Perplejidades de los sujetos de
la globalización ante las incertidumbres del saber y conocimiento
tecnológicos
Manuel Antonio Ramírez Calderón, Carlos Hernan Mejías
Sandia.
Departamento de Humanidades, Universidad Tecnológica
Metropolitana
Santiago,
Chile
[email protected], [email protected]
Nuestra problemática se
focaliza, mediante algunas aproximaciones, asedios y constataciones, desde una
óptica multidisciplinaria, en el impacto y desasosiego que provoca esta fase
capitalista designada con el nombre de globalización en la subjetividad de los
habitantes de este perplejo sur del mundo. Lo que se propone es una articulación
de dos ámbitos nocionales: globalización y (post) modernidad según M. Hardt, J.
J. Brunner y J. Martín Barbero, y las tensiones que provocan estos fenómenos en
la configuración de ciertas inestabilidades existenciales, como consecuencia de
los constantes enclaves y desenclaves, a las que se ven sometidos los inciertos
sujetos de nuestra modernidad tardía. El eje transversalizador de acercamiento
lo constituye el cuestionamiento a ciertas representaciones, incluyendo algunas
provenientes del ámbito tecnológico, y a sus consecuentes discursividades que
sirven de pegamento y coherencia a la articulación del fenómeno de la
globalización en las distintas esferas de la realidad material y
subjetiva.
(POST) MODERNIDAD E “IMPERIO” DE LA
GLOBALIZACIÓN
Toda idea es neutra o debiera serlo; es el hombre quien las anima, quien
proyecta en ella sus pasiones, locuras, sus sueños engendradores de monstruos:
transformada en creencia, se incrusta en el tiempo y adopta figura de suceso.
Este quiebre de la razón, que deviene en espasmo epiléptico, genera las
ideologías, los dogmas y las pantomimas sangrientas de la
historia.
(E. Cioran, Desgarradura)
Al igual que Bernardo Soares, el personaje del
Libro del Desasosiego del poeta Fernando Pessoa, nos ha tocado vivir en
un tiempo en que la mayoría de los jóvenes ha perdido la creencia en Dios, por
la misma razón que nuestros mayores la habían tenido: sin saber por qué. Esa
misma mayoría, guiada más por lo que siente que por lo que piensa, ha elegido
como sucedáneo de Dios a la Humanidad; otros, una minoría, sin abandonar tan
ampliamente a Dios, ha optado por los márgenes que se sitúan al lado de las
“multitudes” que configura el Imperio, porque el culto a la Humanidad,
con sus ritos de Libertad e Igualdad, les asemeja una suerte de resurrección de
los cultos antiguos, en que los animales eran como dioses, o los dioses tenían
cabeza de animales.
Es de estos pliegues donde se comienza a constituir y a readecuar este yo
perplejo ante las incertidumbres del acelerado carro de la (post) modernidad;
somos herederos de una cierta angustia metafísica, ética y moral, y de un
permanente desasosiego existencial. La frontera entre la idea de futuro y la
idea del presente se confunde, porque el hoy para el hombre de acción, no es
sino un prólogo del futuro. Simultáneamente, otros, ni siquiera han nacido con
esa energía vital para luchar, han venido al mundo sin el entusiasmo de la
lucha, o la extraviaron en los meandros del desconcierto
generalizado.
Ejemplo de lo anterior, siguiendo a Benjamín, son las
preocupaciones: una enfermedad del espíritu que es propia de la época
capitalista. Situación de aporía espiritual (no material) en pobreza, mendigos,
monacato. Una situación que carece tan absolutamente de salida es
culpabilizante, siendo las preocupaciones el índice de esa conciencia de culpa
por la ausencia de solución. Las preocupaciones surgen por el miedo a la aporía
de tipo comunitario, no individual material.[1]
Son estas representaciones las que se van apropiando
históricamente de nuestro imaginario, impactando y modificando
imperceptiblemente nuestra subjetividad y, por ende, nuestro yo, en esta red de
significancias simbólicas e imágenes que articula el carácter social de los
habitantes de este alejado sur del mundo. Vivimos una segunda revolución
capitalista, semejante al pasaje de la economía agraria al de la economía
industrial, a partir del siglo XVIII: todos los Estados participan de una
dinámica globalizadora, interdependencia cada vez más estrecha en la esfera
económica y financiera de numerosos países. Existe una gran imagen que afecta
incluso nuestra intersubjetividad ciudadana: el poderoso símbolo del dinero, que
se expresa en la soberanía de lo financiero, mediante la conquista de los
mercados y la creciente relevancia del interés privado, en detrimento del
interés público y colectivo.
