¿Quién teme a Marshall McLuhan?

Jorge Lozano

Catedrático

Universidad Complutense de Madrid

 

 

"Definir es matar. Sugerir es crear".

S. Mallarmé

Hace ahora 20 años, el 31 de diciembre de 1980, murió en Toronto el

canadiense Herbert Marshall McLuhan, que había nacido en Edmonton

(Alberta) el 21 de julio de 1911. A 20 años de distancia aquel "Doctor

Spock de la cultura pop", entrevistado por P1ayboy, que hacía de McLuhan

en Annie Hall, de Woody Allen, denostado por la Academia, ridiculizado por

la teoría crítica, reaparece últimamente en plena globalización o

glocalización —él que habló de aldea global— donde la cuestión de la

transmisión de información lejos de ser banal se convierte en problema

central.

En cierta ocasión, el dandi del llamado nuevo periodismo americano Tom

Wolf le preguntó por qué era tan difícil seguir sus razonamientos, a lo

que McLuhan contestó sin pestañear: "Sencillo. Soy un hemisferio derecho

que habla a hemisferios izquierdos". Tamaña respuesta lo confirmaba como

enigmático profeta, de pensamiento galáctico diría Edgard Morin, que

gustaba de recurrir a la imagen de la sonda ("los productos de mi mente

son sondas que iluminan zonas oscuras") y que prefirió ser un explorador

(explorer) a alguien que da explicaciones (explaner). "El explorador es un

ser absolutamente ilógico. Jamás sabe en qué momento va a hacer un

descubrimiento extraordinario. Y la lógica es un termino que carece de

sentido cuando se aplica al explorador". No explico nada. Exploro". Mas

alguna de sus justamente exploraciones, de sus profecías consideradas en

un tiempo disparates, le han dado en parte razón. De ahí que la pregunta

"¿Quién teme a Marshall McLuhan?" sea pertinente y que merezca la pena

recordar a este visionario personaje —cowboy canadiense, lo llamaba

Baudrillard— que gustaba de decir, ¿otra profecía?, que el futuro era cosa

del pasado. ¿Quién podría hoy por ejemplo rechazar drásticamente la

siguiente afirmación de McLuhan:

"La velocidad eléctrica tiende a abolir el tiempo y el espacio de la

conciencia humana. No existe demora entre el efecto de un acontecimiento y

el, siguiente. Las extensiones eléctricas de nuestro sistema nervioso

crean un campo unificado de estructuras orgánicamente interrelacionadas

que nosotros llamarnos la actual Era de la Información".

O aquella según la cual:

"En la era eléctrica nos vemos a nosotros mismos cada vez más traducidos

en términos de información, dirigiéndonos hacia la extensión tecnológica

de nuestra conciencia"

Comenzó McLuhan estudios en ingeniería que luego abandonaría para

licenciarse en literatura inglesa en la Universidad de Manitoba. Con una

beca se desplazó a la Universidad inglesa de Cambridge, donde fue

discípulo de Leavis y de Richards, para tealizar una tesis sobre Thomas

Nashe (1567?1601), miembro del famoso grupo de dramaturgos, escritores y

poetas ingleses conocidos por los "University Wits", en el que destacó el

autor de El judío de Malta Christopher Marlowe. De este grupo cabe

recordar, entre otras cosas, un ilimitado entusiasmo por los aforismos y

juegos de palabras que deberían influir tanto en el autor del dictum "el

medio es el mensaje" o "el medio es el masaje". La lectura de Nashe le

hizo interesarse por la retórica, por figuras como la hipérbole y la

paradoja; y lo citará en un confuso y abstruso aforismo de La galaxia

Gutenberg: "La polifonía de la prosa de Nashe peca contra el decoro lineal

y literario".

En Cambridge se ocupó en estudiar a Yeats, T. S. Eliot, Ezra Pound (con

quien mantuvo relaciones, lo visitó en el manicomio de St. Elisabeth,

donde fue confinado por su apoyo radiofónico al régimen fascista en

Italia, y mantuvo con él correspondencia) y especialmente James Joyce,

hasta el punto que siempre sostuvo que sus posteriores investigaciones

sobre los medios y sobre el nuevo ambiente "eléctrico" siempre lo eran

"applied Joyce", aplicando Joyce.

