El Nuevo Revisionismo en la Investigación de la Comunicación de Masas:
Una nueva valoración*
James Curran
Traducción de
Eva Aladro
Este texto
revisa críticamente los grandes desarrollos de la investigación sobre
comunicación de masas, particularmente en Inglaterra durante los últimos quince
años. Emerge, de acuerdo con el autor, un nuevo movimiento revisionista que
pone en duda los paradigmas críticos dominantes de los últimos años de la década
de los 70 y los primeros de la década de los 80. Este movimiento toma la forma
de contestación de los modelos subyacentes de sociedad, la caracterización de
las organizaciones de los media, las representaciones del contenido de los
medios, la concepción del público y los juicios estéticos que subyacen a la
mayoría de las investigaciones "críticas". El autor argumenta que
este revisionismo es en parte una reversión a ciertos saberes convencionales
desacreditados del pasado, en realidad un movimiento de revivalismo enmascarado
bajo la apariencia de pensamiento nuevo e innovador. En cualquier caso, parte
de la nueva crítica puede contemplarse como una reformulación que
potencialmente puede impulsar la tradición crítica en la investigación sobre
comunicación.
En los estudios culturales y sobre medios
emerge actualmente un movimiento nuevo de revisionismo. Proveniente
inicialmente de la tradición crítica, ha dedicado gran parte de su energía
creativa a atacar las premisas y asunciones de esa tradición. En su forma
completamente desarrollada, el nuevo revisionismo rechaza sin duda los modelos
de sociedad, los modos de conceptualizar el papel de los medios, los marcos de
interpretación y las problemáticas centrales de los principales paradigmas
críticos en la investigación de la comunicación de masas.
Este nuevo revisionismo se presenta a sí
mismo, a menudo, como original e innovador, como un movimiento emancipatorio
que está deshechando los corsés de la tradición. Pero no es ninguna de estas
cosas. Parte de este nuevo pensamiento es más revivalista que revisionista,
supone una reversión a saberes recibidos previamente, más que el reconocimiento
de nuevos saberes. Otra tendencia de este movimiento continúa la tradición
"crítica" pero en una forma suavizada que incorpora el liberalismo y
otras visiones.
Durante el mismo período, la tradición
liberalista en la investigación de la comunicación se ha adaptado y cambiado.
Algunos investigadores encuadrados en esta tradición han modificado sus
posiciones en respuesta a los ataques de los críticos radicales; en efecto, se
han movido contra el flujo de tráfico en dirección opuesta a la suya.
En dos palabras, estamos viviendo una
genuina "fermentación en el campo" en la cual numerosos
investigadores revisan sustancialmente sus perspectivas. En un intento por
encontrar el significado de la situación actual, he procurado proporcionar una
selección de lecturas sobre las tendencias en este campo durante los últimos
quince años, concentrándome principalmente en la investigación en el Reino
Unido, pero lanzando ocasionalmente miradas laterales a los estudios en la
Europa Continental, Escandinavia y los Estados Unidos. El término
"reader" -emblemático del nuevo revisionismo- quizás tenga demasiada
dignificación para lo que sigue. Sería más exacto llamarlo simplemente notas.
Polarización entre las tradiciones
Liberalista y Crítica en torno a 1975
Dos "readers" o compilaciones, Mass
Communication and Society por un lado y Culture, Society and the Media,
publicados respectivamente en 1977 y 1982 pero escritos ambos en gran medida en
1976, nos proporcionarán un punto de partida valioso, pues cristalizan un
momento particular del desarrollo histórico de la investigación en
comunicaciones (Curran et al., 1977; Gurevitch et al., 1982). Ambos textos se
construyen en torno a la antinomia entre las dos perspectivas sobre los medios,
marxista y liberalista, perspectivas caracterizadas en términos
ideales-típicos:
Los liberalistas
ven la sociedad como un complejo conjunto de grupos e intereses en competencia,
de los cuales ninguno predomina constantemente. Las organizaciones mediáticas
son sistemas organizacionales enlazados que disfrutan de un importante grado de
autonomía frente al Estado, los partidos políticos o los grupos de presión
institucionalizados. El control de los medios está, según esta teoría, en manos
de una élite directiva autónoma que consiente un considerable grado de
flexibilidad en los profesionales de los medios. Esta teoría aprecia una
simetría básica entre las instituciones mediáticas y los públicos, pues en
palabras de McQuail, la "relación se establece generalmente en términos de
aparente voluntariedad y equidad" (McQuail, 1977). El público es
considerado capaz de manipular a los medios de mil maneras diferentes según sus
previas necesidades y predisposiciones, así como se le supone el acceso a lo
que Halloran (1977) llama "los valores plurales de la sociedad",
permitiéndosele " estar conforme con ellos, acomodarse o
rechazarlos".