La globalización ha hecho salir al genio del mercado
desde la botella de la democracia, en donde había estado domesticado y encerrado
hasta ahora. Este genio viene
cargado de amenazas para nuestra concepción moderna de Estado, Nación y su
consecuente Soberanía, siendo la más evidente la erosión progresiva de lo
político, es decir, la falta de capacidad para actuar colectivamente sobre el
curso de las cosas. Somos sujetos y actores sobre un escenario en que el
imperio de la globalización determina la configuración de un nuevo
paradigma para actuar y entender el mundo.
Este fenómeno, desde una óptica fundamentalmente
foucaultiana, y siguiendo de cerca algunas ideas de la teoría de los paradigmas
de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn, es el que observan Michael Hardt
y Antonio Negri en Imperio.[2] En este texto, realizan una serie de
constataciones empírico-teóricas,[3]
que los lleva a concluir que estamos en presencia de un cambio de paradigma
histórico, que nos conduce desde la noción de imperialismo, en la modernidad,
hacia la idea de una suerte de campo nocional, llamado “imperio”, que sería el
fenómeno natural en se expresa la postmodernidad.
Ya, en una entrevista de 1999, Antonio Negri había
precisado algunas consideraciones teórico-críticas que complementan las
desarrolladas en Imperio. En ésta, argumenta que la situación se asemeja
a la de una revolución científica, en la medida que no hay una medida de lo
común, existe un común que ya no
contiene posibilidad de medida: es desmesurado. Llegado a este punto, plantea la
necesidad de un nuevo paradigma, con la salvedad de que hoy la desmesura de la
praxis constituyente admita la inserción de un nuevo paradigma, la tesis
planteada por Toni Negri, y también desarrollada en Imperio junto a
Michael Hardt, en definitiva, es el paso de la modernidad imperialista a la
postmodernidad imperial, cuestión que examinan desde dos puntos de vista: la
soberanía (esfera de lo político) y la producción (esfera de la economía).
Esta complejidad y desmesura sería fundamentalmente
biopolítica (en términos filológicos, la vitalidad misma en cuyo seno las
relaciones de producción globales en el mundo se ven acabadas, contenidas y
reproducidas; vida y producción se han confundido). Este nuevo paradigma no
sería la solución a problemas de tamaña envergadura, sino la posibilidad de
asumirlos en su complejidad. Lo importante es lograr imaginar, construir una
serie de constataciones de reconocimiento. Estas constataciones se patentizan en
el hecho de que hoy el envite es la vida entera en cada momento de lo político y
de lo económico; que todo esto se da con el máximo de movilidad, justamente en
el máximo flujo de movimientos: movimientos espaciales, como las grandes
migraciones, y asimismo movimientos temporales, y por tanto, de liberación del
tiempo de la vida (al menos en los países del primer
mundo).
En consecuencia, hoy nos veríamos enfrentados a
fenómenos nuevos, que Negri define como “imperiales”, que poco tienen que ver
con el viejo imperialismo de la modernidad, y que no sólo consisten en la
globalización geográfica de los procesos de explotación, sino en la
compenetración total, biopolítica, de la vida, lo político, el trabajo, el
afecto, la singularidad de lo común. Por tanto, los procesos de subjetivación
sólo pueden aprehenderse dentro de esta intensidad: la praxis común sólo puede
construirse en el interior de esta complejidad.
