LOS
COMUNICADORES SOCIALES: ¿ENTRE LA CRÍTICA Y EL MERCADO?
Teresa
Quiroz
Reflexionar
hoy sobre la enseñanza en nuestras Escuelas y Facultades de Comunicación
resulta doblemente importante. En primer lugar, por la aplicación
de
diversos modelos pedagógicos, teorías y metodologías a lo largo de la última
década, ensayándose con ello ciertas alternativas, con lo cual se estaría
empezando
a sentar las bases de lo que en otras profesiones significa la tradición
académica. En segundo lugar, porque el campo de la comunicación se ha
ido
definiendo al ritmo y según las exigencias propias de la industria cultural,
del mercado, del desarrollo político y los movimientos sociales en cada país.
Poseemos
ya experiencia académica por evaluar y tenemos contingentes de egresados que se
encuentran desempeñándose en el medio profesional. Más
aún, la
investigación en América Latina ha ido generando un campo intelectual propio,
tal como la figura del comunicador es una realidad en el trabajo de
producción.
Esto nos obliga -como tantas otras veces- a volver sobre nuestros propios pasos
y hacernos preguntas con el respaldo de la experiencia. ¿El
comunicador
social que estamos formando es un intelectual, un artista, un productor, un
técnico? ¿En qué medida la realidad del país está presente en la
formación
del estudiante y le permite al egresado ubicarse de mejor manera en la
sociedad? ¿En qué puntos y temas nos venimos encontrando con las
preocupaciones
de otros estudiosos de las ciencias sociales o de las ciencias humanas en
general, en la comprensión de lo que ocurre en el país? ¿Es
posible
seguir siendo críticos en un momento en que la tecnología fascina, el
individualismo cunde, la solidaridad pareciera innecesaria, y tenemos que
olvidarnos
del «otro»? ¿Qué ocurrió con aquella forma de ser críticos que tuvo su campo en
la llamada comunicación popular o alternativa?
Preguntas
y problemas abundantes, pero también grandes retos para todos quienes seguimos
convencidos de la función social que tiene la Universidad en
nuestros
países, y en el mío en particular, cuya crisis profunda pone en juego aspectos
nodales de nuestra identidad.
1. EL
CAMPO DE LA COMUNICACIÓN DURANTE LA ÚLTIMA DÉCADA
La
comunicación constituye una arena privilegiada para la interacción social
mediada, la confrontación política y la expresión de diversos horizontes
culturales
y de identidad. Tanto la pugna estratégica por el poder, como la integración
económica a escala transnacional, como la organización de la lucha
por la
sobrevivencia así como la vigencia renovada de las culturas de los cotidiano y
lo local -lo festivo y lo barrial- muestran una multitud de manifestaciones
y
terrenos donde se impone la heterogeneidad y diversidad de los sujetos.
En el
plano de la política la comunicación dejó de ser definida como un instrumento
que sirve para efectivizar campañas, sugerir estados de ánimo y
garantizar
el voto, para pasar a convertirse en la infraestructura funcional que los
políticos utilizan para comunicarse con el público y desarrollar su
actividad.
Dada la credibilidad de los medios y su eficacia, se convierten éstos en
intermediarios entre la clase política y la sociedad civil. Por ese motivo
los
medios de comunicación han dejado de ser un mero canal, para convertirse en
coproductores de mensajes políticos (1).
En el
plano económico, la comunicación no sólo se pone al servicio de la activación
del mercado a través de la publicidad, sino que la informática y las
telecomunicaciones
devienen en industrias preferenciales. Transforman cualitativamente las
relaciones de trabajo y favorecen la fragmentación de las
audiencias,
afectando además los centros de decisión y control.
En lo
social, el intercambio se hace crecientemente complejo y diversificado. Los
viejos conflictos que dieron origen a las luchas sociales por el salario y
contra
el patrón empresario, se transforman en pugnas con el Estado por servicios,
alimentación, salud. Ante la incapacidad del Estado para satisfacer
estas
necesidades básicas aparecen en la escena nuevos movimientos sociales, locales,
regionales, que enfrentan la lucha por la supervivencia a través de
organizaciones
de vecinos. Y aunque las asociaciones puedan seguir existiendo formalmente la
mayoría de pobladores empieza a privilegiar el desarrollo
de sus
propias búsquedas individuales y familiares, y ensayando formas de relación
interpersonal y de convocatoria colectiva de gran eficacia (2). El
espacio
público de la vida sigue constituyendo un lugar de conflicto y pugna, donde se
juegan las posibilidades de una sociedad civil y de la democratización.
