CADA VEZ SABEMOS MENOS
(entrevista a Norberto Bobbio
Otto Kallschever, El Paìs,
enero 2000
El
filósofo italiano Norberto Bobbio (Turín, 1909),
uno de los grandes pensadores de este siglo, sigue defendiendo el
individualismo frente al Estado. A sus noventa años hace un repaso por este
siglo que, en su opinión, se ha caractizado por la
violencia. Sin embargo, para el pensador italiano, la constitución de los
tribunales por crímenes de guerra ha sido un enorme paso para la protección
del individuo, pero de un modo totalmente independiente del Estado al que
pertenezca. Bobbio se define como militante de la
razón y afirma que, pese a que el hombre moderno ha asimilado millones de
hechos de los que los antiguos no tenían conocimiento, el mundo de hoy nos
resulta cada vez más incomprensible, menos transparente. Señor Bobbio: ¿me permite leerle un diagnóstico sobre la crisis
espiritual de estos momentos? Dice: la crisis actual "reside en la
dispersión de una realidad dolorosa en miles de realidades indiferentes, lo cual
explica la apatía moral, el abandono a la corriente de la sociedad y de las
cosas; reside en la ruptura de una única voluntad propia en miles de
arbitrariedades, en el oscurecimiento de la claridad interior, en cuyo lugar
amenaza de nuevo el mito". Respuesta.
¡Dios mío! ¡Qué estilo más ampuloso! Este texto fue escrito por usted en
1943 como crítica a la jerga de la antonomasia en Heidegger
y Jaspers. Al final abogaba usted por un
"nuevo personalismo" como alternativa al existencialismo
"apolítico". Bueno,
entonces, cuando ya había comenzado la lucha de liberación antifascista, el
tema de los humanos se presentaba dramáticamente a favor del orden
neofascista. La situación actual es completamente distinta, aunque exista un
peligro de que vuelva a plantearse. El final de nuestro siglo, un siglo en
cuya primera mitad hemos vivido tanta violencia, guerra y destrucción, indica
un nuevo giro hacia la violencia desde el final de la guerra fría, y no sólo
en conflictos internacionales. También, dentro de nuestras sociedades,
asistimos a un aumento insospechado de la violencia. ¿Qué
opina de los análisis que entienden el aumento de la criminalidad y la
intolerancia como el resultado del individualismo en avance permanente? La
disolución de los lazos tradicionales destruye el "sentido
comunitario" y la confianza social interna... No, en
contra de los comunitaristas, me mantengo en la
interpretación individualista según la cual la democracia liberal se apoya en
la prevalencia del individuo. El único avance real
que puedo observar en todo este siglo, el reconocimiento universal de los
derechos humanos, se refiere a los derechos del individuo, no como parte de
esta o aquella sociedad o ciudadano de aquel u otro Estado. ¿Y qué
dice usted respecto a la demanda de derechos culturales o religiosos para
determinadas sociedades? Es que
pertenecemos simultáneamente a comunidades totalmente distintas. A veces, la
comunidad religiosa y la étnica coinciden, pero a menudo esto no ocurre así,
y uno pertenece a una comunidad religiosa que no coincide con la religión de
su pueblo, o al contrario. Y se vuelve a hablar de la defensa de los derechos
de los pueblos. Pero ¿existe un pueblo como tal cuya existencia frente a los
individuos sea prioritaria? El pueblo es una abstracción a la que sólo se
puede enfrentar el individuo como ente individual. El núcleo de las
convicciones, esperanzas e ideales comunes que acertadamente se han dado en
denominar religión de los ciudadanos o "religión civil de la
humanidad" radica en que finalmente se reconocerá al individuo como tal
portador de los derechos fundamentales. He
desarrollado mis conceptos en los años treinta y cuarenta. En aquella época,
por un lado estaba la persona, el individuo, y en el otro, la masa, o como se
decía: el Estado de masas, lo statomassa. Y sé
exactamente de qué se trata; sólo tengo que pensar en la situación que se
producía cuando participábamos en las multitudinarias marchas de masas. Por
ejemplo, la de Roma, cuando el Ducce [Mussolini] se dirigió a la masa desde el balcón del Palazzo Venezia. La masa
impetuosa que le aclamaba gritando "¡sí!" o "¡no,
nunca!", ¡eso era la masa! ¿Qué hubiera ocurrido si uno sólo se hubiera
atrevido a contradecir a la masa? No hubiera podido siquiera hacer oír su
voz. El valor que hace frente al Estado, que quiere serlo todo, es el
individuo. Y el derecho irrenunciable del individuo frente a cualquier tipo
de multitud, masa o comunidad pertenece, desde el final del fascismo, a mis
categorías éticas y políticas fundamentales. En su
libro La edad de los derechos humanos hace suyo el pensamiento de un jus cosmopoliticum, el derecho
cosmopolita de Kant. Exacto. Con
la constitución de los tribunales por crímenes de guerra, los derechos
humanos son reconocidos por primera vez en la historia en el sentido de jus causae: como derecho para
la apertura de un proceso, para la protección de un individuo, pero de modo
