Ciencia,
Tecnología y ser Humano en el Contexto de Cambio de Época
Jacinto Ordóñez
Peñalonzo[1],
Universidad
Nacional de Costa Rica
Costa
Rica
Las relaciones entre la ciencia y la tecnología parecen obvias, pero no
siempre explicadas. Las relaciones
entre tecnología y sociedad parecen menos obvias y por eso más urgente su
investigación y su explicación. La
tecnología de la época industrial parece, en diversos sentidos y en la América
Latina, todavía necesaria, pero más necesaria es la comprensión de la tecnología
de la información que ha generado la época de cambio universal. La comprensión de las relaciones de
ciencia y tecnología con el ser humano en el contexto de cambio no sólo son
obvias y necesarias sino urgentes, y no solo urgentes sino fundamentales para la
realización humana y su ansiada y retrasada emancipación, la de él/ella y la de
la sociedad. Por eso, he dividido
este trabajo en cuatro puntos: las relaciones entre ciencia y técnica, las
relaciones entre tecnología y sociedad, el caso de las nuevas relaciones de la
tecnología de la información y los desafíos de esta nueva realidad para el ser
humano, específicamente latinoamericano.
Las relaciones de la ciencia y la
tecnología.
Dice Jürgen Habermas que existe una separación de dos culturas
simultáneamente presentes, la cultura de la ciencia y la de la literatura.[2] A lo que Habermas se refiriere es a las
relaciones entre la ciencia estrictamente experimental y la literatura como
ciencia del espíritu, entre las ciencias naturales y las “bellas letras”.[3] Esto que pasa en las relaciones entre
ciencia y literatura pasa también entre ciencia y otros campos del saber. Lo que dice Habermas lo confirma Nelson
Rodríguez Aguirre cuando afirma que existe una “caja negra” entre la ciencia y
la sociedad, lo que ha provocado profundas consecuencias en estrategias,
políticas e investigaciones de carácter científico.[4]
Es decir, que esa caja negra ha traído consecuencias que se han revertido sobre
la misma ciencia, creando así el mundo abstracto de la ciencia y el mundo de la
vida cotidiana.
Habermas, al citar la separación de las dos culturas simultáneamente
presentes se está refiriendo a la ciencia que habitualmente comunica sus
resultados con un lenguaje formal lleno de definiciones, mientras tanto las
ciencias del espíritu y las ciencias sociales usan un lenguaje diferente que, en
términos generales, tanto la literatura que cita Habermas como lo social que
cita Rodríguez Aguirre, se ocupan del mundo de la vida de los grupos sociales,
mientras que la ciencia se refiere al “mundo de estructuras averiguadas y
extremadamente sutiles” y de las “regularidades cuantificadas”. Es decir, hay “un mal entendido”, dice
Habermas, “Las informaciones que provienen de las ciencias experimentales
estrictas sólo pueden entrar en el mundo social de la vida por la vía de su
utilización técnica, es decir, como saber tecnológico”.[5] La ciencia puede ser conocida en
el mundo de lo cotidiano por medio de la técnica. Como que la técnica se convierte en el
vínculo entre ciencia y sociedad.
La separación de las dos culturas, la de la ciencia y la de la sociedad
la explica con claridad meridiana Herbert Marcuse cuando afirma, en primer
lugar, que la ciencia se concibe a sí misma “con sus conceptos internos y su
verdad interna” de una manera absoluta; ella es ciencia porque “conserva su
identidad y su validez aparte de su utilización” y, en segundo lugar, “el empleo
y aplicación de la ciencia en la realidad social”. Esto es, “la ciencia pura no es ciencia
aplicada”. Esa misma separación se establece en otros campos del saber, como por
ejemplo, en la filosofía cuando se habla de filosofía pura y filosofía de….
algún conocimiento en particular tal como la filosofía de las matemáticas, la
filosofía social, la filosofía de la educación, etc. Hay pues una dicotomía, dos
elementos separados, dos culturas, una caja negra entre ambos
elementos.
Sin embargo, desde hace décadas, se ha explicado que la separación de
estas dos culturas es creada en forma ficticia por la ciencia moderna, pues la
ciencia es un producto también humano.
Marcuse piensa que la separación de la ciencia y la sociedad se debe a la
afirmación de que la ciencia aplicada no es ciencia y que es un conocimiento que
se rige por la lógica de la técnica, esto es, por la tecnología. Sin embargo, sostiene Marcuse que la
tecnología hereda las características básicas de la ciencia; al menos, se
podrían mencionar tres de ellas: la neutralidad, la desnaturalización y el
sentido instrumental.[6]
En primer lugar, la ciencia ha alegado neutralidad y esto por lo absoluto
de sus conceptos y, por eso, también su neutralidad en relación con la ideología
y el mundo de los valores.
Pero esa neutralidad también aparece en el mundo de la aplicación de la
ciencia, es decir, la tecnología también alega
neutralidad.
En segundo lugar, el carácter desmaterializante de la naturaleza. La ciencia considera su “objeto de
estudio” como aquel que se ajusta a la manipulación de los experimentos humanos
y a sus leyes racionales, esto es, lógico-matemáticos; es decir, existe en el
procedimiento científico un espíritu tecnológico mediante el cual se siente
llamada –por disciplina científica– a eliminar los elementos extraños a la razón
que estén presentes en ese “objeto” para poder reclamar su neutralidad y valor
científico. Esta pretensión también
la sustenta la técnica, la pretensión de la desmaterialización de la
naturaleza.
En tercer lugar, el espíritu instrumental de la ciencia porque la
relación que “el sujeto del conocimiento” establece con su “objeto” que estudia
es práctico, de lo contrario estaría fuera de su quehacer científico; esta es,
la razón por la cual la ciencia alega la hegemonía del “método científico” –el
empírico-analítico– en el campo del conocimiento, porque hay un espíritu
“operacional” en la ciencia y porque ser científico significa “construcción
metódica”, “control” y tratamiento
técnico del objeto de estudio, espíritu que también hereda la
técnica.
