Elementos
para una crítica
de
la Ciencia de la Comunicación
1
Caracterización
de una disciplina
Felipe Neri López Veneroni
La reconsideración de la comunicación como
disciplina social parte de un planteamiento básico: el de que tal y como está planteada,
su existencia es -lógica y metodológicamente- indemostrable. De hecho,
parafraseando una acotación de Carlos Pereyra Boldrini acerca de la filosofía1,
al tratar de ciencia de la comunicación en realidad se habla de un conjunto de
disciplinas cientificosociales y tecnicoprofesionales que convergen en torno al
fenómeno de los medios masivos, el cual habitualmente reconocemos como objeto
de la comunicación en virtud de un convencionalismo académico tácito.
En efecto, la estructura formal sobre la que
se ha tratado de dar lugar a este nuevo campo del saber nos revela una
convergencia fundada, por una parte, en el conjunto de aproximaciones que han
venido realizando distintas disciplinas sociales con base en los problemas que
plantean los medios de comunicación en general, y los de masas en particular,
en sus áreas objetivas específicas; aproximaciones que, consecuentemente, están
condicionadas a los principios teoricofilosóficos que diferencian a estas
disciplinas y, por ende, a los preceptos metodológicos particulares propios de
cada una de ellas, es decir, ya estructuradas como tales: sociología, economía,
ciencia política, psicología, pedagogía2. Por otra parte, implica la
convergencia del conjunto de disciplinas tecnicoprofesionales directamente vinculadas
a la práctica y operación de los medios: periodismo, diseño, radio y
televisión, cinematografía, publicidad, fotografía, mercadotecnia, relaciones
públicas, propaganda política, etcétera.
El convencionalismo académico tácito que
supone la ciencia de la comunicación como resultado de la convergencia de estas
disciplinas, se apoya en dos supuestos básicos:
1. Que el estudio de los medios masivos de comunicación
constituye el objeto de la disciplina, en virtud de que en éstos se manifiesta
la expresión más desarrollada de los procesos comunicativos.
Todo proceso
comunicativo consta de un conjunto de elementos invariables (...). Todo proceso
(de comunicación) implica un agente transmisor y uno receptor, entre los cuales
se trasmite información. Esta viaja a través de un canal en cuyos extremos
suelen encontrarse mecanismos de codificación y decodificación de mensaje,
mismos que pueden verse afectados de manera adversa por la presencia de ruido.
Ruido, en este contexto, es un término técnico que designa a todo agente capaz
de disminuir la eficacia del mensaje (...). Éstos son los elementos de la
teoría de la comunicación, a la que también se denomina indistintamente teoría
de la información3.
A
esta conceptualización teórica hay que agregar otro término, acuñado con
posterioridad al planteamiento original del modelo: el de feedback o
retroalimentación, por el cual se designa la posibilidad de respuesta del
receptor hacia el emisor, como corolario a la culminación de un ciclo o proceso
comunicativo.
Estas
premisas son resultado sintético de una diversidad de modelos y construcciones
teóricas que se han venido procurando desde finales de la década de los veinte,
a partir de las deducciones y observaciones derivadas de los experimentos y
aplicaciones prácticas, fundamentalmente en el estudio de la circulación de
ondas electromagnéticas (Hertz, Mach), el aprovechamiento de la electrónica en
la ingeniería acústica y, posteriormente, de la etología (comportamiento
animal), el conductismo y la psicología social, así como la sociología -sobre
todo estadounidense- después de la Segunda Guerra Mundial. Particularmente en
estas últimas se ha tratado de fijar el carácter paradigmático del modelo de la
comunicación y su teoría, con el fin de englobar en una sola proposición todas
las formas y medios posibles de comunicación.
Es
en este sentido que hemos elegido la cita sobre las premisas básicas de los
procesos comunicativos y que nos abre el camino para su comentario general.
Entendemos que la idea fundamental que subyace en dichas premisas es el
planteamiento del proceso de comunicación (de "todo proceso") como
una unidad más o menos cíclica de transmisión, circulación y difusión de
mensajes. Su comienzo lo marcaría la voluntad, el deseo o la necesidad de un
emisor de contactar o acceder a un receptor. Para ello, debe elaborar un
mensaje en términos tales que a) pueda ser entendido (decodificado) por
el destinatario y b) se adecue al medio (canal) más idóneo -según las
condiciones técnicas, la intencionalidad del mensaje y las características y
circunstancias de uno(s) y otro(s)-, de tal suerte que logre evitarse que
cualquier agente -sea éste técnico (externo a mensaje) o producto de una
codificación inadecuada- interfiera (haga ruido) durante el transcurso del
proceso.
Si
el mensaje fue recibido y decodificado adecuadamente (es decir, de acuerdo con
el propósito del emisor), lo cual puede verificarse a partir del comportamiento
o la actitud del receptor y su consiguiente confirmación (elemento primario de
retroalimentación), puede decirse que el proceso concluyó exitosamente, es
decir, hubo comunicación. De no ser así, algo falló en la elaboración
del mensaje, en los mecanismos de codificación y decodificación, en la elección
del canal, en el momento (tiempo, circunstancias objetivas) de iniciar el
proceso -lo que presupone la presencia de ruido- o cualquier otra variable. Se
dice, entonces, que no hubo comunicación, sea porque ésta no logró
plantearse adecuadamente o porque se interrumpió.
La
esquematización que explica el proceso comunicativo permite una libre
adecuación de su terminología. Así, por emisor y receptor puede
entenderse cualesquier sujetos o agentes interactuantes, desde dos hombres, o
bien un grupo específico respecto de una multiplicidad ilimitada de receptores,
según las características del sujeto, la intencionalidad del mensaje y el tipo
y el alcance del medio.
A
su vez, el medio puede ser un aspecto natural o instintivo de los
sujetos interactuantes (gestos, ruidos, palabras), o bien cualquier objeto
natural o productos e instrumentos artificialmente producidos: piedras, humo,
tambores, ropa, sistemas de clave telegráficos, semáforos, radio, televisión,
impresos, satélites, computadoras, etcétera.
Por
mensaje puede entenderse, en casos específicos, aquellos inherentes al
medio (como el semáforo, aunque posteriormente Marshall MacLuhan habría de
formalizar una teoría cuya premisa sustantiva se basa en la fórmula: El medio
es el mensaje, o bien cualquier forma de articulación o conformación sígnica (o
ambas) referida a una necesidad, intención general o propósito específico
(desde el llamado del crío en demanda de alimento, hasta un anuncio comercial o
toda una campaña de propaganda comercial, política, educativa, de capacitación,
de orientación educativa o sanitaria, de solidaridad, etcétera).
Por
feedback o retroalimentación se entiende, en general, toda forma
o posibilidad de respuesta inherente al sistema dado, o al proceso mismo, que
ejerce el receptor en relación cíclica con el emisor y, en particular, a la
capacidad de ciertas máquinas automáticas que entrañan procesos de inteligencia
artificial (área cibernética) para captar, almacenar y restituir los datos o la
información originalmente alimentados a un cerebro electrónico, a través de una
programación codificada en determinados lenguajes4.
En
resumen, el esquema supone una cobertura desde los procesos más simples en los
que, por ejemplo, las características particulares del emisor y el receptor
implican sólo la posibilidad de mensajes limitados a través de un solo medio
(como los sonidos guturales y la reacción instintiva de los animales), hasta
los procesos más complejos, en los que las características particulares del
emisor y el receptor implican la posibilidad de articular mensajes
ilimitadamente, con la opción no sólo de efectuar un estudio previo a la
selección de canales o medios, sino también de valerse de formas
progresivamente más complejas (como la tecnología mecánica o electrónica y sus
subproductos) y de analizar y evaluar los resultados del proceso en su
conjunto.
Las
premisas teóricas del proceso, sus elementos invariables y la cobertura
genérica del mismo han estado ligados, en los diferentes momentos de su
estructuración, a diversas propuestas de "legalidad" como modelo
lógico formal, casi siempre desde los preceptos del racionalismo empírico. A
título de ejemplo podemos mencionar los modelos matemáticos de Shannon; el cibernético,
de Wiener et al.; el etológico-conductista (Skinner, Schramm)5
y, a partir de la década de los cuarenta, los intentos paradigmáticos
propuestos por los que, al decir de Miguel de Moragas, se consideran "los
padres fundadores de la mass communication research: Lassersfeld,
Merton, Lasswell". Señala el investigador español:
Todos los especialistas
en teoría de la comunicación reconocen el mérito de Lasswell de haber
delimitado los distintos campos de investigación que el complejo estudio del
fenómeno de la comunicación requería (...). Entiendo que, en esta tesitura,
puede seguir siendo útil tomar en consideración, aunque sea de forma crítica,
el famoso paradigma que propuso Lasswell para trazar las líneas generales por
las que podemos organizar nuestra tarea de delimitación6.
En
esencia, el paradigma citado7 consiste en la adaptación o traducción
a términos sociales de los elementos invariables del proceso de comunicación,
precisándolos a partir de agentes racionales formalizados dentro de la
estructura social contemporánea. Su ejemplo más acabado, señala Moragas, lo
constituye el trabajo realizado por Janowitz:
Lo que hace Janowitz,
como en general todos los teóricos que se han preocupado por cuestiones
definitorias de nuestro campo, es calificar -definir la forma específica- cada
uno de los elementos señalados por Lasswell en su paradigma:
·
El emisor. Instituciones
manejadas por personas especializadas.
Es,
pues, sobre esta conceptualización en general y sobre las definiciones teóricas
precisadas en dicho paradigma, como se entiende el fenómeno comunicativo en general,
el de masas en particular y la consecuente identificación del objeto y el
desarrollo de la disciplina.
Llamadas
1Carlos Pereyra. "Sobre la relación entre
filosofía y ciencia social", La filosofía y las ciencias sociales, Grijalbo,
Colec. Teoría y Praxis, núm. 24, México, 1976, pág. 242.
