Acerca de las intenciones culturales

Henry A. Petrie

Buenas intenciones son las que siempre prevalecen. Y con relación a la cultura éstas no dejan de estar presentes, muchas arropadas de promesas o arrastrando consigo convenientes artificios para redundar en lo mismo: concebir la cultura como el ipegüe, la mascarada benevolente, la cuña viable para propósitos políticos, la sobremesa de la nicaragüenidad y la concepción endógena (irritante) de apelar a supuestas tradiciones que más bien nos ubica en mentalidades conservadoras y estáticas. Es decir, la cultura no se entiende como el humanismo mismo.

Las personas preocupadas y ocupadas por el desarrollo cultural nicaragüense, debemos cuestionar los fundamentos de nuestra labor, en el sentido de lo que hemos forjado a la fecha como edificio cultural. ¿Cuál ha sido la esencia de nuestro planteamiento Cultural? ¿Cuál el eje dinámico de ese famoso Desarrollo del que tanto hablamos? ¿A qué nos estamos refiriendo cuando enunciamos: Desarrollo cultural? Y al respondernos, es preciso considerar que no existen verdades estáticas, tal como dijera el venezolano Víctor Morles, "la verdad cambia mucho" y "no hay saber definitivo... todo saber es cuestionable", tesis en la que coincido plenamente en tanto la acción humana tiene su efecto transformador y evolutivo.

Desde mi punto de vista, se vuelve indispensable tener una intención de cambios en la sociedad que vivimos. Y en correspondencia, es apropiado introducir en nuestras reflexiones la forma de adhesión que nos propone Jean-Paul Sartre en su libro ¿Qué es la literatura?: "... nos colocamos al lado de quienes quieren cambiar a la vez la condición social del hombre y la concepción que el hombre tiene de sí mismo".

Este planteamiento nos lleva a la raíz misionera de cultura, misma que debemos abordarla desde un concepto dinámico, motivador y generador de cambios substanciales en la cosmovisión del ser humano, en tanto sujeto creativo. Desde esta perspectiva de la misión cultural, se baten todos aquellos argumentos que ubican al mercado como esencia del desarrollo humano, que califican la actividad cultural como improductiva o no rentable, soslayando en realidad al mismo ser humano.

Para mí la cultura es todo, lo intrínseco a la formación humana. Pero apuntemos algunos elementos que de alguna manera han sido referidos por diversos estudios e investigaciones antropológicas, sociológicas e históricas, aquellos que definen la cultura como el conjunto de conocimientos, creencias, costumbres, hábitos, mitos, tradiciones, habla, lengua y valores espirituales que los seres humanos abrazamos individual y colectivamente, desde la menor a la mayor expresión social y territorial. La identificación con determinadas formas de ser y proceder, símbolos representativos de nuestra formación y devenir histórico son lo que construye nuestra identidad. A todo esto debemos considerar, los particulares aportes y efectos que el avance de las ciencias y la tecnología introducen a nuestras condiciones y estilos de vida, a nuestra forma de ver el mundo; es decir, debemos asumirlos como parte del desarrollo cultural de nuestros pueblos, cuyo efecto transformador impacta –positiva o negativamente– en la cosmovisión y comportamiento humanos.

Si a través de la historia, la cultura, desde sus manifestaciones primitivas hasta las actuales, se ha desarrollado a grados tales de considerarse esencial en la formación social de los pueblos y hasta de sus identidades, debemos reconocer que eso ha sido posible producto de la actividad creadora. Desde los primeros pasos de la especie humana hemos de asumirnos artistas, inventando un lenguaje, pintando en paredes de cavernas y grutas, descubriendo la magia de las manos, construyendo herramientas, confeccionando sus tótem, erigiendo sus edificaciones, comunicándose con la naturaleza, el universo; es decir, creando y recreándose, porque si la especie humana fue creada por un dios, seguro es que no somos exactamente idénticos a aquella original forma de concepción, hemos ido cambiando, evolucionando, descubriendo las virtudes de la vida y su belleza. El cerebro humano es el arte más connotado de la formación humana. Sin acción humana no pudo ser posible un determinado desarrollo o evolución cultural de la humanidad, ni de cada uno de los pueblos en particular. El concepto Cultura, por tanto, no es ni puede ser abstracto en sí mismo, dada sus principales características: creación y movimiento. Los conceptos no son más que derivaciones de la experiencia histórica del Hacer, es decir, de la Acción constructiva, formadora, transformadora, que se asienta e instituye como acervo, que va haciendo historia, sistematizándose, enriqueciéndose, depurándose, evolucionando, en una constante crítica. De ahí, el gran valor de la crítica.

