Es Jesús Martín Barbero quien cumple el rol de atento testigo de un estallido. Y desde

su perspectiva latinoamericana recorre con fluido manejo el debate europeo sobre la

pertinencia y sentido de la Teoría de la Comunicación.

En un diálogo abierto con el bolognes Wolf trata de responder a la pregunta sobre la

especificidad de lo comunicativo a la luz de los nuevos modelos propuestos desde la

semiótica, la teoría de la cultura y la teoría de la información. Finalmente, del modelo

informacional a las teorías de la sociedad de la información y la postmodernidad, Martín

alerta frente al informe Nora Minc, la crítica de Habermas y la interpretación de Huyssen.

EUFORIA TECNOLÓGICA Y MALESTAR EN LA TEORÍA

Dice Braudel que las ideas son cárceles de larga duración. Y la imagen es bien certera,

pero a condición de no ver en ella una invitación a la huida. Porque más que con muros

las ideas nos aprisionan con su inercia, y de ella no nos liberamos fugándonos tampoco

aquí la libertad es el vacío sino recreándolas.

En el campo de la comunicación las Ideas fuertes, las que han demarcado ese campo,

responden más a un modelo de conocimiento instrumental que a un proyecto de

comprensión. Comprensión cuyo eje articulador no puede ser otro que el de las relaciones

comunicación/sociedad. Desde fines de los setentas la situación se ha vuelto doblemente

problemática para ese proyecto ya que mientras los saberes sobre la comunicación se

dilataron y fortalecieron especializadamente, los saberes sobre lo social se han tomado

confusos e inseguros.

Hubo un tiempo en el que pensar las relaciones comunicación sociedad fue para América

latina la base desde la que enfrentar al positivista paradigma hegemónico, e incluso fue, el

piso de un despegue teórico propio. Descubrir la trama social de los dispositivos

comunicacionales era el modo de acceso a la comprensión de su sentido como enclave

de la dominación o la liberación. Sólo que pronto esa capacidad de significación comenzó

a convertirse en trampa: la de permitir ahorrarnos la referencia, esto es suplir con

entramados de sentido la ausencia de referencias- Y no aludo únicamente al

pansemioticismo, del “todo es signo” o “todo es texto”, sino también a las generalizaciones

sociológicas que nos ahorraban el análisis de los contextos nacionales y de los diferentes

tipos de procesos masivos y prácticas comunicacionales. La relación comunicación/

sociedad se tornó entonces obligada apelación a las “condiciones” según una escolástica

marxista que acabó en mera y hueca jerga académica. La crisis que nos sacó de aquel

empeño totalizador, en que se agazaparon largo tiempo dogmatismo e inercias

ideológicas, nos ha puesto a la escucha de las situaciones y nos ha hecho sensibles a las

mediaciones culturales, a las diferencias y a la cotidianidad. Pero esa recuperación de las

referencias, ese retomo a la experiencia social y la pluralidad de códigos amenaza hoy

con instalarnos en una nueva fragmentación: atravesada por las innumerables grietas de

la diversidad la sociedad se nos deshace en la disolución de la trama que sostiene y

articula la diversidad de prácticas. Estamos otra vez necesitados de retomar las

cuestiones “de fondo”, y preguntamos de nuevo por el sentido de las relaciones

comunicación/sociedad» Lo que ahí está en juego no es sólo problema de coherencia

teórica o pertinencia metodológica sino de validez histórica: ¿qué concepciones de lo

social y qué modelos de comunicación nos permiten insertar hoy el trabajo de

investigación en los procesos de transformación de la cultura política y de reorganización

de las políticas culturales que tienen lugar en América Latina?.

La respuesta a esa pregunta es hoy un poco más oscura y complicada en la medida en

que ya no contamos con las seguridades que en otros tiempos nos ofrecían los

paradigmas totalizadores del funcionalismo, el marxismo o el estructuralismo. Ni las

figuras de lo social ni los modelos de la comunicación se dejan tratar tan unificadamente.

Del estallido de esa unidad - que es a la vez

teórico y político - habla el actual debate sobre la pertinencia y el sentido de la teoría de la

comunicación en una Europa que se “reconvierte” industrialmente y entra con fiebre en la

carrera de las innovaciones tecnológicas. La euforia se convierte en malestar cuando,

mientras en los medios la función comunicativa es relegada a dimensión residual de las

opciones económico - industriales, es la sociedad toda la que pasa a ser pensada corno

comunicación o sociedad de la información. ¿Dónde ubicar entonces una especificidad de

lo comunicativo que no se devuelva al mediacentrismo de las teorías conductistas?, ¿qué

papel están jugando en ese debate los nuevos modelos de comunicación propuestos

desde la semiótica y la teoría de la cultura?, y ¿qué implican desde el punto de vista

teórico, los modelos de sociedad propuestos desde la racionalización de las nuevas

tecnologías en su parentesco con el pensar postmodemo?. Es mucho lo que, desde aquí

podemos aprender de ese debate en la “vieja” Europa.

1. ¿TEORIA SOCIAL VS. TEORIA DE LA COMUNICACION?

Para entrar en el debate vamos a partir de la posición más radical, aquella que como la de

los investigadores de Licester, Graham Murdock y Peter Golding, niegan la pertinencia

más mínima a la teoría de la comunicación,1 Pues en la pretendida necesidad de esa

teoría no habría sino una amalgama de promociones, ingenuidad empírica y sobre todo

un accidente puramente verbal: la elasticidad semántica de la palabra que permitiendo a

la idea de comunicación hacerse presente en tantos campos ha llevado a pensar en la

existencia de un “campo común‘. Campo cubierto por dos figuras: la de una teoría general

de la comunicación o la de una teoría restringida a las comunicaciones masivas. La

primera sería doblemente peligrosa pues no sólo segrega de la teoría social los procesos

de comunicación haciéndolos objeto de una teoría autónoma sino que al identificar las

relaciones humanas con su componente comunicativo, esto es al leer las relaciones

sociales en puros términos de comunicación, “se evacuan del análisis los problemas del

poder y la desigualdad en las relaciones estructurales sin las cuales la teoría social se

vuelve estéril”.’ La teoría restringida, aquella que cubre únicamente el campo de la

comunicación masiva, no puede llamarse seriamente teoría puesto que lo único ha

producido hasta ahora son modelos de diagramas para relacionar entre sí los mundos del

emisor, el mensaje y del receptor, diagramas cada vez más sofisticados, pero que no

podrán nunca ser tenidos por teoría, y menos cuando la complejidad de los modelos es

lograda a base de hacer pasar por interdisciplinariedad lo que no es más que

eclecticismo, otorgándole al objeto de estudio - los medios masivos - una centralidad

