El
cambio tecnológico, la modernización y las humanidades:Respuestas al momento
crítico desde las teorías de Ortega y Gasset, Francis Fukuyama y Ami
Chua.
Aurelio A.
García Archilla
Río Piedras,
Universidad de Puerto Rico
Puerto
Rico
La pasada década, la década de los noventa, representó cambios dramáticos
en la historia humana, según la opinión de muchos eruditos. Particularmente los años 89- 91 vieron
el fín de una época: el periodo de la guerra fría. Durante ese periodo, que duró desde
fines de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída de la Unión Soviética, el
mundo entero se vio desgajado en dos polos opuestos, el polo
democrático-capitalista, y el polo comunista-totalitario. A pesar de constantes esfuerzos por
muchos sectores y países de desligarse de esa radical oposición, la realidad fue
que todo acontecimiento político se vio definido por esa rivalidad. La verdad y la justicia se vieron
definidas de dos maneras absolutas y opuestas, y no había realmente un tercer ni
un mediano término al cual acogerse.
La expectativa de los representantes de la política realista era que esa
oposición se volviese permanente o que terminara abruptamente en la destrucción
total de la humanidad en un conflicto militar
apocalíptico.
Sin embargo, el período terminó de manera sorpresiva. Contra toda expectativa, el bloque
soviético pasó por un proceso de acelerada disolución, que fue notorio no sólo
por ocurrir inesperadamente, sino por acontecer de una forma mayormente
pacífica. A pesar de que hasta este
día, los países que pertenecieron a ese bloque en su mayoría no han salido de
las consecuencias de su situación previa, en general la transición fue
suave.
Uno de los mayores problemas de la historia es que a mayor cercanía de
los eventos analizados, menor es la capacidad de analizarlos adecuadamente. Hace falta la perspectiva que el paso
del tiempo da para poder sopesar apropiadamente el valor e impacto a largo plazo
de tales eventos. Así como era, a
la mayoría de los observadores, imposible predecir el curso de los
acontecimientos que rodearon la caída de la Unión Soviética, de la misma forma
se hizo casi imposible de anticipar el mismo hecho de la caída. De igual forma, ahora se nos hace
difícil prever si la anunciada nueva era que abre el fin del siglo veinte, de
veras representa un nuevo hito en la historia humana, y cuál será la naturaleza
del nuevo período.
Los pregoneros del cambio han bautizado el nuevo periodo como el
postmodernismo. Así como la época
anterior se caracterizó por certidumbres, y por la fuerza de las naciones y de
los bloques de interés nacidos del mundo moderno de la burguesía, esta nueva era
se caracterizaría por la falta de polaridad, por el declive de la entidad
nacional y el surgimiento de agrupaciones a la vez mayores y menores, como lo
serían por un lado las asociaciones internacionales, y por otro las pequeñas
comunidades regionales.
Consonantemente, la diversidad de culturas, actitudes y verdades daría
lugar a un mundo relativista, donde todo depende del cristal con que se
mira.
Los resultados preliminares, sin embargo, no validan del todo las
anticipaciones. No nos hemos
encontrado de frente una nueva época de luz y armonía, de diversidad
equivalente, sino que nos hemos encontrado con una era de gran inseguridad e
incertidumbre, y de combate entre sistemas de valores, como lo representa el
revolucionario avivamiento de la religión y cultura islámicas. Está en debate si los Estados Unidos se
verán subsumidos en un mundo de consenso internacional presidido por las
Naciones Unidas, o si, como muchos ya anticipan, será una especie de
(post)moderno Imperio Romano.
El presente trabajo busca colocar las humanidades en este contexto en
formación, particularmente en su vertiente educativa. El
impacto de la tecnología sobre las humanidades no estriba primariamente en el
desarrollo de instrumentos que faciliten el proceso educativo como lo serían la
televisión por cable, las películas o el Internet, sino que estriba en la
formación de la mente contemporánea. La tecnología ha posibilitado el
surgimiento de un nuevo ejemplar de ser humano, forjado por fuerzas ideológicas
que operan a distancia, y que en la complejidad de sus interacciones son
difíciles de trazar. De la misma
manera la aceleración de los acontecimientos y el cambio de las vivencias
siempre en paso más forzado nos separa radicalmente de las formas de vida que
predominaron sobre la tierra por milenios, y que determinaron la selección
genética de características de supervivencia que en buena medida configuran al
ser humano. El ser humano de la
modernidad y postmodernidad es en formas notorias un nuevo fenómeno. De igual forma, su visión de sí ha
sufrido cambios radicales, los cuales impactan los conjuntos ideológicos que
definen las humanidades.
Si las humanidades van a ser un conjunto de disciplinas y una visión
coherente de lo que constituye ser una persona y una humanidad en el futuro,
deberán reconfigurarse y repensarse a la luz de los cambios que nos rodean en
esta época crucial.
El impacto de la
tecnología sobre el ser humano
El cambio tecnológico no es tan reciente. Los antropólogos no dejarían de
enfatizar cómo los cambios técnicos
más antiguos transformaron la existencia humana. El descubrimiento del fuego, la
elaboración de herramientas de piedra, los artefactos para la caza y la pesca,
el desarrollo de la agricultura y la domesticación de animales son cambios
tecnológicos que provocaron desarrollos cualitativos en la vida humana. Hasta el día de hoy, la domesticación de
animales y la agricultura permanecen como herramientas transcendentales en el
desarrollo humano, siendo de calle los más significativos. [1]
Entre los desarrollos subsiguientes se destaca la escritura, como lo que
permite en gran medida el desarrollo de las complejas sociedades urbanas. Mucho mas tarde cabe notarse un marcado
desarrollo tecnológico a fines de la Edad Media, que trae consigo el nacimiento
de la ciencia moderna. El impacto
del método empírico de investigación acompañado de la formulación de hipótesis
racionales sencillas, que señala el comienzo de la ciencia moderna, de inmediato
generó unos cambios ideológicos. El
llamado siglo de las luces desplazó a la Reforma Protestante en concepto de los
historiadores de hoy como el fenómeno histórico que divide el tiempo, cerrando
la Edad Media e inaugurando la modernidad.[2] La ilustración, tomando de modelo en
particular el empirismo inglés representado por el sabio Isaac Newton, y la
formulación teórica del filósofo John Locke, generó una herramienta de cambio
ideológico a manos de las elites intelectuales de Francia. [3]
Estos
philosophes
generaron un movimiento intensamente
ideológico contra las autoridades previas, la iglesia y los estamentos
gobernantes, que buscaban reemplazar su antropología por una nueva. En la Edad Media, el ser humano se
concebía como una criatura pequeña delante de su Creador, que debía asumir su
puesto en los planes de Aquél.