2Cuando planteamos este problema en el registro de
tesis (marzo, 1983), se hizo con base en la experiencia personal de la
licenciatura en Ciencias de la Comunicación, cursada en la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales de acuerdo con el plan de estudios vigente para el periodo
1978-1982; no teníamos conocimiento en ese entonces de la obra de Miguel de
Moragas, Teoría de la comunicación, en cuya parte introductoria:
"Ubicación epistemológica e ideología en la investigación de masas"
reeditada en Fátima Fernández y Margarita Yepes (comps.), Comunicación y
teoría social, UNAM, México, 1984, págs. 32-45, plantea esta convergencia
no como un problema, sino como una característica de la disciplina. De otra
parte, conviene ver: Susana Becerra y Luis Lorenzano, "Origen y devenir.
Material histórico de los procesos de comunicación", Estudios de Tercer
Mundo, CEESTEM, vol. 2, septiembre, 1980, México, págs. 103-105.
3Víctor Solís Macías, "El hombre, un procesador
de información", Información científica y tecnológica, CONACYT,
marzo de 1987, núm. 126, México, 1987, págs. 23-24. Cfr. también:
Antonio Paoli, Comunicación, EDICOL, México, 1978.
4Cfr.
Miguel de Moragas, op. cit., pág. 37, y Armando Cassigoli,
"Aspectos ideológicos en la teoría y los estudios de la información y la
comunicación" en Revista mexicana de ciencias políticas y sociales,
núms. 86-87, FCPyS, México, 1976-1977, págs. 40-42.
5Cfr. Armando Cassigoli, op. cit., págs. 37-40.
6Miguel de Moragas, op.
cit., pág. 43.
7Si aceptamos tanto el modelo clásico de emisor-receptor-medio-canal,
feedback, como la proposición de Miguel de Moragas en el sentido de que el
paradigma de Laswell contiene en sí mismo las bases fundamentales de la mayor
parte de los modelos de comunicación vigentes, no es porque no existan modelos
alternativos o diferentes que busquen explicar el proceso o la técnica de la
comunicación desde ángulos diferentes; los aceptamos porque a pesar de
la existencia de éstos, aquél y los que se han derivado posteriormente de él,
aún marcan la pauta dominante de los curricula de las escuelas y
facultades de ciencias de la comunicación en México y buena parte de América
Latina y prevalecen como la tendencia común que, aun en posiciones contrarias
al funcionalismo (v. gr. el marxismo), sigue confiriendo a los elementos del
paradigma el papel central -cuando no único- de la comunicación. Para ilustrar
el caso, basta revisar los planes de estudio vigentes en la mayor parte de
estas escuelas y facultades de la región; los esquemas de trabajo se basan en
corrientes todavía novedosas, como las de comunicación alternativa (que sólo
difieren del paradigma en cuanto a la intencionalidad expresa del uso de los
medios), así como las tendencias muy actuales de investigación en "nuevas
tecnologías" o en los trabajos que, desde posiciones muy diversas, se
siguen haciendo como crítica de los medios, los mensajes, la publicidad,
etcétera, adscritos al campo, pero se hacen como campo específico de la
comunicación.
No es cuestionable, en
modo alguno, la validez de estos trabajos; lo que sí resulta cuestionable es
que el esquema que supone la existencia de entidades diferenciadas de emisión y
recepción, así como los mensajes o el uso que se les dé a los medios, se
refiera propiamente a un problema o al problema de la comunicación. En este
sentido cabe señalar que el valor sociológico, económico, político o
pedagógico de los estudios sobre los medios (o de su uso en estos campos) si
bien es inobjetable en los términos de la metodología y las conceptualizaciones
que cada uno de aquéllos haga, no confiere existencia automática a un nuevo
campo del saber presumiblemente denominado de "la comunicación", o
bien que el posible campo de la comunicación pueda o deba, arbitraria o imitativamente,
sustentarse en los principìos metodológicos de aquéllos para constituirse como
tal.
Por otra parte, los
modelos de carácter empírico más o menos reciente (v.gr. el "gráfico"
de Westley-MacLean, o los del tipo de comunicación de Gerhard Maletzke), que
buscan explicar ciertos aspectos especializados del manejo de la información,
o de cómo se da el proceso de comunicación en determinados grupos sociales en
una formación específica, si bien responden a una función
explicativa-ejemplificativa y, en este sentido, tienen una validez
incuestionable, sus límites los marcan precisamente las formas
contemporáneas de organización social o los tipos de comunidades a partir de
los cuales han sido elaborados. Y justamente por eso es que no pueden
validarse con un carácter genérico, a partir de los cuales se pueda
acceder a la comprensión del fenómeno y a su determinación, más allá de este
momento histórico y por lo mismo validar o desarrollar una metodología que
tenga aplicación a los diferentes momentos históricos en los que, por fuerza,
se ha desenvuelto el problema de la comunicación o de cualquier otro campo de
las ciencias sociales.
8Moragas, op.
cit., pág. 44.
2
Sus falsas determinaciones
Tanto
los medios masivos como las diferentes concpetualizaciones teóricas que busca
explicar el fenómeno comunicativo, surgen en el contexto de la afirmación del
desarrollo social sobre la base de un impulso definitivo a la industria y la
tecnología que comenzó a gestarse a fines del siglo pasado. Es precisamente la
simbiosis entre conocimiento científico y producción tecnologicoindustrial la
que, en buena medida, permite traducir en términos de utilidad práctica
principios de carácter teórico y abre el paso al uso generalizado de una amplia
variedad de bienes de lo que algunos gustan en llamar sociedad de consumo, pero
nosotros, siguiendo a Fromm y otros1, preferimos caracterizar como
sociedad tecnologicoindustrial contemporánea.
El
uso de los medios masivos, en términos sociales, viene a generalizarse
progresivamente en un momento de profundos cambios estructurales en los
diversos sistemas sociopolíticos vigentes durante el periodo de entreguerras
(1919-1939), particularmente en aquellos que estaban a la vanguardia del
desarrollo tecnológico industrial.
Si
bien esta concepción y práctica del desarrollo están caracterizados dentro de
lo que Lenin llama, en el marco de su crítica al imperialismo, "etapa
superior (que no última) del capitalismo", sería falaz negar que aquéllas
no han traspuesto los límites de libre empresa para instalarse, también como
prioridad, en los países o sistemas de carácter socialista. Como se verá
posteriormente, esta acotación resulta importante para entender con la mayor
claridad posible el contexto de nuestra problemática.
Ahora
bien, el uso de los medios masivos planteó socialmente una necesidad muy
concreta, al tiempo que significó lo que, en el fondo, no han sido sino
variables del conjunto de problemas sujetos a investigación social, que
caracterizan a las estructuras sociopolíticas en cuestión. Esta necesidad
concreta fue la que generó un cuerpo de profesionales y técnicos capaces de
darles el uso óptimo, con base en las determinaciones jurídicas de la propiedad
y explotación de concesiones o permisos según los diferentes sistemas, por lo
que se fueron profesionalizando actividades que, en otros momentos, habían
tenido un carácter meramente lírico (por ejemplo, la propaganda, la publicidad,
el periodismo), o se crearon otras nuevas de acuerdo con las necesidades que
fueron planteando los diferentes medios.
Sin
embargo, al mismo tiempo, este uso de los medios significó una serie de
efectos, condicionamientos o injerencias en las diferentes esferas prácticas de
las relaciones sociales: desde ciertas conductas de histeria masiva (por
ejemplo, a la muerte de Rodolfo Valentino o por la transmisión de la Guerra
de los mundos, radioteatro adaptado por Orson Wells), hasta las
posibilidades de acortar el ciclo de producción de plusvalía -a través de la
publicidad-, o bien influir en la opinión pública en procesos electorales, en
el consumo de productos, en cuestiones de higiene, educativas, recreativas y,
desde luego, en acortar las distancias y por tanto aumentar la rapidez de
circulación de noticias, etcétera.
Como
todo producto tecnológico (salvo aquellos específicamente diseñados para la
matanza), el estudio de los medios generó reacciones encontradas: hubo quienes
vieron en ellos el horizonte radiante de una nueva era para la humanidad, sin
advertir, quizá, que el horizonte, a fin de cuentas, no es sino una línea
imaginaria que, conforme uno se acerca, se va alejando. Otros (entre los que se
incluyen algunos representantes de la Escuela de Frankfurt y varios sociólogos
y economistas marxistas) los puntualizaron como el principio del fin de la
cultura (la gente ya no leería, ni pensaría, como lo imaginó apocalípticamente
Orwell en su novela 1984) o, peor aún, como los cimientos de la
perpetuación del capitalismo imperialista a través de la manipulación ideológica,
el embrutecimiento de las masas proletarias y de los países periféricos (la
famosa penetración cultural), así como el gradual control y la manipulación de
la información financiera, climatológica y ambiental de todo el mundo a través
de los satélites y los bancos de información.
No
hay que olvidar que muchas de estas apreciaciones se hicieron en un momento de
gran efervescencia política (por ejemplo, el uso de la propaganda en la
Alemania nazi, o bien durante la guerra fría) y de cambios coyunturales, de los
cuales no se tenía la suficiente perspectiva histórica para evaluarlos en su
justa dimensión y complejidad. No obstante, a cierta distancia de aquellas
primeras impresiones y amainada la tormenta que causó la irrupción huracanada
de los medios masivos, la historia se ha encargado, poco a poco, de poner las
cosas en su lugar, bajada la marea se nos revelan ciertos hechos sumamente
interesantes que yacen aún en las playas del conocimiento.
En
principio, en la actualidad podemos decir que los medios no han sido la panacea
que abre las puertas de la felicidad a los hombres (a pesar de ellos, las
contradicciones sociales y las condiciones de vida miserable siguen siendo
mayoritarias mundialmente), pero tampoco que hayan significado el fin de la
cultura, el arte, el pensamiento crítico, o que balden los cambios sociales (a
pesar de todo el uso de la propaganda, el nazismo fue derrotado, Cuba ha hecho
su revolución, Nicaragua está inmersa en un proceso de transformación, la
producción editorial se mantiene...).
Ello
nos conduce a una proposición que, quizá por demasiado obvia, se suele callar y
que nosotros formularemos plagiando abiertamente la sintaxis de un famoso
pensador alemán del siglo pasado: no son los medios masivos los que
determinan las condiciones económicas y sociopolíticas de una estructura o
formación social, sino éstas las que determinan y condicionan el uso y la
dimensión de los medios.