"(...) Cambrigde fue un shock. Richards, Lewis, Eliot y Pound y Joyce en

pocas semanas abrieron las puertas de la percepción sobre el proceso

poético y sobre el papel de adaptación del lector al mundo contemporáneo.

Mi estudio sobre los media tuvo inicio y siempre ha permanecido radicado

en la obra de estos autores".

No incluye en esta cita, sin embargo, a quien fue junto a Joyce su autor

preferido, Chesterton, de quien admiró su adhesión a la paradoja y al

paralogismo. Chesterton fue a quien dedicó su primer artículo académico

(sic) en 1936 'G. K. Chesterton: A practical Mystic' y de quien se ocupó

en la introducción que redactó para el libro de H. Kenner, Paradox in

Chesterton, de 1948. Fue la profunda admiración al autor de las obras

sobre el padre Brown la responsable de su conversión al catolicismo,

religión que profesó y que nunca abandonaría.

De todos ellos, y fundamentalmente de James Joyce, le fascinaba su

capacidad de crear mundos llenos de visiones y sonidos discontinuos que

exigían del lector una participación activa. De esa consideración surgió

su constante recurso a los aforismos que, como él decía, son siempre

incompletos y requieren por ello de una profunda participación. No es

extraño que un músico como John Cage dijera de McLuhan —que era amigo de

Glenn Gould y de Duke Ellington—:

"En sus escritos me gusta el modo en que salta de un parágrafo al sucesivo

sin un nexo lógico (...) deja un espacio, un intervalo que permite al

lector, estimulado, razonar por su propia cuenta".

De los artistas destaca McLuhan su capacidad para prever el futuro ("El

artista capta el mensaje del desafío cultura] y tecnológico varios

decenios antes que un choque transformador se haga sentir"). El artista,

sostenía, está dotado de una personalidad tan excepcional que puede

"corregir las relaciones entre los sentidos antes de que los choques de

una nueva tecnología hayan aturdido los procedimientos conscientes".

A final de los años treinta McLuhan fue docente en la Universidad de San

Luis (Missouri), donde se encontraba estudiando Walter Ong, autor de

Oralidad y escritura (1982), sobre quien ejerció una reconocida

influencia. Fue en efecto McLuhan quien descubrió a Ong la obra de P.

Ramus, Pierre de la Rarnée (15151557). Ong le dedicó un libro sobre Ramus

y publicó un libro importante Ramus, Method and Decay of Dialogue sobre el

papel de la visualización en la lógica y en la filosofía del Alto Medioevo

y sobre el cierre disciplinario de la reforma pedagógica de Ramus, que a

su vez fue utilizado por McLuhan en La galaxia Gutenberg, donde cita a Ong

y se refiere a Ramus como "un francés que se deslizó sobre la ola de

Gutenberg". Los años que pasó en San Luis, donde impartió cursos sobre

Retórica e Interpretación le permitieron familiarizarse con el Medioevo y

la cultura escolástica. De ahí proviene su interés por los procesos

cognoscitivos.

En 1951 publicó su primer libro, La novia mecánica (seis años antes de que

R. Barthes publicara Mitologías) tratando de hacer cumplir una de sus

profecías, la que había sugerido en su diario en marzo de 1930:

"De aquí a cincuenta años (...) un volumen de eslóganes y anuncios

publicitarios de 1930 constituirá una lectura mucho más interesante que

cualquier otra cosa aparecida en esta generación".

En una carta a su madre, Elsie Hall, maestra de dicción y actriz de

teatro, definirá La novia mecánica como "una nueva forma de narrativa de

ciencia-ficción, con anuncios publicitarios y tebeos (...) podría ser

considerada como una nueva forma de novela". El libro muestra "el folklore

del hombre industrial" (...), en tono decididamente moralista y

apocalíptico ("el efecto de muchos anuncios y entretenimientos es mantener

a todos en un estado de vulnerabilidad mediante una rutina mental

prolongada?') tanto que por decirlo con Umberto Eco "paradójicamente este

libro hace pensar en un Adorno que se expresase en tebeo. El aparato

filosófico y argumentativo son diferentes pero la indignación es la misma.

