DESAFÍOS DE LA CULTURA EN LA MODERNIDAD

Carlos P. Carbacho

Representante de la OEA en Venezuela

Significado de Cultura. Para empezar a definir una marco conceptual de lo que es cultura, podemos

hacer una primer esbozo diciendo que es lo que nos queda luego que hemos olvidado gran parte de lo que nos enseñaron en la escuela. Cultura es esa biosfera intangible en la cual nos desenvolvemos e interactuamos. En cuanto tal, es un tema de alcances tan vastos que su discusión requiere de un contexto que escapa a las modestas pretensiones de este trabajo. Sin embargo, el tema es tan atrayente que no podemos evitar sustraernos a la tentación de referirnos aunque sea someramente a algunos de sus aspectos más relevantes, aún a riesgo de navegar en un océano de un cm. de profundidad, como hubiera dicho ese Señor de la Cultura que fue José Ignacio Cabrujas.

Cuando nos referimos a la cultura, todos intuimos de lo que se pretendemos hablar. Sin embargo, cuando se trata de definirla, nos encontramos frente a un problema clásico: sabemos lo que es ser valiente, pero es complicado definir la valentía; similarmente definir la cultura es difícil y podrá tener tantas definiciones, como sean los puntos de vista desde los cuales se la enfoque.

Según Federico Mayor de UNESCO, cultura es la manifestación suprema de la forma en que la gente actúa diariamente. Notemos que Mayor pone el acento en el comportamiento de la gente sin detenerse necesariamente a establecer los nexos del comportamiento del grupo en cuanto tal.

Para Luciano Tomassini de la Fundación Felipe Herrera, cultura es aquello que da significación a las cosas; lo que determina cómo pensamos y actuamos y nuestros valores éticos. Notemos que para Tomassini lo importante en la cultura es que define los valores éticos, pero igualmente esta definición no explicita necesariamente un comportamiento de grupo.

Podemos entonces intentar reunir los puntos de vista diciendo que cultura es la síntesis de las creencias, tradiciones, formas de expresión y valores, de todos los grupos que integran una sociedad.

El papel que juega la cultura. Basándonos en las definiciones anteriores podemos colegir que la cultura, como expresión de un modo de vida, es aquello que genera en la gente valores tales que les desarrolla un sentimiento de pertenencia a un grupo en particular (Identidad social).

Si nos detenemos un instante en el concepto de identidad social y sentido de pertenencia, nos daremos cuenta, por ejemplo, que aquellos sectores que han caído en pobreza o que carecen de riquezas materiales, poseen sin embargo bienes intangibles, su acerbo cultural, el que en ciertos casos como ocurre en las culturas indígenas, puede provenir de siglos o aún milenios.

Si el conjunto desarrollara una conciencia social producto de una cuidadosa consideración y valoración de las raíces culturales de los grupos menos favorecidos, ello permitiría que éstos valoraran positivamente su identidad social y con ello elevaran su autoestima. Sin embargo, es corriente escuchar juicios livianos y apresurados a través de los cuales se considera que la pobreza es el resultado de una carencia de cultura.

A nuestro modesto entender, la pobreza económica, la marginalidad y la exclusión, son algunas de las fuentes en las que tiene su origen la pérdida de valores culturales. Creo oportuno aclarar que la exclusión es algo que va más allá de una limitante en el acceso a los bienes y servicios. En realidad parece ser un proceso que además de impedir el acceso a éstos, lleva en si mismo una carencia de perspectivas o posibilidades (desesperanza) que permita superar esta condición. Desde este punto de vista, la exclusión aparece cuando la pobreza ha llegado a un punto tal que no tiene perspectivas de cambio.

No es inusual que los sectores más favorecidos de una sociedad consideren que los grupos menos favorecidos son atrasados, precarios e incluso hasta inferiores. Por su parte los grupos empobrecidos perciben que algunos de los sectores llamados pudientes profesan un callado "desprecio cultural" hacia lo que constituyen sus tradiciones, valores, acerbo cultural y formas de relación. Esto causa una desvalorización de la cultura, debilita la identidad del grupo y genera a la larga una baja en la autoestima del conjunto.