De
esta forma se revelan como relativamente infructuosos aquellos esfuerzos llenos
de malicia reaccionaria o de heroísmo libertario que adjudicaban a la ciencia
de la comunicación el poder de controlar y manipular la conducta humana, o bien
de establecer las condiciones objetivas para la revolución mundial.
Por
otra parte, si se postula que la comunicación está determinada por
aquello trasmitido, recibido u operado a través de los mass media y si reservamos
para los periodistas, los jefes de prensa, los publicistas o los
productores de radio, televisión y cine, la actividad de
"comunicadores" o "comunicadores sociales", caemos en un
grave problema de exclusión, ya que estaríamos diciendo que
prácticamente el 99.9% de la población mundial (que no maneja ni el periodismo,
ni ninguna otra técnica informativa especializada y definitivamente no tiene
acceso a los mass media, más que como espectadora), no sólo queda vedada
de la posibilidad de ser comunicadora, sino también queda literalmente
incomunicada o, en todo caso, sujeta a lo que unos cuantos manejen a través de
los medios.
Esto
es lógicamente absurdo. Posteriormente habrá de plantearse la diferencia entre
el manejo especializado de ciertas formas discursivas (es decir, la
información y sus técnicas como ámbito profesional) y la comunicación como
una característica propia de todo sujeto social. En ese sentido veremos
que, de acuerdo con Antonio Pasquali y Armando Cassigoli, comunicación e
información no solo no son sinónimos, sino que pertenecen a esferas
fenomenológicas distintas y, por ende, no es válido utilizarlos indistintamente
como si se refirieran a un mismo fenómeno. Pero hubo otra serie de
revelaciones, más precisas, que son las que nos atañen específicamente.
Llamadas
1Cfr. Victor
Flores Olea (comp.), "Introducción" en La sociedad industrial
contemporánea, Siglo XXI, México, 1976; asimismo, Jules Henry, La
cultura contra el hombre, Siglo XXI, México, 1965.
3
Su doble contradicción
El
primer y más revelador problema al que se enfrentó la ciencia de la
comunicación fue el de la carencia de método, producto de lo que Eliseo
Verón plantea como contradicción entre la demanda política y las condiciones
objetivas de investigación.
En
efecto, muchos de tales estudios, que planteaban teorías y definiciones de la
propaganda política, la publicidad o la mercadotecnia, así como muchos de la
perspectiva "crítica" que denunciaban los intersticios ideológicos y
los modos de penetración cultural a través de la televisión, las historietas,
el cine, etcétera, carecen de ese "pequeño" detalle que, por otra
parte, es el punto clave que diferencia la investigación científica del ensayo,
la poligrafía o los ahora tan de moda "estudios de opinión". En el
mejor de los casos, estas investigaciones estaban precedidas de múltiples
"verdades" o enunciados teóricos ya desarrollados en otras áreas del
conocimiento (por ejemplo: La historia del hombre es la historia de la lucha de
clases) -lo cual no tiene nada de condenable, en tanto no se limite al único
enunciado a "demostrarse" (una vez más) en la investigación- y del
abundante uso de técnicas como la encuesta, las entrevistas de campo, sesiones
de grupo, recopilación documental de datos, estadística, etcétera.
No
obstante, si bien estas técnicas son auxiliares en ciertos tipos de
investigación -científica o no-, no deben confundirse con el término método1
en su sentido científico, ya sea en particular de alguna disciplina (el método
del psicoanálisis o el de la economía política), o en general, del conocimiento
(el de la hermenéutica, el lógico inductivo, el lógico dialéctico, el de la
abstracción, etcétera). Y como señala Humberto Cerroni: "es evidente que
ninguna disciplina puede nacer y crecer sin una obra sistemática de
identificación de su propio objeto y de su propio método"2.
El
objeto, aparentemente, ahí estaba: los medios. Pero no había método y, al
parecer, tampoco había interés por estudiar su formulación, como nos muestra a
título de ejemplo el propio Eliseo Verón3.
La contradicción entre
la demanda práctica (política) y las condiciones de investigación se hace
todavía más clara en el estudio de Mattelart y Dorfman sobre el Pato Donald.
Este trabajo (nosotros añadiríamos: como en la mayoría de los de esta clase) no
sólo se aplica como método el comentario intuitivo e interpretativo del
material -de una manera que es, dicho sea de paso, sumamente dudosa-; el caso
me parece más grave: el problema del método ha desaparecido.
Esta
revelación, pues, condujo a otra: no es que fuera imposible plantear un método
para estudiar científicamente los media, sino que no se requería de un
método específico para dicho estudio.
En
efecto, los medios masivos, en sí mismos, sólo entrañan una sustancialidad
tecnológica. Lo que los hace objeto de interés social es su uso; éste,
como hemos apuntado, está determinado por las condiciones económicas y
sociopolíticas de las formaciones sociales en la que aquéllos emergen. De ahí
se sigue que en lo que en verdad se estudia, desde una perspectiva social, es
su uso económico, político, educativo, psicológico, la estructuración de
mensajes y el régimen legal en el que los medios están circunscritos. Esto
supone proceder desde alguna de estas disciplinas (economía, sociología,
política, pedagogía, psicología, lingüística, semiótica y derecho), ya que
sería absurdo pensar que el estudioso del fenómeno pudiera abarcarlas todas.
En
consecuencia, los estudios de carácter científico, es decir que se
ocupan metodológica y no subjetivamente del problema, que se han realizado en
torno al fenómeno de la comunicación masiva, no han partido de una nueva
realidad que exigiese el planteamiento de una concepción novedosa del
conocimiento, sino desde los ángulos teoricometodológicos particulares del
estudio de cómo se vinculan los medios a los procesos, por ejemplo, económicos,
pedagógicos, políticos, etcétera. Dicho de otra forma, la ciencia de la
comunicación no está determinada sino como convergencia múltiple de diversas
disciplinas. Como plantean los investigadores Lorenzano y Becerra:
La experiencia común de
la mayoría de las facultades, escuelas o departamentos de ciencias de la comunicación,
es que se han constituido como una sumatoria de distintas disciplinas y de
docentes que -al porvenir de formaciones diversas- ponen acento y énfasis en la
que les es propia4.
Esta
revelación planteó la necesidad de redimensionar la idea del estudio de lo
"comunicativo": ¿por qué si está definido el objeto y planteadas las
premisas teóricas del fenómeno, no se puede acceder a un disciplina que
metodológicamente se constituya en ciencia de la comunicación?
La
redimensión implicó cambiar el eje de la problemática de la investigación en
comunicación:
La importancia social
de este fenómeno (los medios masivos) generó la correspondiente estructura
académica de todo el mundo. Esto hizo que se introdujera el espejismo de que se
estaba ante una nueva ciencia social, cuando lo que era propio de la
investigación en comunicación (...), eran los condicionantes teóricos y
metodológicos que se derivaban de la elección de su propio objeto5.
Pero
este planteamiento, lejos de afirmar la objetividad, nos conduce a una nueva
contradicción. En primer término porque, en estricto sentido, aun desde la
perspectiva metodológica de las disciplinas sociales, la relación cognoscitiva
que se puede establecer respecto de los medios no es la de la investigación,
sino la de la explicación.
Los
problemas que entraña el uso de los medios en una estructura o formación social
no son propiamente novedosos, sino variables de las problemáticas
ya establecidas y, ésas sí, en vías de investigación. Los media, en el mejor de
los casos, tienen la función de constatar enunciados elaborados con respecto a
esas problemáticas ya establecidas. Demostrar, por ejemplo, que los medios
acortan el ciclo de la producción de plusvalía o que constituyen aparatos
ideológicos del Estado, ayuda a constatar un hecho propio de un sistema
específico, que ya se había planteado y que es independiente de los medios; la
aparición de éstos no lo revela, es decir, no lo aporta, so pena de
afirmar que la comunicación radica en acortar el ciclo de la producción
de plusvalía o que se constituye como aparato ideológico del Estado.
Lo
que en realidad se hace en este sentido es explicar los medios, no
investigarlos:
El proceso de la
investigación es, en sentido contrario al de la explicación. Ésta va de la
teoría y condiciones iniciales a los fenómenos o problemas; aquélla va de
los problemas a la teoría. En la explicación se trata de resolver un
problema o de explicar un fenómeno. En la investigación se trata de crear o
descubrir una teoría.
El paso de los problemas
novedosos a la teoría novedosa lo vamos a considerar como una
creación o descubrimiento científico. Es más, la creación científica comienza
por el planteamiento del problema novedoso; éste es el que constituye la
dinámica de la investigación científica6.
De
esta manera, señalar que los medios acortan el ciclo de producción de la
plusvalía, o que los mensajes que se trasmiten a través de éstos están cifrados
a partir de la ideología de la clase dominante, que es la que los detenta, no
nos revela nada nuevo: simplemente los pone de manifiesto como
variables del mecanismo de reproducción del poder en el interior de un sistema
dado. Es el sistema el que confiere a los medios un papel determinado y no los
medios los que determinan el sistema.
Por
otra parte, ya que los media sólo pueden estudiarse desde la perspectiva
particular de cada disciplina y de la problemática particular de cada
disciplina, nos enfrentamos ante un problema más: o el fenómeno de la comunicación
-y por tanto su disciplina- sólo puede seer entendido a partir de la suma de
todas las proposiciones posibles que hagan la diferentes ciencias sociales
respecto de los media, o hay una contradicción entre el fenómeno de la
comunicación y su supuesto objeto de estudio. Es decir: éste (los media) no nos
alcanza a revelar la verdadera determinación de lo comunicativo, sea porque la
esconden o porque no la implican.
Examinemos
la primera posibilidad. Si partimos del hecho de que, como señalan Nicol y Cassirer,
la ciencia y sus disciplinas operan con base en la unidad del conocimiento a
través de la determinación de los fenómenos, no podemos dejar dispersas las
proposiciones que se hagan sobre la comunicación a partir de la multiplicidad
de disciplinas que estudian su objeto. Así, para determinar científicamente a
la comunicación, la disciplina, al formalizarla, tendría que desarrollar una
doble tarea de sistematización:
1. Por una parte, ser capaz de englobar en una sola
proposición lógica todas las aproximaciones que hagan las diferentes
disciplinas respecto del uso de los medios y, por ende, las definiciones
conceptuales derivadas de esta aproximación, para superar la imagen fragmentada
del objeto y del fenómeno comunicativo según lo vean y reflejen cada una de
estas disciplinas.