totalmente independiente del Estado al que pertenezca. Así pues, por primera
vez, estos derechos se consideran derechos de vigencia universal, por lo que
incluso prevalecen ante el Estado. Ésta es, con certeza, sólo una posible
tendencia de evolución de las relaciones jurídicas internacionales; no
obstante, veo en ella el único avance posible. Usted ha
destacado repetidas veces el nuevo hecho histórico: el que, por primera vez
desde hace dos o tres siglos, todas las confesiones cristianas están de
acuerdo con el pensamiento laico en lo relativo a derechos humanos. Incluso
la Iglesia católica. El papa
Juan Pablo II ha invocado la libertad de religión en su viaje a la India en
el mes de noviembre como derecho básico de todas las personas, sin importar
el territorio en el que vivan o el Estado al que pertenezcan. En este
sentido, se puede denominar a los derechos humanos como la religión de los
ciudadanos de la humanidad. Naturalmente,
esta nueva coincidencia entre el personalismo universal y el cristiano sólo
llega a un determinado punto. Sólo recuerdo la cuestión del aborto. Incluso
cuando los derechos humanos se aceptan por la jerarquía eclesiástica después
de un largo periodo histórico de desconfianza eclesiástica persiste una
diferencia en cuanto a prioridades: para el pensamiento de la Ilustración,
sin duda el primero de los derechos humanos era la libertad... ...
Según Kant, en primer lugar, la libertad "de
hacer uso público de su razón en todo momento". ...
Mientras que, sin duda, para la jerarquía cristiana, en primer lugar se
encuentra la defensa de la vida, "regalo de Dios", y ello también
se refiere a la vida no nacida. En una polémica
en Alemania alrededor del filósofo Peter Sloterdijk, que quería provocar tanto al humanismo
ilustrado como el pensamiento católico del derecho natural con el tema de las
futuras "antropotécnicas" genéticas, la
izquierda ilustrada se encontró también del lado del cristianismo en un
enfrentamiento contra ideas neoheidnischianas de la
experimentación humana. ¿La tradición monoteísta pertenece al código genético
de la Ilustración? ¿Podemos
avanzar hasta el punto de transformar completamente al hombre, clonar a los
hombres del futuro o programarlos? Se trata de un tema antiquísimo de utopía.
Ya en el Estado del Sol , de Tommaso
Campanella, se establece con precisión cuándo se
pueden aparear hombres y mujeres, y quién se puede aparear con quién, según
las peculiaridades del organismo de cada uno. ¿Existe,
pues, un concepto de la norma humana autoimpuesta
en la religión civil de la Ilustración? El papa Juan Pablo II ha afirmado que
el nihilismo antihumano está anclado en el "drama de la separación entre
creencia y razón" de la edad moderna. Si me
pregunta por criterios en razón de los cuales podamos decidir en qué punto
tenemos que parar la investigación científica y cuándo debemos continuar, no
tengo ninguna respuesta. En lo que se refiere a la encíclica Fides et ratio , el Papa se
muestra preocupado por las filosofías del racionalismo, pero curiosamente no
le inquieta el verdadero oponente, ¡el avance tecnológico! Si hemos de
preocuparnos por el futuro de la humanidad debemos ocuparnos del conocimiento
científico, no de las filosofías. Éstas son absolutamente irrelevantes. El
que aquí se defienda una "débil corriente de pensamiento" de
acuerdo con Heidegger o allí otra con tendencias
nietzscheanas, no me preocupa. Siempre han existido esas disputas filosóficas;
sólo tiene usted que recordar la gran lucha entre empiristas y racionalistas.
¡Lo que hoy pudiera representar un peligro para la humanidad es la evolución
científica y tecnológica! En primer lugar, ya hace tiempo que ha superado
todos los límites, su velocidad no tiene freno. En segundo lugar, es
imparable. Ya no hay columnas de Hércules más allá de las cuales tuvo que
naufragar la curiosa Odisea. Y en tercer lugar, el avance
científico-tecnológico es irreversible. No hay marcha atrás: ¡una vez que se ha
inventado la bomba atómica, no se puede ignorar este invento! ¡Una vez que se
ha descubierto el código genético del hombre, ya no se puede echar marcha
atrás en el conocimiento! ¡Y todo ello da miedo! ¿Qué puede decir la Iglesia
a todas estas innovaciones? La secularización de nuestra imagen universal
descansa sobre la evolución científica. La Ilustración irreversible no
comienza con Kant, sino con Galileo, y no tiene
nada que ver con la filosofía o con la teología, sino con la evolución
científica. La lucha de Roma con Lutero y Calvino se prolonga durante siglos, pero a Galileo hasta
el Papa tuvo que darle la razón. ... Por
mucho que últimamente se haya llegado a un compromiso entre católicos y
luteranos en lo relacionado con la doctrina de la exculpación. ... Claro:
si son las obras, o únicamente la fe, las que proporcionan al hombre la
salvación eterna. ¡Cómo es posible que el mundo se rompiera la cabeza durante
siglos por la exclusividad de la gracia divina! Muchos teólogos
protestantes bautizaron este compromiso como "rebajas en Roma".