Salvo que McLuhan sugiere 1eer" y "comprender" estos fenómenos desde

dentro para poderlos dominar". En efecto, esa mirada "desde dentro"

siempre la justificó nuestro autor mientras se preguntaba al inicio del

libro:

"¿Por qué no usar la nueva educación comercial como un medio para

comprender [la manipulación]? O, ¿por qué no ayudar al público a observar

conscientemente el drama que se intenta operar inconscientemente en él?".

Él mismo cuenta que, a medida que iba siguiendo este método, le vino a su

mente el cuento Descenso al Maelström, de E. A. Poe. El marinero de Poe,

recordemos, pudo salvarse estudiando la acción del torbellino y cooperando

con él.

"Del mismo modo", dirá, "este libro hace algunos intentos para combatir

las considerables corrientes y presiones, situadas hoy a nuestro alrededor

por la acción mecánica de la prensa, la radio, el cine y la publicidad".

En un momento del cuento de Poe, el marinero, mientras estaba encerrado en

las paredes del torbellino con numerosos objetos que flotaban a su

alrededor piensa: "Debo haber estado delirando porque incluso traté de

entretenerme especulando sobre las velocidades relativas de sus diferentes

descensos del torbellino hacia la espuma inferior?. Con el mismo espíritu

nacido del desapego racional de comportarse como un espectador de su

propia actuación, que le salvó, intenta McLuhan, con esas palabras,

abordar y ofrecer éste su primer libro, insisto moralista casi swiftiano,

en el que la tecnología se le aparecía como "un tirano abstracto que

produce devastaciones hasta en los resquicios más profundos de la psique".

El propio McLuhan lo diría así tiempo más tarde:

"Durante muchos años, hasta que no escribí mi primer libro La novia

mecánica, había adoptado un acercamiento extremadamente moralista a

cualquier tecnología ambiental. Aborrecía las maquinarias. Detestaba la

cuidad, consideraba la revolución industrial como el pecado original y los

mass media como la caída original. Dicho brevemente, rechazaba casi todos

los elementos en nombre de un utopismo rousseauniano. Pero gradualmente me

di cuenta cuan estéril e inútil era la actitud mía y comencé a comprender

que los más grandes artistas del siglo XX —Yeats, Pound, Eliot, Joyce—

habían descubierto un acercamiento completamente diferente, basado en la

identidad de los procesos de cognición y de creación. Me di cuenta de que

la creación artística es el play-back de la experiencia ordinaria —de las

escorias a los tesoros—. Dejé de ser un moralista y me convertí en un

estudioso".

En ese mismo año, 1951, otro canadiense historiador de la economía, Harold

Adams Innis, publicaba en Toronto The Bias of Communication, en el que

relacionaba la forma de la comunicación con la organización política,

interacción que le autorizaba a sugerir, por ejemplo, que si la invención

de] alfabeto fonético y, por tanto, el uso de la imprenta y del papel,

había permitido el desarrollo de los imperios (cuyo poder irradiaba de los

centros urbanos a través de los grupos de sacerdotes y funcionarios), la

cultura oral, como en la antigua Grecia, favorecía un tipo de sociedad con

un alto grado de participación e imaginación. En ese libro Innis escribía:

"Los efectos del descubrimiento de la imprenta se hicieron evidentes en

las salvajes guerras religiosas del siglo XVI y XVII. La aplicación del

poder a las industrias de la comunicación aceleró la consolidación de las

lenguas vulgares, el nacimiento del nacionalismo y los recientes

estallidos del salvajismo en el siglo XX".

En un libro anterior, Imperio y comunicación, Innis ya sostenía que la

naturaleza de la tecnología de los medios de comunicación que prevalezcan

en una sociedad y, en un momento dados influirá en el modo de pensar y

actuar de sus miembros. Aparecerán así "monopolios de conocimiento"

tecnológicamente determinados.

Halagado McLuhan porque Innis recomendara a sus alumnos La novia mecánica,

leyó Imperio y comunicación, que influiría de modo explícito en su mejor

libro La galaxia Gutenberg (1962), intitulando uno de sus capítulos 'Cómo

Harold Innis fue el primero en demostrar, el alfabeto es una agresivo y

militante absorbedor y transformador de culturas'. Allí recuerda cómo

Innis explica detalladamente la simple verdad del mito de Cadmo:

"El rey griego Cadmo, que introdujo el alfabeto fonético en Grecia, se

dice que sembró los dientes del dragón y, que brotaron hombres armados.