Es decir, la racionalidad científica, en los mismos principios de la
ciencia moderna tiene un carácter técnico a priori que le permite hablar de
ciencia pura, de ciencia capaz de decir algo nuevo en relación con lo natural y
de tener un procedimiento metódico que controla su objeto estudiado. La técnica se siente heredera del
espíritu científico y Marcuse lo confirma.
Por eso, cuando la sociedad se enfrenta con técnicas altamente
sofisticadas como las técnicas de la computación, reconoce inmediatamente el
adelanto científico.
Las relaciones de la tecnología y la
sociedad
La tecnología que hereda los principios de la ciencia moderna son los
valores que, pese a su pretensión de neutralidad, la determinan. Esto porque los principios de la ciencia
“fueron estructurados a priori –dice
Marcuse– de tal modo que pueden servir como instrumentos conceptuales para un
universo de control productivo autoexpansivo.” Se trata de un control eficaz sobre la
naturaleza y, a través del dominio de ella, el dominio de la sociedad. Sigue diciendo Marcuse, “hoy, la
dominación se perpetúa y se difunde no sólo por medio de la tecnología sino como tecnología, y la última provee la
gran legitimación del poder político en expansión, que absorbe todas las esferas
de la cultura”.[7] Un ejemplo es la tecnología de
guerra aplicada recientemente en Irak.
En otras palabras, la ciencia moderna ha sido cómplice legitimadora del
poder, creando máquinas indiferentes a los usos sociales que de ella se
hagan. Las máquinas también son
neutrales, funcionan igual para los conservadores que para los progresistas,
para los blancos que para los negros, para los ricos que para los pobres, son el
símbolo de la más perfecta democracia en el sentido liberal. El liberalismo habla de la democracia
formal sin tomar en cuenta el contexto económico, social, educativo y cultural
en el cual esa técnica se aplique. La “caja negra” funciona en todas partes y
para todos y todas.
Inclusive para el uso de las máquinas no se necesita una preparación
especializada, a pesar de los que dice Peter F. Drucker. Se puede utilizar un producto de
la más alta tecnología –un vehículo, un televisor, un microhondas o una
computadora, por ejemplo– sin conocer la complejidad científica que se ha
aplicado en la técnica. Basta tener
una llave para encender un vehículo y saber manejarlo, basta apretar un botón
para encender y apagar un televisor y un microhondas, basta saber digitar y
conocer algunos programas computacionales para usar la computadora, pero no se
hace necesario tener el conocimiento científico especializado que en esas
máquinas se ha aplicado. Es decir,
el conocimiento científico especializado no se necesita para utilizar un aparato
producto de la más alta tecnología.
Lo que hay que conocer es muy simple y muy práctico y toda la tecnología
se pone a los pies del ser humano.
Cuando algo no funciona, es el técnico quien conoce, pero conoce algo
también práctico, muchas veces simple, inclusive su labor consiste en
identificar dónde está el problema y sustituir una pieza por otra. Saber identificar dónde está el problema
de una máquina por supuesto que requiere conocimiento práctico pero es
conocimiento especializado en el sentido científico. La tecnología y las máquinas son una
“caja negra” de alto conocimiento que no necesariamente hay que conocer para
controlar. Es sintomático que en la
era del conocimiento, se necesite menos conocimiento para vivir. No se hace necesario estudiar demasiado
para prosperar, lo que se necesita es conocer lo práctico y lo funcional para
vivir; más bien, el conocimiento pragmático es el conocimiento que se necesita
no para vivir en plenitud sino para sobrevivir. Se trata de un conocimiento limitado que
supone sobrevivir de la mejor manera dentro del sistema.
El argumento de Drucker es que vivimos momentos de transformación radical
que no se centra en el capital sino en el conocimiento, pero se refiere al
conocimiento pragmático que ha creado el conocimiento científico. Es decir, los países desarrollados
–quienes son los que están realizando el cambio– se están alejando del
capitalismo y están creando una nueva sociedad sin haber pasado por el
socialismo, como antes los marxistas –y aún muchos de los capitalistas– creían
como etapa inevitable. El núcleo
central es el conocimiento cuya principal aplicación es la producción y la
innovación, esto es, el conocimiento científico aplicado, o sea, la
técnica. Por eso Drucker insiste,
que el conocimiento al cual nos referimos no es el conocimiento del “ser” sino
el conocimiento del “hacer”, no contemplativo sino útil. Se trata del conocimiento que se prueba
en la acción, en su eficacia, en sus resultados, en la economía, en la
sociedad. Para que ese conocimiento
sea eficaz, debe ser un conocimiento altamente especializado.[8] Pero especializado aquí quiere decir el
conocimiento que ha logrado generar no sólo máquinas sino capacidad específica
para manejarlas y repararlas.
Este es el conocimiento del cual hablaba Marcuse, el de la racionalidad
tecnológica que ha absorbido la herencia ideológica de la ciencia moderna, la
neutralidad de la técnica y de las máquinas, la sustitución de lo natural por lo
mecánico y la incorporación de una lógica simplificadora –reducido a lo micro–
pero controladora de la naturaleza incluyendo al ser humano. De manera que el ser humano entró al
dominio de la técnica que determina no solamente el tipo de comodidades de la
vida sino también aumenta la producción del trabajo.