Siguiendo las tesis de estos autores, la crisis de la modernidad (la
contradictoria copresencia de las multitudes y de un poder que quiere reducirla
al dominio de uno, o sea, la copresencia de un nuevo conjunto productivo de
subjetividades y un nuevo poder disciplinario que procura explotarlo) no se
resuelve ni se pacifica en virtud del concepto nación, más de lo que puede hacer
mediante el concepto de soberanía o Estado. La nación sólo puede enmascarar la
crisis ideológicamente, desplazarla y diferir su poder.[4]
No obstante lo anterior, Hardt y Negri reconocen el rol fundamental que
el concepto de nación desempeña aún en algunos países como el nuestro, en
ámbitos tales como la unificación y defensa de la comunidad, pero aclaran en el
acto su carácter opresivo que inhibe y reprime la libre expresión de la
“multitud”, no del “pueblo”, ya que lo consideran un abominable constructo
“moderno”. En síntesis:
“Toda
la cadena lógica de representación podría resumirse del siguiente modo: el
pueblo representa a la multitud, la nación representa al pueblo y el Estado
representa a la nación”.[5]
Si bien Jesús Martín Barbero, como veremos en un acápite siguiente,
celebra también la dimensión filosófica y emancipatoria de la modernidad a
través de postmodernidad, José Joaquín Brunner,[6]
en Cartografías de la modernidad, y Globalización y multiculturalidad,
nos encontramos con una lectura relativamente opuesta. En el primero de
estos textos, se reconoce la problemática de centrar su estudio en
Latinoamérica, desde la óptica filosófica, en consecuencia, opta por la
sociología, es decir, por la experiencia de la modernidad. En este ensayo,
oblitera la dimensión filosófica, tampoco desarrolla el tema de la emancipación
de la cultura moderna y, por último, el resultado de la exclusión, la opresión,
la explotación, la discriminación y la alienación están asumidos como una
necesidad que no se puede erradicar: hay que ser realistas. Para este autor, las preferencias de la
modernidad, en una sociedad como la nuestra, se expresan mediante una cierta
democracia, siendo en el nivel económico lo fundamental el capitalismo moderno;
ser moderno no es sólo un estado mental, es capitalismo y democracia. A lo
anterior se debe agregar la cultura
de difusión masiva (industrias culturales), el fenómeno de la burocratización
del Estado (Weber), además del capitalismo y democracia
restrictiva.
En el prólogo del segundo de sus textos (en donde coincide en gran medida
con las propuestas comunicológicas de Jesús Martín Barbero), Brunner realiza
otra suerte de cartografía, pero esta vez de los síntomas de la postmodernidad.
Seguidamente, la globalización económica la conecta con los mercados y las redes
de información, y los estilos culturales que se adecuan a la globalización: la
postmodernidad es la cara de la globalización. Dos de las constataciones más
atingentes a nuestro trabajo la constituye el peso que han adquirido las
industrias culturales, ya que producen el mundo como visión: antes (modernidad):
realidad + lenguaje + medios / ahora (postmodernidad): lenguaje + industrias
culturales + realidad.[7]
El otro síntoma lo constituye la disolución contemporánea de las antiguas
conciencias: cualquier conciencia construida sobre la idea de un metarrelato de
la historia, ya no tiene sentido: pérdida del aura de la
modernidad.
Finalmente, en el acápite dedicado a la democracia, Brunner examina tres
cambios que se estarían produciendo en la polis: (a) Cambio en las bases
comunicativas; las elites abandonan su lugar preponderante, la democracia es
presentada como espectáculo para un “publico” (cf. Multitudes, Hardt y
Negri). Existe una democracia de los “expertos” o de las comunicaciones:
democracia de público (b) Cambios ante la situación global: el Estado-nación se
debilita; más bien le asigna un rol: “nacionalismo de la competitividad” (c) El
problema ético: la desigualdad material.
El riesgo que ronda las cartografías (post) modernas de Brunner, es que
todas estas descripciones y constataciones de los síntomas reseñados en los
acápites precedentes, sean aceptadas e internalizadas naturalmente, sin ninguna
contra argumentación crítica, como de alguna manera lo realiza Grínor Rojo. En
su crítica argumenta que es
riesgoso confundir la parte con el todo, en el sentido de que se debe reconocer
que la modernidad ha sido culpable de errores gravísimos, de “excesos” y de
actuaciones reprobables, incluyéndose entre éstas los sangrientos fastos de la
expansión colonialista e imperialista en nuestro azaroso tercer
mundo:
“Y he aquí el deslinde en el que a nosotros nos
importa insistir, esas no son culpabilidades por las debamos responsabilizar a
la modernidad como un todo sino tan sólo a una parte de
ella.