Los marxistas
contemplan la sociedad capitalista como una sociedad de dominación clasista;
los medios son parte de una arena ideológica en la que varias perspectivas de
clase combaten, siempre en el contexto de la dominación de ciertas clases; el
control ulterior se concentra cada vez más en el monopolio del capital; los
profesionales de los medios, aunque gozan de la ilusión de autonomía, se
socializan e internalizan normas de la cultura dominante. Los media, tomados en
conjunto, proporcionan marcos interpretativos consonantes con los intereses de
las clases dominantes, y las audiencias de medios, aunque en algunos casos
negocian o contestan esos marcos, carecen del acceso adecuado a sistemas de
sentido alternativos que les permitirían rechazar las definiciones
proporcionadas por los medios en favor de las definiciones opuestas. (Curran y
Gurevitch, 1977:4-5)
La intención de la mayoría de los autores
que trabajaron en la producción de estos dos textos era la de promover el
conflicto polarizado entre las dos perspectivas. En parte se trataba de un
artificio pedagógico, pues ambos libros se editan para un curso de la Open
University y su objetivo es animar a los estudiantes a pensar por sí mismos y a
decidirse a favor de una de estas dos tradiciones o a considerar si una
posición intermedia entre ambas resultaría más convincente. Pero otro objetivo
es también el de reafirmar el papel central en el debate de una tradición
intelectual -el marxismo-, que era ya en gran medida marginal en la vida
académica británica a partir del período posbélico. En particular, estos
autores querían plantar cara al dominio estadounidense en este campo, en lo que
parecía, a muchos de nosotros en aquel momento, un consenso estéril en torno a
un inacabable flujo de estudios de los "efectos", repetitivos e inconclusivos,
situados en un modelo extensamente presupuesto de sociedad liberalista, y por
tanto queríamos generar un debate que reflejara la diversidad del pensamiento
intelectual europeo.
Esta fase de desarrollo de la materia ha
sido descrita en otro lugar (Curran et al., 1982; Hall, 1986), y no es
necesario insistir. Puede decirse que la investigación más original de este
período fue la de los estudios culturales y su preocupación por la
determinación de la praxis social. Referido a la investigación sobre periodismo,
sin embargo, el desarrollo más notable fue el del Glassgow University Media
Group y su asalto conjunto a la concepción liberalista de televisión como
servicio público, canal desinteresado de información y foro equilibrado de
debate. Basándose en una serie de estudios bien documentados, demostraron que
la mayoría de la información televisiva se fundamenta en ideas de los grupos
dominantes de la sociedad (Glassgow University Media Group 1976, 1980, 1982,
1985). Aunque provocaron agrias reacciones por parte de las emisoras, el
entorno universitario de perspectiva liberalista no contraatacó estas
investigaciones salvo en un caso notable (Harrison 1985). Toda una lluvia de
metralla de otras investigaciones acompañó a la diatriba del Glassgow Group,
indicando también que la cobertura televisiva de información tenía una
estructura dominante (Hall, Connell y Curti, 1976; Morley 1981; Connell 1980;
Hartmann, 1975). En todos estos análisis se asume implícitamente algo que luego
sería puesto en duda: que los significados televisivos son relativamente
inambíguos y que la comprensión de los programas por parte del público receptor
la determinan generalmente los significados inmanentes en los textos.
A estos ataques se añade una serie de
estudios sobre "pánico moral". Según estas investigaciones, las
representaciones estereotipadas y engañosas de los grupos marginales en los
medios contribuyen a desviar el conflicto social más amplio y a reforzar las
normas dominantes políticas y sociales. Así lo ilustraron los estudios de la
representación en los medios de la protesta política (Halloran, Elliott y
Murdock 1970, Hall 1973a), de las bandas juveniles (Cohen 1980), de la
drogadicción (Young 1974), de los atracadores (Hall et al., 1978), de los
sindicalistas (Beharrell y Philo 1977), de los hinchas de fútbol (Whannel
1979), de los saqueadores (Golding y Middleton 1982) y de los homosexuales
(Watney 1987) entre otros (Cohen y Young 1981). En estos estudios están
implícitas o explícitas dos ideas que posteriormente serían cuestionadas. Se
asume en ellos que la construcción de la realidad por los medios refleja la
cultura dominante; es decir, se difunde la imagen de los medios como entidades
que ofrecen una definición de la realidad acorde con la ideología dominante que
sirve a intereses dominantes, o en su versión más dura, unos medios que no
representan lo que realmente ocurre para así promover una falsa conciencia.
También se presupone que los medios tienen efectos en términos de configurar el
mapa social y para proporcionar categorías conceptuales y marcos de referencia
a través de los cuales las personas construyen el sentido social. Los medios
tienen, como Hall (1977) afirmaba en un ensayo decisivo, un "efecto
ideológico".
Un influyente grupo de analistas
cinematográficos y televisivos asociado a la publicación Screen, que
ocupaba un nicho separatista y esotérico en la emergente tradición crítica, se
hizo eco del énfasis en la "eficacia" de los medios. Publicaron un
número de estudios que diseccionaba las estrategias textuales empleadas en
películas y programas para generar posiciones supuestamente
"subjetivas" en el espectador. Así, el plano de punto de vista y la
secuencia clásica plano/contraplano resultaron ser dispositivos de
"sutura" para asegurar la identificación e implicación del público
(Heath 1976, 1977; cf. Heath y Skirrow, 1977). La creencia general de estas
investigaciones es la de que los comunicadores profesionales son capaces de
desplegar técnicas visuales y narrativas de coacción que puedan organizar las respuestas
de las audiencias en ciertos sentidos prescritos.