Drucker dice que la historia de la era industrial es esa, que hubo tres
tipos de cambios generados por el conocimiento –se refiere al conocimiento
técnico, del hacer–: El primero,
que fue la Revolución Industrial que aplicó el conocimiento a herramientas,
procesos y productos y que necesitó cien años para que fuera dominante y
mundial. El segundo, que fue la
Revolución de la Producción que aplicó el conocimiento al trabajo y necesitó
setenta años para que se hiciera dominante y mundial. El tercero, que fue la Revolución
Administrativa que se aplicó a la innovación sistemática del conocimiento y que
requirió casi cincuenta años para que se diera dominante y mundial
(1945-1990).[9]
El “profeta” de esta visión fue Frederick Winslow Taylor (1856-1915)
quien inspiró no sólo la aplicación del conocimiento a las herramientas, a los
procesos y a productos sino también al trabajo, aumentando la capacidad de los
trabajadores para producir bienes, multiplicó la producción y mejoró su nivel de
rendimiento, redujo sus horas de trabajo y
creció su educación. No era
cierto que lo que decía Adam Smith, que se necesitaban cincuenta años de
experiencia -o un siglo– para tener la habilidad de producir bienes de alta
calidad. Esto lo comprendieron los
Estados Unidos, Japón y Alemania después de la II Guerra Mundial y por eso han
progresado. Esto es lo que han
comprendido algunos países de Asia tales como Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y
Singapur, esto es lo que no han podido comprender los países subdesarrollados
que son el 80% de la población mundial.
Es decir, son los que tienen el conocimiento práctico del conocimiento,
los que aplican el conocimiento en forma sistemática y deliberada, los que saben
qué nuevo conocimiento se necesita, si es falible o no lo es, si es eficaz o no,
son la nueva clase social. Queda
claro que no son los que conocen sino los que dicen que conocen el conocimiento,
que lo valoran y que se ubican pretenciosamente, más allá del conocimiento. Estos son aquellos cuyo conocimiento del
conocimiento consiste en averiguar qué conocimiento es necesario y cómo se
aplica en la vida cotidiana para obtener resultados valorados bajo un criterio
práctico. El conocimiento no es
teórico de la práctica sino la paradigmática del conocimiento científico. Por supuesto, estos nuevos “científicos”
son técnicos y administradores. La
nueva clase social dominante son un tipo de intelectuales, “empleados a sueldo”,
administradores y gerentes que se constituyen en “dueños” de la producción y de
sus herramientas. Dueños de la
producción porque en el Primer mundo, los trabajadores tienen sus pensiones y
son dueños de los medios de producción porque tienen el conocimiento pragmático
necesario.
Esto no significa que sea secundario ser técnico o que se debe despreciar
el trabajo técnico; lo que significa es que la forma pragmática de pensar lo
técnico, lo manipula. Por ejemplo,
¿para quiénes trabajan los técnicos y para qué trabajan? No hay que preguntar lo que no es
práctico ni útil. Es una concepción
del trabajo técnico centrado en lo práctico donde no conviene –pues es pérdida
de tiempo–pensar más que lo práctico.
Drucker dice que el futuro no será anticapitalista, no será
no-capitalista, mucho menos anticapitalista. El futuro será post-capitalista donde
las instituciones capitalistas sobrevivirán. Lo que se afirma es que el centro de
gravedad no será el capital, ni la tierra –los recursos naturales–, ni el
trabajo, sino el conocimiento práctico.
Sobrevivirán los ricos, pero según él, ellos no tendrán influencia, pues
no se considera influencia el financiamiento de todo el nuevo orden, inclusive
el pago de los administradores y gerentes–; sobrevivirá el mercado, pues será el
“único mecanismo probado de integración económica”. Lo que la nueva clase hace es
administrar los fondos de pensiones de los cuales ellos también forman parte y
decidir sobre el conocimiento que ellos también poseen. Por supuesto, no se está hablando de las
pensiones paupérrimas del todavía llamado Tercer Mundo por Drucker, es decir,
cuando hay pensiones; tampoco se está hablando del conocimiento de los
administradores pobres porque éstos no tienen acceso al mismo ni bienes qué
administrar desde los tiempos de la conquista española.
El mundo de la técnica y de máquinas nos está acostumbrando a vivir una
vida no sólo cómoda en el sentido burgués sino también funcional en el sentido
pragmático, vida que nos obliga a no estudiar más de lo que necesitamos, a no
saber más que lo que necesitamos y a no pensar más de lo que se necesita para
sobrevivir. Es el escenario,
ingenuamente llamado “post-capitalista”, que no tiene conciencia del pasado ni
del futuro, de lo histórico ni de lo social ni de los hambrientos y
necesitados.
El caso de las nuevas relaciones de la tecnología de
la información
Lo que es cierto es que nos ha tocado vivir en “la era de la
información”, que es lo mismo que decir, en la era de la alta tecnología y de su
conocimiento práctico. Dice Manuel
Castells que, en las últimas décadas, se han vivido acontecimientos que han
transformado la sociedad, acontecimientos íntimamente relacionados entre los
cuales está la tecnología de la información que ha obligado a la
reestructuración de la base material de la sociedad. Lo que se debe advertir es que la alta
tecnología es sólo una manera de relacionarse con la sociedad. La tecnología y la manera de relacionarse
fueron gestados por sectores limitados de la sociedad pero, en este caso,
impulsados por el Estado.[10]
Dice Castells que lo que hace la tecnología de la información es crear
una nueva manera de producir, de comunicar, de gestionar y de vivir y explica
cómo la microelectrónica gestó, desde antes de la década de los años 1970, la
base necesaria para la creación de instrumentos personales, la interactividad y
la interconexión aunque, en sus comienzos, no se tenía la intención
comercial. El desarrollo de la
microelectrónica estaba fuera de la tradición empresarial y de los sueños
sociales; sin embargo, habiendo nacido en Estados Unidos, en el contexto de la
guerra fría, con la intención de dominar una guerra tecnológica, demostró que
cuando el Estado concentra sus recursos para un fin, puede determinar no sólo el
avance tecnológico sino también su impacto económico, militar, social, cultural,
etc. Históricamente, el Estado ha
sido una fuerza de innovación tecnológica o para frenar el avance
tecnológico. Cualquier otro
proyecto pudo y podrá crear condiciones para que se provoquen cambios
histórico-sociales. Esto ha sido
probado históricamente, que el papel que juega el Estado es decisivo para la
innovación tecnológica, para detenerla, impulsarla o dirigirla porque su acción
organiza fuerzas sociales y culturales.
