¿SE PUEDE DECIR
EN CINCO MINUTOS?
(La verdad y los media)
Por Freddy Quezada
Siempre que muere una gran
estrella de cine como Marlon Brando, Audrey Hepburn, Charles Bronson, Marcello Mastroianni, Katharine Hepburn y otros, las
personas de mi generación sienten la partida de unos conocidos que, a pesar de
no hablarles nunca, siempre los escuchamos. Esa despedida de algo, son los
sueños que tuvimos al dejarnos seducir por las propuestas narrativas en que
estos hombres y mujeres se inscribían para agradarnos. Esos guiones (reflejo y
fantasía de la propia vida), al mismo tiempo que las lecturas, formaron
nuestros horizontes de sentido, crecieron con nosotros y los vimos
independizarse hasta cobrar conciencia de su propia fuerza (reflejo y fantasía
de sí mismos) y lo que antes obtuvieron por un encanto inocente ahora lo
adquieren por una seducción perversa. Antes eran servidores de todos los
poderes, ahora son el poder mismo; antes eran medios, ahora son fines.
Frente a los medios, por
principio y en general, uno debe acercarse con la misma cautela empleada al
rodear las inmensas plastas de mierda que uno encuentra en las aceras de las
grandes ciudades como Nueva York. No la conozco y
creo que ya no podré hacerlo en mi vida, pero desde que Robert
de Niro se llenó los zapatos de ella, caminando con
Liza Minelli, jamás he dejado de imaginarla de ese
modo. Devuelvo así un pequeño obsequio a quien me enseñó a fabricarlos.
A los medios hay que acercarse
con la desconfianza más grande del mundo. ¿A quiénes representan los medios de
comunicación? Es una pregunta tan legítima como la que todos nos hacemos con
respecto a los diputados de
Hablan en nombre de una
"opinión pública" (parecida al "lector ideal" de los
estructuralistas) que no es más que la imagen (y agenda) que ellos mismos se
han encargado de fabricar por el poder oculto e invisibilizado
de su tenencia (ya no fija y hereditaria como antes) sino volátil, temporal y
cambiante, pero también devuelta por el crédito, y a veces el silencio de
alguno sectores sociales, que se ignoran como cómplices y víctimas a un tiempo
de una estrategia en la que ellos mismos son el objeto.
¿Por qué decimos "lo leí
en el periódico", "lo oí en la radio", "lo miré en
la tele", como si el medio, y no su contenido, fuera una prueba de
verdad? El doble propósito, informar y ser soporte de verdad, cosas distintas
hasta hace poco, por la conciencia del poder que los medios han tenido de sí
mismos, se convierten ahora en uno: poseer la "verdad" primero e
imponerla, después, será su objeto.
Antes los medios buscaban la
verdad, ahora la verdad son ellos mismos, convirtiéndose literalmente en fines
y esa es la fuente de su poder actual. Su mejor truco (viejo desde Aristóteles)
es inventarse dos extremos odiosos y colocarse en el centro para parecer no
sólo objetivos, sino neutrales e inteligentes. Situados por encima de las
controversias que ellos encierran, y a las que nos invitan en nombre de la
libertad de un pensamiento y una tolerancia que casi ninguno practicamos, y que
les alimenta, se apoderan de una verdad que después nos imponen en forma de
agenda que responda a sus intereses, generalmente compartidos con los viejos
poderes (incluyendo aquellos que quieren cambiar el mundo).
Como se ve, este ya no será el
reino de la verdad, sino del poder; no será el de una búsqueda abnegada, sino
el de los intereses más implacables.
¿Puede decirse la verdad en
cuatro cuartillas o en cinco minutos? Los Cioran o
los Galeanos que, en pocas palabras, pueden decir
grandes verdades o mentiras, que es la misma cosa para los medios; o los que
han nacido para las cámaras y los micrófonos, que nos hacen creer lo que dicen,
son la excepción. La norma es que es imposible explicar y confrontar verdades
tan complejas y profundas en cuatro cuartillas ( a
veces un libro es insuficiente para una verdad ) o una demostración audiovisual
en cinco minutos, cuando mil imágenes no pueden ilustrar una fórmula o revelar
un misterio. Los testimonios audiovisuales sobre el conocimiento tienen algo de
falso y ligero que les viene de su formato, no de sus deficiencias.
La tiranía en la prensa escrita
es el espacio (cuartillas máximo); en la radio y
La verdad se pierde en las
épocas de decadencia y nos ilusiona en las de crisis, cuando creemos
reencontrarla. Quizás le debamos a los medios, la ilusión con que se presentan
ellos mismos como herederos del bien común, con el que nos engañaron en su
momento, iglesias y partidos. Ya forman parte, como los mejores oferentes, del
infierno de salvadores que es toda sociedad moderna.