Esta revisión mía, necesariamente
abreviada, se centra en el común denominador de las críticas a la perspectiva
liberalista y no presta atención apenas a los debates internos que también
tuvieron lugar entre las tendencias divergentes de la tradición crítica. De
todos modos, hay que hacer referencia a una disputa de familia que tuvo lugar
entre investigadores críticos, dado que ha tenido una influencia directa en lo
que ocurrió después. La disputa se centró en las explicaciones que diferentes
investigadores daban al hecho de que los medios tuvieran un papel subalterno en
relación con los intereses dominantes. Una de las versiones, asociada con el
Leicester Centre for Mass Communication Research, adoptó una interpretación
político-económica que tiende a subrayar el papel central de la propiedad
económica, y las influencias indirectas que el Estado, las estructuras y la
lógica del mercado ejercen sobre los medios (Murdock y Golding 1977; Murdock
1982; Curran 1980, 1986; Curtis, 1984; Hood 1980). Otra versión alternativa más
culturológica asociada al Birmingham Centre for Contemporary Cultural Studies,
atribuye la subordinación de los medios principalmente al control ideológico,
en particular a la internalización inconsciente por los periodistas de las
ideas de la cultura dominante, así como la dependencia de las fuentes
informativas constituidas por los grupos de poder y las instituciones (Chibnall,
1977; Hall et al., 1978; Connell, 1980). Pero a pesar de las diferencias más
bien irreconciliables, ambas versiones tienen muchas cosas en común. Ambos
grupos de investigación trabajan dentro de un modelo neo-marxista de la
sociedad; ambas perciben una conexión, ya sea débil o fuerte, entre los
intereses económicos y las representaciones ideológicas; y ambas reflejan a los
medios como servidores de los intereses sociales dominantes en perjuicio de los
universales.
Modelos revisionistas de poder y representación
ideológica
Un creciente desencanto respecto del
modelo de conflicto de clases sociales que constituye el marco de estas
producciones de investigación ha ido erosionando el apoyo a la tradición
crítica. Una influencia clave para el crecimiento de ese desencanto es la obra
de Michel Foucault (1978, 1980, 1982). Foucault ofrece una visión compleja y
multifacética de la sociedad, en la que relaciones múltiples de poder entran en
juego en diferentes situaciones. Este fenómeno no puede subsumirse, de acuerdo
con Foucault, en una oposición binaria y simple de intereses de clase ni puede
ser detectado a través del modo de producción y formación social. En sus
palabras, en este caso con una brevedad atípica,
Las relaciones
de poder arraigan en el sistema de las redes sociales. Esto no significa, de
todas formas, que haya un principio primario y fundamental de poder que domine
la sociedad hasta en sus más mínimos detalles, sino que tomando como punto de
partida la posibilidad de la acción sobre la acción de los otros (lo cual se
extiende a cada relación social), pueden definirse diversas formas de poder
según las multiples formas de disparidad individual, de objetivos, de la
aplicación dada del poder sobre nosotros mismos o sobre otros, de la parcial o universal
institucionalización en diversos grados, de mayor o menor organización
deliberada. (Foucault, 1982:224)
Algunos investigadores han adoptado la
perspectiva foucaultiana para elaborar estudios sobre medios desde un eje
diferente al de la visión marxista, pero en una forma que resulta similar. El
papel de los medios se sigue considerando dentro del extenso contexto de la
lucha social, pero se pone en relación con la explotación patriarcal más que
con la explotación clasista. Sin duda parte de las investigaciones más
interesantes de los próximos años provendrán de esta tendencia.
El legado de Foucault es ambivalente. Ha
favorecido también el descentramiento de la investigación cultural y de los
media. En algunos estudios el papel de los medios queda reducido a una sucesión
de encuentros entre lectores y textos en el contexto de una sociedad
analíticamente disgregada en una serie de instancias discretas (Bondebjerg
1989) o en la cual el poder externo al discurso desaparece completamente
(Grodal, 1989). Esto no es muy distinto a cuanto la tradición liberalista
norteamericana afirmaba, según la cual los medios han de analizarse
independientemente de las relaciones de poder o bien esos medios están situados
en un modelo de sociedad en la que se asume que el poder es enormemente
disperso. Sin duda en la obra prolífica y decisiva de John Fiske (1987, 1989a,
1989b, 1989c) la convergencia es más o menos explícita. Su reciente celebración
de una "democracia semiótica" en la cual las personas provenientes de
una "vasta y cambiante gama de subculturas y grupos" construyen sus
propios significados dentro de una economía cultural autónoma abraza con
entusiasmo los temas centrales del liberalismo acerca de la soberanía del
consumidor.