(Los dientes del dragón pueden simbolizar las viejas formas jeroglíficas).

También explicó Innis por qué la imprenta origina nacionalismos y no

tribalismo, y por qué origina los sistemas de precios y mercado que no

pueden existir sin ella. En resumen, Harold Innis fue el primero en

señalar el proceso de cambio como implícito en las formas de la tecnología

de los medios. El presente libro es una nota a pie de página para explicar

su obra".

En un texto posterior (1964) McLuhan vuelve a ocuparse de Innis, pero

incorporando su lectura del fundamental libro Preface to Plato (1963), del

también canadiense de Toronto E. A, Havelock, de quien toma la idea de que

el alfabeto es una tecnología de fragmentación y concreción visual, que

llevó rápidamente a los griegos al descubrimiento de la información

clasificada (para Havelock el pensamiento está entrelazado con los

sistemas mnemotécnicos, los cuales determinan incluso la sintaxis). De

modo abrupto, McLuhan, comentando a Innis, dirá: "Los griegos fueron de lo

oral a lo escrito, de la misma forma que nosotros vamos de lo escrito a lo

oral. Ellos 'terminaron en un desierto de datos clasificados, igual que

nosotros podemos 'terminar' en una nueva enciclopedia tribal de conjuros

de auditorio". Más allá del tono oracular que tan razonablemente ha

irritado, si pensamos en el fático (sic) uso actual de los teléfonos

móviles por parte de los jóvenes enviándose pequeños mensajes clasificados

o ciertos usos de los chats-lines podríamos darle la razón. En todo caso,

a McLuhan hay que incorporarlo al grupo de los estudiosos que, como

Havelock u Ong, tanto se han ocupado de oralidad y escritura. El mismo

Ong, en su importante libro Oralidad y escritura, subtitulado 'Las

tecnologías de la palabra', reconoce el trabajo realizado por McLuhan

sobre el contraste oído-ojo, oralidad-texto escrito, llamando la atención

sobre la conciencia precozmente aguda de James Joyce respecto a la

polaridad oreja-ojo y refiriendo a tales polaridades un número de horas

académicas heteróclitas, recogidas por su vasta y ecléctica cultura y por

sus excepcionales intuiciones. También por influencia de McLuhan, Ong

distinguirá entre "oralidad primaria" de las sociedades sin alfabetización

y "oralidad secundaria" derivada de la introducción de los medios

electrónicos en las sociedades alfabetizadas.

La cultura oral, al basarse sólo en las técnicas mnemotécnicas que se

basan sobre el ritmo y la repetición es, según Ong:

Paratáctica en vez de hipotáctica (coordina el discurso con breves

proposiciones independientes o unidas por conjunciones simples, en vez

de organizar arquitecturas complejas con abundancia de subordinadas).

Ejemplo de estilo oral paratáctico es el relato de la creación en el

Génesis (1: 1?5) que si bien es un texto escrito mantiene reconocible su

estructura oral.

Agregativa en vez de analítica (sobre el plano de los contenidos pone

juntos fenómenos según un principio análogo: unir en serie más que

atender a la complejidad de los vínculos), Ejemplo: uso de fórmulas como

auxilios mnemotécnicos: clichés usados como denuncia política, el

"enemigo del pueblo"...

Redundante en vez de económica.

Tradicionalista más que innovadora.

De tono agonístico.

Enfática y participativa más que objetiva y distanciada.

Homeostático (equilibrio que elimina memorias sin relevancia para el

presente).

Situacional más que abstracta.

De la proximidad entre el padre Ong y McLuhan dan cuenta estas palabras

del primero:

"Hablo de comunicación oral y de la transformación tecnológica de la

palabra a través de la escritura, la imprenta y la electrónica, siendo

consciente de cómo los seres humanos interioricen sus tecnologías

convirtiéndolas en parte de sí mismos. Hemos interiorizado la escritura y

la imprenta tan profundamente que no nos damos ya cuenta de que son

componentes tecnológicos de nuestros procesos mentales"