social y una significación teórica que responde más a requerimientos de la

departamentalización académica que a demandas de la realidad social. Análisis aparte les

merece a Murdock y Golding la propuesta que ofrecen los llamados estudios culturales”

adelantada especialmente en los trabajos de Raimond Williairis y Stuart Hall. Al situar

explícitamente los medios “en el contexto de la cultura como totalidad” esa propuesta

reorienta la cuestión de la comunicación masiva hacia “la recuperación de los yacimientos

de la significación social que contienen los textos”. Serio y estimulante el cuadro teórico

elaborado por los estudios cp1turales adolecería sin embargo de insuficiencias que lo

lastran profundamente. En lo que concierne a los trabajos de R. Wilbam las críticas van

dirigidas a la sobrevaloración de los textos implícita en un tipo de análisis que al

reconocer en ellos las huellas de las relaciones estructurales de producción cree poder

inferir de ahí ,,un análisis adecuado del conjunto de las relaciones y determinaciones

sociales”.5 Esa inferencia se apoya en una asimetría metodológica: mientras las formas

simbólicas son sometidas a tina elaborada anatomía, los procesos sociales son objeto

únicamente de una esquemática descripción y tratados en base a continuas

extrapolaciones. Respecto a los trabajos de Stuart Hall6 se critica sobre todo el que la

salvaguarda de la autonomía de la esfera cultural desplace las presiones económicas

hacia el exterior, conservando sólo como internas las conexiones de los medios con el

Estado. Cierto que, como planteó Grainsci, el Estado es el lugar donde es construida la

unidad de la ideología dominante, y donde por lo tanto la hegemonía es asegurada, pero

eso no puede llevamos a colocar fuera de esa misma dinámica el proceso de creciente

interpenetración económica entre los diferentes medios, con el consiguiente reforzamiento

internacional de la estructura de control. Las insuficiencias del economicismo no pueden

ser paliadas con un politicismo que haga del Estado y la política los únicos espacios de

poder, la exclusiva arena de lucha por la democratización cultural.

Así planteadas esas críticas no invaden en modo alguno los aportes fundamentales que

los “estudios culturales” están haciendo a la reconstrucción del materialismo histórico y al

afinamiento de los instrumentos de análisis de la producción simbólica. 7 Adonde esas

críticas apuntan es a arrancar de raíz la “ilusión” de que pueda ser necesaria, para el

estudio de los procesos de comunicación, alguna teoría otra que no sea la teoría social.

Lo peligroso de una aproximación a las comunicaciones desde la teoría cultural es que

sus insuficiencias desvían el sentido que tiene la teoría social, su capacidad de dar cuenta

de las relaciones entre distribución desigual del control sobre los sistemas de

comunicación y los modelos más amplios de desigualdad en la distribución de la riqueza y

el poder”.8 Es justamente ahí sin embargo donde radica, para otros, el nudo del debate: al

negar la necesidad de una teoría explícita de la comunicación lo que se está haciendo es

adoptar implícitamente la teoría de comunicación más simplista y simplificadora. La

irrelevancia teórica atribuida al componente comunicacional se traduce en la asunción

inconsciente” de un modelo de comunicación que, proyectado sobre las relaciones

comunicación/sociedad, atrapa éstas en el círculo de una visión instrumental y

conspirativa.

Para romper con ese círculo, Martín Serrano, y su grupo de Madrid9 adoptan una posición

inversa a los de Leicester: la construcción de una teoría social de la comunicación

requiere la formulación de una teoría general de la comunicación. Y ese requerimiento es

epistemológico, no meramente ideológico o académico, ya que nada tiene que ver con el

“pan comunicacionismo” desarrollado en los países monopólicos, y según el cual en

nuestra época la comunicación sería el motor y el contenido mismo de la interacción

social. Es epistemológico en la medida en que el vacío producido por la ausencia de una

reflexión sobre la comunicación a ese nivel esta siendo llenado por un conocimiento

“aplicado” fácil presa de concepciones biologistas, para las que la comunicación acaba

convertida en norma de comportamiento destinada a asegurar la reproducción del grupo,

o de concepciones idealistas incapaces de articular el desarrollo de las prácticas

comunicativas al de las prácticas manuales y la organización progresiva de las relaciones

sociales. De esa teoría general en su nivel epistemológico, que no podemos recoger aquí,

queremos resaltar al menos como especialmente fecundo su punto de partida -la

diferencia entre los actos de carácter ejecutivo y los actos o interacciones de carácter

expresivo, siendo sólo estos últimos el objeto propio de una teoría de la comunicación

negándose así a hacer de ésta una teoría “general” de la acción humana, como es la

tentación permanente del comunicacionismo e interaccionismo norteamericanos y el lugar

ocupado en esa propuesta por el análisis de la referencia, reconstruyendo desde él un

concepto tan clave en el campo de la comunicación como el de representación. Lo que

nos interesa es la propuesta de una teoría social de la comunicación basada en el

paradigma de la mediación. Que es aquel modelo “que trabaja con intercambios entre

entidades materiales, inmateriales y accionales” adecuado para “estudiar aquellas

prácticas en las que la conciencia, la conducta y los bienes entran en proceso de

interdependencia”, y que no se limita a intervenir sobre las ideas “pues la mediación es un

programa destinado a hacer cosas con las cosas y con el hacer cosas”. Un modelo que

referido al campo del que nos ocupamos busca dar cuenta de las formas/instituciones que

toma la comunicación en cada formación social, de las lógicas que rigen los modos de

mediación entre el ámbito de los recursos (materiales y expresivos), la , organización del

trabajo y la orientación política de la comunicación, y por último de los usos sociales de

los productos comunicativos.

La propuesta tiene a su vez como articuladora la pregunta por el cambio, o para ser más

precisos, por el intercambio entre dos cambios: el que se produce en las Formaciones

sociales y el que se manifiesta en las modalidades de comunicación pública”.1

Se trata pues de una teoría cuyo objeto son los modos de intercambio e interdependencia

entre los sistemas autónomos: el social (SS) y el de comunicación (SC),

interdependientes en el sentido de que las transformaciones de cada uno efectúan al otro,

y autónomos en el sentido de que de cada uno puede partir la “iniciativa” del intercambio.

Es evidente que aquí se halla para no pocos el punto ciego del problema, pues postular

ese tipo de intercambio entre el SS y el SC implica que el SC no se confunde con el SS.

Es decir que la coexistencia y la homología entre ambos sistemas no implica su identidad.