Es
decir, a partir de esta concepción, para llegar a acceder a la forma y
determinación científica del fenómeno, aun como interrelación de diferentes
disciplinas a partir del estudio de los medios masivos, se requiere de una
"legalización" teórica y práctica. Podemos comprender el carácter de
esta tarea parafraseando a Ramón Xirau al estudiar la interpretación que hace
Zemach del escepticismo en Wittgenstein:
Tal proposición
(formal) no puede alcanzarse mediante la imposible tarea de enunciar todos
los hechos; no puede tampoco alcanzarse enumerando todas las funciones
existentes ya que ésta sería también una tarea imposible, por infinita. La
única manera de alcanzar semejante proposición consistiría en dar una ley
formal de todas las proposiciones posibles7.
Sin
embargo, una tarea de estas dimensiones y de esta naturaleza escaparía a las
posibilidades tanto de las ciencias de la comunicación como a las de cualquier
disciplina particular, ya que se inscribe dentro del terreno de la filosofía de
la ciencia en general y, específicamente, de la teoría del conocimiento en sus
áreas de lógica y epistemología.
Así,
la ciencia de la comunicación sólo existiría de facto y no de juris, hasta
en tanto las diferentes corrientes filosóficas de la teoría del conocimiento no
procedieran a la labor de unificación sistemática de todas las proposiciones
posibles en torno al fenómeno de lo comunicativo, del que participan las
disciplinas anteriormente mencionadas.
Ahora
bien, seguramente se replicará que esa "ley formal" ya existe,
justamente en el modelo paradigmático que propone Lasswell y que ha sido
acondicionado por diferentes teóricos. Pero al examinarse desde esta
perspectiva, el modelo paradigmático referido presenta dos dificultades
epistemológicas: solo se trata de un modelo paradgmático fenomenológico, no
metodológico, como pudo aclararse anteriormente. Y de él no puede derivarse una
proposición metodológica precisamente por la vastedad de formalización
fenomenológica que éste implica.
En
efecto, al llevarlo a sus últimas consecuencias, este modelo paradigmático nos
revela un fenómeno tan general que la determinación en una sola
disciplina, o bien en todas las disciplinas implicadas en él, nos
conduciría a un estudio tan vasto, a lo largo y ancho de la cartografía teórica
y la aplicación práctica, que estaríamos hablando de un verdadero Leviatán
científico, de una ciencia de las ciencias, o del estudio de todas las ciencias
capaz de abarcar todos los problemas sobre el vértice de un solo fenómeno: la comunicación.
Esto,
que podría parecer una trampa producto tan sólo del juego de palabras tiene,
sin embargo, su dejo de realidad. Bástenos el ejemplo de un entusiasta teórico
que, a partir del paradigma comunicativo, señala: "La comunicación es el
marco teórico y práctico para investigar, planificar y realizar los procesos de
la vida contemporánea: sociales, culturales, cívicos, económicos, políticos y
militares. Nada sucede al margen de la comunicación social"8.
A
lo que, no sin justificadísima razón, responde el investigador Carlos
Villagrán: "De acuerdo con esto, una ciencia que se dedique a estudiar la
comunicación tiene por delante una tarea tan gigantesca que habría amedrentado,
sin duda, a los más grandes filósofos del pasado. El propio Hegel habría retrocedido
atemorizado ante tamaña responsabilidad"9.
El
problema tampoco se resuelve acudiendo a la "esfera práctica" de la
disciplina: el periodismo, la producción de radio, televisión, cinematografía,
la realización de campañas y estrategias publicitarias, de propaganda política,
de orientación social, etcétera.
En
primer término, porque en tanto que actividades prácticas suponen ya una
definición determinada del fenómeno, es decir, actúan sobre la base de que éste
ya está determinado como la trasmisión-recepción de mensajes entre dos polos
(emisor y receptor), a través de un medio.
En
segundo lugar, porque estas disciplinas, si bien articuladas en el espacio
académico de las "ciencias de la comunicación", son, en términos
reales, independientes de este espacio. Dicho de otra manera, no se
requiere estudiar ciencia de la comunicación para ejercer el periodismo, la
televisión o la publicidad, así como no fue necesario para que éstos
aparecieran como tales. Más aún: cada rama implica un grado de
especialización profesional único. No se puede ser simultáneamente
fotógrafo, editor, publicista, periodista y mercadólogo. Estudiarlas desde el
espacio académico de la ciencia de la comunicación resulta contradictorio
porque sólo se alcanzan a ver características generales e introductorias de
cada una.
Y
en tercer lugar, porque su quehacer no requiere de un criterio de cientificidad
ni tampoco lo implica. Nos explicamos: Todo quehacer científico exige, además
de un trabajo metodológico formal, una conceptualización y una semántica
particulares. Partamos, con Ferrater Mora, de una definición de éstas:
Los conceptos a los que
me refiero (...) conciernen a las cuestiones que se plantean si se usan
términos con pretensión referencial, si se emplean expresiones que aspiran a tener
un carácter representativo o construcciones que pueden servir de modelo (...).
Esto explica por qué tanto en ciencia como en filosofía resulta fundamental
aclarar si se adoptan, por ejemplo, posiciones realistas o convencionalistas,
pragmatistas o heurísticas, y aducir las razones pertinentes en defensa de
alguna de éstas, u otras, posiciones.
Desde este ángulo cabe
decir que no hay ciencia, o en todo caso, teoría científica razonablemente bien
desarrollada, sin alguna semántica subyacente, la cual es de naturaleza
"filosófica" en cuanto por lo menos que constituye un campo en el
cual han tenido lugar tradicionalmente los debates filosóficos, especialmente
los de naturaleza ontológica, metafísica y epistemológica10.
La
cita es importante porque nos revela, por una parte, dos características
inaplicables a la esfera práctica de las ciencias de la comunicación. Es decir:
producir un programa de televisión, una película, emitir boletines de prensa,
escribir un reportaje, llevar a cabo o planear una campaña, etcétera, no son
actividades que requieran de este tipo de conceptualización o que se guíen por
una semántica como las descritas anteriormente. Tampoco son actividades que
requieran de un trabajo metódico en el sentido científico: no hay ningún método
particular que nos revele que siempre que sigamos tales pasos obtendremos el
mismo reportaje, o el éxito de tal campaña o mensaje aun cuando algunas de
estas actividades requieran echar mano de las técnicas auxiliares de investigación
descritas anteriormente.
Con
esto no queremos decir que estas actividades no tengan validez, sino que su
validez no radica en el criterio de cientificidad, justo porque no lo
requieren, de la misma manera que para pilotear un avión no se necesita ser
fisicomatemático especializado en aerodinámica, o para escribir literatura o
periodismo se deba ser un lingüista o filólogo consumado.
La
cita que acabamos de plantear también nos resulta importante porque establece
ya una primera serie de parámetros que nos permiten sujetar a consideración la
validez del modelo paradigmático por el cual se ha definido el fenómeno y la
ciencia de la comunicación. Cabe entonces llegar a una primera conclusión en el
siguiente sentido: si bien el conocimiento y el quehacer científico no son los
únicos conocimientos o quehaceres válidos, ni son la única forma de
conocimiento o quehacer, una disciplina que se quiera científica y la
determinación científica de un fenómeno sí están sujetas a un conjunto de
consideraciones y observaciones que no pueden nacer de la improvisación, limitarse
a las suposiciones, ni establecerse a partir de un criterio de inmediatez
puramente práctica.
No
es otro el sentido de la proposición de Hegel en su Introducción a la
estética: toda ciencia es una ciencia de lo necesario, no de lo accidental. Así
pues, podemos decir que en su estado actual de (in)conformación, la o las
ciencias de la comunicación plantean, paradójicamente, su propia negación en un
doble sentido:
1. No son sino una introducción general a todas las
disciplinas sociales, a partir de un problema particular, lo que eventualmente
obliga al estudioso a limitarse a la esfera práctica (para la que no requiere
una formación científica) o a seguir otra formación luego de estudiar
ciencia de la comunicación (es decir, sólo adquieren un estatuto de
introducción a las ciencias sociales).
Llamadas
1Cfr. Madeleine
Grawitz, Métodos y técnicas de las ciencias sociales, Hispano Europea,
Barcelona, 1975, págs. 284-290.
2Citado por De la Garza, Luis Alberto, "Del
historicismo y los historicistas", en Revista de la Universidad de
México, UNAM, mayo de 1980, pág. 28.
3Cit. por Héctor Schmuchler, "La investigación
sobre comunicación masiva", Comunicación y cultura, Galerna, Núm.
4, Argentina, 1975, pág. 7.
4Susana Becerra y
Luis Lorenzano, op. cit., pág. 103.
5Miguel de Moragas, op.
cit., pág. 41.
6Alberto García Lozano, "Ciencias y
filosofía", en La filosofía y la ciencia en nuestros días, Grijalbo,
Colec. Teoría y Praxis, Núm. 23, México, 1976, págs. 60-61.
7Cit. por Ramón
Xirau, Palabra y silencio, Siglo XXI, México, pág. 83.
8Carlos Villagrán, "Los problemas de la
ideología y la ciencia de la comunicación", en Revista mexicana de
ciencias políticas y sociales, pág. 78.
9Ibíd.
10José Ferrater Mora, "La filosofía entre la
ciencia y la ideología", La filosofía y la ciencia en nuestros días,
op. cit., pág. 50.
SEGUNDA PARTE
Sobre el falso
planteamiento del problema
de la comunicación
Toda Cultura, en cierto estadio de
su desarrollo, advierte que sus
riquezas, organizaciones y
representaciones pueden no ser las
mejores; deben afrontar entonces
un hecho brutal: existen, por
debajo de los ordenamientos y
leyes que la componen, un orden
de cosas silencioso, una región
oscura de la realidad, un mundo
subyacente, macizo y primario, que
importa liberar en su ser mismo y
en las modalidades de su ser.