Para complicar las cosas aún más, aparece
al mismo tiempo y con cierta importancia un cambio en la tradición
investigadora liberalista que pasa de los análisis concretos de medios
tipificados en la investigación, a realizar análisis sobre efectos de los
medios en violencia, elecciones o saliencia de temas políticos. Muestran estos
investigadores liberalistas gran interés por el papel más amplio de los medios;
su impacto en las estructuras y el funcionamiento del sistema político
(Seymour-Ure 1989; Blumler 1989a), su influencia en la integración
sociocultural (Graber 1988; McLeod 1988) y en la formación de la identidad
social (Reimer y Rosengren 1989), y, más amplia y esencialmente, la relación
entre medios y cambio social (Rosengren 1981; Noelle-Neumann 1981; McQuail
1987). Al mismo tiempo, la investigación más concreta y de objetivos más
limitados, como por ejemplo los estudios de la recepción de audiencias, está
proliferando en lo que pudiéramos llamar libérrimamente el campo
"crítico". La línea divisoria entre la investigación teórica y
relativamente ateórica, entre la perspectiva holística y la concreta, entre el
interés por los temas macro o micro, que en un tiempo caracterizara a las
tradiciones de investigación crítica y liberalista, ha desaparecido
completamente.
Esto es así porque un movimiento poderoso
de revisionismo dentro de la misma tradición crítica ha rechazado los temas
totalizadores y sistemáticos del marxismo. Como lo describe Stuart Hall
(1988b):
...el marxismo
clásico dependía de una correspondencia asumida entre "lo económico"
y "lo político": se pueden conocer nuestras actitudes, intereses y
motivaciones políticas a partir de nuestros intereses de clase y posición. Esa
correspondencia entre "lo económico" y "lo político" es precisamente
lo que se ha desintegrado, práctica y teóricamente (Hall 1988b:25)
Mirando hacia atrás, Althusser, a quien
ahora se recuerda irónicamente como exponente del más crudo funcionalismo
marxista, jugó sin embargo un papel estratégico en el avance de este
revisionismo al subrayar la autonomía de la práctica social (Althusser 1971,
1976). Muchos postalthusserianos, siguiendo su posición, rechazaron la noción
de determinismo económico incluso en sus formas más débiles o no reductoras.
Esa tendencia se refuerza por la hipótesis, actualmente de moda, segun la cual
avanzamos hacia una era posmoderna caracterizada por regímenes de producción
"post-Fordistas", por la pluralización de la vida cultural y social,
por el auge del individualismo y la subjetividad, era en la cual la primacía de
la economía ha quedado destruida (Baudrillard 1985; Gorz 1983; Lyotard 1984).
Un libro muy reeditado de los autores
Abercrombie, Hill y Turner, expresa decisivamente la insatisfacción ante las
formulaciones marxistas tradicionales (1984). En primer lugar arguyen los
autores que el concepto de "ideología dominante" (un concepto clave,
como vemos, para los estudios culturales y de los medios en los 70 y primeros
años 80) es un concepto ilusorio; en una inspección detallada, este concepto se
derrumba casi en todas las épocas hasta formar una miscelánea de temas e ideas
casi contradictorias. En segundo lugar, esa miscelánea de temas e ideas ni
siquiera resulta "dominante", pues las clases subordinadas no la
aceptan abiertamente. La cohesión social, aducen los autores, debe explicarse
en términos de resignación y rutina más que en términos de incorporación
ideológica. La segunda parte de su argumentación no la documentaron completa o
adecuadamente para el período moderno. Sin embargo un importante estudio
fundamentado empíricamente (Marshall et al., 1989) ha venido a sustentar
sólidamente esta idea.
Hubo anticipaciones a este ataque en una
reformulación de la teoría de medios de comunicación y sociedad influída por
Gramsci (1971,1985). Esta reformulación pretendía repensar el paradigma crítico
inicial. La clase dominante se reconceptualizaba como una alianza cambiante y a
menudo precaria de diferentes estratos sociales. La ideología dominante se
redefine como un "campo" de discursos dominantes, una inestable
constelación de ideas y temas tendente a disgregarse en cualquier punto, en sus
elementos componentes. Los media aparecen como lugar de lucha entre las fuerzas
sociales, más que como conductos de las ideas de la clase dirigente. Aunque aún
se ve a los medios inclinados hacia los intereses dominantes, las
organizaciones informativas tienen ya implícitamente un papel más estratégico
como consecuencia del nuevo énfasis en la fragilidad de las alianzas sociales,
la inestabilidad de las formaciones ideológicas y el fermento burbujeante de
resistencia desde abajo. Esta reformulación ya tenía aceptación a mediados de
los años 70, pero todavía en forma desigual y parcialmente asimilada. Por
ejemplo, el texto en colaboración de Hall, Policing the Crisis, es una
difícil síntesis de perspectivas gramscianas y althusserianas, como se refleja
en el uso indistinto de dos conceptos de matiz diferente, los de "cultura
de control" y "campo dominante de ideologías dirigentes" (Hall
et al., 1978). Su siguiente trabajo (Hall 1988a) se basa mucho más en el
análisis gramsciano que ilustra la competición ideológica, aunque sigue
sobrevalorando la influencia de las ideas "dominantes" y por
implicación infla el poder de los medios (Crewe 1988; Curran 1990). Esta
reformulación puede entenderse como un intento persuasivo de cerrar filas
contra la ola revisionista y cuenta con muchos adeptos. Irónicamente, Hall
mismo ha cambiado recientemente de posición de nuevo, concediéndole más
terreno. (Hall 1988b).
