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LA
VENGANZA DE LA POLITICA
Freddy Quezada*
(10
tesis contra las modas que yo mismo defiendo)
Este trabajo se iba a llamar "La Gelassenheit (serenidad en alemán) del Cerote", ya se
enterarán ustedes de las razones al final del mismo, pero en honor al respeto
debido a unas buenas costumbres en las que cada vez creo menos, y sobre las que
no tengo derecho de asumir que compartan mis reservas sobre ellas, decidí no
hacerlo.
Tal vez el temor de una descalificación
apresurada a lo que quiero decir, me obligó a llamarlo con ese término aburrido
y vulgar de "La Venganza de la Política" que sonará a oídos de los
jóvenes, como a la gente de mi generación sonaba "La venganza de Santo el Enmascarado
de Plata", en blanco y negro, en medio de la masa de películas
norteamericanas de sexo (con aquellas manos de Anouk Aimé abriéndose y cerrándose con lujuria en "Un Hombre
y una Mujer"), de guerra (con la caída final de Frank Sinatra
en "El Expreso de Von Ryan"
donde muere como angelito nalgón sobre los rieles) y de vaqueros (con aquella
armónica melancólica de Charles Bronson recordando la
muerte injusta de su padre en la horca), todas en Cinemascope, que preferíamos.
Para este Simposio, originalmente tenía
preparada una ponencia sobre la excelente obra de Erick
Blandón "Barroco Descalzo" que se la puede encontrar en el web site del profesor Fernando
Vallejos Suárez http://espanol.geocities.com/justoferva/barro.html
Pensé, sin embargo, que no valía la pena
presentarse a un Foro en que se debatirán temas candentes y de agenda nacional,
con algo sobre lo que otra persona ha pensado o dicho, por muy impresionante
que sea. Sí, confieso, que la mayor parte de estas ideas fueron el fruto de un
intercambio en una pequeña tertulia donde participaron mi compañera, Aurora
Suárez, Erick Aguirre, Marlen
Chow, Margarita Antonio, el propio Erick Blandón, como anfitrión, y yo.
Sé que muchas de estas tesis, están
exactamente en contra de la mayoría de cosas que he defendido hasta hoy. Pero,
qué le vamos a hacer, el primero de todos los derechos que gobierna esta época,
y el que hace temblar a todos los demás, es el de cambiar de opinión.
Primero: la política en su ruina, quiebre
entre representantes y representados, trasladó la ilusión de avance,
participación y conciencia al lenguaje. Digamos que su desaparición fue el
precio que pagó la filosofía de la conciencia para reinar en la del lenguaje.
Segundo: la modernidad al producir a sus
gemelos enemigos: el hipócrita (el que no hace lo que dice ni dice lo que hace)
y el cínico (el que dice lo que es renunciando a cambiarlo), defendió al
primero, mientras la postmodernidad, en cambio,
empezó a favorecer al segundo. Entre ambas se mantuvo, sin embargo, la idea que
se tenía de la conciencia como fundamento para resolver y superar una situación
por medio de la acción, así este principio continuó en el nuevo reino de la
diferencia de un modo imperceptible.
Tercero: pero la conciencia sobre algo
sólo nos permite el dolor de ella, como dijo Rubén Darío (me prohibí ser uno de
los necios que no lo dejan en paz y ya ven) en uno de sus poemas más
filosóficos, y nadie garantiza que se solucione algo. Unir una cosa con la otra
(la conciencia con la acción) fue el gran fracaso de la modernidad. La postmodernidad continúa el mismo esfuerzo, pero desde los
fragmentos del espejo roto.
Cuarto: la conciencia de la diferencia se
ha expresado parcialmente en el derecho, pero no en la realidad. Un código de
la niñez, una ley de igualdad de oportunidades, una ley para la discapacidad, o
unos derecho de culturas propias no han mejorado las cosas, lo que han mejorado
es la idea que tenemos de su desigualdad. No hay avance, sino la lucidez de un
horror. No porque llamemos a alguien afroamericano o
le pongamos otra vocal o plecas a los términos masculinos, mejora la situación
de estas personas. Pero es la acción de estos movimientos sociales y el respeto
al derecho ganado lo que nos hace creer que estamos mejores que ayer.
Quinto: la doble moral de lo
"políticamente correcto" hace del lenguaje el nuevo instrumento de
represión para trasladar los complejos de culpas hacia los narradores performativos. Lo que no pudo cumplir la política clásica
moderna, lo heredó como obligación a los fragmentos sociales postmodernos por
medio de la conciencia de la diferencia. Debemos sentirnos culpables, si no
decimos, por ejemplo, "compañeros y compañeras", si definimos a la
noche como "negra" y no como "oscura" y si llamamos "comelones"
a los que han elegido una opción sexual distinta a las mayoritarias. Se
cerraron las válvulas de certezas alienantes de ayer para abrir las cadenas del
respeto a la diferencia... en el lenguaje, hoy.
Una feminista 1 puede hablar maravillas en
las conferencias de Pekín y en las de Nueva Delhi, pero antes de salir hacia el
aeropuerto de su país, ha abofeteado a su criada porque no le alcanzó el rímel para sus pestañas.