“Una modalidad de comunicación siempre coexiste en el espacio y en el tiempo con

alguna Formación social, pero puede subsistir con otra sin transformarse

cualitativamente---. 12 De igual modo en lo que atañe a las homologías pues ambos

sistemas incluyen componentes materiales, cognitivos y organizativos, pero ni los

componentes de cada nivel -estructura], infra o superstructural- son los mismos, ni es

postulable que ambos sistemas estén equifinalizados, Postular eso a priori acaba

demostrando que la dificultad en diferenciar el SS y el SC se halla directamente ligada a

la dificultad de pensar la comunicación por fuera de la función meramente reproductiva de

lo social. Que es precisamente la que se trata de superar analizando los diferentes niveles

o planos en que se produce el intercambio y la interdependencia: del SS hacia el SC en el

nivel del control que ejercen las instituciones políticas sobre el funcionamiento de los

medios de comunicación, y en el de las innovaciones cuya referencia se halla en la

producción comunicativa; del SC hacia el SS en el nivel del control que los medios ejercen

sobre el sistema político, y en el de las orientaciones para la acción social que los me dios

proponen.

Tenemos así un complejo cuadro que nos permite hacer frente a los tipos de

reduccionismo más frecuentes: el que creía poder explicar el funcionamiento de los

medios de comunicación como un proceso de mero acoplamiento ideológico, el que creía

poder, explicar la organización de las instituciones comunicativas por la sola lógica del

mercado, y finalmente el que creía poder explicar la evolución y el desarrollo histórico de

la comunicación de masas por las leyes de la acumulación capitalista. Desde el propio

materialismo histórico Martín Serrano advierte que centrar el estudio en las ideologías es

quedarse en el producto sin abordar la producción; situar los procesos de comunicación

en el nivel de una reproducción cuya dinámica y cuya lógica estarían en otra parte, sería

ignorar lo que la historia social nos ha mostrado ya suficientemente: que en los medios de

comunicación se puede dar cabida durante largo tiempo a innovaciones de cultura, del

arte y las costumbres, que la norma social tardará mucho tiempo en integrar; y viceversa,

cambios en la concepción del mundo que han penetrado la conciencia social tardarán

largo tiempo en aparecer asumidos por el discurso de los medios. Y en lo que concierne

al desarrollo que las comunicaciones de masa han tenido dentro del sistema capitalista,

es cierto que ese desarrollo se halla fuertemente vinculado a algunos dispositivos

centrales de la acumulación del capital como la división técnica, la disminución del tiempo

de trabajo etc., y como lo es que la apropiación material del mundo pase hoy por el control

de la información y por tanto por el de la innovación tecnológica que permite su

producción y acumulación, pero ---es posible, e incluso previsible que máss tarde esas

mismas innovaciones tengan consecuencias incompatibles con la perpetuación de un

modelo de sociedad que basa la circulación de los bienes sociales, incluida la

información, en su valor de cambio.’ 3 Hacia allá apuntan no pocos desajustes, brechas y

contradicciones como las introducidas por la conquista de la sincronía comunicativa en el

sistema de la comunicación masiva haciendo muy difícil un control que no sea censura, o

el incremento en la proporción de las expresiones ¡cónicas incorporando a la audiencia

grupos sociales por largo tiempo excluidos de la información pública, o la expansión de

los medios audiovisuales sincrónicos haciendo perder importancia a los intermediarios

sociales de cuya autoridad provenían las interpretaciones aceptables de los

acontecimientos, y el traspaso de las barreras geográficas produciendo nuevas formas de

comunicación que entran en colisión con las demarcaciones establecidas y las

correspondientes exclusiones que ellas amparaban. Junto a esas contradicciones

movilizadoras están también aquellas otras que al menos hoy pueden ser calificadas

como negativas: así el fetiche de la actualidad, ligado a la sincronía entre acontecer e

información, desvalorizando otras temporalidades y justificando el valor de los medios

masivos; o la transformación de los modelos expresivos tornando obsoletos algunos,

fundamentales en la cultura y la comunicación ‘de los pueblos, antes de que se produzca

la transformación y adaptación de los modelos cognitivos, y la enculturación y

colonización cultural acarreadas por la aceleración en la distribución de los productos

masivos privando a muchos pueblos de las herramientas de que disponían para una

apropiación enriquecedora de esos productos.

Lo que esa ambigua y contradictoria relación entre comunicación y sociedad nos plantea

es la imposibilidad teórica de seguir atribuyendo bien sea a los intereses de la clase

dominante o a la infraestructura tecnológica la causalidad única de lo que en el espacio de

la comunicación está sucediendo. Y esa tarea, la de superar los monismos reduccionistas,

no puede ser encomendada ni a una teoría de la comunicación que no pueda incorporar

las transformaciones históricas de la sociedad, ni a una teoría social incapaz de aceptar la

dinámica propia de los procesos comunicativos.

2. MODELOS DE COMUNICACION PORMULADOS POR LA TEORIA DE LA

INFORMACION Y LA SEMIOTICA TEXTUAL.

El texto pionero, y quizá más decisivo, sobre el ajuste de cuentas con la sociología en el

campo de la comunicación de masas, lo escribió Paolo Fabri en 1973 y su sólo título es ya

bien diciente. Las comunicaciones de masa en Italia: mirada semiótica y mal de ojo de la

sociología---. 14 En él se hace manifiesto cómo, por venir académicamente de la

sociología y la antropología -y no de la lingüística- buena parte del trabajo semiológico en

Italia va a construir una reflexión sobre la producción de sentido en la comunicación nada

semioticista, muy atenta a las articulaciones sociales y las diferencias culturales. Y muy

crítica también, desde temprano, de las limitaciones que presentaba el modelo

informacional para dar cuenta de la trama de apropiaciones y reconocimientos de que

está tejida la comunicación/ cultura de masa.

El otro trabajo que me parece clave en la línea del emborronamiento de las fronteras

puestas por las disciplinas y el deslinde de las nuevas cuestiones que acarrea la

configuración de un campo como el de la comunicación de masas, es el desarrollado por

F. Rositi. Su esfuerzo por sacar la comprensión de la cultura de masa de los hábitos

sociológicos que desconfían de los procedimientos hermeneuticos - lo aproxima a una

semiótica de las percepciones sociales y las matrices culturales.15

Pero la respuesta más amplia y detalla. da a las pretensiones sociológicas de vaciar de

sentido la necesidad de un abordaje teórico explícito de la cuestión comunicativa la ha

proporcionado más recientemente Mauro Wolf,” al ofrecemos un cuadro histórico de los

modelos de comunicación con los que han venido trabajando las diferentes teorías ya sea

explícita o implícitamente.

El modelo inicial, pero aún vigente y operante mucho más allá del campo en que nació -y

renovado más que superado por mucha de la crítica- es el modelo informacional.