En el
campo cultural los medios masivos compiten con la escuela en tanto proponen
otro tipo de interrelación con los educandos y la ilusión de la
modernidad
a través del acceso a la tecnología. Transmiten a su vez una estética visual,
formadora de referentes paralelos a los escolares, la que determina
una
agudización de las diferencias sociales. Asimismo acercan visualmente a los
jóvenes a paisajes, hechos y obras para el establecimiento de una relación
con el
público que legitima al entretenimiento y al ocio, liberándose del juicio
peyorativo que le atribuyó la vieja cultura.
2. LA
COMUNICACIÓN SOCIAL DESDE LA UNIVERSIDAD
Pese a
la trascendencia del campo antes descrito, la comunicación social y el
comunicador no tienen en nuestras sociedades un reconocimiento absoluto,
dada la
escasa tradición académica. En nuestro país predomina la figura profesional de
aquél que opera ciñéndose a las posibilidades que el medio le
ofrece,
al de un intelectual de la cultura. Por este motivo conviven en esta carrera la
afirmación teórica sustentada en grandes modelos y que le da
fundamento
a su existencia, y por otro lado, la necesidad de entrenar a los estudiantes en
un oficio en un saber-hacer: producir, escribir, hacer publicidad,
trabajar
en video, etc. Grave problema pues -al parecer- existiría una oposición
irreconciliable entre propuestas que enfatizan la formación teórica y la
necesidad
de absorber los retos profesionales que el mercado demanda. Y el problema se
complica al concurrir a la formación del comunicador una serie
de
saberes y oficios provenientes de múltiples disciplinas. En tal virtud las
tentaciones no dejan de hacerse presentes: desde el énfasis en lo práctico y lo
eficaz
hasta el refugio en la formación generalista y principista.
El
razonamiento hiperideologizado dejó su impronta de «denuncismo» en la formación
académica. Esta actitud se cubrió de teoría para dar fundamento
a esa
denuncia a costa de cómodas generalidades. Evitó la mirada a la realidad
concreta dejando de lado la creación, el diseño y la elaboración de
alternativas.
Sin embargo, este comunicador extremadamente crítico de la alienación y de la
transnacionalización de la comunicación no tuvo más
remedio
que ingresar a trabajar dentro del aparato que criticaba. Surgirá más adelante
otra figura profesional que Jesús Martín-Barbero llama la del
comunicador
productor (3), caso en el cual se han mantenido las dificultades y privilegiado
las soluciones técnicas, desplazándose la teoría a un lugar
instrumental,
funcionalizándose la reflexión a lo imprescindible para el aprendizaje del
oficio.
Dos
grandes tensiones en la formación del comunicador, que son definidas de
múltiples maneras: entre la ideología y el mercado, entre los hombres y las
máquinas,
entre la teoría y la práctica. En suma, este entrampamiento no permite mirar el
campo que nos ocupa con claridad y desarrollar las herramientas
del caso
para poder enfrentarlo.
Varias
concepciones subyacen en nuestras actitudes académicas. Por una parte, aquellas
totalistas que postularon la ubicuidad de lo comunicacional: a
partir
de ella es posible explicar todas las relaciones de la sociedad porque los
medios masivos de comunicación son los «aparatos» que movilizan la
conciencia;
afirmaciones oscuras incapaces de hacer inteligibles las dinámicas internas y
su potencial de acción comunicativa. Por otra, aquellas que
consideraron
que lo auténtico, igual a lo idéntico (de identidad), está en lo alternativo
(léase separado) que unido a lo popular (por oposición a lo oficial,
masivo),
es la salida (léase alternativa). Jesús Martín sostiene que es necesario
plantear una ruptura con el «marginalismo de lo alternativo y su creencia
en una
«auténtica» comunicación que se produciría fuera de la contaminación
tecnológico/mercantil de los grandes medios. La metafísica de la autenticidad
se da la
mano con la sospecha que, desde los de Frankfurt, ha visto en la industria un
instrumento espeso de deshumanización y en la tecnología un
oscuro
aliado del capitalismo; y también con un populismo nostálgico de la fórmula
esencial y originaria, horizontal y participativa de comunicación que
se
conservaría escondida en el mundo popular» (4).