En nuestro caso, el origen y la difusión de la tecnología de la
información no fue accidental, fueron sus resultados los que no fueron
previstos, que la alta tecnología actual ha creado interdependencia global de la
economía y las nuevas relaciones entre economía-Estado-sociedad. Hoy la tecnología de la información
permite entrar al complejo mundo de la economía, de la sociedad, del Estado y de
la nueva cultura que está en formación.[11]
Dice Castells que la revolución rusa (1917) y el comunismo internacional
tuvieron impacto mundial durante el siglo XX. Su fracaso consistió en que su estatismo
no fue capaz de reestructurarse para pasar a la era de la información. La Unión Soviética quiso modificar su
estructura con su perestroika –esto
es, su reestructuración– pero fracasó, en buena parte por la falta de capacidad
de “asimilar y utilizar los principios del informacionalismo encarnados en las
nuevas tecnologías de la información”.[12] Es más, la caída de la Unión Soviética
creó condiciones para que la delincuencia –aprovechando la interconexión global–
adquiriera niveles mundiales creando economías criminales globales que
penetraron mercados financieros, comercio, empresas y sistemas políticos. La Unión Soviética fracasó, pero no han
fracasado China, Vietnam, Corea del Norte y Cuba, porque estos países, sin
perder su esencia, incorporan un capitalismo a su manera y dirigido por el
Estado, que les permite vincularse al capitalismo global.
Lo mismo ha pasado con el capitalismo que, según Drucker, ha sido todo un
éxito. Sin embargo la
reestructuración todavía está en proceso, estamos viviendo una época de cambio
global. Por eso, el capitalismo se
ha obligado a flexibilizar su gestión, centralizar e interconectar sus empresas,
dar mayor poder al capital en relación con el trabajo, acentuar el
individualismo con el cual los sindicatos se ponen en crisis, diversificar el
trabajo, incorporar a la mujer al campo laboral remunerado y desmantelar el
Estado benefactor, proceso que se aceleró en la década de los años 1980. De manera que no estamos pasando, como
decía Drucker –a un postcapitalismo– sino a una nueva etapa del mismo
capitalismo donde domina la lógica de los intereses de un capitalismo
avanzado. Lo que sí hay que tener
claro, según Castells, es que la tecnología de la información está íntimamente
ligada a la expansión del capitalismo y a su
rejuvenecimiento.
A partir del fracaso de la Unión Soviética, se expande el crecimiento
capitalista, se intensifica la competencia económica global, se acentúa la
acumulación y gestión del capital, se integran globalmente los mercados
financieros, surgen los países del Pacífico asiático, se unifica económicamente
Europa, se desintegra el Tercer Mundo, se transforma la influencia de los países
ex–soviéticos en el mercado, se acentúa el desarrollo desigual entre el norte y
el sur, se universaliza el lenguaje digital –palabras, sonidos e imágenes–, se
crean nuevas formas y canales de comunicación, nuevas formas de vida social, se
transforma la condición de la mujer, se deteriora el patriarcado, se afectan las
relaciones familiares, sexuales y de personalidad, surge una conciencia
medio-ambiental, los sistemas políticos entran en crisis de estructura, de
legitimidad y de lejanía en relación con su propia ciudadanía. Los movimientos sociales se fragmentan,
se hacen locales, casuísticos e irrelevantes. Las organizaciones se
desestructuran, las instituciones se desligitimizan, los movimientos sociales y
las expresiones culturales desaparecen.
Estamos viviendo un cambio confuso e incontrolado y el ser humano busca
refugio en la religión, en la étnica, en el territorio, en las redes de la
computación, en el postmodernismo, en el espíritu nacional, en el
individualismo, en la delincuencia, etc., cada uno buscando algún apoyo a su
impotencia, convirtiéndose estas opciones en el “refugio de las masas” como
diría Christian Lalive D`epinay al referirse a la opción religiosa.[13] La misma mafia y la delincuencia se ha
hecho global e informacional estimulando la hiperactividad mental, el deseo
prohibido, el comercio ilícito –las armas, la droga, el sexo, los cuerpos
humanos, etc.–. Castells
resume este cambio diciendo que está surgiendo una nueva estructura social con
diferentes expresiones, de acuerdo con las diferentes culturas. La tecnología de la información está
generando un nuevo modo de desarrollo y un diferente modo capitalista de
producción, de experiencia y de poder.
En primer lugar, de producción que significa “la acción de la humanidad
sobre la materia (naturaleza) para apropiársela y transformarla en su beneficio
mediante la obtención de un producto, el consumo (desigual) de parte de él y la
acumulación del excedente para la inversión” de acuerdo con los fines de la
sociedad.[14] La producción se organiza en relaciones
de clase donde algunos, por su ubicación en la producción “deciden el reparto y
el uso del producto” para el consumo y la inversión. La
producción es un proceso complejo –que incluye el trabajo diferenciado y
estratificado y los organizadores de la producción– e incluye la materia –la
naturaleza, la naturaleza modificada por el ser humano y la naturaleza producida
por él–; sin embargo, la acción humana ha incorporado por milenios lo natural a
lo social hasta el punto que la distinción entre lo humano y lo natural se
diluye. Aunque la tecnología y las
relaciones técnicas de producción se organizan en esferas dominantes de la
sociedad, el hecho de que se basen en la tecnología del conocimiento y la
información, se difunden en todas las relaciones, estructuras y comportamiento
social, penetran la experiencia y modifican el poder real y simbólico. Por eso la tecnología afecta la cultura
y las fuerzas productivas, las relaciones entre el espíritu y la materia. Por eso estamos en proceso de cambio
hacia nuevas formas de interacción y de control social.