Se comprende, así, que más allá
del lenguaje de un periodo
histórico, más allá de las
clasificaciones provisionales de
determinada ciencia (...), hay un
ordenamiento profundo, el código
básico de una cultura, una
configuración global que ofrece
fundamentos ciertos a los
conocimientos.
Maurice Corvez
4
Las posibilidades de la divergencia
Las
dos contradicciones en las que se revela la indemostrabilidad lógica y
metodológica de la existencia de la ciencia de la comunicación (la demanda
práctica, falta de método; la indeterminabilidad del fenómeno a partir del
objeto), nos colocan ante una nueva aproximación al problema. Esta nueva
aproximación nos exige aceptar la posibilidad de una divergencia respecto de la
lógica tradicional implícita en los presupuestos, tanto de la teoría como del
modo de objetivación del fenómeno comunicativo, a través de un
"rodeo" que nos lleve al contexto gnoseológico particular en el que
ésta se da.
Para
entender el sentido de esta posibilidad de divergir, proponemos trazar una
analogía -sólo a manera de ejemplo- con otro problema aparentemente paradójico,
éste formulado dentro de los márgenes de la geometría elemental: la
irresolución de la cuadratura del círculo. Este viejo problema implica adoptar
dos posiciones: o aceptamos efectivamente que el problema es irresoluble, o
bien, aceptamos que su resolución no puede darse a partir del mismo criterio
lógico teórico que llevó a su planteamiento.
Si
nos mantenemos dentro de los márgenes de una óptica puramente
"racional", parecería que en verdad estamos ante una
imposibilidad, ante un límite infranqueable para "la lógica". ¿Pero
realmente se trata de un límite lógico? Si por el contrario, no aceptamos que
esta concepción lógica particular agote las posibilidades de todo
enfoque lógico, entonces, como señala Gastón Bachellard: "Esta
imposibilidad demuestra, pura y simplemente, que el problema de la cuadratura
del círculo está mal planteado, que los datos de la geometría elemental no
bastan para darnos la solución, que la palabra cuadratura implica ya un método
viciado de solución"1.
El
trazo de esta analogía nos resulta importante porque abre una nueva perspectiva
al problema, que podríamos formular de la siguiente manera: la
indemostrabilidad de la existencia de la ciencia de la comunicación no
demuestra su inexistencia. Dicho de otra forma, el hecho de que hasta la
actualidad no se haya logrado una propuesta sistemática y congruente de la
ciencia de la comunicación como un espacio vital y específicamente inserto
dentro del marco de disciplinas que conforman la categoría del conocimiento
científico de lo social, no necesariamente es indicio de una imposibilidad
gnoseológica congénita al fenómeno, ni que éste se exprese o manifieste a
través de un objeto (los media) cuyas características implican que sólo puede
ser aprehendido desde una perspectiva "interdisciplinaria" o terminal.
¿Qué objeto de estudio, a fin de cuentas, no está sujeto a una operación
de esta naturaleza? Por otra parte, la validez de esta generalización no nos
releva de la necesidad epistemológica de abstraer el fenómeno, ya que metodológicamente
no habría otra forma para entender su sustancialidad respecto de la de
otros fenómenos y, por ende, de definirlo en su interrelación con éstos y
acceder así a su estudio interdisciplinario.
Si
partimos del hecho de que "la investigación cientificopráctica no puede
divorciarse del componente teórico", es decir, si "no hay teorías por
un lado y hechos, u observaciones empíricas por otro"2,
entonces la problemática formal de la disciplina que hemos expuesto no puede
ser indiferente a los supuestos teóricos que le dieron inicio: a la
inexactitud e indefinición que presenta la estructura formal de la disciplina
no puede sino corresponder una inexactitud e indefinición en sus principio
teórico-conceptuales.
Dicho
de otra manera y retomando el trazo analógico con el problema de la cuadratura
del círculo, el problema de la ciencia de la comunicación y de su indeterminación
fenomenológica revela que el concepto de comunicación está mal
planteado, que los datos o referentes objetivos a partir de los cuales se
ha propuesto su teorización no bastan para aprehender su determinación específica,
que la palabra medio implica ya un método viciado de objetivización.
Estas
afirmaciones sólo podrán corroborarse, o invalidarse, en el análisis concreto
de los presupuestos epistemológicos originales en los que se funda la
definición y esquematización de lo comunicativo. La pregunta por la ciencia de
la comunicación, entonces, se nos revela en su dimensión más compleja y
profunda cuando la asumimos como pregunta por el conocimiento y, más específicamente,
por los fundamentos lógicos que permiten determinar la validez, o al menos la
pertinencia, de una determinada estructura cognoscitiva, así como su
trascendencia en relación con la esfera problemática dentro de la cual está
comprometida y, por consiguiente, sus verdaderas posibilidades para aportar una
comprensión y aprehensión objetivas (es decir, científicas) de una realidad que
se construye, modifica y transforma, en su conjunto, socialmente.
Llamadas
1Gastón Bachellard, Epistemología,
Anagrama, Barcelona, 1971, pág. 28.
2Max Wartofsky, "La historia y la filosofía de
la ciencia desde el punto de vista de una epistemología histórica", La
filosofía y la ciencia en nuestros días, pág. 240.
5
La razón instrumental: contexto de la
teoría y ciencia de la comunicación
Entender
la inmanencia entre el fenómeno "comunicación" y el objeto
"medio" en general, y su silogización particular como
"comunicación de masas-medios masivos", derivada de un mismo esquema
paradigmático, exige que echemos un vistazo -así sea someramente- a las bases
gnoseológicas en las que aquélla se sustenta, para pasar posteriormente a su
cuestionamiento.
Hemos
señalado ya que el surgimiento de la teoría y ciencia de la comunicación se dan
a partir de mediados de la década de los veinte del presente siglo, en un
momento en que la producción industrial y la tecnología se instauran como base
fundamental del desarrollo económico. Esta forma particular del desarrollo,
inicialmente capitalista, conlleva aparejada una concepción del conocimiento
científico, que se explica dentro de los siguientes contextos:
1. El surgimiento de la física moderna y el éxito
inicial del razonamiento matemático que tuvo lugar en los descubrimientos de la
teoría cuántica y la teoría de la relatividad.
Es
muy importante subrayar esto porque, si bien en algunos estudios teóricos de la
disciplina durante los años sesenta se menciona que lo comunicativo estaba ya
presente en los antiguos textos vedas sobre el verbo y la palabra, en ciertas
lecturas de la Biblia y los evangelios, o aun estaba implícita en análisis
general del discurso que planteó Aristóteles en su Retórica, en los
hechos no podemos hablar de un trabajo formal de sistematización teórica conceptual
y de un espacio específicamente denominado "ciencias de la
comunicación", sino hasta muy recientemente, es decir, desde la segunda
década de este siglo y dentro del contexto muy específico del racionalismo
tecnológico.
¿Qué
entendemos por racionalismo tecnológico? La transformación que ha operado la
tecnología en la industria, y a su vez ésta en aquélla, es de tal magnitud que
aun con fines distintos, pero las más de las veces con fines muy similares, se
ha instituido ya en el motor dominante de todo desarrollo y toda política, lo
mismo en las potencias "occidentales" que en las del
"este".
Sin
embargo, esta transformación no se ha limitado al plano puramente productivo en
un sentido económico, sino que ha significado una verdadera
"reconversión" (término tan de moda últimamente) en todas las esferas
prácticas del sujeto, es decir, conlleva en y a partir de sí misma una nueva
"cosmovisión", una nueva forma de ver o entender al mundo y a los
sujetos. Esta transformación y esta reconversión exigen, pues, una forma
particular de racionalización sobre sus efectos y sus dimensiones, que
adquiere un carácter dominante, entendida como razón instrumental.
Como
hipótesis por comprobar en otro texto, podría trazarse un cuadro analógico en
el que este tipo de racionalidades dominantes ha sido un fenómeno típico, por
lo menos en Occidente, desde la Edad Media: la escolástica teocéntrica
prerrenacentista, la ilustración o enciclopedismo racional dieciochesco, el
determinismo organicista decimonónico (base del positivismo) y el racionalismo
tecnológico, o razón instrumental, contemporáneo.
También
como hipótesis por comprobar, podría argüirse que éstas se instituyen con base
en aquella disciplina científica o razonamiento más desarrollado en un
momento histórico determinado y que, convirtiéndose en "faro y
juez" de toda posible forma de conocimiento, pasa a formar parte del
sistema de representaciones que tienen la función de legitimar o justificar una
estructura socioeconómica y política dominante, a pesar de las contradicciones
y penurias que ésta entraña respecto de las relaciones sociales en su conjunto2.
En
este sentido, por razón instrumental (o subjetiva) entendemos:
...la razón típica de
la racionalidad cientificotécnica. Responde a la pregunta por los medios
adecuados para lograr un fin determinado, pero no se interroga acerca de este
fin (esto sería objeto de la razón objetiva o valorativa): (es una)
racionalidad orientada a los medios (...). En lo que se insiste desde Weber es
en el creciente dominio de la racionalidad de los medios o instrumentos en la
sociedad industrial contemporánea3.
La
razón instrumental se explica, pues, como orientación-reorientación de todas
las esferas prácticas sociales hacia el proceso de tecnologización, subsumiendo
incluso las posibilidades de la producción científica a un cuadro de valores
dominado esencialmente por lo utilitario y lo pragmático:
Si trazamos un cuadro
general de la filosofía contemporánea, nos sorprenderá el poco espacio que
ocupa en él la filosofía de las ciencias. De un modo más general, las
filosofías del conocimiento parecen estar hoy día en desgracia. Los
esfuerzos del saber parecen impregnados de utilitarismo; los conceptos
científicos, tan acordes, están considerados como simples valores de
utensilidad4.
Es
tan imperante la necesidad de centrar todos los esfuerzos racionales -políticos,
económicos, pedagógicos y científicos- en la producción tecnologicoindustrial,
que ésta acaba por convertirse en exigencia esencial por sí misma que,
al deslumbrarnos con sus productos "maravillosos", termina por
justificar incluso las peores atrocidades en aras del "progreso", y
por determinar los marcos y el sentido de toda actividad, colocando en un
segundo plano, e incluso desvirtuando, toda actividad que no responda a su
interés.