Elaborado desde la perspectiva de la ingeniería telefónica por Slianon en 1948 17 ese

modelo efectúa el desplazamiento definitivo en la idea de comunicación desde el

tradicional sentido de “poner en común” al moderno de trasmitir y propagar. El texto de

Slianon se abre con esta significativa frase: “El desarrollo reciente de diversos métodos de

modulación que cambian el ancho de banda para una determinada relación señal - ruido

ha intensificado el interés por una teoría general de la comunicación”. Una teoría, en

verdad, de la rentabilidad informacional, esto es, capaz de dar cuenta de la transmisión

óptima de un mensaje en términos de eficiencia difusiva, y para la que el código es un

sistema de reglas para asignar a las señales unos valores y no unos significados. Fue esa

teoría la que generalizó Jacobsonis asumiéndola como la clave de desarrollo de la

lingüística en el momento en que ésta aborda el lenguaje como sistema de comunicación.

Y fue ese mismo modelo, el del análisis de la propagación de la información, el que cargó

de legitimidad científica los estudios norteamericanos, la communication research de los

años 50 y 60. Había sin duda un perfecto ajuste entre la concepción difusiva de la teoría

informacional y el paradigma de los efectos lineales y puntuales, entre la eficacia

transmisiva buscada por el modelo y la pasividad receptiva postulada por la teoría:.

conductista que inspiraba aquellos estudios. Pero no sólo se ajustaba bien al paradigma

funcionalista, por paradójico que parezca el modelo informacional encontró también

complicada del lado de una teoría crítica dominada por la lógica de la reproducción social

y una concepción predominantemente instrumental - pues operaba por aparatos - de la

ideología.

La primera inflexión en ese modelo la introduce la semiótica estructuralista francesa al

buscar conjugar el esquema informacional con la problemática de la

codificación/descodificación en cuanto proceso de producción y atribución de sentido. Se

trata de hacer pensables ciertas asimetrías en la competencia y la comprensión del

significado de los mensajes, de asumir como parte del proceso comunicativo operaciones

que tienen su procedencia en la disparidad sociocultural, de dar valoración no negativa a

ciertas interferencias o “ruidos- y de analizar la transmisión en términos de transformación

En el texto en que E. Veron sintetiza el recorrido efectuado por la semiótica, para superar

una concepción instrumental de la ideología, resume el punto a que ha llegado la

semiótica afirmando “la imposibilidad de inferir de una manera directa y lineal las reglas

de reconocimiento a partir de la gramática de producción”.19 Sin embargo la línea

predominante en el análisis semiótico será aún durante bastan te tiempo aquella que

proyecta sobre el proceso comunicativo la figura de un sentido que circula, con ciertas

trabas, de un polo al otro en una sola dirección. Y a estudiar esas trabas se dedicará la

propuesta funcionalista, ahora remozada por la presencia en el análisis de cierto

instrumental estructuralista, en sus investigaciones sobre la comprensibilidad de los

mensajes. Y es de ese lado se sigue anclado en el análisis del éxito o el fracaso de las

significaciones transmitidas, del otro, del lado impugnador y crítico se seguirá todavía

confinados a estudiar lo que pasa en el ámbito de una ideología, que funciona -

inevitablemente en un sólo sentido.

La ruptura con el modelo informacional, que hace de la comunicación un proceso de mera

transmisión de significados ya hechos, dados, se hace posible solo cuando la semiótica

textual comience a hacer pensable una comunicación -mediación y negociación. Lo que,

restringiéndonos al campo de la comunicación masiva, implica dar entrada a una nueva

perspectiva con dos ideas básicas. Primera, que la relación comunicativa se halla

constituida no por mensajes particulares -analizables aisladamente - sino por conjuntos de

prácticas textuales ;y segunda, que tiene lugar en la comunicación de masa una asimetría

fundamental en la que se basa “la diversa cualidad de las competencias comunicativas

del emisor y el receptor (saber hacer vs. saber reconocer) y la articulación diferenciada

(en el emisor y en el receptor) de los criterios de pertinencia y significancia de los textos

masivos”. 20

Sobre la primera formulación -naturaleza textualizada de la comunicación de masa- Wolf

retorna la propuesta de P. Fabri inspirada en Lotinan 21 acerca de la diferencia entre una

cultura gramaticalizada, que remite la intelección y la fruición de la obra al conocimiento

de las reglas explícitas de su gramática, y una cultura textualizada en la que el sentido y

el goce de un texto remite no a su gramática -que se desconoce- sino a la familiaridad con

otros textos, como sucede en el folklore y en la cultura popular. De ahí que mientras la

primera está conformada por las obras, la segunda lo esté por los géneros, esos que para

la crítica literaria no representan hoy sino estereotipos banalizadores de cualquier

contenido y estratagemas de conformización de los públicos pero en los que la -mirada”

semiótica descubre una estrategia fundamental de comunicación: aquella que, aunque

atravesada por la lógica mercantil, no es reducible a la lógica del formato pues remite

también a la configuración de determinados efectos de sentido que hablan de la

diversidad de los modos de producción cultural y de fruición presentes en nuestra sociedad.

Estudiado semióticamente el formato nos da la pista para percibir y comprender la

elevada intertextualidad y viscosidad de una comunicación regida por la tendencia a

guiarse en el plano de la producción por la ya producido y en el plano de la recepción por

lo ya gozado. Escándalo para la experiencia cultural en que se basa la crítica “culta” ese

modo de producción y de fruición aparece semióticamente como otra modalidad de

comunicación a la que la sociología se había negado a atribuirle un valor que no fuera

negativo. Y esa diversidad que es indudablemente histórica, sociocultural, nos enfrenta a

una pregunta clave, pues el modo histórico en que se ha consolidado la organización de

los medios masivos no es comprensible, ni explicable, en términos de mera rentabilidad

informativa ni en los términos sociológicos del control social.