Concepciones,
a mi criterio, de una gran miopía social, pues se fascinaron con las
tecnologías y se olvidaron del sentido de su uso, de los públicos variados
y sus
mentalidades. Marginalizaron la comunicación, sobrevaloraron las diferencias y
se apartaron del eje del campo de la comunicación: la industria
cultural
siempre presente, frente a la cual era preciso actuar creativamente.
3. LA
INVESTIGACIÓN DE LA COMUNICACIÓN
El
territorio de la comunicación ha ido estableciendo a lo largo de la década que
terminó un campo intelectual que da lugar a una reflexión propia, con
áreas
temáticas, procedimientos de trabajo, problemas y lenguajes delimitados con
relativa claridad y en algunos casos formalizados. Ya no es la reproducción
aplicada
de los saberes generados en los países de mayor desarrollo. Hoy en día la
producción local busca y encuentra respuestas propias, a través
de un
abundante trabajo empírico que salda cuentas con el trabajo especulativo de
gabinete de las primeras épocas.
El
crecimiento del mercado de la industria cultural durante los últimos quince
años y la abundante actividad universitaria, asociada a la dotación de
recursos
importantes para la investigación en instituciones autónomas han abierto las
preocupaciones académicas hacia realidades más concretas. En ese
sentido
es posible tomar en consideración tres elementos para esta caracterización:
primero, la generación de un campo intelectual en la materia; segundo,
la
interacción de éste a lo largo de su evolución con los sistemas políticos y
tercero, la incorporación de los sectores mayoritarios a la cultura de masas
generando
nuevas visiones y experiencias de lo social y de la cultura.
El
crecimiento de los medios, su diversificación y los reacomodos entre uno y
otro, permitieron no sólo una ubicua presencia del discurso político entre
públicos
más numerosos y diversificados, sino que éste atravesase fronteras de procesos
y géneros comunicativos que antes parecían muy nítidas. En
consecuencia, el razonamiento académico tradicional de corte contenidista y «textero» debió volverse hacia la pragmática: buscar más la relación entre lo
producido
o difundido y la lectura del receptor, recurriendo a una actitud menos
generalizadora y más empírica, tomando más en cuenta las lógicas de
reapropiación
y la especificidad del acto de la enunciación. Esto ha significado refocalizar
el proceso de la comunicación social en dispositivos en los que
el acto
del consumo se vuelve absolutamente estratégico, tanto en lo referente al
usuario como a su entorno.
De ello
es posible subrayar dos elementos: uno, la brecha que había separado grosso
modo hasta los setenta el énfasis en el trabajo universitario de
gabinete
(presente también en cierto «purismo» de la denuncia política contra los medios
masivos) del interés por la dimensión instrumental del hacer
comunicativo
se ha ido cerrando al demolerse los límites canónicos entre lo masivo, lo
popular y la alta cultura, lo que origina interés en los géneros
masivos;
dos, esta transformación de los estudios sobre la mass-mediación en el ámbito
académico le ha dado más consistencia material al desplazamiento
del foco
de atención en las ciencias sociales: los estudios de sociología, educación,
antropología, política, etc, están como nunca antes alertas a los
fenómenos
de la comunicación. De ahí que la investigación en comunicación al mismo tiempo
se legitime en estos últimos años englobándose en
perspectivas
interdisciplinarias, desbordando los linderos académicos para contribuir tanto
a trabajos de corte popular o comunitario, como a nutrir la
investigación
de la opinión o del mercado, necesitada (ante problemas de creciente
complejidad o por imperativos de eficacia por la competencia), de un
background
de saberes y horizontes metodológicos más sofisticados. En suma, existe un
nuevo y ampliado tipo de contacto entre los diversos agentes que
de una
manera u otra concurren a la definición, generación y aplicación de los saberes
vinculados a la comunicación.