En
este sentido, cuando la producción tecnológica industrial entra en
contradicción con los fines racionales a los que debiera servir, instituyéndose
como única forma posible de racionalidad, o al menos, como única forma válida
de racionalidad, se convierte en irracional, cuando menos en dos
sentidos fundamentales.
Con
respecto a la estructura social en la que se sustenta, y a la que debiera
promover a un plano más justo y humano:
El
progreso tecnológico entra en contradicción con esos fines últimos en cuanto
que significa:
1. Incremento del desempleo y la miseria entre la
población creciente excluida del proceso de producción.
Vemos, pues, que la
racionalidad tecnológica en todos estos casos se vuelve irracional, y tanto más
cuanto más racional, más eficientemente se persiguen estos fines irracionales
(...). Nos encontramos así con la paradoja de que a la racionalidad tecnológica
más perfecta corresponde a su vez la más perfecta y total irracionalidad5.
Lo
anterior, explica Adolfo Sánchez Vázquez, genera una cosmovisión en la que lo
tecnológico adquiere un carácter de sustancia propia, autónomo, es decir, fetichizado
dentro de una lógica determinista-mecanicista. Posteriormente veremos la
importancia que revisten estos dos conceptos en la formulación teórica y el
proceso de objetivización del fenómeno comunicativo como inmanente a los medios.
El
segundo sentido de su carácter irracional aparece en cuanto que compromete
dentro de esta aventura, dentro de estos parámetros, la propia producción
científica, tanto en su sentido teleológico como en sus posibilidades
creativas. No es casual que el mayor presupuesto, a nivel mundial, dedicado
a la investigación científica esté específicamente orientado a las llamadas
ciencias exactas (luego se verá la relatividad de este término) y, en concreto,
a la investigación bélica nuclear y bélica espacial, o bien para la preparación
de cuadros administrativos industrial o burocráticamente.
Pero
no es sólo la producción científica como tal la que queda comprometida,
sino, como señala Max Wartofsky, el sentido mismo de la cientificidad:
Pese a que el horizonte
de posibilidades prácticas de investigación experimental es menos amplio que el
horizonte de la investigación científica, el nivel de la tecnología
científica e industrial establece ciertas restricciones prácticas sobre lo que
cuenta como marcos de problema y solución en la ciencia6.
Este
proceso, que podemos llamar de contracción pragmática, afecta en
diferentes niveles la idea de ciencia, objeto, método, investigación,
verificación y fundamentos, adecuándolos en cada caso a aquellos parámetros que
coinciden con las necesidades particulares que supone la misma racionalidad
tecnológica en sí.
Ahora
bien, si a través de la contracción pragmática las que solemos llamar
"ciencias naturales y exactas" se han visto afectadas en su teleología,
supeditándose a intereses hegemonicomilitares o industriales, las que también
solemos llamar "ciencias sociales" no han permanecido indiferentes a
esta contracción.
Desde
la anulación de la validez de la historia, no sólo como sustrato necesario
previo a la construcción y determinación de sus objetos de estudio, sino
también como el espacio verdaderamente objetivo para formular sus posibilidades
de comprobación y verificación, hasta el limitar los objetos a la configuración
particular de la sociedad contemporánea (como si ésta se autogenerara de golpe
a sí misma), el conocimiento científico de lo social aparece cosificado, como
un conjunto de ciencias determinadas por estamentos que dividen y limitan
fronteras sobre la base de representaciones inmediatas, aun cuando no alcancen -ni
se preocupen por alcanzar- la determinación objetiva de los fenómenos, o bien
la den por agotada -como la ciencia de la comunicación- en las cosas tal y como
se presentan o en su sustitución por analogías mecaniconaturales. Wright Mills
afirma:
Entre las consignas
usadas por diversidad de escuelas de ciencia social, ninguna es tan frecuente
como: El objeto de la ciencia social es la predicción y el control de la
conducta humana. Hoy se oye en algunos medios hablar mucho de "ingeniería
humana", frase indefinida que a menudo se toma equivocadamente por un
objetivo claro y manifiesto. Se le cree claro y manifiesto porque descansa
sobre una analogía no discutida entre "dominio de la naturaleza" y
"dominio de la sociedad". Y quienes habitualmente usan estas frases,
probablemente figuran entre los más apasionados interesados en "convertir
los estudios sociales en verdaderas ciencias" y que consideran su trabajo
políticamente neutral y sin significación moral.
Suponen que ellos
van a hacer con la sociedad lo que creen que los físicos han hecho con la
naturaleza. Toda su filosofía política está contenida en la sencilla opinión
con que si empleasen "para controlar la conducta social" los métodos
científicos con que el hombre ha llegado a dominar el átomo, se resolverían
pronto los problemas de la humanidad7.
Llegamos,
con esto, al final de nuestra contextualización. Debemos recalcar que, a
diferencia de otras disciplinas sociales, el intento de la ciencia y la teoría
de la comunicación carecen de antecedentes previos al racionalismo tecnológico:
nacen dentro de él y con él, es decir, están plenamente configuradas a partir
de los parámetros de esta lógica que hemos intentado sintetizar.
Lamadas
1Max Wartofsky, op.
cit., pág. 242.
2La definición, en efecto, se inscribe dentro de los
márgenes de lo que en el marxismo se entiende por ideología. Cfr. Françoise
Chatelet, Historia de las ideologías, Premiá, México.
3José María Maradones y Nicolás Ursúa, Filosofía
de las ciencias humanas y sociales, Fontamara, México, s.f., pág. 252.
4Gastón
Bachellard, op. cit., pág. 19.
5Adolfo Sánchez Vázquez, "Racionalismo
tecnológico, ideología y política", en Dialéctica, Núm. 13, junio
de 1983, UAP, México, pág. 19.
6Max Wartofsky, op.
cit., pág. 240.
7C. Wright Mills, La
imaginación sociológica, FCE, México, 1969, págs. 128-129.
7
El pensamiento objetivo como
premisa epistemológica
Premisas generales
Podría
pensarse que a lo largo de nuestra argumentación hemos buscado aquellas
premisas fundamentales que nos permitirían configurar la "ciencia" de
la comunicación como una estructura perfectamente delimitada y con fronteras
infranqueables para otras disciplinas. Por el contrario, de acuerdo con Alberto
García Lozano:
Nos pronunciamos en
contra de la tesis esencialista de dividir el conocimiento en diferentes
disciplinas de acuerdo con las cosas o esencias que están reflejando. Si
queremos establecer diferencias dentro del conocimiento científico, éstas se
tienen que establecer a partir de los problemas que la investigación científica
trata de resolver1.
Lo
que nosotros sostenemos es que el problema actual en la configuración de
los estudios sobre comunicación no es un conflicto de límites o fronteras, sino
de métodos, este conflicto es producto de una incorrecta objetivación
del fenómeno.
La
idea o el término de disciplina lo entendemos como el conjunto de
investigaciones (y no sólo de explicaciones, diferencia que quedó acotada en la
primera parte) que se realizan sobre un grupo de problemas que, en términos de
abstracción, expresan un fenómeno (y no sólo una circunstancia
históricamente limitada), el cual está objetivizado como una forma concreta del
pensar científico, es decir, deviene un momento particular del
proceso general del conocimiento científico. Pero la investigación de un
problema requiere de un adecuado planteamiento del mismo. Este planteamiento o,
más verídicamente, la manera de hacer este planteamiento supone una concepción
del conocimiento derivada de una determinada teoría del ser y de la realidad.
El más elemental
conocimiento sensible no deriva, en ningún caso, de una percepción pasiva, sino
de la actividad perceptiva (...). Toda teoría del conocimiento se basa -implícita
o explícitamente- en una determinada teoría de la realidad, y presupone cierta
concepción de la realidad misma2.
La
realidad y el planteamiento de los problemas no pueden derivarse de un aspecto
particular de la modernidad ni de la suma de trabajos de investigación (es
decir, de las diferentes disciplinas) que lo estudian. Si bien los datos y
resultados de estas investigaciones constituyen elementos fundamentales de
corroboración o rectificación sobre ese particular, la actividad teórica sobre
las posibilidades del conocer y el pensar en general son, y han sido, una labor
específica de la filosofía de la ciencia como actividad científica, y ha sido
más bien ésta la que hace factible el desarrollo de aquéllos:
Todos los grandes
sistemas que han aparecido en la historia han sido, en efecto, filosofías de la
ciencia; todos han procurado proporcionar al conjunto de ciencias positivas el
fundamento universal que ninguna de ellas podría encontrar en su dominio
particular3.
Cuando
la investigación científica en cualquier campo se desliga de la filosofía del
conocimiento, pretendiendo instaurar su metodología particular como
fundamento universal de todo conocimiento (caso del positivismo fisicalista
o del marxismo economicista), termina por dogmatizarse. Así, aun las
investigaciones que parten de una misma cosmovisión, de una misma filosofía del
conocimiento, requieren un trato particular y una conceptualización específica
de acuerdo con el proceso mental de objetivización de los fenómenos, ya
que no todos los fenómenos pueden circunscribirse en una sola determinación
(por ejemplo, lo económico), y aun los que están circunscritos en una
determinación similar, no necesariamente se manifiestan de igual forma.
En
términos generales esto queda bastante claro si atendemos a un principio básico
del conocimiento contemporáneo:
En el mundo no hay más
que materia en movimiento y el movimiento de la materia reviste necesariamente
formas determinadas. Al abordar una forma dada del movimiento de la materia,
debemos tomar en consideración lo que tiene en común con otras formas del
movimiento. Pero aquello que encierra especial importancia, pues sirve
de base a nuestro conocimiento de una cosa, es atender a lo que esa forma del
movimiento tiene de particular, o sea, a lo que la distingue
cualitativamente de otras formas del movimiento. Esto ocurre no sólo en la
naturaleza, sino también en los fenómenos de la sociedad y del pensamiento. Todas
las formas sociales y todas las formas del pensamiento tienen, cada una, su
propia contradicción particular y su esencia particular4.