Reconociendo su finitud, su pequeñez y su pecado, el humano era viador,
transeúnte en este mundo en búsqueda de la beatitud celestial. Uniendo la tradición bíblica y eclesiástica organizada por el
pensamiento de San Agustín con el recién llegado marco teológico aristotélico el
medioevo, y en particular Tomás de Aquino, desarrolló una visión estabilizadora,
jerárquica y comunitaria de la sociedad para Occidente. Los ideólogos de la Ilustración francesa
se dedicaron a desarraigar esa antropología de forma agresiva y hostil. Buscaron efectuar una guerra ideológica
de desbanque, sustituyendo su visión de lo humano. Para ellos, el ser humano era lógico y
racional, inocente y capaz de forjarse su destino sin marcos religiosos
mayores. A pesar de su supuesto
racionalismo y cientifismo, la Ilustración proveyó un modelo de humanidad en
muchas formas más deficiente que el que sustituyó. No obstante sus notables aportaciones,
la antropología de la Ilustración no supo entender lo esencial del elemento
religioso y emocional del ser humano.
Su antropología no funcionó.
El ejemplo último de una sociedad constituida sobre bases ideológicas
cuya fuente última lo es la Ilustración es el mismo comunismo. El fracaso empírico de este se debe
atribuir a lo inadecuado de su antropología.
Otro intento prominente de ideologización cientificista lo fue el
positivismo de Compte.[4] A pesar de que pronto demostró su
insuficiencia ideológica en los países más adelantados, la ideología comptiana sí tuvo el
acierto de acelerar la investigación científica del fenómeno humano, y por tanto
alentó el surgimiento de las ciencias sociales. En la América Latina ocupó la posición
de ideología alterna al conservatismo teológico-político de la tradición
colonial, siendo así sucesora de la Ilustración.[5] Estos dos casos nos ilustran cómo
el desarrollo de las ciencias, y su aplicación técnica generó respuestas
teóricas sobre lo que es el ser humano, antropologías alternas que buscaban
reconocer lo trascendental del cambio vivencial provocado por la
tecnología.
Llegado el siglo veinte, en el ámbito hispano surgen nuevos movimientos
de confrontación y adaptación a la modernidad. La generación del 98 representó una
respuesta literaria-cultural al contexto particular hispano. Desde el siglo xvii, tras finalizar la
época de los conflictos confesionales en Europa, España quedaba cada vez más a
la zaga del progreso, y se apartaba del ritmo de desarrollo de la sociedad
Europea. El conflicto por las
colonias marítimas entre España y Estados Unidos fue el clarín que despertó a la
intelectualidad española al hecho de que la modernidad los había dejado
atrás. Las primeras décadas del
siglo xx, sin embargo dieron testimonio de la renovación económica e industrial
de España. Es en reacción a esos
cambios, y en un esfuerzo por subrayar la integración española a la Europa
moderna, que José Ortega y Gasset escribe La rebelión de las
masas.
La obra de Ortega y Gasset nos abre el camino a la formulación de una
tradición hispana de humanismo ante la modernidad. Ortega y Gasset reconoce en su obra el
emerger de un ser humano cualitativamente distinto. Tradicionalmente hasta entonces, la
sociedad española se había visto dirigida por una elites culturales que
efectuaban el rol de liderazgo. Las
masas se sometían a la dirección de estas elites. Ahora, con el surgimiento de la
masificación que acompañó la llegada del siglo veinte, una nueva entidad se
conformaba. Las grandes
aglomeraciones de gentes que vacacionaban juntas, que pensaban paralelamente,
que actuaban según el montón, representaban para él un nuevo fenómeno
especialmente porque estas masas no se sometían a la autoridad de las minorías
excelentes. Su rebelión consistía
en pretender pensar sin tener la preparación, ni la excelencia que los
capacitase. Ortega y Gasset
anticipó con mucha claridad el surgimiento de las sociedades facistas, basadas
en la masa urbana trabajadora. El
problema de la autoridad y el ser asumida esta a nombre de la masa es un
anticipo preclaro de lo que acontecería inmediatamente después en Europa. Igualmente preclaro fue el autor hispano
al propulsar el concepto de la unidad europea frente al surgimiento del poder
cultural económico y político de los Estados Unidos. No obstante su clarividencia, el
filósofo español fue en importantes sentidos un reaccionario. Ortega y Gasset identifica con claridad
el surgimiento del hombre-masa, pero lo hace con una medida de horror. Llora el pasar de la excelencia, y no ve
un destino enaltecedor para esa masa.
El concepto de masa para él es uno negativo, una aberración.[6] Aunque idealiza la sociedad inglesa, no
ve en ella tanto el elemento democrático como el gradualista como la marca de su
genio. Ortega y Gasset anticipa el
futuro, y reconoce el surgir de un nuevo hombre, pero no halla en él una nueva
posibilidad de excelencia humana.
Ortega y Gasset obtuvo su formación intelectual en Alemania, tierra que
en los siglos diecinueve y principios del veinte estaba a la vanguardia del
análisis de la historia, basándose en una rica tradición intelectual
nativa. A pesar de su
idiosincracia, Alemania gozaba de estructuras del pensar que la habían ayudado a
adaptarse a la modernidad. El
trauma que en círculos religiosos trajo al mundo de habla inglesa la geología
moderna, la ciencia crítica bíblica, y la teoría de la evolución darwiniana, no
fue motivo de tanto escándalo en Alemania.[7] En particular, la tradición idealista
filosófica alemana, culminada en el pensamiento hegeliano, le proveía a esa
sociedad una noción de la evolución y el cambio histórico que la preparaba en
alguna medida para la aceleración de la modernidad, si bien en otros aspectos su
inmadurez para el nuevo mundo quedó demostrada frente al mundo
anglohablante.