El mejor ejemplo son los
Editoriales de
Uno es lo que el otro diga que
"es", a condición que ese "otro" cuente con un poder de
componer imaginarios, multiplicarlos, e imponerlos por medio de la fuerza, la
demostración, la persuasión, la repetición, la fascinación, la seducción, el
placer, la recompensa, el simulacro y la alteración. Derrotar esos imaginarios
todos los días sin sustituirlos por otros es una opción posible sin ser
obligatoria. Es destruir el invento de los "otros" para regresar a
nuestro estado líquido, como ese enemigo platinado del Exterminador II que
"muere", al final, confundido con el magma caliente de donde procede.
Así, pues, como la verdad es un
efecto de poder de fuentes (los medios, las iglesias, la cultura, los libros,
el sentido común) que lo componen como un imaginario (el lector ideal, el
capitalismo, el proletariado, la globalización, el movimiento de mujeres, el
poder, el "oriental", "el nica",
el "tico", el "negro", el "discapacitado", el
"imaginario" mismo, etc), la devolución que
hacen de él los subalternos nos mantiene en medio de una relación no verdadera
que, aun los que no crean en ella, la siguen como si lo fuera. El "como
si", es el parecer (el ser hoy), el simulacro, el dasein
de nuestros tiempos.
Tenemos el deber de
divertirnos, como en efecto nos sugiere Slavoj Zizek, y esto hace que no estemos en ninguna época del
derecho, que es la ilusión del poder, sino en otra forma de obediencia: la del
consumo y la publicidad.
El deber de los demás es lo
único que existe para el poder; el derecho, es la ilusión de poseerlo de
quienes aún no lo han alcanzado. El poder deviene así placer. Es el eje de
derechos y deberes. Placer es el nombre verdadero que el poder actual le ha
designado a la libertad que sólo el goza en exclusiva. Poco se sabe, en este
sentido, que la misma bandera emancipatoria en algún
momento, corto pero intenso, cobijó simultáneamente a Robespierre (la virtud) y a Sade
(el vicio) en un abrazo, acaso, sodomita.
A partir de una de las tetas de Janet Jackson, los norteamericanos empezaron a enterarse, algo
que ya sabemos los especialistas en el juego del poder, que están viendo todo
cinco minutos más tarde. Es decir, están viendo ediciones, censuras del poder,
límites de formatos, cortes y rearticulaciones de cintas.
Habría que ser como Austin Powers, en aquel doblaje
de sí mismo en el que uno, el original, vive en el presente y el otro, cinco minutos después, donde el uno le está
diciendo al otro lo que le ocurrirá en los momentos siguientes, para conocer la
verdad. Tal fantasía, sin duda, por el momento, no se las dejará probar el
sistema norteamericano al "gringuito" medio. Pero al menos sabemos
que reinan las películas y que han terminado por sustituir a una realidad que
la obligan a parecérseles.
La temática occidental,
incluso, está repitiendo viejos tópicos una y otra vez a través de las
películas. Ahora para salir del atolladero algunos autores (desde sus background ) están refundando todo
el sentido de su cultura partiendo de las películas cinematográficas, clásicas
o no, y están diciendo las mismas cosas de nuevo. Es el poder del nuevo formato
pero con la colaboración y la servidumbre taimada del viejo. Ya
Los medios, como una pantalla,
pueden soportar todo tipo de imágenes, sonidos o escrituras, pero ella se cree
blanca, como la "verdad", sin prejuicios, sin pasiones, inmutable,
eterna. Se creyó su imaginario multiplicado por su propio poder. La sabiduría
del tipo "si un problema tiene solución, por qué preocuparnos, y si no la
tiene del todo, por qué, también, preocuparnos", ellos, al revés, la
invierten al mantenernos preocupados todo el tiempo, porque de eso viven.
Estoy seguro que, aunque sea
falso todo lo que he dicho aquí, equivocado o impreciso, por el sólo hecho de
publicarlo en un medio, le agrego valor, separándome del número (la masa), y
aumentando una "posibilidad de verdad" que no puede determinar, y que
sin embargo lo hace, un medio. Pero, sobre todo, al margen que otro con
justicia o sin ella, me corrija, e incluso que yo lo acepte, quien sale ganando
y a quien fortalecemos, tanto el postor como el opositor, es al medio y así le
conferimos un poder que lo sitúa por encima del bien y del mal, con la misma
lógica y truco que ya vimos en las religiones primero, en el nacionalismo, en
las ideologías y en la política, después: la ilusión que compartimos con otros
u otras, una narración que en verdad sólo la domina una fuente compositora de
imaginarios vivos y elásticos.
De aquí su ambigüedad, su
efecto, como comunicación y como verdad. No importa el contenido, sino el
medio. ¡Qué importan las sandeces de Stalin Vladimir, por ejemplo, o las ligerezas de Edgard Tijerino!, lo que importa es el número de personas que
cubren a través de la radio y la televisión, (como lo consideró correctamente
INATEC para publicitarse en los periódicos usando a ambos) siendo la prensa
escrita, la menor, la consejera ilustrada de ambas.
Quizás la esperanza de los
editoriales de los medios escritos vayan dirigidos a los otros medios y no a la
opinión pública (sólo el 9% de personas en Nicaragua lee periódicos
regularmente), con la esperanza de que recojan su agenda. No es pues como
imaginaba Mac Luhan que el
medio es el mensaje, sino más todavía: es la "verdad". De esta
posesión, le viene su enlace y herencia de las tradiciones en retirada y
descrédito. Los medios han recogido la antorcha.
