Motivando la conversación

Exposición a estudiantes de Filología y Comunicación

Recinto Universitario Rubén Darío, UNAN-Managua.

20 de noviembre de 2002.

 

Henry A. Petrie

 

Quizá, al venir aquí, me ha motivado la necesidad de conversar, de intercambiar puntos de vista con personas como ustedes, que también andan buscando respuestas. Entonces, tanto ustedes como yo estamos en las mismas condiciones, al final somos aprendices, indagadores de la información y el conocimiento, investigadores de la verdad que se multiplica y deriva en tantas otras verdades, conocidas y desconocidas, escritas y no escritas, aceptadas y rechazadas.

Y como para empezar una conversación alguien tiene que asumir el papel de Emisor, me atreveré a expresar unos cuantos elementos para que luego intercambiemos lo que corresponda.

Propongámonos hablar un poco de literatura, ficción, realidad y comunicación lógica.

Dentro de la literatura voy a referirme a la creativa, particularmente aquella que hace uso de la forma poética, el cuento y la novela; formas donde no necesariamente se grafica la realidad tal cual es o se manifiesta, pero de la que podemos tomar algunos elementos, sin que esto quiera decir que lo escrito sea algo comprobable. Estamos refiriéndonos a la ficción, es decir, fantasear, imaginar, crear elementos reales no pertenecientes a la realidad objetiva; nos referimos a sucesos hilvanados a capricho de alguien, imágenes afanosamente laboradas. La literatura, desde mi punto de vista, es eminentemente ficción, expresión estética, libertad. Nadie puede dictarnos qué escribir y cómo hacerlo, qué tema escoger, qué es bueno y qué es malo. En literatura no pueden existir reglas.

En mi caso particular, cuando alguna imagen, alguna idea se aloja en mi mente y me empuja a darle forma literaria, me siento un dios, un conocedor de todo, con pleno albedrío en la aventura de hilvanar una historia, construir personajes. Es más, hasta puedo darme el lujo, siendo un dios frente a mi propia creación, de dar entender que soy el más imbécil de los hombres y que por tal razón uno de los personajes se escapó de mi dominio, mofándose de mí, ridiculizándome; y al dar entender esto, debo tener entre manos un propósito mayor, ¿cuál?, de eso se trata, de hurgar en la trama, en el conflicto que crea ese dios caprichoso llamado Escritor.

Así es la literatura, juego de imágenes, laboratorio de la palabra que se vuelve substancia, que se hace, se transforma y transgrede el tiempo, creando, inventando, recreando, hurgando y confeccionando extraños, recatados o inverosímiles personajes.

La realidad es tomada como un referente transgredible, burlable y hasta moldeable a la voluntad del escritor.

Claro, el escritor escribe una verdad estética, una verdad contenida en su propia trama y nadie ha de negar que la historia contada no es real y concreta. Existe porque fue escrita, aunque sea hija de la ficción, de la imaginación. Nadie puede negar que no existe Hamlet de Shakespeare, o Caupolicán de nuestro Rubén Darío, o La metamorfosis de Franz Kafka, o Cien años de soledad de García Márquez, o Canto de guerra de las cosas de Joaquín Pasos Argüello, o Trágame tierra de Lizandro Chávez Alfaro, entre muchísimas obras de la literatura universal y local. De alguna manera sabemos de Don Quijote de la Mancha, ese ingenioso hidalgo que a veces lo vemos representado en las calles de nuestra ciudad, en nuestros barrios o en los pasillos de la universidad; también no dejamos de identificar a un ferviente enamorado de alguna bondadosa muchacha como el Romeo de nuestros tiempos; ¿acaso no hemos escuchado acerca de Macondo? En fin, estamos hablando de personajes que han calado tanto en la realidad, que ahí andan de un lado a otro, representando sus papeles. A Macondo lo vemos ahí, en algún pueblo precario donde el infierno y el cielo se mezclan con el abandono, "un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico", como se describe en la novela. Macondo puede ser nuestro país, carcomido por la ceguera del poder y la gula financiera, por el caudillismo y la corrupción.