Es en Hegel que el más reciente teórico que queremos explorar se
basa. La obra de Fukuyama, El fin de la historia y el último
hombre[8]
busca explicar racionalmente y dar un marco teórico a los cambios que hemos
presenciado en los últimos quince años en la escena política mundial. Para Fukuyama el aspecto más importante
y el definitorio, de estos cambios, es el triunfo de la democracia
capitalista.[9] Para él, habiendo eliminado a sus
máximos rivales del siglo veinte, el facismo y el comunismo, la democracia
capitalista ha emergido como la única alternativa posible. Para explicar el por qué de este
triunfo, Fukuyama recurre a la concepción de la historia de Hegel. Para Hegel, la historia es dinámica, y
se mueve dialécticamente, es decir, como consecuencia de un desarollo
lógico-histórico de tesis, antítesis y síntesis. Cada forma histórica, surgida de
la pura idea, genera su contrario,
tras lo cual surge una unión de los opuestos para generar una realidad
mayor. Este proceso se repite
contínuamenente, hasta que la fuerza generadora del movimiento sea
satisfecha. Esta fuerza es thyme o el orgullo propio. La necesidad de sobresalir y destacarse
de algunos los lleva a imponerse a los demás, generando la dialéctica entre el
amo y el esclavo. El
amo está dispuesto a arriesgar su vida para obtener reconocimiento, mientras que
el esclavo prefiere sobrevivir a disputar la contienda a riesgo de la vida. Este
movimiento dialéctico sólo hallará reposo cuando genere la sociedad en que todos
hallarán un salidero para su thyme, sin tener que atropellar a nadie. La sociedad democrática-capitalista,
según Fukuyama, representa esa culminación. En ella, cada cual da lugar a su
búsqueda de excelencia a través de su interés económico, mientras que
políticamente halla satisfacción en el reconocimiento mutuo de intereses que
representa el sistema democrático.
Por tanto, el triunfo de la democracia capitalista representa el fin de
la historia y el surgimiento de un nuevo ser humano.
La teoría de Fukuyama, pese a su poder explicativo, ha resultado muy
antipática. Esto se debe a diversos
motivos. El primero, es que
constituye un canto triunfal de la ideología capitalista occidental. El conjunto ideológico comunista a pesar
de sus patentes limitaciones, constituía para los que resentían el poder y la
autoridad del capitalismo democrático occidental, una alternativa ideológica que
retaba la soberanía de la otra ideología.
Su fallecimiento fue recibido con gran congoja en muchos círculos. Eran muchos los deudos. En segunda instancia, y esto a un nivel
de crítica más profundo, aunque menos causante de reacción emocional, el marco
teórico hegeliano era sospechoso. ¿Sería seriamente sostenible que Hegel haya
discernido un patrón causal determinativo para el proceso histórico? No obstante ser buena filosofía,
ciertamente la concepción Hegeliana se queda corta de los criterios científicos
modernos de la verdad. No hay forma
de anticipar qué vendrá después, y en que medida el anunciado fin de la historia
representa el surgimiento de una sociedad cualitativamente distinta y mejor a la
anterior, que justifique tan ostentoso título.
En términos más empíricos y concretos, la prosperidad universal y amplia
que los neoliberales predecían para todas las sociedades que se integraran al
modelo económico capitalista radical no se ha dado. Más bien, con notables
excepciones, muchas sociedades han fracasado estrepitosamente en su transición
de un mundo al otro. De uno y del
otro caso tenemos ejemplos inmediatos en el Cono Sur. Esta contrariedad empírica fuerza al
teórico a volver a la mesa de trabajo.
De tal manera han surgido explicaciones reactivas que corrigen o dejan a
un lado a Fukuyama.
Entre estas se destaca la experta en relaciones internacionales y
comercio de la Universidad de Yale, Amy Chua.[10] Ella postula en su libro, World on Fire, el mundo en llamas, muy
apto título para el momento, que la democracia y el capitalismo no
necesariamente funcionan en armonía en todos los contextos. En países en
desarrollo donde una minoría étnica ha asumido el control de la economía, el
advenimiento de la democracia significa usualmente una reacción de odio y rencor
contra la minoría económicamente dominante. Chua no carece de casos concretos que
usar de ejemplos, de hecho su argumento es contundente. A través del globo terráqueo puede citar
ejemplos claros de esas minorías y cómo son atacadas y hasta exterminadas en
reacción por las mayorías resentidas.
En particular, los casos de los chinos en Indonesia, los blancos en
África del Sur, los libaneses en África Occidental y los Hutu frente a los Tutsi
en Ruanda son
categóricos. Al terminar su
libro, Chua, quien ha vivido en carne propia la venganza de los resentidos al
haber sido asesinada una tía suya en Filipinas, a manos de su servidumbre, lanza
un llamado a los estadounidenses a reconocer el problema y a actuar para
resolverlo. Pues su tesis final es
que, aunque Estados Unidos no es una minoría étnica en el mundo,
estructuralmente está jugando el mismo rol. Estados Unidos es visto por la mayoría de la humanidad
como una minoría que ostenta un dominio económico, político y cultural total
sobre la humanidad. En la medida en
que se ve arrogantemente ejerciendo esa autoridad en beneficio propio, y en la
medida en que no prospera la difusión equitativa de la riqueza y la prosperidad
a través del mundo, la sociedad estadounidense se expone a la reacción rencorosa
y violenta que vemos surgir a través del mundo.[11]
La pregunta que nos lanza en esta exploración de los conceptos
explicativos del devenir histórico presente, en particular de frente al cambio
científico, económico y tecnológico, es el rol que deberán asumir las
humanidades ante la situación. Lo
primero que queremos señalar es que el objeto de estudio está en proceso de
cambio. Tanto Ortega y Gasset como
Fukuyama anuncian el advenimiento de un nuevo hombre. Para el primero, este es una
incertidumbre peligrosa. Para el
segundo, es la culminación de la aspiración humana. Pero ninguno de ellos nos da una
antropología suficientememente caracterizada como para que nos sirva de marco
teórico para una respuesta humanística a la postmodernidad. Chua, que no aspira a tanto, en cierta
forma es más realista. A través del
sufrimiento de la pérdida de la tía amada de Manila, ella se lanza en una
exploración causal de cómo una teoría a rajatablas sobre la economía desemboca
en sufrimiento masivo y el subsecuente resentimiento. Nos recuerda que el ser humano no
sólo es intelecto y racionalidad, sino que es pasión, y aún más, pasión
destructiva. Una antropología que
incorpore valores éticos no económicos, valores de raigambre teológica, nos es
necesaria para reconceptuar el ser humano empírico de albores del siglo
ventiuno.