Sobre la dicotomía oralidad y escritura aparecerá en Understanding Media

(1964) su más famoso y manoseado eslogan "el medio es el mensaje", que

significa, según sus palabras, que las consecuencias individuales y

sociales de cualquier medio, es decir, de cualquiera de nuestras

extensiones (o prótesis) resultan de la nueva escala que introduce en

nuestros asuntos cualquier extensión o tecnología nueva. Pone como ejemplo

la luz eléctrica, que es información pura; un medio sin mensaje. Tamañas

aserciones fueron tildadas de determinismo tecnológico: no sólo se

privilegia el solo componente tecnológico como mero (y único) causante de

la influencia de los mass media en los destinatarios, sino que, al mismo

tiempo y por ello mismo, niega otros elementos en el proceso de

información y comunicación, y, más en concreto, el contenido de los

mensajes.

El abandono del contenido, que irritara tanto a las escuelas críticas de

comunicación, supone no sólo reducir el proceso (y el sistema) de

comunicación a una simple relación técnica (telemática o tecnotrónica)

entre media y destinatarios, sino que además supone, en tanto que

considera a los media como extensiones de la corporeidad, confundir los

clásicos (discutidos e incluso discutibles) conceptos de "canal", "código"

y "mensaje" surgidos en el seno de la teoría de la información (donde, por

cierto, "contenido" en esta teoría no es lo que se dice" sino el número de

elecciones binarias para decir algo). La objeción es, era, clara: si son

igualmente media el aire, un vestido, una escritura, entonces no hay

diferencia entre canal (aire), mensaje (vestido) y código (lengua

escrita).

En aquellos años Eco, que se refirió al pensamiento del parusiaco McLuhan

como cogito interruptus, le reprochó que, al considerar la luz como

medium, no podía distinguir entre la luz como señal (transmisión de

impulsos para significar mensajes particulares), la luz como mensaje (la

luz encendida en la ventana del amante significa "ven"), o la luz como

canal de otra comunicación (la luz de la lámpara permite leer). Tras estas

sin duda pertinentes observaciones, cabe recordar también, por otro lado,

que la etimología de información en su uso habitual deriva del griego

morphé (formar) y donde in-formare equivale a dar forma —o estructura— a

materia, energía o relación. Definición ésta no extraña a aquella

aristotélica según la cual una información es algo que sirve para dar una

forma, para hacer precipitar al receptor en un nuevo estado. O como dirían

Bateson o Luhman, entre otros, "una diferencia que hace una diferencia".

Su atención a la forma ("No soy un 'crítico cultural porque no estoy

interesado en clasificar formas culturales. Soy un metafísico interesado

en la vida de las formas y en sus sorprendentes modalidades") le llevó a

proclamar en varias ocasiones con tono conminatorio no exento de

histrionismo: "¡Mirad la forma, mirad la forma; no vendáis vuestra alma

por un plato de mensajes!" Creo no equivocarme si veo en su escritura una

concreción de su interés por la forma. Atento lector de poesía, había

escrito alguna vez que la forma poética puede tener una tendencia visiva

más que auditiva, como por ejemplo en la poesía de Wordsworth. Y cuando

apareció La galaxia Gutenberg invitó a leerlo como un mosaico ("ni hay que

leerlo todo ni en secuencia particular: los párrafos no son simples

referencias, son estructuras que incorporan formas espaciales de

percepción y de conciencia"). El mosaico, decía, puede ser visto como una

danza, pero no está estructurado visualmente ni es una extensión del poder

visivo. El mosaico, de hecho, no es uniforme, continuo o repetitivo. Es

discontinuo, oblicuo y lineal.

Para McLuhan, "el medio es el mensaje" quiere decir también que, más allá

de los contenidos transmitidos cada vez, es la misma tecnología de los

medios de comunicación la que constituye per se un impulso comunicativo

fuerte y determinado.

No sé cuánto haya leído McLuhan a Heidegger, de quien dice en La galaxia

Gutenberg: "Heidegger hace esquí acuático sobre la ola electrónica tan

triunfalmente como Descartes cabalgó la ola mecánica". Pero sí me arriesgo

a encontrar similitudes con la conferencia que el filósofo alemán dictara

el 18 de noviembre de 1953 en Munich, La pregunta por la técnica, en donde

afirmaba taxativamente "la técnica no es lo mismo que la esencia de la

técnica". En ese texto Heidegger afirma que la técnica no es meramente un

medio; es un modo de desocultar; es el ámbito del desocultar, es decir, de

la verdad (aletheia). Recuerda Heidegger que técnica deriva de tekné, que

forma parte del producir, de la poiesis, es algo, dice, "poietico". (En un

reciente libro sobre televisión, Silverstone, imbuido de ese espíritu

heideggeriano, dirá: "la tecnología pasa a ser una cuestión que atañe más

a destrabar, transformar, almacenar, distribuir, modificar y regular

conocimiento y prácticas)".