Política cultural. Una política cultural debiera entonces entre otros objetivos, tratar de revertir este fenómeno y propender a una elevación de la autoestima personal y de grupo, en los sectores menos favorecidos de la sociedad. Es evidente que la fortaleza en la autoestima puede actuar como un factor importante para detonar en el grupo una actitud constructiva y creativa. Una exaltación de la cultura popular y la apertura de canales que permitan su libre expresión y cultivo por las generaciones más jóvenes, hará crecer la cultura y con ello devolverá a los grupos empobrecidos su identidad elevando consiguientemente su autoestima.

Si ahora enfocamos nuestra mirada hacia el desarrollo, nos daremos cuenta que la cultura en sí misma no crea desarrollo, pero sin ella no hay desarrollo posible. Al mismo tiempo, es necesario entender que un factor importante en el desarrollo se deriva del hecho que grandes grupos sociales estén fuertemente identificados con valores y objetivos que les sean caros. En ellos la cultura juega un papel preponderante ya que como lo señala Bernardo Kliksberg , "la cultura libera el capital social de una nación y desarrolla la habilidad de unirse en torno a objetivos comunes para progresar."

El costo de la cultura. Es frecuente que tanto las autoridades locales y regionales así como los gobiernos nacionales, enfoquen la cultura desde el punto de vista del gasto que ella demanda y lo comparen con los efectos que produce, empleando la misma regla costo/beneficio que aplican a cualquier proyecto. Como los beneficios de la cultura poseen una componente tangible (empleo, bienes y servicios) que es perfectamente cuantificable y una componente intangible que es difícil de medir, a menudo se ignora o subestima esta última en detrimento del resultado final. De este modo, para los planificadores del presupuesto, la cultura adquiere la imagen de un gasto oneroso y a menudo superfluo frente a problemas urgentes derivados de otras carencias de la sociedad. Sin embargo, si se enfoca la cultura teniendo presente los valores que ya hemos bosquejado, el gasto que ocasiona no representa un costo sino una inversión fundamental a partir de la cual se incrementa el tejido social que permite emprender otros desarrollos. No obstante lo anterior, es normal ver como los gobiernos, que normalmente deben enfrentar restricciones presupuestarias para disminuir el gasto público, lo primero que restringen es la inversión en cultura.

Un enfoque como el descrito conlleva el reconocimiento de la importancia que tiene el aspecto cultural en la integración de los mercados audiovisuales y de las industrias culturales en general, y la cada vez más urgente necesidad de abordarlo desde la perspectiva de la preservación de las identidades.

Como inversión, la cultura produce efectos económicos directos (empleo, demanda de bienes y servicios) e indirectos (es un activo intangible). Impulsa el desarrollo y crea bienestar en la sociedad elevando la autoestima del grupo social. Por ello, los organismos multilaterales que buscan el desarrollo integral, como la OEA, debieran aplicar vigorosas políticas culturales para promover el énfasis en la cultura popular. No obstante, los Estados miembros, que normalmente asignan prioridad a otros aspectos del desarrollo, generan y aprueban políticas multilaterales y políticas públicas en las cuales se asigna baja prioridad y montos realmente exiguos a la inversión en cultura.

Cultura, comunicación e integración. En todo grupo humano, la cultura en cuanto un bien social, es función del desarrollo de las comunicaciones existentes en el mismo. La explosión de las comunicaciones con el advenimiento del tercer milenio, ha generado un nuevo escenario que algunos han llamado "La Tercera Revolución Industrial", otros la llaman "Sociedad Post-Industrial" y últimamente se le ha denominado "Sociedad del Conocimiento". Todos estos términos comparten una visión común que es el hecho que a partir de la segunda mitad del siglo XX se generan avances tecnológicos sustantivos que transforman la forma tradicional de la vida en sociedad tal cual se conocía hasta entonces.

El impacto causado por la tríada de la microelectrónica, la informática y las telecomunicaciones, y la progresión casi exponencial de sus innovaciones ha revolucionado el mundo a un punto tal que francamente hoy es casi imposible imaginar cómo va a ser la sociedad en treinta años más. Si la nueva forma de procesar la información ha tenido un impacto trascendental en los procesos de producción y distribución, en la distribución de las materias primas, en la forma como se organiza el trabajo, en la manera como se manejan la economía y las finanzas; la producción y circulación de bienes culturales no ha estado ausente de esta revolución sino que ha sido directa y fundamentalmente afectada por ella.