El nuevo momento y la
educación universitaria
En Puerto Rico se dan eventos en la educación universitaria que nos
permiten descender de las esferas ideales a lo concreto en esta discusión. La Universidad de Puerto Rico se
encuentra en proceso de reconceptuar su bachillerato universitario. El modelo que rige al presente, data de
la época de la postguerra, y tiene un componente humanístico fuerte. Aspira a proporcionar a cada estudiante
un fundamento básico humanístico desde la Facultad de Estudios Generales. Dicha entidad surge de la discusión en
norteamérica de modelos de educación liberal, en particular se sigue el ejemplo
de la Universidad de Chicago. Por
otra parte, este modelo recoge la intención de las elites sociales
puertorriqueñas de occidentalizar a Puerto Rico. En buena medida herederas del
pensamiento de la generación del 98 y sus sucesores en España, esta generación
del cuarenta en Puerto Rico aspiraba a fortalecer la puertorriqueñidad frente al
peligro de la asimilación cultural a Estados Unidos.[12] Siendo una minoría de orígen europeo, no
sorprende que su agenda se basara en reafirmar las raíces occidentales de la
cultura puertorriqueña.
A pesar de las evidentes limitaciones de esa visión, en particular frente
a la diversidad de raíces culturales de Puerto Rico, que incluyen la indígena
americana y la africana, no obstante representa un reconocimiento de la
necesidad de una formación humanista para una sociedad secularizada,
económicamente violenta y en rápida transformación. La intención de desarrollar una visión
humana que reconozca lo valorativo como importante, se encuentra ahora en
peligro. La alternativa que se nos
presenta para el bachillerato, es el de uno centrado en la educación técnica, en
la rápida salida hacia carreras específicas. El componente humanista pierde
importancia radicalmente ante lo estrictamente utilitario y comercial.[13]
Según Jean-Francois Lyotard, existen dos formas principales en que se ha
legitimado el conocimiento en tiempos modernos. Se trata de dos formas de narrativo, los
cuales con frecuencia se encuentran combinados. En el primer tipo, el sujeto lo es la
humanidad como héroe de la libertad.[14] Según esta versión de la realidad, la
educación tiene una función liberadora de la sociedad. “Toda gente tiene un derecho a la
ciencia. Si el sujeto social no es
ya el sujeto del conocimiento científico, es porque le ha sido prohibido por
sacerdotes y tiranos.” El autor señala la política educativa de la Tercera
República Francesa como ejemplo de este.
El segundo tipo de narrativo surge con la fundación de la Universidad de
Berlín, entre 1807 y 1810. Según
este modelo, basado en el idealismo alemán, la institución científica “vive y se
renueva contínuamente por sí misma, sin limitaciones ni fin determinado alguno.” Debe orientar su fin, sin embargo, al
entrenamiento moral y espiritual de la nación. En su versión finalmente aceptada, se
combinó con el narrativo anterior.
Se buscaba no sólo la adquisición del conocimiento por parte de los
individuos, sino el entrenamiento de un sujeto del conocimiento y sociedad. Este modelo alemán ha sido muy influyente en la educación
posterior, incluyendo a Estados Unidos.
Para los creadores de esta visión (Scleiermacher, Humbolt), el estado es
sospechoso, y por tanto se debe referir el sujeto del conocimiento al pueblo, el
espíritu que se desenvuelve (Hegel).
El juego de lenguaje de legitimación aquí no está centrado en el estado,
sino que se justifica
filosóficamente.
En la cultura postmoderna, la legitimación del conocimiento se formula de
manera distinta. El criterio que
predomina es el de la eficiencia.
La eficiencia equivale a poder.
Las gestiones investigativas son avaladas según tengan resultados
prácticos y rápidos, que puedan generar ganancias. En este momento, hay grandes dudas sobre
los sistemas globales de justificación del saber, y se aceptan las disciplinas
como incompletas y no totalmente integradas, sobre el criterio de su eficiencia:
“El gran narrativo ha perdido su credibilidad, no importa qué modo de
unificación use, no importa si sea un narrativo especulativo o uno de
emancipación.”[15]
Queda claro que el modelo de Lyotard tiene gran valor para entender la
situación de la educación universitaria puertorriqueña. Esta, como el modelo berlinés, tiene una
justificación doble: por un lado se buscaba, con la autonomía universitaria, un
desarrollo del conocimiento intrínseco e independiente. Por otra parte, tenía un fin de
emancipación social, en cuanto se entendía su función como la de liberar al
pueblo de la ignorancia, sumarlo a la occidentalidad y defenderlo de la
asimilación cultural. Pero la
obsolescencia de este modelo se debe al cambio de paradigma que conformaría la
postmodernidad. En este momento,
las universidades más y más se constituyen en elemientos auxiliares del
desarrollo económico industrial.
Los laboratorios e institutos de investigación financiados por las
empresas tecnológicas son el filo del desarrollo institucional, y aspiran a ser
su justificación.
El impacto final de este desarrollo sería un desplazamiento del énfasis
humanístico en sentido tradicional, en el currículo universitario. Los últimos vestigios de la educación
liberar desaparecerían. Claro está,
que no se trata de oponer la educación humanista de la tecnológica, sino de
integrarlas. Pero no se trata
meramente de integrar herramientas tecnológicas en la enseñanza de las
humanidades, sino de entender la manera profunda en que la ciencia y la
tecnología han afectado tanto el ser del ser humano, como su visión de sí. Una respuesta cabal al reto del momento
postmoderno buscaría reintegrar la visión humanística en la búsqueda de la
eficiencia. A la búsqueda del poder
a través de la tecnología, tendría que añadir la pregunta, ¿Poder para qué?
Buscaría referir el proceso de adquisición del poder a un propósito consistente
con una visión particular de que constituye lo humano.