Nos referimos ahora a la modernidad instrumental.
(...) Tan moderno como el principio de la racionalidad instrumental es el
principio de la emancipación humana. Renunciar a las bondades del segundo por
culpa de los desaguisados del primero es como castigar al hijo bueno por las
maldades del malo.”[8]
En síntesis, esta cultura instrumental barbarizó estigmatizando las
poblaciones nativas de nuestro tercer mundo: las convirtió en un “otro” al que
era imperativo superar mediante los constantes procesos civilizatorios, o
exterminándolo, como una suerte de higienización del campo, abonándolo para la
entronización de la sociedad capitalista-burguesa. Paradojalmente, ésta hace
posible, en su decurso, el surgimiento de su propia crítica y desarticulación de
este proyecto, en nombre de la razón emancipadora de la modernidad, culminando,
a principios del siglo XIX, con la independencia de nuestras colonias
americanas.
ENCLAVES/DESENCLAVES: INESTABILIDADES EN LAS ALEGRES
MULTITUDES VIRTUALES
Los hombres (dice una antigua sentencia griega) están atormentados por
las ideas que tienen de las cosas, no por las cosas en sí. Ganaríamos muchos
puntos en cuanto al alivio de nuestra mísera condición humana si se pudiese
establecer siempre como verdadera esta tesis.
(Montaigne, Ensayos)
Anthony Giddens[9]
(sociólogo de la Universidad de Cambridge, difusor de las ideas de la
postmodernidad, de gran influencia en José Joaquín Brunner), utiliza el término
modernidad como sinónimo de mundo industrializado, que se caracteriza por dar
como resultado un carácter singularmente dinámico de la vida social moderna,
distinguiendo en ésta ciertos mecanismos de desenclave, los que constan de
señales simbólicas y sistemas expertos. Los mecanismos de desenclave, por ende,
disocian la interacción de las peculiaridades de lo local.
El concepto clave que nos interesa profundizar en
este acápite está relacionado con los mecanismos de enclaves y desenclaves, y
sus concomitancias con el ámbito cultural: cómo nos aseguramos en una
pertenencia, y cómo nos impacta subjetivamente la “extracción” de las relaciones
sociales de sus circunstancias locales y su rearticulación en regiones espacio
temporales indefinidas. Esta “extracción” determina el concepto de desenclave,
lo que explica la tremenda aceleración del distanciamiento en el tiempo y el
espacio introducido por la modernidad.
Una de las figuras más relevantes de los estudios
culturales latinoamericanos, Jesús Martín Barbero,[10]
constata, al igual que Hardt y Negri, que la globalización es económica, por
tanto, separa globalización de imperialismo: el imperialismo es un resabio de la
modernidad; en la postmodernidad, por tanto, domina la globalización. Sostiene,
en una de sus tesis, que existe una fuerte presencia de las políticas de
globalización al interior de lo local; existiría una descentralización que
concentra el poder económico, que en el plano de la cultura se manifiesta en una
deslocalización que la hibrida (al igual como ya lo había constatado García
Canclini). En consecuencia, no está fijada en un espacio determinado, de la
misma manera como no hay un centro de poder en el mundo, ya que está diseminado,
pero también extremadamente concentrado.
También da cuenta de “una serie de paradojas de la
diferencia en la sociedad multicultural”,
una densa multiculturalidad en la que se insertan las antiguas culturas
locales, pueblos, aldeas, etc., que culturalmente se habían manifestado como
homogéneas (que sucede actualmente en el Valle central chileno, por ejemplo). La
nación también se ve atacada por la fragmentación, lo que impide la integración
y el arraigo.
En su agenda, o cartografía de síntomas, tesis y sus
consecuentes corolarios, Jesús Martín Barbero plantea que nuestras ciudades son
ambiguos y opacos escenarios que, no se definen por lo autóctono ni por patrones
modernos; tampoco existiría equivalencia entre Estado y nación, ésta se mueve
entre la inestabilidad de los procesos
y entre el atentado contra las culturas locales, por tanto, se
revalorizaría lo local, la
comunidad, el grupo y la familia. De lo anterior se desprende que no existe una
identidad coherente, es plural, se relata desigualmente, no es un a priori: son
identidades transterritoriales e híbridas.