En segundo lugar, esta situación, de acuerdo con Castells, está generando
un nuevo modo de experiencia que significa “la acción de los sujetos humanos
sobre sí mismos, determinada por la interacción de sus identidades biológicas y
culturales y en relación con su entorno social y natural. Se construye en torno a la búsqueda
infinita de la satisfacción de las necesidades y los deseos humanos”.[15] La experiencia se estructura de acuerdo
con el género y el sexo, en torno a la familia y el dominio del
varón.
En tercer lugar, esta situación está generando un nuevo modo de ejercer
el poder que se entiende como “la relación entre los sujetos humanos que, sobre
la base de la producción y la experiencia, impone el deseo de algunos sujetos
sobre los otros mediante el uso potencial o real de la violencia, física o
simbólica”.[16] Las relaciones de la familia y la
sexualidad estructuran la personalidad
y la interacción simbólica.
El monopolio del Estado fundamenta el poder, la violencia, que se difunde
a través de la sociedad donde se cumplen “deberes formales y agresiones
informales”. Estos tres elementos,
concluye Castells, generan territorios específicos, “culturas e identidades
colectivas”.[17]
Los desafíos del ser
humano.
La tecnología de la información y la reestructuración del capitalismo
está creando una nueva sociedad, la sociedad red que globaliza la economía, crea
una cultura virtual por medio de los medios de comunicación que son
omnipresentes, interconectados y diversificados, globalización que es
estratégica, flexible y que desestabiliza el trabajo. Se trata de la transformación de la base
material de la vida individual y social donde el espacio y el tiempo son
sustituidos por flujos atemporales dominados por élites poderosas. Esta situación es una nueva manera de
organizar la sociedad a nivel global, amenazando instituciones y culturas,
concentrando riqueza y generando pobreza, fortaleciendo la codicia y la
innovación y creando esperanza entre aquellos que se benefician del sistema –que
son la minoría de la población mundial– y fomentando privación y desesperación
para los excluidos del mismo –que son la mayoría de la población
mundial–.
El problema es, además, que el mundo pareciera que fuera hecho
exclusivamente de mercados, redes, individuos, organizaciones, todos gobernados
por una racionalidad oculta que niega la identidad, que sorpresivamente dispara
contra el vecino, viola niñas y niños o envenenan intencionalmente el aire de
algún centro público. Todo parece
basado en el instinto, en impulsos de poder y en cálculos individualistas o
colectivos sin importar la legitimidad, la legalidad o el prestigio.
Frente a esta realidad, el ser humano ha iniciado “vigorosas identidades
de resistencia” pues se siente atrapado –y a la vez inseguro– entre las nuevas
tecnologías que integran el universo con redes globales y la conciencia de ser
sujeto y, por lo mismo, negarse a ser excluido y convertido en objeto. Según Castells, el ser humano busca
desesperadamente su propia identidad.
Se entiende por identidad al proceso “mediante el cual un actor social se
reconoce a sí mismo y construye el significado en virtud sobre todo de un
atributo o conjunto de atributos culturales determinados”.[18] No que sea incapaz de relacionarse con
otras identidades sino que esas relaciones se definen en virtud de los atributos
culturales propios que deben conservarse y fortalecerse, puesto que siente que
la propia identidad está amenazada.
En sus propias palabras, Castells dice que “la oposición entre
globalización e identidad está dando forma a nuestro mundo y nuestras vidas”.[19]
La respuesta del sujeto ha sido como ya lo hemos sugerido, la identidad,
pero colectiva, mientras tanto no se tenga fuerza suficiente para ser oído,
tomado en cuenta o no se pueda revertir el “nuevo orden mundial”. Es una resistencia a lo global en nombre
de la “singularidad cultural” y un desafío al derecho de la propia vida y al
control de su contexto inmediato.
Entre esas expresiones se pueden mencionar el feminismo, el ecologismo,
el nacionalismo, la etnia, la religión, la familia, la territorialidad y lo que
acontece a nivel local, expresiones que proceden de diferentes fuentes,
culturas, historias y geografías.
Se trata de “la defensa del sujeto, en su personalidad y su cultura,
contra la lógica de los aparatos y los mercados, es la que reemplaza la idea de
la lucha de clases”.[20]
Se trata de “identidades de resistencia” e “identidades proyecto”
autónomos y alternativos, posibilidades para crear un futuro no
capitalista. Esas identidades están
atomizadas, sin conexión entre sí, pero defienden su espacio, su memoria
histórica y sus valores. Estas
identidades son las futuras protagonistas que asumen voz “profética” desde su
pequeño espacio para producir sus códigos culturales y utiliza la sociedad red
para organizarse y divulgar su mensaje.
A fines del primer milenio, dice Castells, la revolución tecnológica de
la información “transformó nuestro modo de pensar, de producir, de consumir, de
comerciar, de gestionar, de comunicar, de vivir, de morir, de hacer la guerra y
de hacer el amor”.[21] Se ha constituido una
economía global dinámica, conectando todo el mundo pero desconectando el poder y
la riqueza que al sistema no le sirve.
Se ha creado una cultura virtual centrada en un universo audiovisual
interactivo que ha penetrado toda la sociedad, creando por una parte la
globalización de la riqueza y la información y, por otra, la localización de la
identidad y la legitimidad. El cambio estructural ha conducido al cambio de los
contextos macropolíticos y macrosociales que ahora condicionan la acción social
y la experiencia humana. Estamos
viviendo un tiempo de cambio.