Esas grandes obras, aunque surgidas de la imaginación de sus autores, se han constituido en hermosos complejos del arte y han adquirido vida propia. Son verdades en sí mismas que nos muestran estéticamente su mundo, nos comunican emociones, intenciones, situaciones vitales que se dan en lo más profundo del ser humano.

Y aquí entramos quizá, a un conflicto: ¿El lector debe creer en las historias que contamos los escritores? ¿Hasta dónde representamos fielmente la realidad? Cuando yo leo una novela o un cuento no suelo creer que el narrador me va contar un suceso verídico - aunque éste lo haya inspirado- o que me va a informar acerca de un hecho noticioso objetivo. Acudo a este tipo de lectura con la expectativa de sumergirme en su mundo, que me relacione con sus personajes, que me atrape en su urdimbre de imágenes, en su hilvanación imaginativa. No busco en la literatura - creativa- el análisis de una coyuntura política que el país o el mundo esté viviendo, ni conocer una versión lógica o acomodada de algún episodio histórico. Cuando me dispongo a leer, por ejemplo, La insoportable levedad del ser, del checo Milán Kundera (1929), o La sonrisa etrusca del catalán José Luis Sampedro (1917), o El perfume del alemán Patrick Süskind (1949), sé que me va a comunicar, a contar, a transferir algo muy distinto al texto científico, al llamado y adorado sentido común, al que se aferran muchos.

Ahora, cuando estoy sumergido en la creación de un escritor agudamente imaginativo, ¿quién dice que aquello que está siendo narrado o contado, no puede ser identificado como verdad en la experiencia de vida de cualquier ser humano? La literatura es un universo libre y antojadizo, aleatorio, multidireccional. En la mente humana suceden tantas cosas que pueden volverse tangibles, ciertas y concretas mediante el acto de la escritura. Y es que escribir es la manifestación de un estado de la consciencia humana, de un Yo que surge desde lo profundo de nuestro ser, la alquimia de nuestras sensaciones y emociones, el acto de la creación.

Al respecto cito un fragmento del discurso de Víctor Hugo, ese gran poeta romántico francés, autor de Nuestra señora de París (1831) y Los miserables (1862), que pronunciara en el entierro de otro grande y universal de la literatura, Honorato de Balzac (Francia, 1799-1850), dice:

"Todos sus libros no forman más que un solo libro, un libro vivo, luminoso, profundo, en el que vemos ir y venir, andar y moverse con un no sé qué de turbador y de terrible mezclado con lo real, toda nuestra civilización contemporánea; un libro prodigioso que el poeta tituló Comedia y que hubiera podido titular Historia".

Hugo se estaba refiriendo a La Comedia Humana, serie de 97 novelas que ponen de manifiesto la imaginación y la capacidad de Balzac para crear otro mundo completo que rivalice con la realidad. No le bastaba el universo tal como lo apreciaba y se propuso algo nuevo.

Rodín, quien esculpió una estatua del escritor en mención, afirmó con palabras poéticas:

"Fundador de generaciones, pródigo sembrador de destinos, era el hombre cuyos ojos no necesitaban nada de lo creado: si el mundo hubiese estado vacío, sus miradas lo hubieran hecho brotar".

Pero continuemos citando. Ahora con un escritor más cercano que creyó o supuso que los hombres tienen necesidad de vivir según su pequeña lógica humana, Franz Kafka (Praga, 1883-1924), dijo:

"El hecho de estar solo tiene, sobre mí, un poder infalible, mi interior se disuelve y se dispone a dejar que surja algo más profundo".

En toda obra escrita se nos comunica algo que no necesariamente es lógico desde la actividad o experiencia humana habitual. No se trata de un saber abstraído, que desecha lo que no se ajusta a referencias objetivas del procedimiento científico.