Veamos a groso modo de qué orden ha sido su incidencia:

1. Se ha incrementado la velocidad de procesamiento y distribución de la información.

2. Se ha mejorado la capacidad de almacenamiento y la velocidad de recuperación de la informació

3. Se han diversificado los medios y las modalidades de envío, distribución y recepción de mensajes.

4.Han surgido nuevos servicios, nuevos formatos y nuevos géneros ligados a la difusión masiva.

5.La interacción de múltiples medios y modalidades de comunicación está produciendo un fenómeno de sinergia en los mismos.

El análisis del impacto de los avances tecnológicos en la sociedad y de las nuevas modalidades que han adoptado las empresas de comunicaciones, es algo que escapa a este trabajo y que sin duda debe estar siendo sometido a un cuidadoso escrutinio por los sociólogos y comunicadores sociales. No obstante, un somero escrutinio a la interacción entre cultura y comunicación en la América Latina y el Caribe, revela aspectos importantes en los cambios que hoy tienen efecto:

1. Relativa disminución en la intervención del Estado frente a empresas e instituciones trasnacionales en las cuales interactúan grandes grupos de poder y grupos nacionales con intereses comunes (privatización y desregulación de las comunicaciones).

2. Aumento en la concentración e integración de las industrias culturales y de las industrias de la comunicación con capitales nacionales y trasnacionales, cuyos objetivos no son necesariamente coincidentes con los objetivos de las políticas nacionales.

3. Incremento en las restricciones y acceso a la participación para las grandes mayorías. La nueva conformación comunicacional-cultural y el nuevo orden político-económico, han disminuido el acceso a las fuentes laborales, a la toma de decisiones, a la información y a la producción y disfrute de los bienes y servicios culturales.

4. Las nuevas condiciones que rigen la producción, circulación y consumo de los productos culturales y de los grandes sistemas de medios, están disminuyendo la biodiversidad cultural enriquecedora y de continuar esta progresión, generarán a la larga un nuevo modelo o paradigma intercultural en el cual las identidades culturales tradicionales de base territorial darán paso a otras modernas y postmodernas de carácter transterritorial.

Los países del llamado primer mundo, que poseen un alto desarrollo tecnológico en comunicaciones y que han comprometido fuertes inversiones en el sector entretenimiento, son el mejor ejemplo de lo anterior, ya que están influenciando la cultura autóctona de aquellos que no poseen medios similares. Esto introduce factores externos que alteran el desarrollo natural de los grupos sociales, modifica sus valores propios y difumina su sentido de pertenencia causando una penetración cultural. Ello genera una lenta absorción cultural, fenómeno que diverge de la verdadera integración. Sin embargo países que han llevado una política de desarrollo cultual autóctono como México, han sido levemente penetrados por este fenómeno.

Las industrias culturales. Desde un punto de vista de su apelación a los sentidos, podemos agrupar las industrias culturales en cuatro categorías principales:

a) audiovisuales (Cine, Televisión, DVD, VHS, Internet);

b) radiodifusión (emisoras AM, FM, Onda Corta);

c) audiodifusión (MP3, CD, LP, casetes), y

d) editoriales (libros, revistas, diarios)

En general la industria cultural, o ha sido excluida de los acuerdos regionales, o ha sido fuertemente regulada, en materia de integración y cooperación regional.

La OMC y las industrias culturales. En 1986, durante la llamada Ronda del Uruguay en Punta del Este, las industrias culturales suscitaron una gran controversia y continuaron siendo objeto de múltiples negociaciones las que posteriormente en 1995, culminaron con el Acta de Marrakesh que dio origen a la Organización Mundial de Comercio.

Representantes de los sectores audiovisuales de varios países, solicitaron que las industrias del cine y la televisión fueran excluidas del acuerdo, con el fin de proteger sus culturas y su producción en este campo.