Entre lo mucho que se ha escrito sobre el cambio social, José de Souza
Silva, tomando en cuenta el trabajo de Castells, dice que estamos viviendo un
cambio radical. El problema no es
que estemos viviendo “una época de cambios” sino “un cambio de época”. No se trata de cualquier tipo de cambio,
sino de un cambio histórico que lleva consigo cambio de ideas, de técnicas y de
instituciones. Desde la perspectiva
de las ideas se pasa de un sistema de ideas dominante y universal para
interpretar y actuar en el mundo a otro sistema de ideas que pretende ser
también dominante y universal. El
cambio que estamos viviendo se da entre la tecnología de la época industrial que
se basó en la mecánica, química y eléctrica y un nuevo sistema con nuevas
técnicas.
Para todo aquel que intenta comprender el por qué y el cómo de este
cambio, descubre que este cambio “fragmenta y desestabiliza la mayoría de
premisas de la época anterior, generando perplejidad, desorientación y
eventualmente angustia intelectual”.[22] Inclusive, entre el pueblo común se ha
sentido inestabilidad, desorientación, discontinuidad, inseguridad,
incertidumbre y vulnerabilidad generalizada al nivel ambiental, social,
económico, político, tecnológico e institucional, hasta el punto que De Souza
Silva comienza uno de sus escritos diciendo “aquel que no esté vulnerable que
lance la primera piedra”.[23]
El “cambio de época” es aquel donde las características de la época en
decadencia están en deterioro irreversible y sus consecuencias son
inexorablemente cuestionadas. El
“cambio de época” es aquel en el que en forma cualitativa y simultánea afecta
las relaciones de producción, de poder, de experiencia humana y de cultura. Para comprender el cambio de época se
hace necesario no sólo estudiar uno de sus elementos sino todos ellos. Lo que De Souza Silva intenta explicar
es el “cambio de época” desde una perspectiva latinoamericana y con una visión
integral. El nuevo orden mundial,
como dice Castells, es “era informacional”.[24] El futuro no se puede todavía explicar
pero el cambio que va de una época a otra pareciera que apunta hacia el
“capitalismo global e informacional”, otra etapa del capitalismo
tradicional. Es este el desafío
ante el cual habrá que tomar posición.
La época emergente se inició a fines de la década de los sesentas y a
principios de la década de los años setentas, cuando coincide el impacto de tres
procesos diferentes: (1) la revolución tecnológica de la información, (2) la
crisis económica de los modos de producción y (3) la explosión planetaria de
nuevos movimientos sociales y culturales.
La decadencia del Capital Industrial se da por su lógica fordista y
racionalidad taylorista que se basan en un paradigma mecánico para el desarrollo
tecnológico, en la creación de productos tangibles, en el protagonismo del
Estado-nación y en la explotación del trabajo. Lo que está en emergencia es el “capital
global e informacional” que depende de una base flexible para la producción y
para el consumo, la flexibilidad en la gestión, en el paradigma informacional,
en la generación de activos intangibles en la economía, donde los capitalistas
actuales y actores globales son las corporaciones transnacionales, las agencias
multilaterales y los mecanismos supranacionales que son los que reemplazan la
explotación del trabajo y generan la exclusión social.
Dentro de este sistema ya no se puede hablar de Estados-naciones
soberanos como se solía hacerlo hace algunos años, tampoco se puede hablar de
identidad nacional, de productos, tecnologías e industrias propias. El establecimiento de la “sociedad-red”
–el capitalismo global e informacional– está construyendo un régimen de
acumulación de capital que es el Estado-red supranacional. Al mismo tiempo que se fortalecen los
actores globales, se debilita el Estado-nación. El Estado-red supranacional –que es
interdependiente– le quita funciones y poder al Estado-nación. Por ejemplo, el poder del Fondo
Monetario Internacional en los países deudores, la influencia del Banco Mundial
en el desarrollo nacional, la importancia de la Organización Mundial del
Comercio en las políticas nacionales y las corporaciones transnacionales que
toman decisiones en el proceso de acumulación y que viabilizan el nuevo régimen
de acumulación del capital global.
El Estado-nación está bajo presión del nuevo régimen, su debilitamiento
se da en forma diferenciada en cada país y su reacción se da en forma distinta
frente al efecto homogenizador de la globalización.
Las fuerzas económicas, políticas e institucionales de la nueva época
tienden a expandirse –ampliación de mercados–, y a excluir a aquellos que nada
aportan a los intereses privados, a desarticular, dispersar y atomizar los
grupos que responden en forma diferente, que no se alinean y no prometen nada
para el futuro del nuevo sistema capitalista. El poder económico, institucional y
político se concentra en las redes de capital, de información y de los actores
globales. Se desarrollan respuestas
únicas que hay que aceptar, a pesar de sus consecuencias negativas para los
excluidos de la información, del capital y del poder. Se silencia el pensamiento crítico. La racionalidad ideológica depende de la
competitividad individual, de las fuerzas del mercado y de la tecnología
competitiva. Lo vigente es la
ideología del mercado como entidad viva, autónoma, justa y capaz de pensar y
decidir sobre el proceso de creación, distribución y apropiación de la riqueza
global y local, son las fuerzas de la oferta y la demanda, la revisión del papel
del Estado y la modernización del sector público.