Un caso particular: la noticia siempre debe ser objetiva, válida, verídica; elaborarse a partir de lo que realmente sucedió en un lugar y tiempo concreto, involucrando a personas reales, ya sea como víctimas de algún atraco, como corruptos, inmunes o impunes, como agentes de violencia, delincuencial, actores constructivos, algún fenómeno natural, algún desastre provocado por el hombre, entre muchos otros. Igual sucede cuando se escribe acerca de algún episodio histórico, cuando se profundiza en una tesis filosófica, sociológica, psicológica o económica.

La comunicación lógica nos entrega información y conocimientos sometidos a cierto rigor científico, no admite fantasear ni especular.

Sin embargo, y eso es lo fascinante de la literatura; de toda comunicación lógica, de todo hecho verídico, real, concreto, se puede tomar elementos para la exploración imaginativa y creativa del escritor, adulterando su esencia o metamorfoseando su contenido. La diferencia, precisamente, está en que la literatura siempre será ficción y las formas de la comunicación lógica siempre estarán referida a las leyes de la ciencia, al rigor de la experimentación objetiva, de la evolución cognoscitiva de la humanidad. Pero al fin y al cabo, ¿no estamos hablando de comunicación?

No podemos olvidar que en Julio Verne (Francia, 1828-1905) tenemos una de las imaginaciones más fértiles de la literatura. Con su obra se adelantó a la era espacial y los mayores progresos de la técnica. Recuérdese: De la Tierra a la Luna, Viaje al centro de la Tierra, Alrededor del mundo en ochenta día, Veinte mil leguas de viaje submarino, entre otras obras. ¿Quién le diría a Verne que tiempo más tarde el ser humano llegaría a la Luna, que se enviarían sofisticados aparatos a explorar el cosmos, que se fabricarían poderosos aviones, submarinos nucleares y se efectuarían importantes estudios que nos ha incorporado mayor conocimiento acerca de la composición del núcleo terráqueo? En aquel tiempo sus obras eran ficción, pero ya ves, la posteridad las convirtió en grandes premoniciones.

Al escritor no lo anima la profecía, sencillamente cuenta, narra desde su imaginación, desde las imágenes de su mundo mental, interior. Un mundo sólo ideado por él, donde incursiona y transgrede los tiempos, especulando hacia el futuro, pero nunca para que sus verdades estéticas sean comprobadas como en las ciencias.

Yo podría narrar mi viaje fascinante a un determinado cuadrante cósmico donde encontré una civilización más evolucionada que la nuestra, a millones de años luz; esta civilización, desde mi aventura, es la verdadera conocedora de los misterios de la creación del universo y la vida; ahí, fíjense, en ese mundo, y no les estoy mintiendo porque lo viví, porque ahí estuve, un ser luminoso me hizo el amor de manera extraña, inolvidable y me fascinó tanto que ahora así lo ejerzo con las humanas, ¿pero saben qué?, aquel ser - que de seguro era femenino- se embarazó y parió una hermosa criatura, una mezcla de ese ser de allá y de mí que soy de aquí. Así es que una parte de mí está a muchos millones de años luz de este mi planeta, y aún siento en mi piel sus sedosas caricias. La luz de aquel astro sólo alcanzo a verla en el infinito de mí.

Lógicamente, lo anterior es una ficción, pero ¿estaremos lejos de que a nuestro entendimiento se nos descubra lo desconocido, lo que hoy a todas luces es improbable, indemostrable, imponiéndose como descomunal verdad?

Escribir una novela, un cuento, una poesía es volar, dar rienda suelta a la imaginación. Nada que ver con profecías, propiamente dichas.

En definitiva, la literatura cumple una función comunicativa relativa al entretenimiento, a la transferencia de puntos de vista, al abordaje creativo de alguna complejidad psíquica del ser humano, sin que necesariamente se convierta en algún tratado, aunque perfectamente podría ser objeto de estudio por la ciencia, también.