En el texto del acuerdo que dio origen a la OMC, no se le reconoce un status especial a la industria cultural, pero se incluye una serie de excepciones respecto de la aplicación de la cláusula de nación más favorecida, permitiendo que los países participantes excluyan del ámbito de participación del mismo, al sector de audiovisuales.

El Libre Comercio y las Industrias Culturales. Una de las características del llamado postmodernismo es la impresionante internacionalización (mundialización) de la actividad económica registrada durante los últimos dos o tres decenios. De acuerdo a informes de la OMC, las corrientes comerciales mundiales se han multiplicado por 15 en los últimos 40 años, mientras que la producción mundial lo ha hecho seis veces. Desde un punto de vista económico, la mundialización ha significado que la producción y el comercio se han ido entrelazando de manera cada vez más estrecha e inexorable. Este fenómeno es el resultado de una poderosa confluencia de fuerzas. Algunas de ellas sin duda son el resultado de políticas gubernamentales, otras sin embargo, son el resultado de fuerzas desatadas por cambios tecnológicos, especialmente aquellos experimentados por el sector transporte y comunicaciones.

En términos políticos, la mundialización significa que los gobiernos han tenido que ir aprendiendo a cooperar en más sectores que en el pasado. Algunas de las distinciones que se solían hacer entre política interna y política internacional resultan cada vez más superficiales y carentes de significación. Esto ha generado tensiones toda vez que los gobiernos muestran un creciente interés por participar en la política de los demás lo que constituye en cierto modo una invasión a la soberanía de los Estados.

Actualmente hay un gran debate sobre las reglas que son aplicables a la industria cultural frente a esta liberalización del comercio. Sin duda que el punto central de la controversia está dado por la interacción entre cultura, comercio y economía, y su tratamiento está determinado por las políticas gubernamentales.

La Industria de la Cultura, un problema complejo. Cuando se tiene una industria cuyo producto final es un bien tangible, la definición del régimen que la regula es un problema que obedece a reglas más o menos claras que en el fondo ciertamente regulan el intercambio de bienes en el mercado. Sin embargo, cuando se trata de un bien que en la mayoría de los casos contiene una fuerte componente intangible, es lícito preguntarse hasta qué punto cabe darle el mismo tratamiento que a una mercancía. Tal es el caso del producto de la industria cultural. Por otra parte, es igualmente pertinente preguntarse cuáles son las características propias de la industria cultural que la hacen merecer un régimen especial en el contexto de los acuerdos comerciales o regionales.

Ahora bien, a la luz de las consideraciones anteriores, cuál debiera ser la postura o participación que debieran adoptar los gobiernos nacionales, el sector privado y la sociedad civil. Las respuestas a esta interrogante fluyen de dos características propias de la complejidad de las industrias culturales.

1. Los bienes y servicios que producen tienen una peculiaridad económico-cultural subyacente.

2. Forman parte integrante del sistema comercial internacional.

Esta doble naturaleza nos obliga a establecer un conjunto de reglas claras y transparentes que reconozcan esta realidad. Para Bernardo Subercaseaux, las industrias culturales tienen de esta manera, un carácter híbrido en el cual cohabitan simultáneamente dos facetas opuestas: de una parte son un negocio con afán de lucro y de otra, simultáneamente, son un espacio generador de símbolos que construyen sentimientos de identidad colectiva.

Políticas Comerciales y Mercados Audiovisuales. Para nadie constituye una novedad que el flujo comercial mundial de productos audiovisuales se ha incrementado exponencialmente en los últimos años. Los avances tecnológicos en el sector telecomunicaciones que ya hemos comentado, unidos al crecimiento en la distribución de señales, características éstas que son propias de los países más desarrollados, han determinado prácticamente un oligopolio de éstos, con una manifiesta preponderancia de los Estados Unidos.

En este aspecto es ilustrativo observar qué ocurre en los Estados Unidos. Sus empresas lideran el sector y obtienen cerca del 50% de los ingresos mediante ventas en el mercado internacional. El sector audiovisual es el segundo en importancia en la balanza comercial de los Estado Unidos. La radiodifusión comercial ha prevalecido desde sus inicios y los cambios han liberalizado la propiedad de los medios y las obligaciones de los operadores del sistema.