El segundo rasgo definidor de la comunicación de masa -la asimetría de funciones y

competencias- nos plantea el análisis de una dinámica de interacción a la que no hay

acceso desde el modelo informacional. Contrario a lo que postulaba ese modelo estamos

ante una comunicación en la que el emisor organiza el mensaje no a partir de la

información a transmitir sino más bien a partir de las condiciones -situación,

competencias, posibilidades- de la recepción. A esa dinámica de interacción Wolf la

denomina estrategia de anticipación, mediante la cual “el emisor anticipa la comprensión

del receptor, escoge las formas aceptables por el destinatario, y al hacer esto la

codificación resulta influenciada por las condiciones de la descodificación” .22 Es tanto el

estudio del emisor como el del receptor los que resultan replanteados. ¿Cómo, a través

de qué mecanismos los productores reciclan su conocimiento sobre los públicos,

mediante qué rutinas productivas esas anticipaciones se transforman en dispositivos, se

sedimentan en fórmulas?; ¿cuál es la durabilidad de los formatos y cómo se asegura el

equilibrio mínimo entre innovación y repetición?. He ahí un con -junto de preguntas que,

formuladas desde una semiótica que desplaza la centralidad ocupada por los textos ,empujan

la renovación de la sociología que se ocupa de la cultura ocupacional y las

ideologías profesionales.T3 Rompiendo con un economicismo, que se correspondía con

el lugar asignado al emisor en el modelo informacional, lo que se busca ahora es hacer

analizable la lógica de los procesos que rige la construcción de los géneros y los

formatos. Y lo mismo del lado del destinatario, del lector. Frente a una concepción

informacional del receptor como punto de llegada del mensaje, sin otra opción que la de

captar o no la información que el mensaje contiene, la semiótica textual nos plantea que

“un texto es un mecanismo perezoso que vive de la plusvalía de sentido que el

destinatario introduce en él”, y redondeando su formulación Eco afirma que “un texto

postula su destinatario como condición indispensable no sólo de su propia capacidad

comunicativa, sino también de la propia potencialidad significativa”. 24 Lo que nos pone

en la pista de las nuevas preguntas que una sociología y una antropología de los usos

sociales de los medios no pueden ya dejar de plantearse: ¿qué saberes constituidos en

memoria -de clase, de etnia - moviliza la comunicación masiva?, qué imaginarios -de

generación o de sexo - median en la lectura y en los modos de ver?, ¿qué espacios y qué

actores sociales intervienen en la resemantización?, qué dimensiones de la vida cotidiana

son afectados por los diferentes géneros?.

3. MODELOS DE SOCIEDAD POSTULADOS DESDE LAS “TEORIAS” DE LA

SOCIEDAD DE LA INFORMACION Y LA POSTMODERNIDAD.

Desde hace unos pocos años el análisis de las relaciones entre comunicación y sociedad

·        resguardo durante mucho tiempo de las posiciones de izquierda- está cambiando

radicalmente de signo. La imagen consagrada por el título del informe de S. Nora y A.

Mine 26 va a dar cuerpo a un pensamiento emparentado con lo que los so CiólogOS27

comenzaron llamando sociedad postindustrial, y con lo que últimamente se denomina

postmodernidad. Contra lo que pudiera parecer de lo que se trata en esas -teorías’ -las

comillas indican lo arriesgado de nombrar así lo que hasta el momento e s aún una

amalgama de ideas y de estilos, de saberes cibernéticos y metáforas biológicas - no es

tanto de las nuevas comunicaciones como de las nuevas imágenes y modelos de lo

social, de las nuevas configuraciones que adquieren las instituciones y las relaciones,

esto es la socialidad. Y ello merced a que las sociedades avanza das -y con ellas por

supuesto “la humanidad”- estarían entrando en una nueva época: aquella en que la

información es no sólo algo vital para su funcionamiento y desarrollo, sino en la que la

sociedad toda entraría a organizarse según el sistema y el tejido de la comunicación. Qué

quiere decir eso? Básicamente: que todas las funciones y todos los espacios estarán

conectados de forma autoregulada y transparente. La autoregulación significa

‘funcionalidad bien templada, solidaridad entre todos los elementos del sistema, donde

todos los términos deben permanecer en contacto, informados de la condición respectiva

de los demás y del sistema como un todo’.28 Autoregulación es equilibrio y retroacción,

circulación constante. Autoregulada será entonces una sociedad de relaciones complejas

y móviles que harán de cada uno un nudo en el circuito de la comunicación incesante. La

trasparencia, por su parte, alude a la transformación de los saberes. Estaríamos ante una

sociedad dotada de un lenguaje al que son traducibles todas las hablas y todos los

discursos, capaz de “ordenar esas nubes de socialidad a matrices de input/output, según

una lógica que implica la conmensurabilidad de los elementos y la determinabilidad del

todo”. 29 Con lo cual es la naturaleza misma del saber la trastornada, pues no será tenido

por tal sino aquel saber que sea traducible al lenguaje cuantitativo de la información.

Transparente será entonces una sociedad en la que ser y saber se corresponden hasta el

punto que lo que es coincide con la información que posee acerca de si misma. De ahí

que, como afirma Lyotard, en esa sociedad ya no habrá sitio para los -grandes relatos- de

la realización del Espíritu o de la emancipación del ciudadano, pues su sentido ya no es

traducible. Es la opacidad de lo político la que queda abolida en una sociedad cuya naturaleza

habrá dejado de ser conflictiva ya que su riqueza residirá en adelante en la

información acumulada y en la cantidad de mensajes puestos a circular.

Así dibujadas las figuras que componen la sociedad de la información traslucen

demasiado lo que en su proclamada novedad queda aún de la vieja ideología racionalista

de progreso, remozada. La ideología de progreso se reencaucha en la idea que liga la

evolución a la comunicación como su sentido, es decir que visualiza el desarrollo social en

términos de la creciente complejidad y el perfeccionamiento de la comunicación llegando

incluso a identificar el crecimiento de las libertades con el aumento de una comunicación

cuyo sistema nervioso ya no está en la política sino en la tecnología. Pero nos

equivocaríamos al pensar que detrás de esas imágenes y esas figuras no hay sino viejas

ideas remozadas, pues ahí se delinea también la emergencia de un nuevo paradigma: el

de lo fluido y lo circular por oposición a lo mecánico y lo lineal .30 De lo que habla ese

paradigma es de la crisis del -pensamiento lineal “, de fracaso de unn modelo mecánico -finca]

y centralizado- de crecimiento y de las nuevas estrategias para salir de la crisis, de

los modos de legitimación de las nuevas competencias sociales. Lo que no quiere decir

que todo ahí sea ideología. La superación del “pensamiento lineal” está haciendo posible

el reconocimiento de nuevos espacios y modos de relación -individuo/Estado, habitante

/ciudad, docente/alumno, etc.- y de una nueva sensibilidad hacia lo diverso y lo periférico,

lo discontinuo y lo descentrado. Esa nueva sensibilidad se traduce en: una nueva

percepción del poder que no aparece ya localizado en un punto desde el cual irradia sino

disperso y transversal, una nueva valoración de lo local en cuanto espacio de la

proximidad, esto es donde se hace efectiva la diferencia, y de lo cotidiano como lugar –

donde se lucha y se negocia permanentemente la relación con el poder. Lástima que ese

paradigma rico en potencialidades de redefinición de lo social está sirviendo a la

legitimación de un proyecto tecnocrático que le pide a la tecnología justificar y enmascarar

la ausencia de un proyecto social acorde con las demandas que subyacen a los nuevos

modos de pensar y hacer la sociedad” .31 Es la dirección en que marchan las nuevas

estrategias económicas y políticas. Así, la descentralización, palabra mágica del nuevo

orden cuyo funcionamiento en nada se opone a la concentración del poder económico,

pues tanto su campo semántico como el de operación remiten sobre todo a las nuevas

exigencias de funcionamiento de los conglomerados trasnacionales.