El significado que la locura tiene para el artista o el escritor, difiere del que puedan tener los psicólogos. Una sociedad en literatura puede abordarse desde patrones nada lógicos como podría ser estudiada por los sociólogos. Pero en cada significado pueden haber muchas verdades, una de ellas: el conocimiento es infinito, dinámico, y todo ser humano puede construir sus propios mundos, algunos de los cuales han de adquirir tal trascendencia que la posteridad podría asumirlos como inobjetables. Es decir, podríamos estar ante la tentativa de lo multidimensional de la realidad, por tanto, de la verdad.

Recordemos que las más grandes e importantes invenciones en el mundo, han tenido un punto de partida primario y esencial: la imaginación. Y para procurar la evolución humana, se ha requerido de ella para materializar sus propias condiciones de existencia.

En la dinámica de la vida humana y en su interrelación con la naturaleza - el cosmos es naturaleza- el enigma, la incertidumbre, la angustia y la duda son grandes impulsores del conocimiento y las ciencias en general; son irremediablemente los calderos donde tiene lugar la creación literaria y artística. He ahí el punto vinculante. La búsqueda de la verdad.

Lo que hoy es ficción, en el transcurrir del tiempo, puede convertirse en una gran realidad objetiva, materializada. Aunque no toda obra de ficción está obligada a convertirse en algo real, si no es en sí misma; en su unidad.

La función que la comunicación tiene en estas relaciones múltiples, es la misma que tuvo el hombre de las cuevas al grabar su visión del mundo natural: expresar, representar el mundo en cualquiera de sus formas.

Y así, ya sea cuando contamos oral o por escrito; cuando ficcionamos o conceptualizamos con una determinada lógica; cuando se nos informa o hacemos interpretaciones y especulaciones; cuando nos sometemos a determinadas leyes o nos entregamos a la imaginación; a través de la forma que escojamos para expresarnos o comunicarnos, estamos en esencia transfiriendo un punto de vista, una forma de ver el mundo en el ánimo de una búsqueda inmensurable e inmarcesible de un algo que golpea lúdicamente nuestras concavidades cerebrales.

Y concluyo con un fragmento de El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder (Oslo, 1952), una sorprendente novela acerca de la historia de la filosofía:

"Podría ser, naturalmente, que el universo hubiera existido siempre; en ese caso, no sería preciso buscar una respuesta sobre su procedencia. ¿Pero podía existir algo desde siempre? Había algo dentro de ella que protestaba contra eso. Todo lo que es, tiene que haber tenido un principio, ¿no? De modo que el universo tuvo que haber nacido en algún momento de algo distinto.

"Pero si el universo hubiera nacido de repente de otra cosa, entonces esa otra cosa tendría a su vez que haber nacido de otra cosa. Sofía entendió que simplemente había aplazado el problema. Al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde no había nada de nada. ¿Pero era eso posible? ¿No resultaba eso tan imposible como pensar que el mundo había existido siempre?

"En el colegio aprendían que Dios había creado el mundo, y ahora Sofía intentó aceptar esa solución al problema como la mejor. Pero volvió a pensar en lo mismo. Podía aceptar que Dios había creado el universo, ¿pero y el propio Dios, qué? ¿Se creó él a sí mismo partiendo de la nada? De nuevo había algo dentro de ella que se rebelaba. Aunque Dios seguramente pudo haber creado esto y aquello, no habría sabido crearse a sí mismo sin tener antes un "sí mismo" con lo que crear. En ese caso, sólo quedaba una posibilidad: Dios había existido siempre. ¡Pero si ella ya había rechazado esa posibilidad! Todo lo que existe tiene que haber tenido un principio.

" ¾ ¡Caray!

"Vuelve a abrir los dos sobres.

"¿Quién eres?"

"¿De dónde viene el mundo?"

"¡Qué preguntas tan maliciosas! ¿Y de dónde venían las dos cartas? Eso era casi igual de misterioso.

"¿Quién había arrancado a Sofía de lo cotidiano para de repente ponerla ante los grandes enigmas del universo?"

Entonces, ahora conversemos.

Gracias.

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