Lo que el caso de Puerto Rico revela es la carencia de un consenso
valorativo, aparte del que se basa estrictamente en la utilidad económica. En los años cuarenta había consenso, en
muchos sentidos insuficiente moral y culturalmente, pero que no obstante proveyó
un sentido de dirección. Al
presente eso no existe en Puerto Rico. Cabe señalar que si la ciencia va
a ser, como lo ha sido hasta ahora en siglos recientes, el paradigma de
integridad del conocimiento, que para ella es importante que no haya consenso
absoluto, ya que ello imposibilitaría el desarrollo y la innovación, así como la
evolución de nuevos modelos. Un
proyecto de educación valorativa para una sociedad total tal vez sea imposible e
indeseable en el momento presente.
De hecho, la Universidad estatal en Puerto Rico ha perdido su sitial
central en la cultura que ostentó en el pasado, tanto ante las nuevas
alternativas de la educación privada, como ante la desentralización del sistema
estatal. Lo que ha surgido es una
multiplicidad de opciones que reflejan una diversidad de intereses: educación
técnica estricta, educación con matiz religioso, educación con énfasis en la
investigación pura, y la educación del modelo universitario de la década del
cuarenta.
El caso de la educación universitaria en Puerto Rico, en específico el
caso del Recinto de Río Piedras,
representa un ejemplo de la realidad mayor en la sociedad humana. La nueva época que se nos describe como
la postmodernidad representa un caos en términos de valores. Los sistemas de justificación ideológica
están todos en competencia sin que uno prevalezca. El paradigma que gobernó desde el
triunfo de la Ilustración, el paradigma científico, está en cuestinamiento en
tanto sus sistemas de legitimación han sido reemplazados por el principio de la
eficiencia técnica que proporciona poder.
En el esfuerzo de recobrar un sentido de dirección para el proyecto
humano, las disciplinas humanísticas, si van a jugar un papel de importancia en
este nuevo momento, deben reformular su objeto de estudio. No se trata meramente de reafirmar una
educación humanística tradicional, ni un conjunto de disciplinas o un modelo
clásico grecorromano. Se trata de
comenzar desarrollando una visión coherente e integral del ser humano ante su
nueva realidad. Esta nueva realidad
se comienza a analizar ahora, en modelos conceptuales como el de Fukuyama, que,
objetable a diversos niveles, no obstante representa un intento de entender la
realidad emergente y el rol del ser humano como tal en
ella.
El nuevo
ser humano como sujeto de acción y objeto de estudio en las
humanidades
¿Es que tenemos ahora verdaderamente una condición cualitativamente
distinta de humanidad en el postmodernismo? La misma pregunta nos remite al debate
entre los esencialistas y los existencialistas. El ser humano lo podemos definir desde
una postura gnoseológica tradicional, como por ejemplo lo es en el
aristotelismo, y en su distante producto, la escolástca tomista. O lo podemos definir a lo Heidegger,
como el ser que se pregunta, el ser en búsqueda de una definición. Difícilmente podremos resolver este
asunto ahora. Pero si podemos
señalar algunos factores que nos ayudarán a entender la misión que tenemos por
delante. Los “requisitos” de una
nueva antropología para el momento incluirían:
1. Reconocimiento del Pasado.
En su formulación del postmodernismo en arquitectura
(: The Death of Modern Architecture” “What is Postmodernism?”) Charles
Jenks señala en una definición sencilla de este desarrollo que el Postmodernismo
es “uan codificación doble: la combinación de técnicas modernas con algo más
(usualmlente la construcción tradicional) con el fin de que la arquitectura se
comunique con el público y con una minoría envuelta (concerned), usualmente
otros arquitectos.”[16] Lo que demuestra esta definición es que
el postmodernismo es una reacción contra algo: la modernidad. Su esencia es trascender incorporando su
opuesto. De esta manera, la
antropología para la postmodernidad debe reconocer los logros de la
modernidad. Pero más aún, lo que
debe reconocer es la totalidad de la historia como un logro humano. El ser humano saca su identidad en gran
medida, si no en todo, de su historia.
Otros teóricos han remarcado la importancia de la historia. En particular, aparece bajo el signo de
la tradición. Es en la historia
como narrativo que se hace patente la individualidad. Dice Alasdair MacIntyre: “He hablado con
anterioridad del agente no sólo como un actor, sino como un autor. Ahora debo enfatizar que lo que el
agente puede hacer y decir inteligiblemente como un actor es profundamente
afectado por el hecho de que nunca somos más ( y a menudo somos menos) que los
coautores de nuestro propio narrativo.” [17]
Además afirma que al identificar y entender exitosamente lo que algún otro hace
siempre nos movemos hacia el colocar un episodio particular en el contexto de un
conjunto de historias narrativas, historias tanto del los individuos envueltos y
de los escenarios en que actúan y sufren.”
La individuación, por tanto, se reconoce atada a la historia, vista como
narrativo y como tradición.[18]
En la medida en que hablamos
de historia y de narrativo, nos acercamos al paradigma bíblico, en que Israel
descubre quién es en relación con su Dios, un Dios que se manifiesta en la
historia: “yo seré quien seré”. El
Ser humano se define dentro de esta relación. Como lo puso Calvino: el conocimiento de
Dios y de nosotros mismos está interrelacionado. No podemos conocer a uno sin el otro.
Como sabemos, ya este pensamiento está en San Agustín, en su famoso dictum:
“Estamos inquietos hasta que hallamos el reposo en Tí.” El ser humano es peregrino en búsqueda
de su principio y fin. De ahí
pasamos al segundo punto:
2. Sentido de
trascendencia. Se trata al
menos de un sentido de dirección: ¿Cuál es el propósito del ser humano? Si no tenemos consenso actual para una
definición, por lo menos podemos tener una idea de a qué es que aspiramos. Es decir, el ser humano como proyecto,
pero no proyecto como meramente ser
arrojados a un futuro incierto, sino el ser humano como el que crea su futuro,
el que lo busca. Si no se define a
sí totalmente, por lo menos lo hace en parte a través de su quehacer. Ese quehacer busca relacionarse con un
todo mayor. Es lo que
Schleiermacher definió como el sentido de dependencia absoluta, lo que también se llama el
otro.