De modo que de lo que se termina hablando es de desregulación entendida como la

menor intervención posible del Estado para que sean “liberadas las energías del mercado,

y de descongestión de la gestión administrativa en pequeñas unidades de decisión. En el

campo político, la nueva racionalización tiene como figura básica una tramposa oposición

entre sociedad civil y Estado: a un Estado maléfico y abstracto, esto es divorciado de la

sociedad, se le opone una sociedad civil que - mistificando e invirtiendo el sentido que

ésta tenía para Grarrisci - es identificada con los intereses privados, de la que el mercado

sería su mejor expresión y que estaría formada por la muy concreta comunidad de los

individuos con iniciativa. Y de una vez con la desocialización del Estado se legitima la

disolución de lo público, privatizando su espacio. En la nueva sociedad el Estado deberá

redefinir sus funciones ya no en términos de garante de la nacionalidad sino de gerente

de los intereses transnacionales, para lo cual deberá abandonar su viejo lenguaje político

y adoptar uno nuevo, el de la administración. Mientras tanto el sector privado tiende a

inspirarse y a hacerse cargo de las finalidades y el lenguaje del sector público: se

socializan” las demandas del mercado y se universalizan sus normas. Ese es el

verdadero escenario del debate tecnológico pues las nuevas tecnologías están jugando

un papel fundamental en la redefinición y remodelación de la figura y las funciones del

Estado. Y ello mediante una lógica paradógica: las nuevas tecnologías de comunicación

hacen fuerte a un Estado al que refuerzan en sus aparatos de control al mismo tiempo

que lo toman débil desligándolo de aquellas funciones que ahora reclama para sí el sector

privado. En lo que respecta al rediseño de la economía y la política las estrategias que

derivan de la “sociedad de la información” parecen estar bastante claras. No lo están

tanto las que atañen al rediseño de la cultura. Pues lo que la crisis ahí hace visible no es

el agotamiento del pensar lineal sino de la misma modernidad. Pero de esa crisis, que

nadie niega, las lecturas no son sólo diferentes sino profundamente opuestas al interior

incluso de las posiciones de izquierda. Así la de Habermas, quien fiel al Adorno “que no

veía otra cura para las heridas de la ilustración fue la propia ilustración radicalizada ,

declara que de lo que se trata es de una crisis de inacabamiento, de una modernidad no

completada que se halla a la búsqueda “de una nueva vinculación diferenciada de la

cultura moderna con una praxis cotidiana que todavía depende de herencias vitales pero

que se empobrecería a través del mero tradicionalismo. Declarar la modernidad agotada,

clausurada, como proclaman los defensores de la postmodernidad, es querer escapar a la

complejidad de las contradicciones del presente refugiándose en la nostalgia de un tiempo

premoderno idealizado con el que se trataría de amoblar el futuro. De ahí que, para

Habermas, el verdadero nombre de los postmodernos es el de neoconservadores, que en

lugar de buscar las causas económicas y sociales de las actuales contradicciones del

capitalismo 34 prefieren cargárselas todas a la cultura. Cuando la cultura de la

modernidad, esto es la del desarrollo ilimitado de la personalidad, de la exigencia de

liberación de la experiencia y del hedonismo sin trabas, entra en colisión con la moral de

la racionalidad que hizo posible el desarrollo capitalista ‘los liberales convertidos en neoconservadores

sólo se preocupan por la presunta pérdida de autoridad de las instituciones

del sistema político que describen en términos de ingobernabilidad, pérdida de confianza

y de legitimidad. Ellos atribuyen estos fenómenos a la ‘inflación’ de las expectativas ( ... ) y

a la ausencia de una actitud obediente nutrida por la tradición y el consenso”. 35 Con esa

operación lo escamoteado es la ligazón del malestar cultural a los impases de la economía

y a las contradicciones sociales. Para los neoconservadores la modernidad es

bienvenida mientras ella sea ciencia y técnica que aceleren el crecimiento capitalista y

hagan más eficiente la administración, pero no cuan -do la modernidad, desde su

sensibilidad moral y estética, entra en colisión con ese crecimiento y esa eficiencia.

Entonces se vestirá de postmodernidad lo que no es otra cosa que antimodernidad

conservadora.

De un muy otro talante es la lectura que del postmodemismo traza otro alemán, Andreas

Huyssen.36 No porque no reconozca en ese movimiento la presencia de los rasgos

señalados por Habermas nostalgia neoconservadora, abandono de la conciencia crítica,

eclecticismo sino porque ni eso es todo, ni tan claro como dicen sus impugnadores. Hay

en el movimiento y el pensamiento postmodernista un enorme potencial crítico, sólo que

de otro cuño, diferente al que la modernidad ha entendido por crítica. Y ahí radica la

dificultad mayor, en la pretensión inconfesada de una modernidad erigida en ideal

insuperable más allá del cual solo tendríamos nostalgia disfrazada o empobrecimiento de

la experiencia. Para desmontar la coartada que implica esa pretensión es necesario

diferenciar en el postmodernismo - y especialmente en el norteamericano - doos etapas. En

la primera, que va de los años sesenta a los setenta, una insatisfacción profunda y genuina

empuja a la búsqueda de tradiciones residuales y emergentes con las que poder

reintroducir en la cultura artística, y también en la cotidiana, dimensiones simbólicas no

racionalizadas, es decir multivalentes, en las que se resuelven los códigos y desde las

que es revalorizada la narración en literatura y la metáfora en arquitectura. Es la

contracultura de esos años con su fuerte sentido de ruptura generacional, de

discontinuidad ideológica y cultural expresándose en una poderosa rebelión, de contenido

indudablemente político, contra el “gran arte” y las instituciones artísticas consagradas por

el establecimiento. Rebelión. que se inspiraba en buena medida en el propio “ethos

alternativos”, pero ya desapareciendo, del arte moderno. Aún el optimismo tecnológico

que habitaba la pasión por el cine y la televisión, y que cooptaba con la industria cultural,

no estaba exento en esos años de cierto “filo” critico. En los años setentaochenta,

segunda etapa, los gestos iconoclastas y el impulso alternativo se van a agotar o la

comercialización los va a cambiar de sentido, como pasará especialmente con el pop, el

rock y la vanguardia sexual. Una poderosa cultura del eclecticismo” va a transformar al

postmodernismo en un pensamiento afirmativo que abandona la transgresión y renuncia a

la crítica.