Entonces, si concebimos la labor cultural desde una perspectiva humanística, desde la formación humana, ésta sólo puede ser posible mediante la acción de hombres y mujeres a través de sus diversas formas de agrupamientos y puntos de vista. La esencia de una intención llamada desarrollo cultural, es La Acción, que desde distintos asientos societales y múltiples sujetos actúen y provoquen cambios urgentes para enriquecer y evolucionar nuestro acervo cultural. Y en esto debo enfatizar: no será ningún gobierno, partido político ni iglesia que generará ese desarrollo que necesitamos. Estamos obligados, si queremos Aportar, a mover las bases de esta sociedad.

En algún momento se habló de la necesidad de una Política Cultural del Estado Nicaragüense, que además de fijar postulados generales, estableciera algunas pautas de intervención en las distintas actividades culturales de nuestro país. En la década de los ochenta hubo un intento que surgió desde el Ministerio de Cultura de la época (1982), denominado Hacia una política cultural en la Revolución Popular Sandinista. En la actualidad, Nicaragua no cuenta con una política de esta especie, ni considero deba existir como tal.

La cultura, aunque se exprese local o nacionalmente, siempre será parte e integrará la universalidad. Razón más que suficiente, para dudar y sospechar de cualquier iniciativa que aspire a erigirse en política de estado, o peor aún, en código o ley, tendiendo a limitar no sólo las capacidades creativas de nuestros pueblos sino, la libertad de experimentación y expresión del artista, asumiendo la forma que quiera y aplicando su visión estética. Un gran logro sería que gobierno y diversos actores sociales y culturales, concordaran un conjunto de acciones que estimulen y apoyen el desarrollo de la cultura en sus distintas manifestaciones.

Cualquier intencionalidad de Estado, seria y responsable, debe ser la resultante, en primer lugar, del diálogo social constante, como lo propone la antropóloga etnóloga María Dolores Álvarez Arzate, donde construyamos visiones, nuevas teorías y paradigmas; y en segundo lugar, de un proceso sistemático de acciones progresivas en la más amplia concepción de libertad. El asunto en cuestión no estriba en normar, regular o dictar. Se trata de un conjunto de acciones y sistema de instrumentos que generen, promuevan y apoyen el desarrollo cultural. Estamos refiriéndonos a construir nuevas teorías y visiones, pero también, de actuar en procura de la educación y las artes, involucrándonos con nuestros entornos sociales y comunitarios.

Pero ya que nos referimos a entornos, demos una vista a la situación en que se encuentra nuestro país, para luego ponderar nuestras expectativas y saber concretar nuestras intenciones:

Vivimos en un país sin estrategia de desarrollo a largo plazo (algunos lo llaman Proyecto de Nación), con profundas fracturas en su formación económico-social, empobrecido y productivamente desarticulado, con procesos regresivos en la atención primaria de salud y la educación (precisamente el 2003 lo enfrentamos con cerca del 40% de analfabetismo y con más del 25% de niños y jóvenes que están fuera del sistema educativo nacional); la vulnerabilidad de este país es extrema ante incidencias externas de la economía mundial, altamente subordinado a Políticas Financieras Internacionales, y finalmente, con funcionarios profesionalmente formados con una precaria concepción de la ética y acérrimos creyentes de las leyes del mercado. En esencia, fríos tecnócratas y especialistas en estadísticas. Nuestra sociedad está enferma, sufre de anemia profunda y desnutrición, y todo ello confluye en severas distorsiones sociales y culturales, dando paso al fenómeno de la delincuencia y la corrupción, la crisis de valores, pérdida de paradigmas, transculturización comercial, travestismo generalizado, asentamiento del voraz consumismo, etc. Estamos en una sociedad sin horizonte claro, donde se actúa a ciegas, que vive solamente para el hoy, sin percatarnos de la gran hipoteca que cierne sobre nuestras cabezas. Pero peor aún, en este país, más del 50% de la juventud afirma haber deseado nacer en otro país.