Pero la
constitución de un campo intelectual es indisociable de la relación que éste
guarda, en la situación latinoamericana, con la marcha del sistema
político.
La reflexión académica sobre la comunicación se fue abriendo a otros terrenos
cuando el ejercicio del poder político progresivamente pasó al
dispositivo
de los grandes medios. Así, el tema del control de las empresas productoras y
distribuidoras y el de la manipulación cobró urgencia con el
aumento
del quantum de poder del sector información y comunicación que en cierto modo
desbordó durante los setenta las prácticas de los diferentes
actores
políticos.
La
vertiginosa implantación del mercado, particularmente el de los medios en zonas
de escaso o precario consumo, constituye un elemento de primer
orden.
El crecimiento y descomposición de las grandes ciudades, indisociable en la
mayor parte del continente de una crisis con inflación, desempleo y
violencia
han singularizado la mirada latinoamericana hacia los problemas de
comunicación/cultura. En América Latina, a la inversa que en las zonas de
mayor
desarrollo, un implacable deterioro amenaza la memoria histórica, sin que el
eco de una futura «sociedad de información» suene verosímil, más
allá de
ciertas reducidas audiencias liberales. Dicho de otro modo, el tema de la
modernidad latinoamericana atraviesa en nuestro continente todas las
ciencias
sociales aunque encuentre en la comunicación su pertinencia de predilección.
Hoy en día, los temas de la modernidad, la cultura y los procesos
de
intercambio o circulación del sentido que transcurren fuera o en torno de los
medios, son importante objeto de estudio. Ello responde a una interrogación
que en
conjunto el campo intelectual formula aunque desde distintas valorativas: no es
coincidencia que la investigación del público o del consumo
al
servicio de la empresa o del comercio termine casi dándose la mano en materia
de técnicas de investigación o incluso de algunos supuestos de fondo con
la
investigación académica y crítica. Y es que ambos, aunque con lenguajes y
objetivos diferentes, se hallan a la caza del mismo sujeto social. Este nuevo
tipo de
sujeto social que generó a través de los cambios de la década del ochenta
cuando la escena social se torna cualitativamente diferente abriéndose el
cuestionamiento
a los viejos principios totalistas que definían la cultura política, como los
cánones estéticos que estratificaban al folklore frente a las
bellas
letras y las bellas artes. La atención se vuelca ahora hacia objetos más
simples o minúsculos, aquellos que pueblan la vida cotidiana. Existe hoy
consenso
en que las fuerzas del mercado atraviesan la demanda social, y que en
consecuencia la investigación crítica en lugar de ser marginal, debe dar
cuenta
de los retos del mercado de la cultura de masas.
4.
EXPECTATIVAS DE LOS ESTUDIANTES Y REALIDAD DE LOS EGRESADOS
Por
medio de una investigación que venimos realizando entre los estudiantes y
egresados de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad
de Lima
(6) estamos tratando de detectar cuáles son las expectativas con las cuales
llegan a la Facultad, si las alcanzaron, o si su ejercicio profesional ha
ido por
otros rumbos. Se inquiere también acerca de cuáles son los aspectos positivos y
negativos que ellos aprecian en la enseñanza recibida y desde el
punto de
vista del trabajo que actualmente desarrollan, así como cuáles consideran que
son los aportes proporcionados por la Facultad para desenvolverse
en ese
terreno o a qué otros conocimientos o medios han tenido que recurrir para
desempeñarse en el medio profesional. Se trata de conocer sus opiniones
sobre la
necesidad de la especialización vs. la formación general y su opinión desde el
campo profesional sobre los tipos de trabajo que existen para el
egresado
y la apreciación que en el medio hay sobre ellos para diagnosticar tendencias
del mercado y expectativas de los egresados aspirantes a trabajar
en él.
Con este
fin se seleccionó a un conjunto de estudiantes de distintos semestres y
egresados que se desenvuelven en organizaciones no gubernamentales,
universidades,
empresas, agencias de publicidad, en periódicos y revistas, radio, televisión y
empresas de estudios de opinión y sintonía. A través de una
entrevista
en profundidad se buscó conocer su visión sobre los problemas mencionados.