El capitalismo, igual que los
medios, es capaz de comprar y vender sus miserias en la bolsa de valores, como
las deudas externas que él mismo produce; de no ocultar, como antes, que sus
mercancías son caras, como aquella publicidad de un Whiskey
que, por medio del horror de una muchacha que acaba de quebrar una botella, se
pregunta "¿parece caro, verdad?" Y se contesta un imbécil fuera de
cámaras: "lo es"; o como las universidades, en el mismo momento en
que nos dicen que el conocimiento es el poder de mayor calidad, son las
fábricas más productivas de la época, con más productos (para el desempleo) por
metro cuadrado, que cualquier otra firma comercial.
Ahora el capitalismo en su
decadencia ha unido su boca, como los fetos, a su culo. Uno no sabe en
consecuencia, con la publicidad por ejemplo, si defeca o vomita, si crea o
destruye, si vive o muere, si empieza o termina. Si hay que combatirlo o
acompañarlo. Es un círculo perfecto que se cierra para repetirse desde
cualquier punto.
Como sabemos, el discurso de la
pobreza generó su contrario, el neoliberalismo, que es desde el cual lo humilla
y se burla. Ahora, al estar reviviendo el discurso sobre la pobreza, de nuevo,
sólo le quedan dos caminos a los que lo replantean: romper todo el viejo
sentido u ofrecer más de lo mismo. Pero en este segundo efecto, lo que lo hace
seductor, aquí la diferencia, es su acogida por los medios y así le transmite
una dimensión nueva. No es lo mismo volver a hacer las viejas promesas
emancipadoras a los pobres de siempre, desde una plaza pública o por medio de
la miserable prensa partidaria, que hacerlo desde la televisión. Pero tienen
que pagar un precio: su servidumbre a los medios. Ellos son los que hoy pueden
buscar a los viejos poderes y negociar su lugar en las agendas en condiciones
siempre favorables para los medios. Tiene razón uno de ellos cuando dice
"nada de lo que sucede fuera de la televisión, existe". Pero lo
cierto es que todo lo verdaderamente importante está fuera de ella, no sólo
como medio, sino, sobre todo, como poder.
Podemos decir, asumiendo el
poder de los medios, que la realidad es otra narración más. ¿Cómo podemos
distinguir la diferencia? ¿Cómo podemos saber que nuestra realidad no es una
película si nos morimos porque lo sea? ¿No hay semejanza narrativa con las
películas o telenovelas de cualquier tipo en esa imagen que tenemos de nuestras
vidas donde somos especie de héroes (como unos Brad Pitt trompudos) o heroínas (como unas Nicole
Kidman "con mondongos") avanzando en medio
de las humillaciones de los triunfadores o de las miserias de la cotidianidad?
Una película es capaz de ofrecernos dentro de ella, como sabemos por varios
ejemplos, guiones que nos engañen con dos, tres y hasta 10 films
en uno. ¿Cómo podemos distinguir que nuestro presente no es uno de ellos?. ¿No estuvimos hasta hace poco dentro de un peplum hegeliano llamado Historia? ¿Cómo separar la
pantalla blanca, distinta de la que se creen los medios, y la que de verdad
somos, de las tramas de todo tipo que vemos rodar a través de ella? ¿Cómo no
quemarnos, como las pantallas, si las secuencias son sobre fuego y cómo no
mojarnos, si lo son sobre aguas?
Imaginen cómo estaré de
atrapado en este discurso, que para romper con la credibilidad en los medios
(pero no desde las tradiciones apocalípticas y simples del marxismo bárbaro)
tenga que hablar dentro de ellos y corro el riesgo, más bien, de fortalecerlos,
si le acordamos crédito a lo que he venido sosteniendo. ¿Entonces, se puede
hacer algo contra ellos? En el sentido de ocuparlos para destruirlos (como
decía el primer Wittgenstein de la lógica) y, con
ello, para enlazarlo con el segundo Wittgenstein
sobre el lenguaje, descubrir el uso de los medios como su significado,
quizás, pero con el riesgo mencionado.
Hay, sin embargo, otras maneras
de ignorarlos: hablar frente a frente, por ejemplo; suspender el juicio sobre
todo lo que dicen y pasan los medios, con la misma indiferencia de una actriz
mundial frente a los correos electrónicos de sus fans;
efectuar foros sin la presencia de los medios; pasar de mano en mano las cosas
que escribimos; bajarse los pantalones y descargar, desde la oscuridad de sala
de cine en la que nos movemos, la más armoniosa de las flatulencias, como un Vivaldi ventolero ejecutando -- suéltala
DJ -- desde sus esfínteres "Las Cuatro Estaciones", contra
esa pantalla gigantesca que es el sistema y que ya cubre todo el planeta --
para usar la imagen maravillosa de Ramiro Arguello a quien me honro en citar--
"como las pinturas Sherwin Williams".