El problema de la intencionalidad ha sido reconocido como uno
pertinenente al postmodernismo. De
hecho, representa uno de los cambios paradigmáticos en la concepción científica,
de acuerdo con David Ray Griffin: “El organicismo postmoderno sostiene que todos
los individuos primarios son organismos que ejercen por lo menos alguna iota de
causación intencional (purposive causation). ... Sostiene que hay dos formas en
que los organismos primarios pueden organizarse: (1) Como un individuo
compuesto, en el cual surge un sujeto todoinclusivo; y (2) como un objeto no
individuado, en el que no se encuentra ninguna subjetividad unificadora.”[19] Según este autor, la ciencia no se debe
restringir al dominio de cosas que se asumen son totalmente físicas, que operan
en términos de causas eficientes solamente.[20] La ciencia postmoderna no se limita a
ningún tipo particular de explicación, sino que envuelve el intento de
establecer la verdad a través de la experimentación replicable, con
independencia de algún dominio en particular, de alguna forma particular de
repetibilidad y demostración, o de cualesquiera creencias contingentes
particulares.
La muestra más patente de la aspiración humana a la trascendencia lo es
el reavivamiento religioso del momento presente. Tanto las religiones tradicionales, como
las de reciente nacimiento, se encuentran en efervescencia. La gente busca volver a integrar lo
misterioso a la existencia. Por
ello señala aptamente Griffin que desacralización del mundo operada por la
teoría científica moderna, que el llama el desencantamiento, ha tenido por
consecuencia que la gente a su vez se desencante con la ciencia. Es una reacción parecida a la que
constituyó el romanticismo contra el mecanicismo
empiricista.
3. Sentido de relacionalidad.
Es el reconocimiento de los
intereses de los demás y de su valor intrínseco. De ahí viene la tolerancia. Su base está en la identidad propia
reconocida en el espejo del
otro. Lo que Martin Buber
llamó “tú y yo.” Su expresión
máxima es el amor, sobre todo el amor que da la vida. En el momento en que la diversidad nos
multiplica las oportunidades de conflicto, las humanidades deben luchar
explícitamente por crear el espacio de la tolerancia. Como culmina la definición del decálogo,
“haciendo estas cosas vivirás.”
Para Jürgen Habermas, esta relacionalidad es un criterio de verdad, en la
medida en que nos protege contra el pesimismo gnoseológico que ahoga la razón en
un mar de intereses. La
reformulación de la modernidad que hace Habermas se basa en dos nociones, que la
racionalidad es inherentemente lingüística y discursiva, y por tanto social; y
que el discurso requiere que los interlocutores asuman la posiblilidad de un
habla sincero y gobernado por la verdad.
Queda, por tanto, un momento de uncondicionalidad, es decir, de verdad y
libertad en las relaciones humanas, no obstante las relaciones de dinero y
poder.[21]
En Fukuyama, la relacionalidad, en la medida en que constituye un
reconocimiento mutuo de intereses y del afán de distinción, o thyme, es la base de la dinámica de la
historia y sólo se sacia en la democracia, que ipso facto es el reconocimiento
mutuo de la humanidad del otro.
4. Sentido de finitud. Es un
correlato del sentido de trascendencia.
Pero no enfatiza la posibilidad de sobrepasar los límites de lo humano,
sino que reconoce esos límites como parte de lo que significa ser humano. Reconoce la muerte, no sólo individual,
sino colectiva. Este es un legado
particular de la modernidad, que por medio de la amenaza nuclear puso delante de
nosotros claramente la posibilidad del fin de la humanidad. El movimiento ecológico es un
reconocimiento de que ese fin es prevenible. El sentido de finitud unido al de
responsabilidad nos genera la justicia que reconoce la necesidad de una buena
distribución de la riqueza. Es
notorio que ya estoicos tan del “establishment” como Cicerón, político rico y
comprometido con las clases altas, en su teoría establezca con claridad que la
propiedad privada es consuetudinaria, y no tiene otro fundamento que la tradición y la convención. Sólo la propiedad común es
fundamental. Por tanto, la riqueza
personal puede ser limitada en la medida en que eso beneficia el fortalecimiento
de los vínculos sociales, como bien establece ya en su De los deberes.
En la medida en que hay
un límite, hay un reto para sobrepasarlo.
Para Cicerón esto constituye la valentía, un deseo de fama y de dejar
legado notorio a la posteridad. En
nuestro contexto, lo podemos relacionar con la thyme, que discutía
Fukuyama. La noción de un medio
feliz, la templanza o moderación, sería la aplicación ética práctica de esta
noción.
5. Sentido de responsabilidad. Se trata de contrapesar las
posibilidades de hacer bien con las de hacer el mal. Reconoce al ser humano como un agente
moral, que tiene paradójicamente grandes aspiraciones, pero que comete grandes
pecados, hamartía, yerros al intentar dar en
el blanco. Para Kant, la agencia moral es irreductible,
y nos habla de la trascendencia también.
En las discusiones recientes sobre el postmodernismo se trae este punto
también. Henry a Giroux, en su
planteamiento hacia una pedagogía postmoderna, señala: “la educación se debe
entender como productora no sólo de conocimiento, sino de sujetos
políticos. En vez de rechazar el
lenguaje de la política, la pedagogía crítica debe conectar la educación pública
a los imperativos de una democracia crítica. La pedagogía crítica necesita ser
informada por una filosofía pública dedicada a devolver las escuelas a su tarea
primaria: lugares de educación crítica al servicio de la creación de una esfera
pública de ciudadanos que sean capaces de ejercer poder sobre sus propias vidas,
y especialmente sobre las condiciones de la producción y adquisición del
conocimiento.”[22] Esta formulación se parece
sustancialmente a los argumentos que se esgrimen para defender en Puerto Rico el
currículo tradicional humanista para el bachillerato. Irónicamente, también los defensores del
nuevo bachillerato asumen esta postura, pero creen que la nueva estructura
propicia este fin más eficientemente.
Aunque estos puntos no sean estrictamente nuevos, son
indispensables. Aún está abierta,
desde un punto de vista histórico, la naturaleza de la nueva era que parece
abrirse ante nosotros, y cómo el impacto de la ciencia, la tecnología, la
globalización y la economía integrada nos afectarán. Por tanto, no es del todo posible de
definir el hombre y la mujer nuevos.
Pero es necesario reiterar lo más importante que hemos aprendido hasta
aquí.