Conclusiones
preliminares de este estudio nos permiten señalar lo siguiente y realizar
algunas observaciones. En general los estudiantes valoran positivamente
el punto
de vista crítico de la enseñanza que reciben, apreciando que ésta les permite
una visión de conjunto para desenvolverse en su futuro trabajo
profesional.
Destacan como un rasgo negativo el corte brusco que se produce -al momento de
ingresar al trabajo de Talleres- entre la práctica de producción
en medios
y la formación inicial, indicando que no alcanzan a integrar, y hacer uso de
los conocimientos adquiridos. Les preocupa el aislamiento de
la
Facultad y reclaman que esté abierta a la realidad del país, en términos de los
retos profesionales que les espera, de acuerdo a las ofertas de trabajo
existentes.
Todos
los egresados que hemos entrevistado opinan que existe un campo de trabajo
profesional, particularmente en comunicación organizacional y
comunicación
para el desarrollo, y que es importante explorar otros en los que aún no se ha
incursionado. La crisis, sin embargo ha golpeado duramente
las
posibilidades de trabajo. Estos exalumnos consideran que en algunos campos no
es indispensable ser comunicador social para desenvolverse en él, lo
que
expresa la escasa legitimidad social de la carrera universitaria.
Sostienen
que la Facultad debería ofrecer una formación en la cual la teoría y la
práctica vayan de la mano y que tome en consideración las demandas que
vienen
del mercado laboral, que en muchos casos son dejadas de lado. Reclaman la
posibilidad de vincularse desde el inicio a la producción, en un proceso
de
aprendizaje que tome contacto directo con los problemas del país, ubicado más
cerca de las preocupaciones del medio profesional y no de esquemas
teóricos.
En
contrapartida, la mayor parte de los entrevistados destacó que la formación
general es necesaria porque proporciona un marco desde el cual examinar
los
problemas y tener una perspectiva, oponiéndose a la especialización en la
medida en que podría limitar la cobertura de su saber-hacer en este momento
de
contracción de la oferta laboral. No obstante, todos ellos insisten en que el
comunicador social se encuentra muchas veces desarmado por no «saber
hacer
cosas». Al momento de enfrentarse al diseño de un proyecto, a la planificación
de una campaña, a la organización de un trabajo de producción, se
encuentra
sumamente limitado. Exigen especialización, entendida como el trabajo en
ciertas áreas específicas, el conocimiento del medio y el manejo de
instrumentos.
5.
ALGUNOS «NUDOS» A DESENREDAR
Muchos
son los problemas que asoman cuando intentamos evaluar qué sucede en nuestras
Escuelas y Facultades y lo que acontece con nuestras prácticas
académicas.
Subrayo esto último, porque lo que define los modos en que procedemos no son
solamente las estructuras universitarias, la legislación
vigente
o el diseño curricular. Finalmente, son los docentes y sus propias «ideologías
profesionales», (cabe destacar que la mayoría no han sido formados
como
«comunicadores») junto con los estudiantes y sus expectativas, quienes hacemos
las Facultades. De allí lo importante que resulta debatir estos
problemas
con la participación de los involucrados, pues cualquier cambio deberá pasar
por un proyecto convocador de la participación docente y
estudiantil,
y que obligadamente replantee muchas de nuestras formas pedagógicas.
Me
ocuparé, para terminar, de algunos problemas que en mi opinión están entre los
más importantes:
a. Entre
el comunicador «generalista» y el especialista
Muchas
razones asisten a quienes defienden cada una de estas posiciones. Los que
suscriben la necesidad de volver a la formación humanística, porque
temen
que los estudiantes se conviertan en simples técnicos y operadores y pierdan el
marco general de sus conocimientos y el sentido social de su carrera.
Los que
sustentan la especialización argumentan la necesidad de enfrentar los retos de
una vertiginosa innovación tecnológica y de las exigencias del
mercado.
Me pregunto si es ésta la verdadera disyuntiva en la cual nos debemos ubicar.