Estudios revisionistas sobre
organizaciones de medios
El desarrollo de la investigación
"crítica" sobre organizaciones mediáticas puede también entenderse
como una retirada forzada a posiciones previas, aunque los investigadores
críticos han mostrado recientemente signos de resistencia en su al menos
parcialmente destruida linea Maginot. La perspectiva económico-política
representa el modelo más tradicional y convencional de tratamiento crítico de
los medios, y ha sido el primero en reventar. Sin duda cuando emerge la
perspectiva crítica culturalista asociada a la Escuela de Birmingham es para
promover una posición de compromiso que incorpore ciertas críticas
liberalistas. Reconoce tácitamente, al menos en parte, la validez de dos
argumentaciones liberalistas: a saber, que la propiedad económica de los media
está cada vez más separada del control directivo por la dispersión creciente
del accionariado de propietarios, y que los periodistas tienen un considerable
grado de independencia frente al control supervisor. Los análisis críticos
parten de la base, en consecuencia, de que la "cotidiana "autonomía
relativa" del periodista y de los productores de noticias es una realidad
en la mayoría de las organizaciones modernas de medios". (Hall et al.,
1978:57)
Durante los años 80, incluso los
investigadores de la tradición crítica político-económica empezaron a
replegarse. Así Peter Golding, un economista político de primera línea,
subrayaba la importancia del control ideológico y de los valores
individualistas de los periodistas por encima de los de los propietarios
económicos de los periódicos en el resultado de la cruzada tabloide contra el
"saqueo" de los necesitados sociales ( Golding y Middleton, 1982). De
modo parecido, Murdock -el otro máximo exponente economista político
especializado en medios en Inglaterra- explicaba la conducta informativa de los
medios durante los conflictos raciales de 1981 en términos de acesibilidad a
las fuentes y de los discursos disponibles para los informadores. De nuevo se
hacía muy poca referencia a la propiedad económica capitalista o a la presión
de la directiva como factores que pudieran explicar por qué la cobertura
informativa del tema se realizó desde una posición tan conservadora (Murdock
1984). Yo incluso cambié absolutamente de opinión en las ediciones revisadas de
un manual (Curran y Seaton 1985, 1988).
Sin embargo la interpretación crítica
culturalista ofrece un refugio incierto a los economistas políticos
desorientados. En su clásica formulación británica avanzada por Hall y sus
colaboradores, se defiende que las instituciones de poder y sus intereses
actúan como "definidores primarios" de los medios, y que los
periodistas actúan como "definidores secundarios", traduciendo al
idioma popular el marco interpretativo que las fuentes acreditadas les
proporcionan (Hall et al., 1978). Philip Schlesinger (1989), empero, ha lanzado
hace poco un devastador Exocet contra esta posición. En pocas palabras, afirma
que los definidores primarios a veces proporcionan marcos de referencia en
conflicto; que el concepto de definidor primario es simplista porque no
consigue reconocer que unas fuentes solventes son más decisivas que otras; que
es implícitamente atemporal porque ignora cómo los cambios en el equilibrio de
las fuerzas sociales alteran la composición de los definidores primarios; y,
finalmente, que sobrevalora la pasividad de los medios. Estos argumentos
teóricos se ilustran en términos concretos en unos recientes estudios de campo
en Inglaterra y los Estados Unidos (Curran 1989; Hallin 1989). Efectivamente,
esta crítica es una extensión de la reformulación que hemos citado antes según
la cual se cuestiona la visión de la sociedad dominada por la clase dirigente y
se plantea un modelo alternativo que pone el acento en las fisuras y tensiones
en el bloque dominante, y en el contexto amplio de competición ideológica y
resistencia desde las clases inferiores.
Esta perspectiva se acerca mucho a la
imagen convencional que de los medios promueven los teóricos liberalistas, que
los muestran como un foro de debate público. De todas formas, lo que distingue
a los revisionistas críticos de los liberalistas son dos argumentos clave. Uno
de ellos es que los grupos y clases sociales no tienen igual acceso a los
medios ni los mismos recursos con los que generalizar sus visiones e intereses.
En este punto, curiosamente, ha habido un cambio en la tradición liberalista de
investigación sobre medios. La importancia que la autonomía individual de los
periodistas tiene en su entorno organizacional, ejemplificada en la pionera e
iluminadora investigación de Tunstall (Tunstall 1981) ha abierto el camino a
una atención creciente a las interconexiones entre organizaciones mediáticas y
centros de poder (Hess 1984, Sigal 1987, Ericson, Baranek y Chan 1987, 1989;
Schudson 1989). De hecho, algunos investigadores de la tradición liberalista
muestran su unánime acuerdo respecto a la idea de que las rutinas y valores
organizacionales de la mayoría de las instituciones mediáticas están viciadas a
favor de los intereses de poder.