¿Es este un momento cualitativamente distinto en la historia humana?
¿Debemos ser optimistas con respecto a sus posibilidades? ¿Sucede que lo único
que necesita es una revisión parcial, o se trata de un desarrollo desafortunado
y deshumanizante? La aceleración
económica, el cambio tecnológico y la proximidad comunicativa mayor de los seres
humanos representa un peligro y una oportunidad. La humanidades representan una tradición
de valoración del ser humano como tal, que debe actualizarse para poder
dirigirse a la nueva realidad. Para
mantenernos en diálogo, es necesario que permanezcamos en los currículos, que
usemos los recursos técnicos para la comunicación, y que desarrollemos una
visión del ser humano acorde con la nueva realidad. Del pasado podremos obtener
herramientas necesarias. Dice
Mateo: “Todo escriba docto en el Reino de los Cielos es semejante a un padre de
familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.”(Mat. 14: 52). Según los críticos, probablemente el
autor del evangelio se identifica a sí y esboza su misión en estos versos. De igual forma, el humanista deberá
recurrir a las distintas tradiciones antropológicas, a los sistemas de valores
del pasado para hallar materia para adaptación y respuesta a la realidad
presente.
NOTAS
[1]. Spielvogel, Jackson: Civilizaciones de Occidente, vol. A: hasta
1500, págs.
5-8.
[2]. Acompañante de esta tesis es
la que sostiene que las reformas Protestante y Católica son fenómenos paralelos
que buscaban un fin similar: el cristianizar una Europa hasta entonces sólo
superficialmente convertida.
Ver en ese sentido el artículo de Scott H.
Hendrix “Rerouting the Faith: The Coherence and Significance of the
Reformation,” Inaugural Adress en The
Princeton Seminary Bulletin, vol XXI, no. 1 New Series 2000, págs. 63-80, y
también como fuente importante de esta revisión historiográfica Jean Delumeau,
Catholicism between Luther and Voltaire:
A new view of the Counter-Reformation. (Philadelphia: Westminster,
1977).
[3]. Quien mejor logra presentar el
aspecto ideológico y propagandístico de la ilustración francesa lo es Peter Gay
en sus varios volúmenes sobre la Ilustración.
[4]. Según Harry E. Barnes, en An Introduction to the History of Sociology, Abridged Edition (The University of Chicago Press: Phoenix Books, 1967), pág. 75, esta figura, tenida en tan alta estima en hispanoamérica, dependió en mucho de Saint-Simon para sus ideas capitales: “There was, thus, little that was original in the theoretical content of Compte’s system of sociology; his main contribution was to integrate and to give a comprehensive and systematic from to some of the most important of the social theories which were then current in his time. In some ways, Compte was behind the scientific achievements of his age and failed to absorb some of the most important developments and innovations of the period, which have since entered into the shaping of sociological thought. At the same time, Compte cannot be denied a certain degree of genius, for there have been few minds which have been able to grasp in a more penetrationg of comprehensive manner the unity of human society or to appreciate betteer the vast number of factors which are involved in its organization and development.”
[5]. El reconocido historiador de
la Iglesia, Kenneth Scott Latourette así lo afirma: “Añadidas a estas
dificultades [del catolicismo latinoamericano] hubo desde Europa corrientes
anticlericales y anticristianas.
Como era de esperarse, los vínculos culturales de la América Latina
habían sido establecidos primariamente con Europa. Francia era especialmente
influyente. Fue natural entonces
que el anticlericalismo y la rebelión secular y racionalista contra el
cristianismo ... tuviesen repercusiones en la América Latina. ... Fue inevitable
que los aspectos religiosos de aquella sublevación hubiesen tenido repercusiones
en América y que la continuación de la Revolución durante el siglo diecinueve
fuese también un factor persistente en la América Española y Portuguesa. Compte y su positivismo ganaron muchos
discípulos enttre los nuevos intelectuales.” (Kenneth Scott Latourette, Historia del cristianismo, Tomo II. El Paso, Texas: Casa Bautista de
Publicaciones, 1983, págs. 709-710).
[6]. Esta es una percepción mía de
la actitud general del filósofo.
Por otra parte, sí dice: “La rebelión de las masas puede, en efecto ser tránsito a una
nueva y sin par organización de la humanidad, pero también puede ser una catástrofe en el destino
humano.” (La rebelión de las masas,[Madrid:
Espasa-Calpe, 1993], pág. 130). La
técnica es la que ha originado la masa, y ante la crisis de las ideologías de su
momento, Ortega y Gasset defiende el liberalismo como necesario. El hombre-masa ha surgido de la técnica,
pero esta depende de lo genuino, esa herencia de cultura que las élites
guardaron. El peligro de la
masificación está en la pérdida de los valores que son la zapata de la cultura
europea.
[7]. En el mundo de habla inglesa, la introducción del darwinismo, los nuevos estudios bíblicos críticos, y el surgimiento de la disciplina de las religiones comparadas, así como las nuevas ciencias de la sociología y la sicología, provocaron desorientación y consecuente revisión en el mundo religioso: “Each of this several currents of thought constituted a threat to accepted understandings of the Christian faith.” Winthrop S. Hudson, Religion in America, 4th ed. (New York: MacMillan Publishing Company, 1981), pág. 248.
[8]. Fukuyama, Francis: The End of History and the Last Man. (Perennnial: HarperCollins Publishers), 2002.
[9]. La virtud de yuxtaponer a
Ortega y Gasset con Fukuyama estriba en una cierta convergencia conceptual. Ambos en su momento defienden la
democracia liberal y la ven atada, el uno a la técnica, el otro al capitalismo
que bien floreció gracias a esta.
Dice Ortega y Gasset: “En rigor, la democracia liberal y la técnica se
implican e intersuponen a su vez tan estrechamente, que no es concebible la una
sin la otra...” (La rebelión de las
masas, nota 29, pág. 134.). De
manera paralela, el ser humano excelente, que busca dominar debido a su thyme,
es parecido al noble que admira Ortega y Gasset: “Para mí, nobleza es sinónimo
de vida esforzada, puesta siempre a superarse a sí misma, a trascender de lo que
ya es hacia lo que se propone como deber y exigencia. De esta manera, la vida noble queda
contrapuesta a la vida vulgar o inerte, que, estáticamente, se recluye en sí
misma, condenada a la perpetua inmanencia, como una fuerza exterior que no la
obligue a salir de sí. De aquí que
llamemos masa a este modo de ser hombre, no tanto por que sea multitudinario,
como cuanto porque es inerte.” (Rebelión, pág. 119). De esta forma el hombre-masa se acerca
al esclavo de la dialéctica hegeliana.