Que le diga "mayangna",
"miskito" o "creol"
a un nicaragüense me permite una de dos cosas: que es diferente y me desobliga
en ayudarlo o que sólo puedo ayudarlo hasta donde no lo ofenda, pero en los
hechos no hago nada porque la conciencia en el lenguaje me ha liberado de una
responsabilidad que sólo debo cumplir como acción si es mi grupo el que reclama
derechos.
Sexto: ahora la realidad se levanta contra
el arte. Es cierto que la crítica literaria ayudó mucho a las disciplinas
tradicionales a imaginar nuevos paradigmas, pero fueron los críticos literarios
no los artistas; los teóricos, no los creadores. La creación ahora está siendo
la víctima del derecho. La justicia, como el horizonte del derecho positivo,
está contra la libertad negativa, como la definía Isaiah
Berlin. La libertad siempre ha sido insultante,
ofensiva y destructora. Es negativa. Cuando el arte, creador destructivo por
excelencia, sea visto, como ya empieza a suceder, como "políticamente
incorrecto" por los teóricos de la diferencia y los juristas normadores, el verdugo emergerá dentro de las víctimas y
tendrá que matar al propio Cristo para salvar la Iglesia, como aquel famoso
diálogo dostoievskiano entre el Inquisidor y Jesús,
acusado de hereje, que será sacrificado conscientemente por sus propios
herederos. Ya no podremos decir cualquier boutade, ni
pensar, por ejemplo, como dijo una vez Sábato, que Sartre había escrito toda su obra porque era feo y estrábico y correría hoy a callar sobre su rostro y a
enderezarle la mirada con un brochazo. Patrick Suskind tendría que reformar todo el lenguaje de "El
Perfume" para no insultar a Jean Baptiste Grenouille, su propia criatura, taponeándole
la nariz, Víctor Hugo vendría a corregir la joroba a Quasimodo
para respetarlo y Virginia Woolf, para quedar bien
con todos, tendría, como en efecto hizo en su obra, quitarle y plantarle el
chorizo a "Orlando", pero esta vez a solicitud del humor del
movimiento social de turno. Hay derechos para todos, menos para los creadores
que los originaron, que están a punto de perder su conquista favorita, el
derecho al escándalo.
Séptimo: ¿Volveremos a la igualdad? No
podemos, desde donde no hay más que ilusiones, regresar a aquella otra que fue
la que nos empujó lejos de ella. Ir ahora de las diferencias a la igualdad es
el regreso de los cobardes que aterrados a mitad del camino quieren regresar a
casa. Seguir hacia adelante, hasta el fin, es descubrir la inutilidad del
sentido a través de él mismo.
¿Será que el punto de la ruptura, hasta
llevarnos navegando al caos, será el propio lenguaje como silencio, ya que si
"todo está dicho" para qué seguir hablando, y que, al igual que la
política, el lenguaje agoniza, ha perdido su propia identidad? La locura de
Occidente sigue persiguiéndonos: como el Hijo Pródigo, debemos perder la cosa
que ya tenemos para encontrarla.
Octavo: las igualdades distintas (propias
de la modernidad) y las diferencias de lo mismo (propias de la postmodernidad) se anulan por estar las dos simultáneamente
en ambos lados, pero, sobre todo, por ser invenciones del poder que, a su vez,
es el invento de los inventores. De aquí su opacidad; su naturaleza inasible,
fugitiva, que cuando se sitúa en un segundo grado de observación para reírse de
todos, siempre tendrá a mano un tercero, este un cuarto y así hasta el
infinito. Y toda la cadena, sin saber que el eslabón primario también puede
reírse de los que se creen por encima, como le dijo aquella sencilla muchacha
que se carcajeó del filósofo que se cayó en un hoyo: "Tales, tú quieres
saber los misterios del cielo y ni siquiera sabes por dónde caminas".
Noveno: ¿Se puede romper el poder con los
contrapoderes que, irónicamente, lo refuerzan y continúan al desafiarlo y, a
veces, sustituyéndolo? Si contestamos sí, estamos dentro; si contestamos no,
también estamos dentro. ¿Dónde está el punto de ruptura? Bastonazo zen.
Décimo: sabiendo que en la sociedad
igualitaria siempre hay "unos más iguales que otros" y que, en las
libertarias, siempre hay "unos menos diferentes que los demás", es
decir, que entre más igual es uno que sus semejantes tendrá, en el primer caso,
un poder de definir a los demás; mientras que el menos diferente que los otros
grupos (como el que no habla y el que viene de ser dominante), en el segundo,
pierde en identidad lo que pierde en derechos que exigir. La expresión, por
consiguiente, "igualdad en la diferencia" o "diferencia en la
igualdad" no es más que un juego de palabras que, además de anular todo
tipo de diferencias reales, disuelve el verdadero poder. En consecuencia, ni la
igualdad, ni la diferencia, ni la acción, que une a ambas. Sólo un dejarse ir
en la corriente, y aunque todos sepamos de dónde haya salido y nadie hacia
dónde vaya por la velocidad de nuestros tiempos, lo diremos: dejarse ir en la
corriente como un sereno y bello cerote en avenida. Muchas Gracias.
Septiembre 2003
1 Judith Butler,
la mejor de las feministas, hasta hace poco se enteró que el término
"mujer" no existe y que todo el feminismo ha dado vueltas alrededor
de una definición imaginaria de un poder performativo
sin género.
*Sociólogo e Investigador