Es un error plantear que el modo de evitar el sesgo tecnicista en
nuestras
Facultades sea dejando de lado las exigencias de especialización que el mercado
profesional solicita. Y es que el campo de la comunicación -del
cual me
ocupé al inicio de este texto- en el cual se expresan las demandas sociales y
del mercado, exige un profesional que sea capaz de organizar, operar,
diseñar,
programar. «De lo que se trata entonces, es de una cuestión de status, de
oficio de un intelectual de la comunicación social, cuyo nivel de
conocimiento
y habilidades es coherente, en tanto que tal nivel con el de un médico, un
ingeniero, un arquitecto, un sociólogo, etc. El status de inferioridad
que se
le reconoce al comunicador social en América Latina respecto de estos otros
oficios profesionales mayores descritos, se debe, precisamente, a esta
incapacidad
endémica que el comunicador social tiene para planificar, para diseñar
estrategias, para proyectar en definitiva su oficio con propósitos y
objetivos
y métodos y capacidad de evaluar en tareas de corto, medio y largo plazo y en
una labor inter y multidisciplinaria con otros profesionales» (7).
El
comunicador social debe asumir su rol como intelectual y trabajar en su campo
con la actitud comprensiva que permita darle contexto político y cultural
a su
ejercicio profesional. Es importante precisar que el mercado no está buscando
en realidad «un práctico», pues para esos menesteres no le faltan
candidatos.
La tarea básica del intelectual es la de «luchar contra el acoso del
inmediatismo y el fetiche de la actualidad poniendo contexto histórico,
«profundidad»
y una distancia crítica que le permita comprender y hacer comprender a los
demás el sentido y el valor de las transformaciones que estamos
viviendo»
(8). Las últimas elecciones presidenciales en el Perú constituyen un ejemplo
aleccionador. El candidato que perdió las elecciones y sus asesores
hicieron
un despliegue propagandístico nunca antes visto en la historia del país. Se
contrató consultores internacionales, expertos nacionales en publicidad
para
diseñar la más costosa y espectacular campaña. Empero fracasaron en su intento
de persuadir al electorado. Carecían de un elemento esencial: el
conocimiento
de los públicos, de sus complejas mentalidades, de conflictos y necesidades de
una población pauperizada.
En
conclusión: para ser un buen publicista no basta conocer las técnicas propias,
para diseñar una campaña exitosa es indispensable conocer profundamente
el país.
Utilizo
este ejemplo, porque desde mi punto de vista el imperativo de la formación del
comunicador social es el conocimiento de la propia realidad, de sus
tensiones
políticas, conflictos culturales, movimientos sociales. Y lo que viene
ocurriendo, por lo menos en el Perú, es que la formación académica o se
deleita
con las teorías, o se refugia en el sueño del trabajo experimental o de autor,
o bien se limita al trabajo de producción, visto primordialmente como
una
ingeniería, vale decir, el manejo adecuado de una infraestructura técnica dentro
de un marco organizativo y logístico determinado con una asignación
ideal de
recursos.
Emprender
proyectos integrales en los cuales se vincule la Universidad a la empresa, a
las instituciones locales, al Estado y a los movimientos de base es
un
asunto capital. Uno de los grandes retos consiste en desarrollar estos
proyectos en los cuales se integren la investigación y la producción.
Los
cambios tecnológicos y sus efectos replantean la relación entre comunicación y
sociedad. Sólo pueden ser explicados en el contexto de sociedades
que
reorganizan sus formas de trabajo y existencia. La relación del público con los
medios masivos y las nuevas características, por ejemplo, de los
géneros
televisivos que llaman al público a participar, es producto no del medio mismo,
sino además, de las nuevas necesidades de comunicación de la
población.
Las formas de organización del espacio y de la vida urbana son el marco para
comprender el llamado tiempo libre. Estoy convencida de que
tenemos
que romper con los límites que las concepciones y las teorías
«comunicacionistas» nos impusieron.
b. La
Transdisciplinariedad
Vivimos
un campo cuyos límites son muy frágiles. Hoy en el Perú, los sociólogos,
antropólogos, psicoanalistas, lingüistas, se ocupan desde su propia
pertinencia
de la comunicación. El riesgo está en perder ese espacio intelectual
obscurecidos por el generalismo de las teorías o el simplismo del reduccionismo
tecnológico.