Para Fukuyama, en contraste, el hombre final ha trascendido esa
dialéctica porque está realizado.
Ortega reconoce en el hombre de su tiempo dos potencias, una en dirección
positiva, progresista, pero también la posibilidad de retroceso. Quien tiene el mando, en este momento,
es para el filósofo español un asunto crucial: “La función de mandar y obedecer
es la decisiva en toda sociedad.”(pág. 184).
[10]. Amy Chua, World on
Fire. How Exporting Free Market
Democracy Breeds Ethnic Hatred and Global Instability. Doubleday, 2003. Para una discusión más detallada de cómo
instituciones del neoliberalismo han afectado al mundo en su implantación
rigurosa de los dogmas de esa teoría económica, véase también Joseph E.
Stiglitz, Globalization and its
Discontents (New York: W. W. Norton & Company,
2002.
[11]. Chua es bien específica en
afirmar que no se opone al capitalismo, sino al dogmatismo de los neoliberales
que aplican su fórmula en países indefensos sin tomar en consideración que esa
versión teórica del capitalismo de hecho no se ejerce en las grandes potencias
capitalistas, que han sabido atemperar lo económico a la realidad social. Asímismo, la aplicación de la democracia
debe tomar en cuenta la totalidad de lo que este término significa: “The answer
is that democracy has to mean more than majority rule.” “In short, while
constitutional safeguards and human rights protections should of course be
encouraged in developing and transitional countries, they cannot be relied on as
an answer to the problem of market-dominant minorities.” “This means... that the process of
democratization must be rethought.” (Chua, pág. 274). Una conclusión de mucha actualidad en
vista de los acontecimientos en Iraq y de los planes norteamericanos de
democratización.
[12]. Sobre este tema escribe Francisco Scarano Fiol (Puerto Rico: Cinco siglos de historia, 2nda. Ed. McGraw-Hill, 2002), pág. 916-917:
“El
desarrollo del sistema universitario estatal sigue un patrón similar. Reformar la Universidad de Puerto Rico,
para ponerla al servicio del cambio social que la coalición populista quiere
impulsar, es una de las prioridades del PPD después del 1940. En efecto, el mismo año en que los
populares toman el podeer (1941), la legislatura aprueba una ley de reforma
universitaria, la cual pretende, en su lineamiento general, darle una proyección
más práctica al currículo, a tono con las necesidades del momento, y abrir el
principal centro de estudios superiores a sectores de la sociedad que hasta
entonces apenas habían tenido acceso a él.” ... “El énfasis educativo de los
gobiernos populares entre 1940 y 1968 se cifra en promover en los estudiantes
una visión de mundo que parte de una mejor comprensión y aprecio por lo propio,
es decir, de la realidad puertorriqueña.” ... “Pero las iniciativas en este
sentido van más allá de la implantación del vernáculo en las escuelas. Incluyen, además, la promoción de la
literatura, la música y las artes plásticas, y aun la definición misma de una
cultura y un modo de ser puertorriqueños tradicionales, de los cuales el Estado
se va a hacer agente y paladín.”
[13]. El nuevo proyecto ha sido
objeto de vigorosas críticas, pero la mayoría se basan en consideraciones
prácticas pedagógicas. En un debate
sobre el tema en la Revista Diálogo,
los rebatientes sí mencionan como un desperfecto “la carencia de un fundamento
filosófico,” pero no entran en mayores detalles. No se hace referencia a la visión total
que representaba el viejo bachillerato, ni a sus intenciones; de igual manera no
se descubren las intenciones filosóficas detrás del nuevo proyecto. (Diálogo, abril de 2003, pág. 24). Los defensores, por su parte, argumentan
que el nuevo bachillerato promueve un mayor diálogo interdisciplinario, pero no
sustancian la afirmación, pues es difícil ver cómo las estructuras propuestas
funcionen en este sentido. Se
coloca la educación general a lo largo del bachillerato, pero se la debilita
sustancialmente, y la abundancia de electivas flexibles hacen posible
preguntarse si se podrá mantener un enfoque explícito en la
preparación.
[14]. Jean-Francios Lyotard, “The Postmodern Condition: A Report on Knowledge,” en From Modernism to Postmodernism: An Anthology (Blackwell Publishers,1996), pág. 483.
[15]. Lyotard, pág. 487.
[16]. Charles Jenks, en From Modernism to Postmodernism: An Anthology, Lawrence Cahoone, ed. (Blackwell Publishers, 1995, págs. 469480.
[17]. Alasdair MacIntyre: “The Concept of a Tradition” en Cahoone, op.
Cit., pág.
544.
[18]. Ortega es particularmente
interesante en este respecto, pues enfatiza el carácter histórico del ser
humano, quien es proyecto de ser o potencialidad. Porque es potencia tiene que
orientarse a su pasado. Ortega y
Gasset introduce el concepto de generación, un punto medio entre la masa y el
individuo, como elemento de identidad, que en su manera característica de pensar
tipifica el cambio de una era. Las
crisis históricas representan momentos de cambios radicales en la manera de
pensar en que se rompen esquemas anteriores, se da fin al gradualismo y se
pierde la visión de mundo anterior, hasta que se constituya una nueva. Posiblemente, antes que haber entrado en
un nuevo mundo, al presente posmoderno lo debamos caracterizar como un periodo
de transición. (Ver Pedro José Chamizo Domínguez, Universidad de Málaga: Ortega y Gasset. Málaga, junio de 1998,
en Internet).
[19]. David Ray Griffin; “The Reenchantment of Science.” , pág. 672, en From Modernism to Postmodernism: An Anthology.
[20]. Griffin, pág. 676.
[21]. Lawrence Cahooone, Anthology, pás 589.
[22]. Henry a. Giroux: “Towards a Postmodern Pedagogy,” en From Modernism to Postmodernism: An Anthology, pág. 689.