Con esta realidad y con el tipo de Estado que tenemos, la cultura, parece ser, seguirá siendo la cenicienta sin príncipe azul en Nicaragua. Con esta afirmación no estoy apelando al mecenazgo ni volver al paternalismo de la década de los ochenta, tampoco es cuestión de dádivas que favorezcan posturas politiqueras o "de imagen". El desarrollo cultural en nuestro país tiene que ver con genuinas intenciones que se materialicen en acciones coherentes y sistemáticas que vigoricen procesos educativos en nuestra población, que incentive, promueva y divulgue la creación artística e intelectual.

El reto no sólo está centrado en la conservación de nuestro patrimonio cultural e histórico ni en la promoción de la creación artística de un segmento privilegiado; sino en la democratización de la cultura, trabajar por hacerla accesible a la mayor cantidad de personas y que ésta sea producto de la vida misma de todos los pueblos. Esto conlleva al reconocimiento efectivo a aquellas culturas de comunidades históricamente marginadas y que han sido abordadas de soslayo, principalmente las de la Costa Caribe de Nicaragua, sin imposición de ninguna naturaleza. Estas acciones sustentadas en la participación activa de grupos y asociaciones culturales, mancomunadas y apoyadas por instituciones gubernamentales y no gubernamentales, deben privilegiar la pluralidad cultural existente en Nicaragua y atender las necesidades de cada una de sus manifestaciones.

Democratización implica pluralidad. No podemos estar hablando de un tipo de cultura que disfrutan las clases altas con sus propios hábitos y formas, y de otra que se califique de "los de abajo". La primera se desarrolla en lujosos salones de hoteles y galerías exquisitas, en las hípicas con sus corceles elegantes, bien alimentados y ejercitados; mientras la otra se forja en la comunidad, en los espacios improvisados, bajo sol, sin condiciones materiales, y muchas veces susceptibles de manipulación por agentes que conciben que el ciudadano de pueblo sólo entiende de guaro y nacatamales, de tan poca cosa.

Sólo para ahondar en este punto, me permito citar a Herbert Marcuse:

"El hombre puede hacer hoy más que los héroes y semidioses de la cultura; ha resuelto muchos problemas insolubles. Pero también ha traicionado la esperanza y destruido la verdad que se preservaban en las sublimaciones de la alta cultura. Desde luego, la alta cultura estuvo siempre en contradicción con la realidad social, y sólo una minoría privilegiada gozaba de sus bienes y representaba sus ideales. Las dos esferas antagónicas de la sociedad han coexistido siempre; la alta cultura ha sido siempre acomodaticia, mientras que la realidad se veía raramente perturbada por sus ideales y verdades".

La formación cultural de un pueblo se da en el pueblo mismo, preservando su herencia ancestral y asimilando los productos naturales de un largo proceso de mestizaje, tal ha sido la experiencia histórica de nuestros pueblos latinoamericanos. El escritor Arturo Uslar Pietri, enfatizó en 1981 lo siguiente: " La historia de las culturas es la historia del contacto y la mezcla de las culturas. Desde que el hombre comenzó a desplazarse en el alba de su historia comenzó a mezclarse. Nunca ha existido una cultura pura y aislada, mantenida en la fidelidad completa a lo que por azar llegó a ser en un momento dado".

Tenemos necesidades culturales, pero éstas no deben suponerse desde las oficinas, sino averiguarse para saber qué es lo que realmente quieren los pueblos. En vez de imponer, es preciso tomar en cuenta y respetar estas necesidades culturales. Afirmar que Nicaragua tiene una sola cultura es negar la riqueza y pluralidad existentes entre las comunidades étnicas que habitan nuestra Costa Caribe, del conjunto caribeño con relación al resto del país; tampoco podemos negar las particularidades culturales de los centros urbanos con relación a las poblaciones rurales. No podemos negar la creciente influencia que tiene en nuestra formación y desarrollo cultural, los avances tecnológicos que cada vez más se van incorporando a las dinámicas de vida de importantes segmentos ciudadanos.

