollo de la poesía barroca. Privan las alabanzas a la rica ciudad, centro de abundancia y primor, según Balbuena. Mientras la capital se viste de gala a la entrada de personajes ilustres y las conmemoraciones se vuelven fastuosas, los poetas se adiestran para lucir su ingenio en los cerámenes y colaborar con elocuente dignidad en la erección de arcos triunfales.
Abunda, pues, la poesía de circunstancias, descriptiva o laudatoria, encargada de dar mayor relieve a las diversas manifestaciones de carácter religioso o civil, siguiendo las costumbres de la Metrópoli. Así, el Triunfo o Parténico es para honrar a la Inmaculada Concepción, o el Neptuno alegórico para celebrar la llegada de un virrey. En los colegios se da preferencia a estas formas retóricas, hasta convertir la poesía casi en un ejercicio de ingenio, brillante por su agudeza, deudora de la elegancia, erudición y cultura humanísticas, acordes con la solemnidad del caso.
La repetición de los temas y la semejanza en el desarrollo de la poesía del siglo XVII provienen, en buena parte, de las limitaciones a que los certámenes sujetaban la habilidad de los poetas. Entre las justas poéticas a las que accedieron centenares de escritores en busca de galardón y renombre, haciendo patente la actividad literaria tanto en la capital como en algunas provincias, fueron notables: El Festivo aparato con que la Compañía de Jesus celebró a san Francisco de Borja, en 1672: las Funerales pompas de D. Felipe IV y plausible aclamación de D. Carlos II; el Neptuno alegórico (1680), en honor del conde de la Laguna; el Marte católico, dedicado al duque de Alburquerque (1653), y el Triunfo Parténico, recogido por Sigüenza y Góngora (1682-83).
En medio de esta abundancia de nombres de poetas y de extremos formales -acróstico, centón, anagrama, rueda, laberinto, caligrama, versos retrógrados- es muy evidente la influencia de Góngora o, más bien, la invasión de Góngora, como ocurrió en España misma, al lado de la gravedad conceptista. Cada vez se ilustra mejor el paralelo del barroco literario con el plástico, para afirmar que es seguro que en "nuestro terruño físico hubiera una especial fertilidad barroca". Algunos nombres de esta apretada floresta conviene entresacar: Arias de Villalobos, Matís de Bocanegra, Sandoval Zapata, Palafox y Mendoza, Francisco de Castro, Sigüenza y Góngora, Sor Juana.