En
este sentido es de importancia capital entender que lo que solemos llamar, no
sin cierta holgura, "ciencias" sociales, no constituyen campos
efectivamente separados unos de otros, como si la realidad estuviera
constituida por sectores (económicos, políticos, sociales, etcétera) claramente
delimitados, sino que se refieren a diferentes procesos teórico-metodológicos
que nos van permitiendo captar momentos específicos, particulares, de cómo se manifiesta
la realidad social en su conjunto. También en este sentido resulta importante
entender, o en todo caso reafirmar, que no hay un solo método válido para
explicar todos los fenómenos ni que cualquier método valga para cualquier
problema. Y esto es tanto en el conocimiento científico de lo social como en el
de lo natural, es decir, es válido para el conocimiento científico en general.
Existen diferentes
métodos y cada método está ligado a una materia y un objeto de estudio. Echando
mano del método deductivo, por ejemplo, no se puede hacer biología. Los
conocimientos biológicos se descubren gracias a un método empírico y casi
siempre experimental. A su vez, dicho método empírico y experimental es
impropio para explorar (...) la matemática. Las leyes del círculo, verbi
gratia, se han captado por otra vía metódica diversa de la que ponen en
práctica las ciencias experimentales5.
Y
ya en este terreno, también conviene hacer un esclarecimiento sobre los
conceptos de "rigor", "exactitud", "cantidad" y
"calidad" que harían más o menos científicas a las investigaciones
sobre lo social:
Es incorrecto reservar
la exactitud para las ciencias popularmente llamadas exactas, es decir, las
logicomatemáticas y las que emplean el método matemático de representación simbólica.
La exactitud, como ideal del conocimiento, la persiguen por igual todas las
ciencias. También todas son rigurosas, pues el rigor cualifica los procedimientos
de la investigación. La exactitud, en cambio, cualifica los resultados de
esa investigación. El error habitual (...) es el de querer equipar a la
exactitud con la cuantificación. Hay una exactitud cualitativa, aparte
de la exactitud cuantitativa, aunque no en nivel inferior a ésta: cada
una es específica. (Así,) Si alguna distinción de grado pudiera establecerse
entre la exactitud cualitativa y la exactitud cuantitativa, quedaría realzada
más bien la seguridad y firmeza de la cualitativa. El profano siempre queda
sorprendido ante la noticia de que las ciencias cuantitativas son
irremediablemente inexactas. Pero los cultivadores de esas ciencias que emplean
el método matemático saben muy bien que ellas son exactas por su formalismo,
mientras que las mediaciones que representa ese formalismo son meramente
aproximativas. De suerte que, en física sobre todo, hay siempre un hiato, un
margen de inexactitud, no en la relación formal de unos símbolos con otros en
las ecuaciones, sino entre esos símbolos y los valores reales6.
Es
por esto que no podemos partir ni de las conceptualizaciones propias del conocimiento
concreto de los fenómenos mecaniconaturales, ni de las formalidades
metodológicas particulares específicas del estudio de lo económico o lo
político. Los fenómenos, su aprehensión y el conocimiento de ellos no opera en
un sólo plano, ni es reducible a una sustancia única e inmutable. De lo que se
trata, entonces, no es de "inventar" una ciencia de la comunicación diferente
de las otras ciencias, sino que a partir de un conjunto de premisas del
conocimiento científico en general, acceder objetivamente, es decir,
científicamente, al estudio de la comunicación.
Sin
caer en ese denso territorio de las etiquetaciones, de los "ismos", a
lo largo de este trabajo hemos operado implícitamente con base en un principio
que ahora explicamos: el de la ruptura con el empirismo y, más específicamente,
con lo que podemos denominar realismo ingenuo. Este principio es el que
establece las posibilidades de un conocer científico en la objetivación del
pensamiento. Esto es, nos ubicamos dentro de una posición de la teoría del
conocimiento que sostiene que las posibilidades de aprehensión y estudio
objetivo, es decir, científico, de los fenómenos, así como el consecuente
desarrollo de un trabajo metodológico, no están dados como tales en la
realidad, en las cosas, ni "como cosas", sino que es a partir de una
determinada forma de pensar del sujeto cognoscente como éste puede
comprender -al comprenderse a sí mismo- la realidad, ya que él mismo es el
productor, o al menos parte de ésta.
Este
principio, como posibilidad del conocimiento científico, como proceso iniciado
y realizado en el pensar mismo, se traduce en que la objetivación no
consiste en adecuar el pensamiento a las diferentes manifestaciones de la
realidad inmediata, de modo que cada una contenga una verdad en sí misma
diferente a las otras, sino una propiedad del sujeto pensante y, más
verídicamente, del sujeto metodológico pensante:
La objetividad, como
requerimiento de toda ciencia, es una propiedad del pensamiento, no de
la percepción. La percepción en que se funda el mito también es
objetiva, lo que no es objetivo es el pensamiento mitológico (...). La ausencia
de vigilancia crítica en la razón es la que distingue el conocimiento
precientífico del científico; el pensamiento en el mito y la doxa
vulgar, del pensamiento metódico en la rigurosa episteme. Toda la
diferencia está en el método (...). La metodología es la acción crítica que el
logos ejerce sobre sí misma: es la lógica7.
Si
bien puede variar en cuanto a su forma, este principio es común a los
grandes sistemas de la filosofía y de la teoría del conocimiento en general y,
particularmente desde ciertos pensadores del Renacimiento (por ejemplo, J. B.
Vico), a la filosofía y la teoría del conocimiento científico de lo social.
Luego
de citar a Saussure ("el punto de vista crea el objeto"), Pierre
Bourdieu et alii señalan:
...una ciencia no
podría definirse por un sector de lo real que le correspondería como propio.
Como lo señala Marx, "la totalidad concreta, como totalidad del
pensamiento, como un concreto del pensamiento es, in face, un producto
del pensamiento y de la concepción (...). El todo, tal como aparece en la
mente, como todo del pensamiento, es un producto de la mente que piensa y que
se apropia del mundo del único modo posible (...)". Es el mismo principio
metodológico, instrumento de la ruptura con el realismo ingenuo, que formula
Max Weber: "No son las relaciones reales entre cosas lo que
constituye el principio de delimitación de los diferentes campos científicos,
sino las relaciones conceptuales entre problemas. Sólo allí donde se aplica
un método nuevo a nuevos problemas y, por lo tanto, donde se descubren
nuevas perspectivas, nace una (ciencia) nueva".
Más
adelante, Bourdieu señala:
Incluso si las ciencias
físicas permiten a veces la división en subunidades determinadas, como la
selenografía o la oceanografía, por la yuxtaposición de diversas disciplinas
referidas a un mismo sector de lo real, es sólo con fines pragmáticos: la
investigación científica se organiza de hecho en torno de objetos construidos
que no tienen nada en común con aquellas unidades delimitadas por la percepción
ingenua.
Y
finaliza, acudiendo al propio Durkheim:
El segundo prefacio de Las
Reglas dice claramente que se trata de precisar una actitud mental y no de
asignar al objeto un status ontológico (...) nada se opone más a las
evidencias del sentido común que la diferencia entre objeto "real",
preconstruido por la percepción y objeto científico, como sistema de
relaciones expresamente construido8.
Desde
otro ángulo, Gastón Bachellard señala:
Efectivamente es
erróneo querer ver en lo real la razón determinante de la objetividad,
cuando en la realidad sólo se puede aportar la prueba de una
objetivación correcta (...). Creemos, pues, que es mejor no hablar de una
objetivación de lo real, sino de la objetivación de un pensamiento en busca
de lo real. La primera expresión conduce a una metafísica, la segunda es
más susceptible de seguir el esfuerzo científico de un pensamiento9.
De
aquí entonces que no podamos aceptar como objeto de estudio una evidencia
inmediata que nos ofrece la modernidad: los medios o el manejo de mensajes como
cosas en sí. El objeto de estudio de la comunicación y su definición tienen que
construirse: no son algo que ya esté dado como tal, es algo a lo que
queremos llegar.
Premisas particulares
Acceder
al planteamiento del problema de la comunicación implica una determinada manera
de entender la realidad o, en todo caso, de los diferentes modos de aproximarse
a lo real.
La
realidad, lo real, es en principio todo. Pero entender la realidad no presupone
entenderlo todo, sino el todo, la totalidad. La idea de totalidad que deviene
realidad cognoscible y, dialécticamente (del griego dialectiké: a través
del logos), totalidad en el pensamiento, como producto del pensamiento, la
desarrollaron originalmente, por lo menos dentro del pensamiento occidental,
los griegos.
Heráclito
propone: "El mundo es uno; ensamblados lo entero y lo no entero, lo
concordante y lo discordante, lo consonante y lo disonante; y de todo uno y de
uno todo"; por lo que Anaxágoras señala: "Y siendo esto así, hay que
opinar que todas las cosas están en el todo (pues) no están separadas unas de
otras las cosas que pertenecen a un solo mundo"; a lo que Parménides
acota: "Lo mismo es el pensar que lo pensado; (...) no encontrarás el pensar
sin el ser que en él se expresa (pues) el pensar y el ser son una misma
cosa"; para que Heráclito, finalmente, disponga: "Una sola cosa es lo
sabio: conocer el logos que todo lo gobierna (...el designio que lo gobierna
todo) a través de todo"10.
Tuvieron
que pasar, sin embargo, varios siglos para que esta "idea"
adquiriera, en Hegel y a partir de Hegel, una dimensión sistematizada en términos
de discurso teoricoconceptual propio del conocimiento:
...la idea, o espíritu
en general, exige que el todo, lo general, sea abarcado de una ojeada, que la
finalidad del todo sea concebida, antes de pasar a lo especial y singular.
Nosotros queremos ver las partes singulares en su relación con el todo; en esta
referencia poseen ellas su valor superior y su significación11.
Con
el desarrollo de la antropología decimonónica y, en buena medida, con la teoría
de la evolución darwiniana, se da el tránsito a la concreción (que no
superación)12 del principio hegeliano de sujeto-objeto y totalidad,
a través de la teoría de la totalidad concreta y la praxis del
materialismo histórico. Dentro de esta perspectiva, la totalidad no significa:
...todos los hechos. Totalidad
significa: realidad como un todo estructurado y dialéctico, en el cual puede
ser comprendido racionalmente cualquier hecho (clases de hechos,
conjuntos de hechos). Reunir todos los hechos no significa conocer aún la
realidad, y todos los hechos (juntos) no constituyen aún la totalidad (...). Lo
concreto, o sea la totalidad, no es, por tanto, todos los hechos, conjuntos de
hechos, el agrupamiento de todos los aspectos, cosas y relaciones (...). Sin la
comprensión de que la realidad es totalidad concreta que se convierte
en estructura significativa para cada hecho o conjunto de hechos, el
conocimiento de la realidad concreta no pasa de ser algo místico13.