Uno de estos síntomas postmodernos lo podemos
constatar en Chile en los bruscos cambios que está sufriendo el núcleo de la
familia, según constata el P. N. U. D. del año 2002. Por una parte se la concibe
como un refugio ante la sociedad, la que es percibida como una máquina, aunque
paradojalmente, esta institución hoy está cargada de exigencias que no puede
cumplir, tales como la seguridad social y la educación de los hijos; existe un
desbalance entre la importancia de la familia y los escasos recursos de los
cuales efectivamente dispone. Por otra parte, está cruzada por las fuertes
tendencias a la individualización, en donde cada miembro busca su realización
personal:
“Cuando ciertos sectores de la sociedad chilena
invocan los valores tradicionales de la familia, hablan de cosas completamente
extemporáneas, que no tienen que ver con la realidad actual de la familia
chilena. Pero estas son ambivalencias propias a todo el mundo moderno. Chile
comienza a vivir los problemas que vive el primer mundo”.[11]
Estos temores y precariedades se deben, en Chile, en gran medida al menor
apoyo de parte del Estado y sin los necesarios subsidios en educación y salud.
En muchos casos, según este informe, la importancia de la familia deriva de la debilidad de la sociedad y
de la dificultad de las personas para experimentarla como una instancia de
desarrollo personal, lo que puede convertirla en un lugar de formación para la defensa
frente a la sociedad.
También estos remezones se advierten en la
subjetividad, siguiendo a Jesús Martín Barbero, en el plano del conocimiento y
los saberes, cada vez de fronteras más difusas, ya que no se ve ni se representa
como en la modernidad. Como consecuencia de esto existirían serios desafíos para
la investigación: el monodisciplinarismo no estaría dando cuenta de esta
realidad, ya que es muy compleja, se necesitan aproximaciones trans y
multidisciplinarias. De la misma forma en que los saberes tradicionales no dan
cuenta de esta complejidad, tampoco el Estado puede ya diseñar políticas
culturales homogéneas, solamente en forma muy sectorializada. Toda esta suerte
de bricolage cultural, que es la forma en que la modernidad deviene en
postmodernidad, impacta subjetivamente en nuestra clase política a través de una
visión de disgregación del orden;
los intelectuales, por otro lado, perciben en esto un ataque a la homogeneidad
unificadora de nuestras sociedades latinoamericanas.
Existiría una suerte de “espacio-mundo”
cuyo fenómeno natural es el optimismo mediático de la ciudad virtual, en la que
se producen enclaves y desenclaves del ciudadano virtual cada vez más
deslocalizado: estamos cada vez menos “clavados” a un territorio comunicativo, y
cada vez más incomunicados con nuestros vecinos. La llave televisor-computador
sería el territorio virtual por excelencia, ya que se tiende a la privatización
de los espacios públicos, deviniendo nuestras obsoletas comunidades modernas, en
las optimistas comunidades virtuales postmodernas del ciberespacio. Nuestros
jóvenes son los que en mejor forma adhieren a esta especie de “plasticidad
neuronal”, a esta hibridación que los convierte en habitantes “cuasi mutantes”
del espacio aparentemente desterritorializado: la oralidad primaria infantil, se
complementa con la oralidad informática secundaria.
Finalmente, y conduciendo a ultranza estas reflexiones tecno-comunicológicas,
surgiría otra figura de la razón postmoderna, como consecuencia natural del
salto tecnológico: el computador. No es sólo un instrumento o un nuevo tipo de
tecnicidad (como antaño nuestras mecánicas máquinas de escribir, de las cuales
algunos premodernos aún no se despegan), sino que es un nuevo símbolo, ya que
afecta el funcionamiento del ser humano, influye en nuestra racionalidad, formas
de pensar y hacer las cosas. Un fenómeno de esta constatación sería la
obsolescencia de los maestros ante
la manera en que piensan los jóvenes, existiendo una racionalidad distinta entre
el profesor y quien aprende. El uso creativo y crítico de los medios sólo es
posible en una cadena multilineal del tipo mosaico, y no en la pertinaz lectura
lineal-moderna gutenbergtiana.