Estas características demandan o incorporarse o estar en contra de la
época emergente. Los que se
incorporan al nuevo régimen optan por dos estrategias: primero, la formación de
bloques económicos regionales o subregionales para reducir los efectos negativos
de la competencia global; segundo, las corporaciones transnacionales buscan
actores, agencias y mecanismos regionales y subregionales como contrapartes para
viabilizar el régimen de acumulación. Por eso, esos actores, agencias y
mecanismos se adaptan en forma acelerada para cumplir sus nuevos roles; por eso
se capacita para la adaptación a las reglas, de ahí que se aborden temas tales
como privatización, reforma del sector público y protección de la propiedad
intelectual. América Latina ha
intentado formular propuestas autóctonas a nivel teórico y práctico tales como
la teoría de la dependencia. Lo
mismo ha pasado con la teología de la liberación que fue impulsada por distintas
instancias católicas y protestantes.
La adaptación drástica, antidemocrática e impositiva al capitalismo
global e informacional también se da en el nivel nacional, se revisa la
presencia y el papel del Estado-nación y se le sustituye por el Estado-red
supranacional. El Estado-nación es
ineficiente, incompetente y corrupto; por eso se moderniza, se reestructura y se
ajusta, pues además ha crecido demasiado, tiene alto costo y falta de compromiso
con la sociedad. El sector público
no necesariamente debe intervenir en el crecimiento económico y en el desarrollo
tecnológico, pues es un obstáculo para el mercado, es incapaz de dar servicios
eficientes y competentes, su papel es más de regulación, de seguridad y de
provisión de justicia. El sector
privado es la solución, por eso hay que privatizar las empresas estatales y los
servicios públicos, hay que ajustar las leyes, los procedimientos, las normas,
las políticas y los mecanismos institucionales, adecuándolas a las nuevas
exigencias de la época emergente, facilitando la movilidad del capital y el
mayor lucro, para que sean más ágiles, menos burocráticas y más aptas para la
captación y el manejo de recursos financieros y evitando la estabilidad de los
trabajadores. Las constituciones
nacionales deben ser revisadas y adaptadas a los imperativos de la
institucionalidad global, regional y subregional, para contar con los
instrumentos necesarios para crear del nuevo régimen de acumulación del
capitalismo global e informacional y la legitimación del Estado-red
supranacional emergente.
Frente a estas presiones, la mayoría de las organizaciones locales están
tomando iniciativas de cambio en tres direcciones: en primer lugar, las
organizaciones que optan por seguir la lógica del cambio de época y promueven ajustes reduciendo el tamaño
de las instituciones públicas, el número de empleados, los puestos de mando, por
ejemplo; sin embargo, no se hacen esfuerzos por transformar actitudes, visiones,
enfoques, modelos y paradigmas. En
segundo lugar, existen organizaciones que sólo cambian su apariencia con el arte
del “camuflaje organizacional” y elaboran cambios institucionales a nivel
general y particular pero nunca se implementan, no cambian su esencia ni cambian
su comportamiento organizacional.
En tercer lugar, existen organizaciones que se guían por las necesidades,
realidades y aspiraciones de su propia sociedad tomando en cuenta los elementos
de la época emergente todavía no consolidada. Estas son las opciones que confronta el
ser humano de la América Latina en el día de hoy.
Conclusiones
Desde la perspectiva del Congreso Humanista que nos convoca, el hecho de
que la mayor parte de participantes procede de universidades que están en
búsqueda de alternativas en el campo de la educación y después de referirme a la
nueva situación que ahora se confronta, situación que no podemos ignorar,
señalo, al menos, las siguientes conclusiones.
Primero, que vivimos un cambio que se da entre la época que comenzó hace
200 años con la Revolución Industrial –que ahora declina de una manera
irreversible– y una nueva época que emerge. Si bien es cierto tenemos claro lo que ha
sido la Revolución Industrial, no tenemos clara la época emergente. Vivimos los efectos de la lucha entre
las fuerzas y los intereses dominantes de la época en decadencia y las fuerzas e
intereses de la nueva época emergente que luchan por establecerse. De Souza nos dice que “las implicaciones
de sus características y contradicciones aún necesitan ser críticamente
interpretadas”,[25]
en nuestro caso, desde la perspectiva de la educación.
Segundo, que vivimos en un mundo de contradicciones. La nueva época se impone a todos y todas
por igual, somos vulnerables, entramos en crisis –parte de una crisis más
amplia–, la crisis no es exclusiva de un sólo país, un sólo grupo, una sola
institución o unas cuantas personas.
Hablamos de una crisis de todo el planeta, de continentes, de naciones,
de organizaciones, de grupos sociales y de ciudadanos, pues ahora, todos y todas
somos ciudadanos(as) de nuestra aldea pero a la vez ciudadanos planetarios. Pero también se debe decir que todos y
todas estamos siendo afectados de diferente manera, de acuerdo con las
particularidades históricas y locales de los lugares hasta donde llega la
crisis. Por eso, el grado y la
forma de vulnerabilidad son diferentes, diferencia que se acentúa con la
capacidad para identificar causas, interpretar contradicciones, proyectar
implicaciones, desarrollar estrategias e innovar.
Tercero, que las dos fuerzas identificadas condicionan el escenario donde
se dan las luchas de poder por la amenaza de perder los privilegios que ofrece
la época emergente, privilegios que se piensan teniendo vigentes intereses
creados en el contexto de la época anterior. Esta contradicción la expresan los
sectores dominantes en la época decadente y que luchan por prevalecer en la
época emergente. Estos tienen
mejores posibilidades de contar con el poder, con los recursos, con los
mecanismos y con las estructuras todavía vigentes. Esta contradicción también la expresan
aquellos y aquellas que son excluidos/as en la época decadente y que pretenden
ser incluidos en la época emergente.
Estos tienen menos posibilidades pero son los más creativos porque
comprenden mejor el cambio de época y del poder que tiene el primer grupo. La misma contradicción expresan aquellos
que no comprenden la lucha de los dos grupos anteriores y cuyo desafío es
sobrevivir aislándose o luchando contra las dos fuerzas en conflicto u optando
por una de ellas.