Una dimensión clave del postmodernismo conecta sin embargo la segunda etapa con la

primera sin perder del todo su capacidad cuestionadora, y es justamente la dimensión que

articula en ese pensamiento el modelo de sociedad con el campo de la comunicación: el

desafió a la hostilidad modernista hacia la cultura de masas. Como lo demuestra

repetidamente Huyssen “la línea firme que separaba al modernismo ‘clásico’ de la cultura

de masa no es re -levante para la sensibilidad crítica y artística postmoderna”. 37 Y

Jameson lo corrobora afirmando que esa “erosión de la vieja distinción entre cultura

superior y la llamada cultura popular o de masas ( ... ) es quizás el aspecto más

perturbador desde el punto de vista académico .Desecha esa distinción en lo que tiene de

separación, lo que sigue es, en primer lugar, el reconocimiento de la diversidad de que

está hecha la cultura de masas, una diversidad que el “dogma moderno”, con su

identificación descalificadora de toda esa cultura con el kitsch, impidió reconocer y

analizar. Y en segundo lugar, la percepción de que el campo de tensiones” entre tradición

e innovación, entre arte culto y cultura de masa, ya no puede ser captado, expresado ni

analizado en las categorías que fueron centrales para la modernidad: progreso y reacción,

izquierda y derecha, presente y pasado, vanguardia y kitsch. Porque son dicotomías que

se han deshecho. La nueva sensibilidad va a tender entonces, más que a completar la

modernidad -sin que ello implique caer en la irracionalidad- a “abrir la cuestión de la

conservación de las tradiciones culturales como cuestión estética y política”. 39 Es la

cuestión del otro poniendo al descubierto que ‘la cultura de la modernidad ilustrada fue

siempre (aunque no exclusivamente) una cultura del imperialismo interno y externo”.40

Imperialismo desafiado desde el espesor cultural y político de las diferencias étnicas y la

sexuales, las culturas subregionales, lo modos de vida alternativos y los nuevos

movimientos sociales. Desafiado desde la resistencia, no definible en puros términos de

negatividad pues la noción de resistencia no habla sólo de oposición a la afirmación, que

es como la modernidad entendió la crítica, Lo que ahora percibimos es que “existen

formas afirmativas de resistencia formas resistentes de afirmación”.

Cuando menos lo pensábamos, cuando creíamos estar hablando de las formas de

sociedad y las figuras de cultura y comunicación más alejadas de nuestro mundo

latinoamericano nos topamos con cuestiones y búsquedas, con preocupaciones y

ocupaciones de las más nuestras. No es extraño que dejándose -interrogar por esas

cuestiones que vienen de la postmodernidad J. Brunner se pregunte acerca del por qué

del malestar con la modernidad que aparece y reaparece permanentemente en América

Latina. Y se atreva entonces a repensar una noción tan importante y ambigua como la de

heterogeneidad cultural. Ya que de lo que habla esa noción no es de la superposición de

culturas extrañas unas a otras, como estratos superpuestos, sino de “una suerte de

postmodernismo regional avanta la lettre que, sin embargo es plenamente constitutivo de

nuestra modernidad’ . Heterogeneidad que no es mera diversidad sino algo mucho fuerte,

hecho de inclusiones y exclusiones, de participación segmentada y de descentramiento.

Pues vivimos incorporados a “una modernidad cuyo corazón está lejos de ‘nuestra’

cultura, (...) que hace sentido pero un sentido fuera de lugar, arrancado de contexto, injertado

en una cultura/otra.43 Y recogiendo también el reto de ese pensar otro García

Canclíni se pregunta cómo hemos podido tardar tanto en damos cuenta de que nuestra

cultura “se ha hecho todo el tiempo a mitad de camino entre residuos heterogéneos e

innovaciones truncas”.

Lo que no sólo nos debe ahorrar de seguir explorando en búsqueda de aquella

autenticidad que suponíamos en el fondo de nuestro pasado, sino que puede brindamos

incluso un programa: asumir sin nostalgias ni estremecimientos que es en América Latina

donde se realiza con énfasis uno de los rasgos destacados por el postmodernismo en la

cultura actual: ser la patria del pastiche y el bricolage, donde se dan cita irónicamente

todas las épocas y las estéticas.

Notas

1. G. Murdock y P. Golding, Capitalismo, comunicaciones y relaciones de clase, en

Sociedad y comunicación de masas, ps. 22-58, F.C.E. México, 1981. En ese volumen

interesan también los textos’ de Ph. Eliot y St. Hall. Los Cuadernos del TICOM han

publicado últimamente de G. Murdock y P. Golding Ideología y medios masivos: la

cuestión de la determinación, No. 33 de 1985, que contiene también el texto Teorías

de comunicación y teorías de la sociedad. Ver también de G. Murdock. Las

transmisiones y la diversidad cultura¡, en La televisión entre servicio público y

negocio, Barcelona, 1983. Sobre el debate teórico que sirve de fondo a las

posiciones. de los de Leicester y la renovación del marxismo, ver: P. Anderson,

Teoría, política e historia, México, 1985.

2. J. Murdock y P. Golding. Teorías de comunicación y teorías de la sociedad. p. 84.

3. Ibdem, p. 88

4.  R. Willians, Culture and society: 178-1950, Londres 1976; The long revolution,

Londres, 1980; Cultura: sociología de la comunicaci6n y del arte, Paidos, Barcelona,

1982; Las comunicaciones como ciencia cultural, en Examen de la cultura popular,

F.C.E, México 1982.

5.  J. Murdock y P. Golding, La cuestión de la determinación, p.23.

6.  St. Hall, La cultura, los medios de comunicación y el efecto ideológico, en Sociedad y comunicaci6n de masas, ps. 357-393; Estudios culturales: dos paradig. mas, en la revista “Hueso húmero” No. 19, Uma, 1984.

7.  Ver en especial el decisivo trabajo de R. Willians: Teoría cultural, en Marxismo y literatura, ps. 91-165, Ed. Península, Barcelona, 1980.

8.  J. Murdock y P. Golding, Teorías de comunicación y teorías de la sociedad, p.. 95.

9.  M. Martín Serrano, J. L. Piñuel, J. Gracia y M. A. Arias: Teoría de la comunicación,

Vol. I. Epistemología y análisis de la referencia, Madrid. 1982; Hay también un

conjunto de trabajos de Martín Serrano, J. L * Piñuel, S. Montes, A. P. Muñoz, J.