El segundo argumento es la idea de que la
propiedad capitalista puede formar las normas y valores de las organizaciones
informativas principalmente a través del control de los nombramientos de los
directivos editoriales, y que el mercado rara vez funciona de modo neutral
entre los diferentes intereses sociales. Aquí de nuevo hay también señales de
un cambio en la investigación liberalista, de manera más notable en un estudio
reciente sobre los medios en Canadá, que documenta cómo los cambios en los
nombramientos de directivos afectan a la cobertura informativa diaria (
Ericson, Baranek y Chan, 1989). También se ha discutido cómo la perspectiva
etnográfica tiene un punto ciego metodológico que tiende a oscurecer el modo en
el que las presiones de los directivos afectan a los periodistas (Curran 1989).
Tómese el punto de vista que se tome, la
perspectiva liberalista clásica sobre los medios como cuarto poder autónomo ha
pasado a ser tan escuálida como la visión marxista clásica de los medios como
aparato ideológico estatal. Una perspectiva intermedia situada entre estas dos
posiciones emerge con fuerza con cambios recíprocos por parte de los
investigadores de los campos liberalista y crítico. Aparte de esto, diferencias
aún existentes en el modo como se conceptualiza el poder económico y político
por parte de los diferentes investigadores impedirán que tenga lugar una
convergencia absoluta entre ambos bandos.
Valoraciones revisionistas en los
estudios de la Recepción
De todas formas, es en los temas
relacionados con la producción de significado y la recepción de audiencias
donde el revisionismo investigador ha tenido más impacto público. La tradición
crítica de investigación de la comunicación de masas se ha basado siempre en
gran medida en un análisis de significado relativamente aproblemático. Pero
ahora surge una tradición nueva de investigación revisionista que pone de
relieve las inconsistencias, contradicciones, vacíos e incluso oposiciones
internas que existen en el interior de los textos. Este cambio se aprecia bien
en la comparación entre la pesimista colección de ensayos sobre mujeres y
medios editada por Helen Baehr (1980), y la más optimista y redentora
recopilación de textos de revisionistas como Cook y Johnston (1988) y Modleski
(1982) que ponen el acento en los puntos internos de resistencia a los valores
patriarcales o las ambivalencias cruciales de los textos. Este cambio se ve en
su forma más extrema en la idea de que la TV es un medio que produce
frecuentemente programas abiertos y ambíguos, "textos productivos"
que "delegan la producción de significado en el espectador-productor"
(Fiske,1989c). Similar cosa se dice de los vídeos de rock en otro estudio
(Larsen 1989).
La segunda transformación clave es una
reconceptualización del público, ahora considerado un activo productor de
significado. Ésta es un área de investigación sobre medios que se ha mitificado
extensamente -tema al que volveremos después-. Basta con notar aquí que la
asunción de que las audiencias responden de forma prescrita a significados
fijos y preconstituídos en los textos, asunción que encontramos en ciertos
tipos de análisis formalistas, es puesta en duda a partir de la noción de que
el significado se construye a través de la interacción del texto con las
posiciones sociales y discursivas de los receptores. Esta afirmación quedó bien
establecida en un notable estudio de las reacciones a dos programas Nationwide
por David Morley, uno de los revisionistas críticos más influyentes y
distinguidos. Este investigador mostró cómo los grupos divergentes respondían
de diferentes maneras al programa Nationwide, y que dichas diferencias
reflejaban los diferentes discursos e instituciones en los cuales se situaban
los grupos. Se trató de un análisis particularmente crucial por el modo como
ilustró la importancia de las formaciones subculturales diversas dentro de las
mismas clases sociales a la hora de configurar las diferentes respuestas del
público (Morley 1980).
El énfasis investigador en la autonomía de
los receptores ha favorecido una consideración más cauta de la influencia de
los medios. Típico de esta reorientación revisionista es un estudio de campo
sobre un "panico moral" que no solamente fracasó como tal sino que
creó una oleada de simpatía hacia la pretendida víctima de la campaña (Curran
1987). Del mismo modo el fracaso del satélite transeuropeo de TV en la creación
de una audiencia masiva se ha explicado en términos de la autonomía de la
audiencia derivada de las diferencias culturales y lingüísticas (Collins 1989).
Finalmente, la conclusión implícita según
la cual los medios sólo tienen una influencia limitada está favoreciendo el
cambio de interés de algunos investigadores. Lo estético-político ha abierto el
camino a lo estético-popular; el foco de la investigación se ha trasladado de
la cuestión de por qué las representaciones de los medios favorecen o no la
lucha política o cultural a la cuestión de por qué los medios de masas son
populares. Esto anima a la publicación de "readers" que intentan
inferir la naturaleza del placer popular inserto en el contenido mediático
(Drotner 1989) y estudios etnográficos de audiencias que intentan sondear las
raíces de dicho placer (Kippax 1988).
¿El redescubrimiento de la rueda?