Cuarto, vivir en un contexto contradictorio implica vivir una situación
más compleja que si viviéramos en la época anterior o en la nueva época. La contradicción y la complejidad se da
porque vivimos entre dos épocas y en ese contexto es que se dan las diferentes
expresiones contradictorias. Es en
este contexto donde se generan visiones, enfoques, modelos y paradigmas para
construir el futuro y es en él donde los educadores habrán de educar para esa
sociedad en transición, para la economía que habrá de asumirse y para la
política de la nueva época. Es en
este contexto donde habrá de enseñarse cómo usar la nueva tecnología y cómo
generar pensamiento. Este es el
contexto donde se habrá de capacitar para la creación de estrategias, para el
nuevo conocimiento, para la innovación, para crear y para construir el futuro de
las generaciones jóvenes. Se trata
de un contexto movedizo donde la educación habrá de pensarse como práctica y
como teoría de esa práctica, como conceptuación pedagógica.[26]
Quinto, la declinación de la época industrial provoca “una cadena de
impactos” que afecta a naciones y organizaciones, ninguna de ellas queda fuera
de esa influencia. Por esa razón,
el análisis aislado de la crisis de una organización –la escuela, por ejemplo–
queda incompleta si no se toma en cuenta la totalidad. Como dice De Souza, “cuando muchos
tiemblan, el temblor de uno no puede ser entendido sin la comprensión del por
qué tantos tiemblan”. Por esta
razón, al menos desde la América Latina, no se puede pensar sólo desde la
perspectiva global sino sólo desde la perspectiva local, sino que teniendo ambos
puntos que no pueden ser ignorados, comencemos a pensar desde la perspectiva
humanista.
[1] El Dr. Jacinto Ordóñez Peñalonzo es profesor de filosofía de la educación del Doctorado Latinoamericano de Educación de la Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica y fue presidente internacional del III Congreso Latinoamericano de Humanidades celebrado en Costa Rica y del IV Congreso celebrado en Puerto Rico. Actualmente es Presidente Internacional Honorario.
[2] Los que hace Jürgen Habermas es citar el
libro el libro de Las dos culturas de P.C.
Snow.
[3] Jürgen Habermas.
“Progreso técnico y mundo social de la vida”. En Ciencia y técnica como “ideología”
de Júrgen Habermas. Madrid:
Editorial Tecnos, S.a., 1989. pp.
113-129.
[4] Nelson Rodríguez Aguirre. Ciencia, tecnología y sociedad. Quito: Editorial Universitaria de la
Universidad Central de Ecuador, 2002.
p. 1.
[5] Júrgen Habermas. Op.Cit. pp.115-116.
[6] Cf.
Herbert Marcuse. El
hombre unidimensional. Marcelona: Editorial Seix Barral, S.A.,
1968. pp. 171-196.
[7] Ibid. p. 185 y
186.
[8] Peter F. Drucker. La
sociedad postcapitalista.
Bogotá: Grupo Editorial Norma, 1994. pp. 15 y
16.
[9] Ibid. p. 47
[10] Manuel Castells en su obra de tres
volúmenes llamado La era de la información –entre 400
y 500 páginas cada volumen–que se conoció en español a partir de 1998 y que más
adelante citamos por volumen.
[11] Cf. Manuel Castells. La
era de la información. v. 1. La sociedad red. Madrid: Alianza Editorial, S.A.,
2001. pp.
31-43.
[12] Ibid. p. 43.
[13] Cf.
Christian Lalive D`Epinay.
El refugio de las masas, estudio sociológico
del protestantismo chileno.
Santiago de chile: Editorial del Pacífico, S.A.,
1966.
[14] Manuel Castells. Op.
Cit. p.
44.
[15] Ibid. pp. 44 y 45.
[16] Ibid. p. 45.
[17] Cf. Ibid. pp. 45-48.
[18] Ibid. p. 52.
[19] Manuel Castells. La era de la información: economía, sociedad y cultura. V. 1. El poder de la identidad. Madrid: Alianza Editorial, S.A., 2001. p. 23.
[20] Cf. Manuel Castells. La era de la información. v. 1. La sociedad red. Op.Cit. p. 53.
[21] Manuel Castells. La
era de la información. v. 3. Fin de
milenio. Madrid: Alianza
Editorial, S.A., 2001. p.
25.
[22] José de Souza Silva, Juan Cheaz Peláez y
Hosanna Calderón Romero. La cuestión institucional, de la
vulnerabilidad a la sostenibilidad institucional en el contexto de cambio de
época. San José, Costa
Rica: Proyecto ISNAR “Nuevo Paradigma”, 2001. p. vi.
[23] José de Souza Silva. “El
cambio de época, el modo emergente de generación de conocimiento y los papeles
cambiantes de la investigación y extensión en la academia del siglo
XXI”. Trabajo presentado en
la “I Conferencia Interamericana de Educación Agrícola Superior y Rural”
organizada por IICA –Instituto Interamericano de Cooperación para la
Agricultura–, Panamá, 16-19 de noviembre de 1999. p. 2.
[24] Cuando citamos a Castells tenemos en
mente los tres volúmenes que Manuel Castells publicó bajo el nombre de La
era de la información. Volumen 1, La
sociedad red; Volumen 2, El poder de la identidad; y el
volumen 3, El fin del milenio. Los tres publicados por Alianza
Editorial, 1997, 1998 y 1998.
[25] De Souza Silva. Op.
Cit. p. 2.
[26]
Cf. Cita hecha por José de Souza Silva del The Rise of the Network
Society, de Manuel Castells (1996) en “Veinte tesis para vincular
el cambio institucional al cambio de época”. Conferencia en el IV Congreso Nacional
de Egresados-30 años UNAB, Universidad Nacional de Bucaramanga, noviembre de
1999.
Fotocopia.