Se pierden sin embargo las iniciativas y seguimos encerrados en una urna,
privados de trabajar sobre asuntos de primer orden y en los cuales
investigación
y producción pueden ir de la mano.
Por
ejemplo, el tema de la violencia y las políticas de pacificación en el Perú
constituyen un importantísimo tema de la actualidad y en torno al cual se
debaten
variadas alternativas. ¿Por qué nuestras Facultades están al margen de ese
debate? ¿Por qué los estudiantes en los Talleres no proponen trabajos
de
producción y uso de medios para pensar en campañas de pacificación? Otro
ejemplo es el de la epidemia del cólera. ¿Por qué nuestras Facultades no
contribuyen
con las autoridades de salud pública en la propuesta de campañas educativas de
prevención para las diversas zonas del país, en las cuales los
niveles
de desinformación son alarmantes? En el debate sobre la regionalización y la
democratización de las decisiones de gobierno ¿acaso no estamos
llamados
a proponer una serie de criterios comunicativos y a realizar acciones y
propuestas?
La
vinculación de la comunicación con la salud, la alimentación, el desarrollo
agrario, las políticas industriales, el crecimiento regional y local, la
educación
y la alfabetización además del funcionamiento de los medios y los géneros
constituyen asuntos sobre los cuales hacerse preguntas y plantear
acciones
y soluciones. Esta es la demostración de que el problema no se agota en el
mercado.
c.
Investigación/Producción/Experimentación Social
Pienso
que uno de los problemas más graves en la enseñanza de comunicaciones -visto
naturalmente desde mi país- es el fraccionamiento entre las áreas
de
formación. La investigación puede y debe emprenderse desde cada curso, ya que
define una actitud ante el conocimiento, y además permite sacar a los
estudiantes
y profesores del encierro del aula.
La
investigación es esencialmente el cuestionamiento de la realidad, la mirada
desde diferentes modos y lugares. Es aprender a observar, localizar,
seleccionar,
procesar y utilizar la información. Por lo tanto, más allá de una serie de
acciones destinadas a cumplir con ciertos objetivos, es una actitud
permanente,
vigilante, sistemática, un modo de definir la relación entre la vida social y
el mundo profesional.
La
investigación cambia los ejes de la enseñanza, ya que el aprendizaje y su
proceso se ven desplazados desde la simple reproducción/apropiación de
saberes
aceptados y consagrados, a la producción de conocimientos. Tanto el docente
como el alumno se convierten en sujetos activos del proceso de
enseñanza-aprendizaje.
En ese sentido, la investigación no es una actividad adicional, sino que se hace
parte de la práctica pedagógica.
Es
evidente que en el quehacer académico existen campos separados y en algunos
casos irreductibles. La formación teórica y separadamente la metodológica,
el de la
producción en medios, esencialmente técnica, y finalmente y en último lugar la
investigación. Modelo absolutamente equivocado porque la
investigación
recrea y da sustento a la teoría, y por otro lado permite que la producción
responda verdaderamente a las demandas de comunicación. La
docencia
estaría llamada a desplegar las estrategias que conduzcan al encuentro de la
Universidad con la realidad comunicacional en cada país y esto es
posible
a través de la investigación. Con ella es posible formular demandas y diseñar
alternativas, readecuar marcos teóricos y garantizar el rigor en el
análisis
y la interpretación.
La
experimentación social se convierte así, en el espacio del desarrollo de
proyectos de comunicación, donde la investigación y la producción tienen su
razón de
ser y donde las alternativas son planteadas, en diferentes campos, con
distintos públicos, en función de las demandas de diversas instituciones.
La
pluralidad como actitud, es esencial.
Esto nos
introduce en el tema de las figuras profesionales del comunicador social, que
alude al modo en que nuestras Escuelas y Facultades dividieron o
seccionaron
su trabajo académico. Así, por ejemplo, el trabajo del comunicador de las
organizaciones, como del periodista o del publicista se van
legitimando
profesionalmente. Es sin embargo, el campo del conocedor de los medios
audiovisuales uno de los más complejos a ser definidos porque –y
en eso
hay un acuerdo general-, no es el uso de los medios (televisión, radio o cine)
lo que define al profesional, sino el proyecto comunicacional en el cual
se va a
hacer uso de ellos.