El revisionismo se presenta a menudo en
terminos autoafirmativos como ejemplo de progreso intelectual gracias al cual
aquellos que nadan en el error pueden verse conmovidos e iluminados. Así,
Morley (1989:16-17) destaca cómo la "entera tradición de estudio de los
efectos" se ha visto dominada por un "modelo hipodérmico de
influencia" hasta que el enfoque de usos y gratificaciones adelantó el
concepto de recepción activa. Esto fue un avance, se nos dice, porque
"desde esa perspectiva ya no podemos hablar de los "efectos" del
mensaje en una audiencia masiva y homogénea a la que se supone una reacción
idéntica". Sin embargo este avance se vio "severamente limitado"
porque en último término explicaba las respuestas diferentes a los medios como
"diferencias individuales de personalidad y psicología". Sólo el
nuevo revisionismo, se nos informa, introduce una explicación más satisfactoria
y completa.
Esto es una pasmosa, aunque a menudo se
repite, caricatura de la historia de la investigación en comunicaciones que
deja en la cuneta a toda una generación de investigadores. Presenta como
innovación lo que en realidad es un proceso de redescubrimiento. Esta
mitificación además tiene el efecto de oscurecer las múltiples líneas de
intersección entre la investigación sobre medios del pasado en la tradición
liberalista y el nuevo revisionismo que surge de la tradición crítica. No se
puede decir de ningun modo sensato que la investigación de los efectos haya
estado "dominada" por el modelo hipodérmico. Muy al contrario, su
principal objetivo incluso desde el año 1940 fue el de afirmar la independencia
y autonomía de los receptores de medios para así conjurar la muy extendida
noción de que el público es fácilmente manipulable por parte de los medios. Y
para alcanzar este objetivo se desarrollaron muchas de las perspectivas que
ahora son proclamadas como nuevas en la reciente riada de estudios de la
"recepción", aunque con un lenguaje técnico diferente y a veces con
menos sutileza.
Así, los investigadores de los efectos
afirmaron hace mucho tiempo ya que las predisposiciones que las personas tienen
hacia los textos influencian de modo crucial la comprensión de los mismos, y
que las diferentes predisposiciones generan diferentes comprensiones. Así, por
citar un estudio al azar hoy casi olvidado, Hastorf y Cantril (1954) exhibieron
un partido de fútbol particularmente sucio entre Dartmouth y Princeton ante dos
grupos de estudiantes, uno de cada universidad, y les pidieron entre otras
cosas que contaran el número de faltas cometidas por cada equipo. Los
estudiantes de Princeton concluyeron que el equipo de Dartmouth había cometido
más del doble de infracciones que su propio equipo, mientras que la mayoría del
grupo de Dartmouth concluyó que ambos equipos habían cometido más o menos las
mismas faltas. Esto condujo a los autores a avanzar la perspectiva
"transaccional", según la cual "es inexacto o engañoso decir que
la gente tiene diferentes actitudes hacia las mismas cosas. Porque esas cosas no
son las mismas para las diferentes personas, ya sean partidos de fútbol,
candidatos presidenciales, comunismo o espinacas". Por implicación, el
apotegma "ver es creer" debe reformularse como "creer es
ver".
Este estudio, que atribuye diferencias de
respuesta en la audiencia a diferencias en la disposición previa compartida, y
no a lo que Morley despectivamente considera "diferencias individuales de
personalidad o psicología" no fue un caso inusual de ese período de
investigación. Pero ofrece un ejemplo característico de investigación relativamente
simple y unidimensional de adaptación de significado por la audiencia.
En cualquier caso, algunos investigadores
de los efectos desarrollaron también un modelo mucho más complejo de
interacciones en la audiencia que se anticipó al "subsiguiente
descubrimiento de los procesos interdiscursivos de los encuentros entre textos
y lectores" de los revisionistas. Un ejemplo temprano de esta más
sofisticada aproximación nos la proporciona el análisis de las reacciones a
dibujos animados antirracistas de Patricia Kendall y Katherine Wolff (1949). En
los dibujos animados aparecía un muñeco llamado Mr. Biggott, hombre de mediana
edad, poco atractivo y malhumorado cuya absurdidad (patente en las telarañas
que le salían de la puntiaguda cabeza) e ideas extremistas tenían como
finalidad desacreditar las ideas racistas. El estudio mostró que el 31 por
ciento de los receptores no era capaz de reconocer que Mr Biggott tenía
prejuicios raciales ni que los dibujos satirizaban el racismo, y que en general
existía una considerable diversidad en el modo como los miembros del público
entendían los dibujos animados. Algunos se resistían a la intención
propagandística recurriendo a diversos medios de desidentificación; veían a Mr.
Biggott negativamente no a causa de sus ideas (que compartían) sino porque
parecía intelectual o socialmente inferior. Unos pocos incluso hallaron la
confirmación, en los dibujos, de sus prejuicios, subvirtiendo completamente la
intencion de los dibujos animados.