Ya
en esta perspectiva, se entiende fundamentalmente que:
En la representación
del todo como proceso, admitido como un todo del pensamiento, determinado en su
esencia mediante su proceso de realización, se revela de una manera importante
también la esencia de los momentos, en la que lo más importante es de nuevo el
pensamiento, que como conciencia de la realidad no puede ser otra cosa que su
autoconocimiento14.
A
partir de estas premisas, nuestro punto de partida ya no puede ser la comunicación,
la política, la economía, etcétera, justo porque éstas no sólo se
presentan como tales, aisladamente, en "estado puro", sino
fundamentalmente porque no existen, no tienen sentido más que como actividades
concretas del sujeto en tanto que ser social, como momentos determinados y
determinantes del proceso de configuración de la realidad humanosocial.
Al
hablar de y estudiar lo económico, lo político, lo comunicativo, no estamos
hablando de y estudiando esencias, ni categorías en sí mismas autónomas, sino
formas concretas del ser social que se manifiestan históricamente en el proceso
de autorrealización y autoconocimiento. Éstas sólo son diferenciables por vía
de la abstracción que debe remitirnos, luego del análisis, a la comprensión
misma del ser social en y como totalidad: su conformación, sus contradicciones,
su transformación, que se manifiestan en todas sus formas de relación como
relaciones sociales. Es decir, "la delimitación entre las diferentes
ciencias se funda precisamente en las contradicciones particulares inherentes a
sus respectivos objetos de estudio. Así, es la contradicción particular de un determinado
sector de fenómenos lo que constituye el objeto de estudio de una rama dada de
la ciencia"15. Desde nuestro punto de vista, como se verá en
las partes subsecuentes, este determinado sector de fenómenos propios de la
comunicación corresponde a los procesos de la expresión, la representación
objetiva y la simbolización sociales.
Entonces,
la comunicación, en tanto objeto del conocimiento científico de lo social, sólo
podría plantearse como una forma particular de relación social (no como
sustancia autónoma), como un momento específico de la construcción o
realización de la totalidad humana social.
La
unidad del conocimiento científico de lo social no se da, así, como suma de
varias disciplinas, en la cual cada una aporta (aun
"interdisciplinariamente") su propia versión de la realidad, sino por
el hecho de que todas las disciplinas sociales sólo son posibles en tanto que
surgen del mismo "objeto" de estudio común: el ser social, los
hombres en relación social a lo largo de la historia. Lo que las distingue (que
no diferencia) es la abstracción particular que cada una de ellas, es
decir, que la investigación sobre el ser social, hace respecto de los modos
particulares en que se manifiestan dichas relaciones sociales: en su
"formalidad" abstracta como relaciones económicas, relaciones
políticas, relaciones sociales en general (organización estamentaria, familiar,
etcétera). Ninguna de ellas se puede entender sin el desarrollo histórico del
hombre, como modos específicos de ser del hombre; el hombre se manifiesta
a través de todas ellas. Ahí está el verdadero sentido y la posibilidad de la
interdisciplina.
En
este sentido, nos oponemos a estudiar o plantear la comunicación como sustancia
"existente en sí", con su propio "status
ontológico", aplicable a voluntad y criterio de quién sabe quién.
Lo que tenemos que considerar es la comunicación como una forma particular de
relación social, como un modo específico de ser del hombre en sociedad a través
de su desarrollo histórico. Sólo así podremos aproximarnos científicamente,
objetivamente, a cómo se manifiesta esta forma particular de relación social,
implícita en todas las relaciones sociales, pero con su estructura legal
interna "propia" y, a su vez, a cómo esta forma particular de
relación social, cómo este modo específico de ser del hombre, nos permiten
entender una particularidad del proceso de conformación histórica de las
diferentes sociedades:
Si (...) se contempla
la relación total de la sociabilidad en su forma más general, entonces se tiene
que el todo de la sociedad aparece siempre estructurado en cada caso de una
manera determinada, por lo que históricamente adopta una forma de existencia
determinable concreta16.
La
idea no es del todo nueva. Ya en el XVIII Vico
sostenía:
El plan divino se
realiza a través de la actividad del hombre mismo, por lo que (...) el hombre
tiene la facultad de conocer su funcionamiento legal y de hacerlo objeto de una
ciencia apropiada. Lo que el hombre comprende mejor es a sí mismo y sus
creaturas17.
Y
en este sentido:
La historia es ante
todo un producto del hombre, y para comprenderla, para poder hacer de su propia
obra humana un objeto de su pensar, tiene que comprenderse a sí mismo. Los
innumerables momentos de la historia no se presentan como una obra
fragmentaria, sino que constituyen una conexión esencial, que surge
originariamente de la relación perdurable de hombre a hombre, de estamento a
estamento, de pueblo a pueblo. La historia nos es por principio comprensible,
mientras que la naturaleza nos es tan sólo cognoscible. Podemos concebir
la historia como una totalidad, mientras que la naturaleza sólo podemos
conocerla fragmentariamente, paso a paso18.
El
mismo Hegel sostenía: "Lo que tenemos que considerar aquí es la historia.
La forma de la historia tiene que hacer pasar por los acontecimientos, los
hechos, por un orden ante la representación"19.
Quedaría
entonces claro, que el principio metodológico del que tenemos que partir
implica que:
Cada fenómeno puede ser
comprendido como elemento del todo. Un fenómeno social es un hecho histórico en
tanto y por cuanto se le examina como un elemento de un determinado conjunto y
cumple por tanto un doble cometido que lo convierte efectivamente en
hecho histórico: de un lado, definirse a sí mismo, y de otro, definir al
conjunto; ser simultáneamente productor y producto; ser revelador y, a un
tiempo, descifrarse a sí mismo; adquirir su propio auténtico significado y
conferir sentido a algo distinto20.
Comprender
la determinación de lo comunicativo y a lo comunicativo como determinante es
condición para poder acceder a la investigación científica de la disciplina de
la comunicación. Como hemos visto, ello no se logra, ni se puede lograr, a
partir de los medios masivos; su determinación no tiene que ver con el uso que en
la modernidad se les dé a éstos y, como veremos, tampoco puede hacerse a partir
del puro análisis semántico, ideológico o estructural de los signos, de los
mensajes, como entidades místicas, suficientes en sí mismas.
Llamadas
1Alberto García
Lozano, op. cit., pág. 63.
2Karel Kosik, op.
cit., pág. 45.
3Eduardo Nicol, op.
cit., pág. 12.
4Mao Tse Tung, Cinco
tesis filosóficas, págs. 65-67.
5Francisco Larroyo, La
lógica de las ciencias, Porrúa, México, 1976, págs. 67-68.
6Eduardo Nicol, op.
cit., págs. 10-11.
7Ibíd., pág. 44.
8P. Bourdieu et
al., El oficio de sociólogo, Siglo XXI, México, 1975, págs. 51-52.
9Gastón
Bachellard, op. cit., pág. 39.
10Las citas fueron
tomadas de Eduardo Nicol, op. cit., págs. 470-475.
11J. G. F. Hegel, Introducción a la historia de la
filosofía, Aguilar, Argentina, 1984, págs 27-28.
12Sobre esta anacrónica y dogmática polémica acerca de
si Marx supera o no a Hegel, consúltese Lucio Colleti, "La dialéctica de
la materia", en Hegel y el materialismo dialéctico, Grijalbo,
Teoría y praxis, 37.
13Karel Kosik, op,
cit., pág. 56.
14Leo Kofler, La
ciencia de la sociedad, Revista de Occidente, Madrid, 1968, pág. 29.
15Ibíd., pág. 38.
16Ibíd., pág. 36.
17Ibíd., pág. 18.
18Ibíd., pág. 15.
19J. G. F. Hegel, op.
cit., pág. 29.
20Karel Kosik, op.
cit., pág. 61.
Conclusiones
1. Los intentos para fundar una ciencia de la
comunicación como disciplina dedicada al estudio del uso que se le da a los
medios electrónicos de difusión a gran escala, o bien, dedicada a la formación
de técnicos y profesionales del mensaje y la operación de medios, parten de un
doble equívoco epistemológico:
a. Limitar como objeto un problema propio únicamente de
nuestra modernidad, pues se confunde el fenómeno comunicativo, o se limita a un
intercambio especializado de mensajes dentro de un orden discursivo previamente
establecido y su reproducción ideologizada como noticia, espectáculo o
entretenimiento.
2. Plantear una teoría de la comunicación y la consecuente
disciplina dedicada a su estudio no puede hacerse como una estructura a
priori a la que se adecua la realidad, sino que implica un desarrollo
conceptual como parte y producto de un proceso general de reflexión filosófica,
en la que están contenidas determinadas premisas de carácter epistemológico
(teoría de la realidad, teoría del conocimiento objetivo de la realidad) y
ontológico (teoría del ser, del sujeto en su génesis, desarrollo y devenir),
como marcos genéricos globales de toda posible formulación disciplinaria.
a. Los fenómenos informativos están determinados por la
mediación tecnológica en función de ciertos mensajes, de acuerdo con
necesidades o intereses económicos, políticos, ideológicos, etcétera, muy
concretos. La comunicación, por el contrario, comprende la relación permanente
como creación y recreación del lenguaje y cualquier otra forma simbólica entre
los sujetos sociales, más allá de toda técnica especializada.
16. Una nueva teoría de la comunicación, o en todo caso,
una teoría no empírica de la comunicación, tendría cuando menos que desarrollar
y discutir las siguientes aproximaciones de la comunicación:
a. En su carácter de propiedad ontológica, es
decir, como una forma propia de ser del hombre que lo define, diferencia y
deslinda y que se manifiesta en los fenómenos expresivo-simbólicos inmediatos y
elaborados racional y culturalmente, como fundamento del ser y como una praxis
específica de éste.
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