Sobre
esto se viene avanzando significativamente en la línea de abandonar por ejemplo
la concepción de la obra de autor en el trabajo televisivo afirmándose
la
primacía de la forma seriada, el manejo de los géneros, formatos y tiempos del
trabajo de producción televisiva. Debemos evitar a toda costa la
distancia
entre la práctica televisiva en los talleres de producción y el estudio del
lenguaje, en el nivel de las gramáticas y/o reglas de producción del
sentido.
Hay que sistematizar el análisis y la crítica de la programación y los géneros.
Muchas veces ganados por el entrenamiento en los aspectos más
instrumentales
del lenguaje (planos, composición, encuadre, movimientos de cámara, cortes de
edición, iluminación, sonorización), se pierde de vista la
problemática
dei público, y de los usos que éste realiza de los mensajes. El público es o
bien una abstracción, o bien es estudiado con virtual prescindencia
de su
dimensión cultural.
Esto
significa que se busque la formación de un comunicador que haga uso de uno y
otro medio, de acuerdo a las circunstancias particulares de un
proyecto
comunicativo específico, según las necesidades de cada público, y en
determinado entorno instrumental y operativo, pero que para ello esté lo
suficientemente
entrenado para ser eficaz.
Regreso
a la pregunta que dio inicio a este texto: ¿Es indispensable optar entre
mantener una actitud crítica y las condiciones que el mercado impone?
Estoy
convencida de que no. Es imperativo plantear los puntos de encuentro entre uno
y otro. La actitud crítica es propia del intelectual, sin ella es
imposible
sobrevivir y debe acompañar el trabajo creativo, productivo y eficaz del
profesional en cualquier medio que se desempeña. Pero este profesional
no puede
solamente denunciar la realidad (para algunos eso fue la actitud crítica), debe
trabajar en ella, definirla y recrearla. La comunicación
alternativa
se circunscribió a ámbitos que estrecharon la comunicación, y desarrolló la
ilusión de que la democratización de la comunicación estaba
solamente
allí. Salgamos nuevamente a la vida social y formulemos las alternativas en el
campo de la comunicación masiva y la industria cultural.
Asumamos
los retos que el mercado plantea y ofrezcamos la sensibilidad y el talento del
profesional.
NOTAS.-
(1) Grossi, Giorgio. La comunicación política
moderna: entre partidos de masa y mass media. Milán, 1983.
(2)
Degregori, Carlos Ivan y Grompone, Romeo. Elecciones 1990. Demonios y
redentores en el nuevo Perú. Una tragedia en dos vueltas. Mínima IEP,
Lima, marzo
de 1991.
(3)
Martín Barbero, Jesús. Teoría, investigación, producción en la enseñanza de la
comunicación. Revista Dia-logos de la Comunicación N° 28, FELAFACS,
Lima,
noviembre de 1990.
(4)
Martín Barbero, Jesús. La comunicación desde las prácticas sociales. Cuadernos
de Comunicación y Prácticas Sociales. Universidad Iberoamericana,
México,
diciembre de 1990.
(5)
Protzel, Javier y Quiróz, Teresa. Teoría e Investigación de la Comunicación en
América Latina. Documento previo y parte de una ponencia presentada
por
Josep Rota en el Congreso de la International Communication Association (ICA)
en junio de 1990 en Dublín.
(6) Esta
investigación se está llevando a cabo con la participación de los estudiantes
Adolfo Bazán y María Teresa Cumbe.
(7)
Torres Acuña, Luis. Post-grados en Comunicación en América Latina. Revista
Dia-logos de la Comunicación N° 20, FELAFACS, Lima, abril de 1988.
(8)
Martín Barbero, Jesús. Comunicación, Campo Cultural y Proyecto Mediador.
Revista Dia-logos de la Comunicación N° 26, FELAFACS, Lima, marzo
de 1990.