¿Será como consecuencia del examen precedente
entonces que, a la hora de interpretar los avatares de este vertiginoso siglo XX
y XXI, a pesar del progreso científico tecnológico extraordinario, nos recorra
una creciente perplejidad y desasosiego?
¿Será parte de esta problemática tecno-comunicológica la responsable del
por qué tantos cerebros brillantes y ciudadanos comunes y silvestres del mundo
se encuentran atravesados por la insatisfacción y desconfianza hacia el futuro?
RECAPITULACIÓN
CONCLUSIVA
En primer lugar, el quiebre económico que conlleva
las políticas de globalización pone en serio cuestionamiento el progreso de las
libertades civiles en muchos países tercer mundistas como el nuestro: la pobreza
disminuye el sentido de la democracia, fenómeno que corre paralelo a la
mercantilización generalizada de las palabras y las cosas, de los cuerpos y
espíritus, de la naturaleza y la cultura. Educar la conciencia en este fenómeno
político-económico, cultural, científico y tecnológico es de vital importancia,
ya sea para insertarse de una manera determinada en el ámbito productivo global,
o para resistir los embates más nocivos en nuestras precaria sociedades de este
rincón del mundo.
Consecuentemente, los desafíos a que nos obliga esta
acelerada (post) modernidad, es la rearticulación permanente a los nuevos
procesos productivos y de aprendizaje, en donde el aprender, desaprender y
reaprender se imponen como tres movimientos imperativos, si no queremos pasar a
engrosar las ingentes filas de la sociedad de los analfabetos del futuro. Urge
entonces una alfabetización constante ante los nuevos nichos creados por las
ciencias, y ante sus consecuentes discursos, ya que día a día se producen nuevas
discursividades que se recortan, reciclan y desechan, encontrándose muchas de
ellas al servicio de la dominación y moldeamiento de nuestra
subjetividad.
Se impone, parafraseando a Bourdieu,[12]
sobre la subjetividad y las formas de aprendizaje de nuestros ciudadanos un
nuevo modelo discursivo simbólico, una forma profunda de dominación que, más que
en la eficacia de los hechos se sustenta en la eficacia de sus discursos. Esta
suerte de neolengua orwelliana impone términos tales como: mundialización,
flexibilidad, gobernabilidad, exclusión, tolerancia cero, identidad,
fragmentación. No se encuentran en sus índices conceptos tales como:
capitalismo, clase, desigualdad y dominación, bajo pretexto de
obsolescencia o de presunta descontextualización
histórica.
Esta nomenclatura apta para todo servicio y para la
circulación internacional de las ideas, genera su propia lógica en la que se
difuminan las condiciones y las significaciones de origen: universaliza los
particularismos vinculados con una experiencia histórica singular, haciéndolos
irreconocibles como tales, y reconocibles en cambio como universales.
En segundo lugar, otro fenómeno que generan estos
procesos de constantes enclaves y desenclaves, es la permanente inestabilidad
con que nos acomete esta dinámica (post) moderna. Aquellas cosas que pueden
parecer hoy día pequeñas mutaciones, a la larga traerán mutaciones vivenciales
notables. Inestabilidades que dicen relación con factores objetivos de la
realidad social y factores subjetivos de la esfera sicológico-emocional, y que
guardan directa relación con las formas de enclaves, en tiempos en que predomina
una constante inclinación al caos (en su acepción probabilística) y una cierta
inestabilidad social e individual. De esto podemos concluir que, como sujetos
cognoscentes, estamos constantemente sometidos a desequilibrios, a fluctuaciones
propias de cambios de paradigmas en las esferas del conocimiento. Este fenómeno
es una consecuencia natural, ya que si nuestro sistema-mundo fuera un sistema en
perfecto equilibrio no tendría historicidad: no podría más que persistir en su
estado, en el cual las oscilaciones serían nulas.
Al parecer, somos parte de fenómenos irreversibles
que nos conducen a nuevas estructuras y, desde el momento en que aparecen nuevas
estructuras como consecuencia de la irreversibilidad de estos fenómenos de
mundialización, ya no nos está permitido creer que somos responsables de la
aparición de la perspectiva del antes y del después. Paradójicamente, esta misma
irreversibilidad nos puede conducir a la autonomía social y cultural, ya que
cambios extremadamente débiles en el medio externo nos pueden conducir a
comportamientos internos completamente distintos, abriendo la posibilidad de que
podamos adecuarnos al mundo, objetiva y subjetivamente.