En América Latina en cambio, las políticas sectoriales presentan una doble tendencia: privatización (caso Argentino) y liberación de restricciones sobre propiedad y obligaciones de los operadores ( caso de México).

A pesar que este tema dista mucho de haber sido concluido, aún no se incluye de una manera específica en la agenda de negociaciones del Área de Libre Comercio de las Américas, ALCA. La naturaleza de las discusiones en los distintos países y subregiones se puede inferir de los profesionales que han participado en las mismas. En el Canadá el tema ha merecido gran atención de parte de eminentes juristas. Los Estados Unidos, a su vez, en los últimos diez años han desarrollado una completa doctrina jurídica. En América Latina en cambio, el debate sobre las industrias culturales ha sido tema de los comunicadores sociales, los sociólogos y los antropólogos, y por excepción de los juristas.

Es urgente entonces establecer en los países de la América Latina y el Caribe, un marco regulatorio que defina las reglas del juego de las industrias culturales desde una perspectiva jurídica.

Actualmente el tema de la relación cultura-comercio ha empezado a ocupar un lugar importante en la agenda de discusiones de los foros comerciales internacionales, por ello es importante desarrollar consensos que permitan generar en este aspecto una política subregional que facilite el comercio a la vez que preserve los valores de la cultura regional.

Hasta este momento la legislación se ha limitado a establecer reglas claras en el marco de los principios del mercado libre. Sin embargo aún no se ha abordado el desarrollo de un marco jurídico favorable a la importante protección de la diversidad cultural.

Los desafíos. El principal reto que enfrentan los países es desarrollar una conciencia integral acerca de la cultura y sus valores como paso previo a establecer una política para el sector de las industrias culturales, en especial de las audiovisuales.

Un enfoque integral debiera incorporar todos los sectores de la vida nacional. Esto implica articular las políticas culturales nacionales, que por lo general están más orientadas al sector público, incorporando al sector privado para generar un todo coherente. Esto requiere tomar en cuenta los puntos de vista de la sociedad como un todo, evitando el error característico de considerar las políticas culturales como potestad exclusiva del sector público al cual debe adherirse el sector privado, lo que conlleva nuevamente a tomar en cuenta a los dolientes.

La incorporación de las fuerzas vivas de la sociedad genera un ambiente de participación que evita el paternalismo o las autorías individuales y genera una sana interacción Estado-Sector Privado.

El concepto de estado democrático que a nuestro juicio incluye la participación ciudadana, es el único instrumento de decisión que tienen los ciudadanos frente a las decisiones de los grandes oligopolios que merman su enriquecimiento y diversidad culturales.

El desarrollo y fortalecimiento de poderosas industrias culturales, con políticas culturales claras y una amplia participación ciudadana, contribuye a preservar nuestras enriquecedoras diferencias y facilita la construcción de identidades colectivas.

La identidad colectiva es lo que define claramente a todos aquello que somos. Las políticas culturales trazan un camino hacia lo que deseamos ser. El logro de nuestras metas y la eficiencia, eficacia y efectividad con que las conseguimos nos dan la medida de como nos percibimos como colectividad.

Esta es la triada existencial que siempre debiéramos tener presente al momento de generar políticas públicas que incidan en la cultura:

1. Lo que creemos que somos.

2. Lo que deseamos ser.

3. Como nos percibimos como colectividad.

Un enfoque como el que hemos intentado describir en estas breves líneas lleva en sí el reconocimiento de la importancia que tiene la generación de políticas públicas que incidan en la cultura. La modernidad encierra el desafío de una transculturización a medida que se integran las industrias culturales y que sus productos se tranzan libremente en el mercado. Esto es particularmente válido para las industrias audiovisuales. Por todo lo anterior a nuestro modo de ver se hace cada vez más urgente abordar el tema de las políticas culturales desde el punto de vista de la preservación de las identidades.

En último término el gran desafío de la cultura en la modernidad sigue planteado en los mismos términos en que lo hiciera magistralmente un insigne dramaturgo allá por el año 1600

Ser o no ser

ese es el dilema

Caracas, 06 de febrero de 2002

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