García en el No. 3 de la “Revista española de Investigaciones sociológicas Madrid,

1978. De Martín Serrano ver en especial: La mediación social, Akal, Madrid, 1977, y

La producción social de la comunicación, Alianza, Madrid, 1986.

10.       M. Martín Serrano, La producción social de la comunicación, ps. 22 y 26; ver también

a ese propósito, sobre el concepto de mediación: Nuevos métodos para la

investigación de la estructura y la dinámica de la enculturación, en “Revista española

de la opinión pública” No. 37, Madrid, 1974, y Dialéctica acción comunicación, en

Teoría de la comunicación, Univ. Internacional Menendez Pelayo, Madrid, 1981.

11.       Martín Serrano, La producción social de la comunicación, p. 24.

12 * Ibdem, p. 55

13.       Ibdem, p. 89

14.       P. Fabri, Le comunicazioni di massa in Italia: sguardo semiotico e malochio de la sociología, en Rev. “Versus” No, 5, Milan, 1973.

15.       Hay una selección de los trabajos de Franco Rositi, preparada por el propio autor:

Historia y teoría de la cultura de masas, Gustavo Gil, Barcelona, 1980, en la que nos

parece especialmente pertinente a lo que estamos trabajando los textos reunidos en

la primera parte bajo el subtítulo Matrices históricas y significados funcionales en la

cultura de masas, y el último texto de la tercera parte: Excedencia cultural y control

social.

16.       M. Wolf, Teorie delle comunicazioni de massa, Milan, 1985. Hay una buena muestra

de la fe. cundidad del modelo de comunicación propuesto desde la semiótica textual,

en la investigación realizada por M. Wolf, F. Casetti, y Lucia Lumbelli: Indagine su

alcune regole di génere televisivo, en “Ricerche sulla comunicazione” Nos. 2 y 3,

Milan, 1980 y 1983. Y también en la investigación realizada por M. Wolf, Jordi Prat,

Nora Rizza y Patricia Violi: La ripresa diretta, publicaciones de RAI, Roma 1983.

17.       Hay traducción castellana en un libro preparado por S. Montes: Teoría matemática,

de la comunicación, ps. 43-151, Ed. Foda, Madrid, 1981.

18.       R. Jacobson, Linguistique et theorie de la comunication, en Essais de linguistique générale, Paris, 1963.

19.       E. Verón, Semiosis de Videologie et du pouvoir, en rev. I’Communications” No. 28, p.

11, Paris, 1978.

20.       M. Wolf, Teorie delle comunicazioni di massa, p. 128.

21.       J. Lotman, El mecanismo semiótico de la cultura, en Semiótica de la cultura, ps. 93,

Ed. Cátedra, Madrid, 1979.

22.       M. Wolf, obra citada, p. 131.

23.       La última parte de¡ libro que estamos citando de M. Wolf está dedicada al análisis de

las nuevas propuestas en sociología del emisor-productor de informaciones. Ver

también a ese propósito la Segunda parte del libro Sociedad y comunicación de

masas, dedicada al análisis de La organizaci6n y ocupaciones profesionales de los

medios; también: J. Villafañe, E. Bustamante y E. Prado, Fabricar noticias: las rutinas

productivas en radio y televisión, Mitre, Barcelona, 1987.

24.       U. Eco, Lector in fabula, p. 7677, Lumen, Barcelona 1981.

25.       Una explicación de esas preguntas en: J. Martín-Barbero, De los medios a las mediaciones, ps. 239 y ss. Y una “aplicación” de esas preguntas a la investigación sobre los usos sociales de las telenovelas, en mi trabajo: La telenovela en Colombia: televisión, melodrama y vida cotidiana, Rev. “DIA-LOGOS” No. 1, ps. 44-60, Lima, 1987.

26.       Hay traducción castellana: La informatización de la sociedad, F.C.E., México, 1981.

27.       A. Touraine, La société postindustrielle, Denoel, Paris, 1969, en el que hay un capítulo entero dedicado a Loisirs, participation sociale el innovation culturelle, ps.  261 - 307.

28.       J. Baudrillard, El éxtasis de la comunicación, en La postmodernidad, p. 189, Kairos,

Barcelona, 1985. Baudrillard había reflexionado ya sobre la “implosión del sentido” en

la información, en su libro A la sombra de las mayorías silenciosas, Kairos, Barce.

lona, 1978, y lo retorna en su versión más “apocalíptica” en Las estrategias fatales,

Anagrama, Barcelona, 1984.

29.       J. F. Lyotard, La condición postmoderna, p. 10. y el capítulo 5: La naturaleza del lazo

social: la perspectiva postmoderna, ps. 35-43.

30.       Una reflexión analítica clave sobre ese nuevo paradigma, en A. y M. Mattlelart,

Penser les médias, en su II parte y en el capítulo sobre la Logique de l’acteur

industriel, ps. 187-198, Paris, 1986. Ver también de los mismos autores: La culture

contre la dernocratie, Paris, 1983, y de A. Mattelart de 1. Stourdzé, Technologie,

culture & COMmunication, Paris, 1982.

31.       A. Y M. Mattealrt, Penser les médias, p. 81.

32.       J. Habermas, Perfil filosófico y político (Entrevista), en Revista “Leviatan” No. 22, ps.

67 y ss., Madrid, 1985.

33.       J. Habermas, La modernidad, un proyecto incompleto, en La postmodernidad, p. 34.

34.       El principal blanco de las críticas de Habermas es Daniel Bell, y su libro Las contradicciones culturales del capitalismo, edic. en castellano Alianza, Madrid, 1977.

35.       J. Habermas, La ruptura entre cultura y sociedad (Sobre la crítica de la cultura de los

Neoconservadores), en Rev. “Nueva Sociedad” p. 28.

36.       A. Huyssen, Guia del postmodernismo, separata de la rev. “Punto de vista” No. 29,

Buenos Aires, 1987.

37.       Ibidem, p. XVIII.

38.       F. Jameson, Postmodernismo y sociedad de consumo, en La postmodernidad, p.

166.

39.       A. Huyssen, obra citada, p. XXXVII.

40.       Ibidem, p. XXXIX.

41.       Ibidem, p. XL.

42.       J. J. Brunner, Los debates sobre la modernidad y el futuro de América Latina, p. 38,

FLACSO, Santiago de Chile, 1986.

43.       Ibidem, p. 39.

44.       N. Garcia Canclini, Un debate, entre tradición y modernidad, en Rev. “David y Goliat”

No. 52, p. 44, Buenos Aires, 1987.

 

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