En
tercer lugar, las políticas de globalización a las que estamos sometidos,
plantean un gran cambio en las instituciones modernas (como nuestro sistema
educativo, por ejemplo), pero considerando que éstas se entretejen directamente
con la vida individual y, por tanto, con el “yo”: las influencias
universalizadoras, por un lado, y las disposiciones personales, por otro. Lo
anterior genera una dialéctica en que los mecanismos de identidad del “yo” son
modelados por las instituciones de la modernidad, pero este “yo” también es
capaz de modelarlas a ellas.
En consecuencia, los nuevos paradigmas que plantea la
globalización impactan profundamente en nuestra conducta síquica, lo que posee
vastas connotaciones que se manifiestan en opciones grupales o individuales.
Asumir una actitud de aislamiento social como mecanismo de defensa ante estos
embates globalizantes sería una actitud suicida que nos conduciría
irremediablemente a una especie de desintegración mental, ya que, al parecer,
necesitamos sentirnos partícipes de la realidad social y de las decisiones que
competen a nuestros múltiples ámbitos existenciales. El sentirnos identificados
con ciertas normas sociales y morales nos proporciona un sentimiento de comunión
y pertenencia, además nos permite abrir caminos en esta aparente confusión
individual y colectiva.
BIBLIOGRAFÍA
-Barbero, Jesús Martín. “Globalización y
multiculturalidad: notas para una agenda de investigación”. En Mabel Moraña
(Ed.), Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina. Santiago de Chile:
Cuarto Propio/Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana.
2000.
-Benjamín, Walter. “El capitalismo como religión”,
El País, Madrid, septiembre 1990.
-Bourdieu, Pierre. Pierre Bourdieu. Santiago
de Chile: Editorial Aún creemos en los sueños, 2002.
-Brunner, José
Joaquín. Cartografías de la
modernidad. Santiago de Chile:
Dolmen. S. F.
__________________ Globalización cultural y
postmodernidad. Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica.
1998.
-Bustos, Sandra. “Chile sin sueños comunes” (Síntesis
Informe Proyecto Naciones Unidas para el Desarrollo, P. N. U. D.),
Rocinante, Santiago de Chile, junio 2002.
-Eco, Humberto. Semiología de lo cotidiano.
Buenos Aires: Lumen. 1986.
-Giddens, Anthony. Modernidad e identidad del
yo. Barcelona: Península. 1997.
-Hardt, Michael y Antonio Negri. Imperio.
Buenos Aires: Paidós. 2002.
-Negri, Antonio. “Desde la Cárcel”, en Raúl Sánchez
(entrevista), El Viejo topo, Barcelona,
febrero-1999.
-Rojo, Grínor, Alicia Salomone y Claudia Zapata.
“Postcolonialidad y nación”. Inédito.
[1] Walter Benjamín. “El capitalismo como religión”. El País, Madrid, septiembre. 1990.
[2] Michael Hardt y Antonio Negri. Imperio. Buenos Aires: Paidós, 2002. Los autores, sobre la base de una oposición binaria entre imperialismo (modernidad) / imperio (postmodernidad), establecen primeramente que el imperio es descentrado, desterritorializado, y que opera sobre la base de identidades híbridas, jerarquías flexibles y redes adaptables de mando.
En segundo lugar, establecen un ámbito desde el ejercicio de la soberanía, distinguiendo un primer nivel del ejercicio jurídico del dominio del imperio, expresado en un orden global constituido sobre la base de valores universales; estado de excepción permanente, en que no hay acuerdos: se obedece y se desobedece, existiendo tecnologías policiales ante la desobediencia. Posteriormente un segundo nivel: ejercicio material del dominio, expresado en la sociedad de control (internalización de la disciplina); dominio sobre los cuerpos (“la vida misma”): biopoder, y dispositivos inmanentes.