Atendiendo al impulso comunicativo fuerte y determinado, McLuhan

estableció su clasificación técnica de los medios, que dividió entre

'fríos" y "calientes" (los "calientes" saturan un canal sensorial con una

fuerte densidad de información, no favorecen la interacción, son

"cerrados" e inducen pasividad: prensa, radio, cine ... ; los 'fríos" se

dispersan entre varios canales sensoriales o tienen escasa densidad

informativa; inducen a la participación, la actividad, la interacción:

televisión, teléfono, conversación).

Como se sabe, no tuvieron mucho éxito "exploraciones" de este tipo. Si ya

nos hemos referido a las críticas a McLuhan por el abandono del

"contenido" no tuvo mejor fortuna su propuesta del estudio sobre el

medium. Sin embargo, poco antes de su muerte apareció un importante libro

sobre un medium, en este caso la prensa, que le daría la razón. Nos

referimos al libro de Elisabeth L. Einsenstein The Printing Press as an

Agent of Change: Communications and Cultural Transformations in Early

Modern Europe (1979), en donde, como se sabe, demuestra de modo

convincente cómo la prensa revolucionó la Europa Occidental alimentando la

Reforma y el desarrollo de la ciencia moderna.

McLuhan, refiriéndose a la tecnología de la escritura y a sus efectos

múltiples, a menudo opuestos, dice: "Si el rígido centralismo es una

característica importante de la alfabetización y de la imprenta, no menos

importante es la apasionada afirmación de los derechos individuales", y se

refiere también a las feroces guerras de religión de los siglos XVI y XVII

causadas por el descubrimiento. Elisabeth Eisenstein, por su parte,

escribe:

"Es difícil imaginar cómo alguien pudiera considerar una auténtica

bendición la reproducción más eficiente de los textos religiosos. Saludada

por todos como un arte pacífico, la invención de Gutenberg contribuyó

probablemente, mas que otra denominada arte de la guerra, a destruir la

concordia cristiana y a desencadenar la guerra religiosa".

Si McLuhan y Eisenstein, pero también Ong, Havelock o Goody, pueden

inscribirse en aquella teoría del medium que considera que la tecnología

es formadora de cultura y, creadora de ambiente, también Walter Benjamin,

no ciertamente próximo a McLuhan, sostuvo tesis análogas. En un texto

sobre Karl Krauss sostiene Benjamin:

"¿Es la prensa un mensajero? No, el evento. ¿Un discurso? No, la vida. La

prensa sugiere que los verdaderos sucesos sean las noticias sobre los

sucesos, pero provoca también esta siniestra identidad, de donde surge

siempre la apariencia que los hechos deban ser referidos primero y después

realizados, y a menudo también tal posibilidad".

En Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano,

McLuhan se refiere al mito griego de Narciso (de narcosis, entumecimiento)

según el cual el joven Narciso confundió su reflejo en el agua con otra

persona ("esta extensión suya insensibilizó sus percepciones hasta que se

convirtió en el servomecanismo de su propia imagen extendida o repetida").

Con esta imagen sostendrá que cualquier invento o tecnología es una

extensión o autoamputación del cuerpo físico, y, como tal extensión,

requiere, además, nuevas relaciones o equilibrios entre los demás órganos

y extensiones del cuerpo, y concluirá afirmando: "En la edad eléctrica

llevamos a toda la humanidad como nuestra piel". No parece que el efecto

de narcosis de tantos usuarios de Internet, por ejemplo, no fuera

anticipado por McLuhan; toda la literatura sobre cyborgs, ciberespacio o

cibercuerpo deberían reconocerlo; y nadie podría negar que la oveja Dolly

tiene que ver más con el mito de Narciso que con el mito de Edipo.