No existen culturas inferiores ni superiores. El desarrollo cultural que propugnamos no puede descansar solamente en una casta de intelectuales y dirigentes culturales que continúan concibiendo que lo primero y lo último sigue siendo la provincia respecto a los grandes centros culturales en el mundo, y más aún, frente a la aparición de la Comunidad mundial, en la que según Margaret Mead, "hombres de tradiciones culturales muy diversas emigran en el tiempo". Necesitamos algo más dinámico, más cuestionador de nuestra propia formación y revisar nuestras tradiciones en el espíritu del aporte o enriquecimiento.

Darío y Sandino son dos insignias de nuestra identidad nacional que no sólo nos refieren la estética en el arte, sino también, un pensamiento social con profundos vínculos en nuestro devenir cultural e histórico. Insignias dignas de emular en el sentido de la trascendencia de nuestros propósitos como nicaragüenses. Los grandes paradigmas sociales y culturales se encuentran precisamente en sus obras, acciones y pensamientos.

Si el Movimiento de Vanguardia, presidido por Coronel Urtecho y Pablo Antonio Cuadra, en un inicio irrumpió contra Darío, ahora deben surgir cuantos movimientos sean posibles para emular su obra y buscar una trascendencia que, lejos de tácticas escandalosas (ruidosas), incorporen verdaderos aportes a nuestro tesoro e identidad cultural.

Si la oligarquía y el somocismo difundieron la idea de un Sandino bandolero, ahora corresponde reconocer su aporte heroico a un tipo de pensamiento nacional, que al igual que Darío, trascendió fronteras, y cuyas raíces están en el pueblo, en su lucha por la autodeterminación.

Los comprometidos con la cultura debemos Actuar, tenemos que Hacer, superando la mediocridad que cunde nuestra sociedad desde la superestructura. Si estamos por esta tarea es preciso entender que los vicios de nuestra política criolla y caudillezca constituyen en la actualidad el mal endémico fundamental que amenaza nuestros propósitos. Nuestros esfuerzos culturales deben privilegiar el cambio en la sociedad y en nosotros mismos. La promoción de la capacidad crítica, el ejercicio pleno de la libertad creativa y de expresión, en realidad significan el planteamiento de una lucha intensa contra el oscurantismo y todo tipo de fanatismo.

Acerca de esto, es necesario observar que nuestra formación y desarrollo cultural tiene que ver con todo, y en particular con nuestra cosmovisión del mundo y lo que asumimos de él.

La principal acción es la que surja de nosotros, la que logremos ir articulando con las instituciones de nuestras localidades, sin que ello signifique la imposición de una determinada corriente del arte o la intervención hegemónica de alguna institución (el Estado mismo) en una carrera por el control. En tal sentido, los promotores de la cultura, los artistas en sí, no deberíamos ubicarnos en el papel que Friedrich Nietzche denomina como "ayudas de cámara de una moral, o de una filosofía, o de una religión", o lo que es peor, como los infelices aduladores del poder y de los poderosos. En todo caso, y para romper con esa cadena histórica de la necesidad de una autoridad protectora donde se sostengan los artistas, tomar compromiso más allá del arte no debería atentar contra sus almas ni contra la libertad de conciencia, que debemos defender siempre.

El planteamiento de desarrollo cultural debe significar Hacer, Accionar, desde nuestros espacios geográficos y sociales; hacer movimiento en el sentido de la necesidad del cambio por la vía cultural, esencia de toda formación humana y social. Consecuentemente, es importante rescatar y enriquecer la propuesta para cambiar los fundamentos de nuestra cultura que hace Guillermo Rothschuh Villanueva en su libro La otra cultura (Editorial UCA,1994), donde expone 18 puntos cuyo eje central está en el diálogo como instrumento de comunicación. Entre sus puntos más importantes están: el culto por la vida, generación de la cultura de paz, la ética como principio medular de las prácticas comunicativas, el pluralismo, la transparencia informativa y la ampliación de los espacios de libertad conquistados.