En tercer lugar, constatan un ejercicio de la contrasoberanía, en la que plantean algunas alternativas a este dominio del imperio: globalismo como doctrina, al poder del imperio se responde con un contrapoder global; en el qué hacer, sostienen que la desconstrucción y análisis del lenguaje, a las estructuras sociales hegemónicas, junto a la construcción de nuevas subjetividades, es lo que demanda el nuevo paradigma histórico; finalmente, el sujeto del imperio sería la fuerza laboral, sobre todo productora de bienes inmateriales y hecha de sujetos postmodernos que actúan espontáneamente, en cualquier lugar y sin vinculación profunda entre ellos.
[3] Estamos ciertos de que
aunque se trate de supuestas constataciones o aproximaciones asépticas ya están “cargadas de teoría”,
marcan y determinan el enfoque que los autores pretenden desarrollar en este
examen teórico-crítico, pues ya sabemos que nunca ha habido observaciones puras
o neutras, independientes de toda perspectiva teórica, como en algún momento
pudiésemos creer. Con esto queremos dejar estatuido que las observaciones que
realizan Hardt y Negri, y que realizamos nosotros, son aproximaciones para la
constitución de un andamiaje empírico-discursivo, que intentamos desarrollar,
pues ya nuestro marco teórico contribuye en no menor medida a determinar qué es
lo que se observa.
[4] Hardt y Negri, Op. cit., p. 100.
[5] Ibidem, p.
131.
[6] José Joaquín Brunner. Cartografías de la modernidad. Santiago de Chile: Dolmen. Sin año de edición. Globalización cultural y postmodernidad. Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica. 1998. Brunner es un producto natural, una simbiosis, de esta nueva razón imperial (Bourdieu) que encuentra su razón intelectual en dos nuevas figuras que asoman por nuestro pequeño horizonte del conocimiento criollo: primero, el experto que en las penumbras de ocultos despachos ministeriales, de institutos de altos estudios o de corporaciones, prepara documentos de alto contenido técnico, redactados en un críptico lenguaje económico-social. Luego está el consejero en comunicación del príncipe, de los gobiernos de turno, salido del mundo universitario y pasado al servicio de la hegemonía cultural y de la dominación; su misión consiste en dar forma académica a los proyectos políticos de la nueva nobleza del Estado y de la empresa.
[7] Ya en la década de los ochenta, y con su “olfato semiológico” característico, Umberto Eco, Semiología de lo cotidiano. Buenos Aires: Lumen, 1986, planteaba la posibilidad de una “guerrilla semiológica” contra quienes controlan los países, por ende, los medios de comunicación, ya que la información ha dejado de ser un instrumento para producir bienes económicos, para convertirse en el principal de los bienes: se ha transformado en una industria pesada. En consecuencia, la batalla por la supervivencia del hombre como ser responsable en la Era de la Comunicación, no se gana en el lugar de donde parte la comunicación sino en el lugar a donde llega, para que cada miembro en particular, de la audiencia global, pueda discutir los mensajes a la luz de los códigos de llegada, confrontándolos con los códigos de partida. Lo que Eco propone, en consecuencia, es una acción para incitar a la audiencia para que controle el mensaje y sus múltiples posibilidades de interpretación.
[8] Grínor Rojo y otros. Postcolonialidad y nación. Texto en preparación. Santiago de Chile, 2002. pp. 97-98.
[9] Anthony Giddens. Modernidad e identidad del yo. Barcelona: Península, 1997.
[10] Jesús Martín Barbero. “Globalización y multiculturalidad: notas para una agenda de investigación.” En Mabel Moraña (Edit.), Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales. Santiago de Chile: Cuarto Propio. 2000.
[11] Norbert Lerchner, en Sandra Bustos, “Chile sin sueños comunes”. Síntesis del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (P. N. U. D.). Rocinante, Santiago de Chile, junio – 2002.
[12] En relación con el manejo de los procesos de la globalización en la esfera simbólica de nuestra subjetividad, y del rol de los intelectuales en esta llamada post modernidad, se recomienda ver “Pierre Bourdieu”, recopilación de seis artículos en Le monde Diplomatique, Santiago de Chile, editorial “aún creemos en los sueños”, 2002. Especialmente, “Una nueva vulgata planetaria” y “Por un saber comprometido”, respectivamente.