En tales
casos, siempre hay que volver a Voltaire. Cuántas
veces ridiculizó estas batallas en las cuales un cristiano quiere que los
sacerdotes se vistan de rojo y otro sólo admite sotanas negras. Voltaire, el ilustrado por excelencia, deja claro que la
gran mayoría de estas confrontaciones dogmáticas giran en torno a cuestiones
sin importancia. Sin embargo, cuando la religión interviene en conflictos
políticos y las partes se atienen "al dogma", el libro sagrado, la
publicación divina, aparece de inmediato el problema de la violencia: en
Argelia, los fanáticos de la religión asesinan de la manera más repugnante a
cientos de personas. Por ese motivo opino que el dicho de las personas
religiosas "si no hay Dios, todo está permitido" debería formularse
al contrario: sólo si hay Dios, todo está permitido. Si hay Dios, y Dios es
todopoderoso, Él lo puede todo, y creo en Él y le obedezco, todo será
factible: si hay Dios, ¡a Abraham se le permite matar a su hijo! ¡Cuántos
crímenes se han cometido en nombre de Dios a lo largo de la historia de la
humanidad: Dios lo quiere! "Deus lo vult", gritaban los cruzados... Ése es el
lado opuesto del nihilismo; si Dios existe y yo estoy del lado de Dios, toda
crueldad es posible. Incluso
usted, que es un ilustrado reconocido, habla de "una religiosidad sin
Dios". Yo, que
nunca me he sentido más mortal que en este momento -por decirlo así, ya estoy
muerto-, siempre he tenido un concepto de mí mismo como militante de la
razón, no como hombre de creencia. Pero precisamente como hombre de la razón
conozco los límites de ésta, que sólo puede aclararnos una mínima parte de la
oscuridad que nos rodea. La
isla de la razón, de Kant, encerrada en un
"vasto y tormentoso océano"... ... Una
isla rodeada de misterio. Sé que estamos rodeados de misterio. A eso es a lo
que yo llamo el sentido religioso del hombre, la sensación de que estamos
rodeados por un misterio impenetrable. Hoy día tenemos el apoyo de las
ciencias para comprender el sistema solar y las galaxias: hemos asimilado
miles, millones de hechos de los que los antiguos no tenían conocimiento. No
obstante, el mundo nos resulta cada vez más incomprensible, menos
transparente. Cuanto más sabemos, más conscientes somos de nuestra
ignorancia. Toda la historia de la ciencia se compone, al fin y al cabo, de
tímidas hipótesis. Por ello hablo del sentido religioso del hombre: de una
postura religiosa frente a lo inabarcable, lo indescifrable, de lo infinito.
Aunque no sea posible transformar este sentido en una doctrina, un catecismo,
un sistema. El
problema no radica en las hipótesis que, como dice Popper,
se pueden "dejar morir". Otra cosa es cuando se ha llegado a la
fisión nuclear, a la "antropotécnica". El
sentido religioso del misterio del que usted habla, ¿no podría constituir la
inhibición necesaria al avance tecnológico? No, dudo de
que el remedio se halle imprescindiblemente en la fe religiosa. Al fin y al
cabo, no existe una sola religión, sino cientos de ellas, y hoy día el
fanatismo interreligioso, el terrorismo contra los seguidores de otras
corrientes religiosas, vuelve a tomar dimensiones amenazadoras en todo el
mundo. Deje que lea una cita del libro que más me ha impresionado este año
pasado, Errata en el balance de la vida, de George Steiners. Dice: "La respuesta a la pregunta que se
plantea ante la tortura y linchamiento de un niño malnutrido
en Auschwitz: ¿dónde estaba Dios? Dios es este
niño", es un ejemplo más o menos desagradable del pathos
antropomórfico. Exigimos un testigo de nuestra pequeña basura, aunque se
proceda duramente contra ella. Ante la enfermedad, ante el espanto psíquico o
material, cuando nuestros niños aparecen muertos ante nuestros ojos,
gritamos. El que esos gritos caigan en el vacío... casi no se puede soportar".
El Papa
puede condenar la guerra, pero no puede sentenciar un terremoto. Sólo un
brujo podría hacerlo. ¿Existe alguien que pueda dar respuesta al eterno
padecimiento de las epidemias, catástrofes naturales, inundaciones,
erupciones de volcanes, etcétera, que no dependen de nosotros? Pero ¿quién
responde a un malum passionis,
a la mala acción sin resultado que es un malum actionis sin consecuencia? |
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