Recientemente, Derrick de Kerckhove ha propuesto, con el término de

psicotecnología (cualquier tecnología que imita, extiende o amplía los

poderes de nuestra mente), considerar la televisión como nuestra

"imaginación colectividad" (otros dirían "mente pública") proyectada fuera

de nuestros cuerpos, que se galvaniza en una teledemocracia electrónica.

Más allá de los análisis sobre la "neotelevisión", o del anuncio de su

fase implosiva o terminal, la televisión continúa, como quisiera McLuhan,

ejerciendo el efecto narcótico, como aquella escena en que Woody Allen le

dice a Diane Kcaton mientras viajan en un taxi: "Estás muy guapa,

difícilmente puedo mantener mis ojos sobre el taxímetro".

Años después de la muerte de McLuhan, director desde 1963 del Centro para

la Cultura y la Tecnología de la Universidad de Toronto, apareció un

notable libro del profesor J. Meyrowitz, No sense of place (1985), que se

ocupa, corno reza el subtítulo, del impacto de los medios electrónicos

sobre el comportamiento social; uno de cuyos efectos lo sugiere el título,

es la modificación del sentido del lugar: ha disminuido el significado

social de las estructuras fisicas que, en otro tiempo, dividían la

sociedad en numerosos espacios ambientales de interacción. Reconoce

Meyrowitz que en los estudios sobre la teoría del medium faltan también

tentativas concretas de vincular el análisis de las características de los

medios con el análisis de las estructuras y de las dinámicas de la

interacción social cotidiana, de ahí su título. Meyrowitz se preguntaba:

"¿Por qué y cómo las tecnologías que crean nuevos vínculos entre lugares y

personas pueden llevar a un cambio fundamentalmente en la estructura de la

sociedad o en el comportamiento social?" Si para analizar la interacción

social cotidiana se apoya en Goffman, para analizar los media se apoya con

todas las reservas en McLuhan, a quien reconoce la importancia de su

discurso sobre "el equilibrio sensorial".

Más recientemente, D. de Kerckhove, en sus libros, siempre deudor de su

maestro McLuhan, ha propuesto bajo el concepto de "brain frame" que las

tecnologías de elaboración de información "enmarcan" nuestro cerebro en

una estructura y que cada una de ellas lo desafía a proporcionar un modelo

diverso, pero igualmente eficaz de interpretación. Dicho con sus palabras,

el cerebro humano es un ecosistema biológico en constante diálogo con la

tecnología y la cultura. ("las tecnologías basadas sobre el mensaje como

la radio y la televisión pueden "enmarcar" el cerebro, ora

fisiológicamente sobre el plano de la organización neuronal, ora

psicológicamente sobre el plano de la organización cognitiva; otras

tecnologías ?los satélites y las redes telefónicas? se han convertido en

prolongaciones del cerebro y del sistema nervioso central. Estas

tecnologías, dice, crean estructuras que "enmarcan" el ecosistema).

Decía McLuhan en 1964:

"Situando nuestros cuerpos físicos en el centro de nuestros sistemas

nerviosos ampliados con la ayuda de los medios electrónicos, iniciamos una

dinámica por la cual todas las categorías anteriores, que son meras

extensiones de nuestro cuerpo, incluidas las ciudades, podrán traducirse

en sistemas de información".

Es fácil imaginarse la reacción que en aquellos años pudo provocar esta

aserción. Mas debemos reconocer con De Kerckhove que en este pasaje

McLuhan se anticipó a la realidad virtual unas tres décadas antes de que

la idea filera siquiera considerada: "McLuhan no necesitó ver un sistema

para saber que el propósito de la informatización era convertir el

hardware en software, que el pensamiento tomara las riendas del poder

físico".

Entonces, podemos concluir, este señor tan extravagante ¿era un profeta?,

¿era una especie de Julio Verne de la comunicación electrónica? Fuere lo

que fuere, sí habrá que darle razón cuando repetía: 'Para ser un buen

profeta no se debe predecir nada que no haya ocurrido ya".

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1996.

 

 

Jorge Lozano es catedrático de Teoría de la Información en la Universidad

Complutense de Madrid. Autor de El discurso histórico.

Este artículo ha sido publicado previamente en Claves de razón práctica,

nº 109, enero-febrero 2001, pp. 51-55

 

 

 

 

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