Siempre, desde el aporte de ciudadanos vinculados a la labor cultural y creación artística, debe destacarse el I Encuentro de Artistas e Intelectuales desde la Sociedad Civil Nicaragüense Por la Libertad de Expresión, realizado el 11 de mayo de 2002 en la UNAN-Managua, convocado por el Pen Club y dicha universidad.

Entre los importantes aportes ahí elevados se destacan la creación de un Consejo Nacional de Cultura como órgano de consulta del gobierno, con carácter permanente; la revisión de los programas educativos del Estado con la finalidad de incorporar elementos actuales de la cultura y la literatura nacional; formular un programa de masificación de la lectura que incluya dos importantes componentes: la comprensión y la interpretación; el desarrollo de seminarios acerca de legislación cultural, particularmente el conocimiento y dominio de la Ley 2-15, además de otras propuestas e ideas que estaban llamadas a integrarse en un documento final, sin difundirse aún.

Las intenciones culturales pueden ser muchas, pero precisamos más que intenciones, acciones que lleven a feliz término propuestas, proyectos y programas. Decía Herbert Marcuse que "la transformación física del mundo implica la transformación mental de sus símbolos, imágenes e ideas". Y para cambiar de mentalidad es necesario ubicarnos frente a grandes retos y paradigmas. A continuación enumero algunas ideas que bien podrían derivar en acciones o iniciativas, que con instrumentos viables no sólo podrían reunir tantos vigores dispersos, sino que tiendan a cambios en nuestra sociedad:

  1. Toda perspectiva humana tiene su verdad, su forma de ser válida; constituye con relación a lo absoluto, una verdad singular que debe ser respetada y considerada. Su particular manifestación no descalifica ni descarta otras tantas verdades. El desarrollo cultural deberíamos procurarlo no sólo en el espíritu de la pluralidad y la tolerancia, sino también, en el profundo convencimiento que desde el punto de vista cultural existen distintas realidades, por tanto, verdades. Tanto la vida como la humanidad, más lo que de ella se desprenda, son tan multifacéticas y multidimensionales como el cosmos mismo.
  2. La cultura es todo, y se encuentra dinámicamente actuando en múltiples escenarios de la civilización humana. Es preciso, indispensable, que obremos por conductas alejadas de todo fanatismo, mesianismo y de formas autoritarias del poder; todo por privilegiar la esencia ciudadana de los y las nicaragüenses.
  3. Necesitamos construir un planteamiento cultural que trastoque y mueva nuestros actuales asientos (formales o informales); cada vez más se hace urgente dinamizar y evolucionar los valores de nuestra identidad, dentro de los cuales muchos yacen anquilosados y otros olvidados a propósitos.
  4. Cómo referirnos a la juventud si no lo hacemos con la decidida promoción de una mentalidad crítica y reflexiva como condición para la acción creativa, para el cambio. Es urgente enseñar y que aprendamos a pensar, a hacer uso del análisis para saber optar, elegir ante las diferentes alternativas o imperativos que se nos presentan en la vida y ubicar un justo comportamiento ciudadano, no sólo con relación a las formaciones y leyes sociales, sino que fundamentalmente, en equilibrio con la humanidad y la naturaleza.
  5. Más que formar tecnócratas y profesionales de títulos, debemos llamar a la formación de la personalidad, la que debería ser esencia y misión de todo nuestro sistema educativo. En un mundo que cada vez más se enfría, por el desarrollo de un concepto de la tecnología que nos hace superficiales, necesitamos de las humanidades, saberes que ciertamente nos estrechen más a la naturaleza, a la raíz de nuestro asiento civilizado.
  6. No sólo en política es necesario el diálogo y la convergencia. Siendo la cultura un todo, cuanto más justo decir, que para resolver diferencias, encausar esfuerzos y acciones, formular proyectos y programas comunes, es indispensable construir escenarios de diálogo donde las distintas verdades se encuentren y se saluden, sin poses ni grandilocuencia ni distingo intelectualistas o academicistas. Escenarios de diálogo donde sus participantes actúen en igualdad de condiciones y expresen no sólo sus realidades particulares, sino también, sus visiones a fin de armonizar aquellos elementos que nos identifiquen y motiven en un proyecto común.
  7. En correspondencia al punto anterior, la necesidad de construir un instrumento viable y efectivo para la Acción va poco a poco asentándose entre algunos grupos que estamos juntándonos sin perder cada cual su particular identidad y propósitos. Podríamos considerar el impulso de una alianza social para la movilización o acción cultural en la sociedad nicaragüense con objetivos claros. No me refiero a ningún órgano consultivo ni microparlamento donde en virtud de ahondar en diferencias, construyamos espacios de intercambio; lo que digo es que las pequeñas o medianas expresiones culturas y artísticas organizadas, nos despojemos de prejuicios y actitudes ególatras para apostar a un proyecto mayor sin que nadie pierda su individualidad ni deponga su particular visión acerca de la cultura y las artes. Una alianza para generar acciones, acuerpar esfuerzos y proyectos orientados al cambio o dinamización de nuestros actuales valores morales y culturales. Eso, una alianza para trastocar el adormilado espíritu de la Nicaragua de hoy.
  8. El accionar cultural debería considerar seriamente como asidero a La comunidad urbana y rural. Pienso que no podemos promover una cultura de las alturas, de los eventos pomposos, vendida o corrompida a los gustos o intereses de determinadas castas sociales y políticas. Independientemente de la corriente o escuela del arte que abracemos, pienso que no sólo se trata de un planteamiento estético, sino también, ético. La cultura debería tener asideros, dinámicas y expresiones comunitarias, que son donde en realidad se hace y refrenda todo valor cultural.
  9. Las instituciones culturales estatales (centrales y locales) no nos servirán de mucho si los movimientos culturales y artísticos no accionamos con propósitos y proyectos claros. Estas instituciones no requieren simples y superficiales revisiones sino transformaciones en cuanto a su visión y misiones. Más que una asignación presupuestaria (siempre pírrica), el tema en cuestión es la responsabilidad del Estado con relación al desarrollo cultural y educativo de la nación, su aporte y sustento. ¿De qué nos sirve un Instituto Nacional de Cultura adormilado en sus estantes burocráticos sin verdadera vocación de indagación y promoción cultural? Se trata de que todos encontremos en dicha institución cultural un verdadero pilar con quien, al menos, coordinar acciones y facilite gestiones.
  10. Ya se comienza a sospechar de determinados premios promovidos por nuestras instituciones culturales estatales. El Rubén Darío va perdiendo connotación y prestigio ante importantes segmentos intelectuales y artísticos; es necesario regresarle su valía mediante otros procedimientos evaluativos, elevar su connotación ceremonial, organizar y proyectar dignamente la obra de la persona premiada. Resulta ridículo que considerándosele al Rubén Darío un alto premio nacional, se realicen tan precarios esfuerzos en su distinción. Éste no puede seguir siendo un concurso más de los ya existentes en Nicaragua; debería constituirse como el premio a la excelencia artística que exige un concurso más calificado mediante nominaciones serias y debidamente presentadas, cuya escogencia sea la resultante de una concienzuda evaluación de obras.

Lógicamente, muchas ideas para la acción deberán surgir de otros encuentros de reflexión, pero también debemos hacer de la reflexión Acción en sí misma y en función de la sociedad nicaragüense. Pero lo fundamental será ir concibiendo instrumentos que nos posibiliten un mejor actuar, cada vez más efectivo y con mayor participación, orientado a la formación humanística de la sociedad. En este sentido estimo, en el espíritu de Darío, que el propósito es unir tantos vigores dispersos que nos conduzca a trastocar el enjambre de nebulosas de nuestra formación como nación.

1. Ponencia en el I Encuentro de Reflexión Cultural de Ciudad Darío, 28 de marzo de 2003. 2.Las "cárceles" de los paradigmas. Ponencia III Encuentro Nacional de Investigación y posgrado, 4-5 septiembre 2002. Revista Universidad y Sociedad #11, año IV, noviembre 2002. 3. El imaginario: La construcción subjetiva de la realidad. Análisis. Revista Universidad y Sociedad #11, año IV, noviembre de 2002.

Gracias

 

 

Hosted by www.Geocities.ws

1