Pero quizás la parte más destacada de este
estudio es la explicación que, basándose en entrevistas individuales
detalladas, se da a por qué los espectadores negociaron los significados de los
dibujos del modo como lo hicieron. Un grupo de espectadores que mostró
seguridad en sus creencias racistas no sintió la necesidad de distanciarse del
racismo de Mr. Biggott y permaneció inconsciente del hecho de que los dibujos
fueran un ataque a sus opiniones. Otro grupo de espectadores con prejuicios
comprendió momentáneamente el propósito satírico de los dibujos, lo experimentó
como un castigo, pero en una segunda reacción se desidentificó de Mr. Biggott
(en uno de los casos identificando a Mr. Biggott con un judío) y así
consiguieron autoocultarse la intención proselitista del dibujo animado. La
clave para entender su compleja reacción fueron sus propios sentimientos de
culpa, incertidumbre o apuro ante sus propias ideas racistas. Un tercer grupo
de jóvenes con prejuicios impuso un marco de referencia diferente que
trascendió el marco previsto de significado del dibujo. En lugar de ver los
dibujos como un ataque a sus propias ideas, los interpretaron como un ataque
satírico hacia la generación de personas mayores de las que Mr. Biggott
simbolizaba la debilidad, impotencia o absurdidad como figura autoritaria
defectuosa ( uno de los entrevistados se refirió expresamente a su padre en
este sentido). En algunas de las entrevistas mantenidas con este grupo uno
tenía la impresión de que los dibujos habían "funcionado" en el
sentido de animar una revalorización de los prejuicios dentro de un discurso de
modernidad dirigido contra la generación paterna.
Que las audiencias perciben significados
de los medios de masas muy diferentes ha sido, pues, un hallazgo central en la
investigación sobre efectos durante casi medio siglo. Otro aspecto de la
relativa autonomía del público, documentado por Lazarsfeld, Berelson y Gaudet
ni más ni menos que en 1944, es la tendencia de la gente a buscar en los medios
aquel contenido que refuerza sus opiniones previas y a eludir el contenido que
pone en duda sus creencias. Pero ya desde los primeros años 50, los
investigadores empiezan a discutir con intensidad la verdadera importancia de
la exposición selectiva del público, y la evidencia sugiere que el avance de la
TV ha reducido la elusión deliberada del mensaje de los medios. De todas
maneras la evitación defensiva de mensajes disonantes persiste hasta un cierto
grado, particularmente cuando la definimos como falta de atención en lugar de
simplemente como abstención.
Durante los años 40 los investigadores
demostraron también que la formación subcultural interna a la audiencia influía
en el grado de aceptación de las representaciones de los medios (Hyman y
Sheatsley 1947). Este hecho se ha convertido en un hallazgo recurrente en la
investigación de los efectos, como ilustra, en pocas palabras, el conjunto de
estudios sobre la serie norteamericana All in the Family, en la que
aparecía el protagonista intolerante, chauvinista, políticamente reaccionario
pero adorable hombre de clase trabajadora Archie Bunker, quien discutía
regularmente con su progresista hijo político Mike. Los adolescentes con
prejuicios raciales de Canadá y Estados Unidos se sentían mucho más inclinados
a pensar que el intolerante Archie tenía razón y ganaba al final que los
jóvenes espectadores con menos prejuicios (Vidmar y Rokeach 1974; cf. Brigham y
Giesbrecht 1976). Un estudio similar en Holanda reveló una imagen más compleja
en la cual grupos con diferentes conglomerados de actitudes -ya fueran
etnocéntricos, autoritarios o tradicionalistas- respondían a las series en
formas parcialmente diversas (Wilhoit y De Bock 1976). De todos modos el
estudio más interesante, basado en las respuestas de niños de seis a diez años
ante un único programa, proporcionó una conclusión clásica sobre los temas de
los que se ocupa el nuevo revisionismo: diferentes tipos de niños, con diversas
creencias, actitudes y valores, se ven afectados de maneras netamente diversas
por el visionado de un programa y como resultado de los diversos procesos de
socialización (Meyer 1976).
Debemos hacer una sucinta referencia a
otras dos tendencias de la tradición de los "efectos", ambas
infradesarrolladas en los estudios de la "recepción". La primera es
el interés por los procesos dinámicos de mediación de los grupos primarios y su
capacidad para bloquear, reforzar o modificar los mensajes de medios masivos, a
partir de la histórica investigación de Katz y Lazarsfeld (1955). La otra
corriente refleja el énfasis que en algunos estudios se da a la retención
selectiva de información. Levine y Murphy (1943) averiguaron que los grupos pro
y anticomunistas tendían a recordar la información acorde con sus posiciones
previas, y a olvidar la información que no encajaba con su visión del mundo,
así como el hecho de que esta capacidad de olvido selectivo se incrementa con
el tiempo. Investigaciones subsiguientes sobre la retención han revisado y
refinado la comprensión de las variables que afectan a la memoria selectiva.
La tradición de los "efectos"
pues, prefigura los argumentos revisionistas al mostrar documentalmente los
múltiples significados generados por los textos, el papel activo y creativo de
las audiencias y las maneras como las diversas posiciones discursivas y
sociales promueven determinadas lecturas. En dos palabras, sólo una perspectiva
capitidisminuída de la investigación de la comunicación de masas, que considere
que la era moderna empieza con los análisis textuales de películas y programas
de TV en la revista Screen, y que considere que todo lo anterior se
pierde en la brumosa noche de los tiempos, puede ver al nuevo revisionismo como
algo innovador y sorprendente.
Dicho esto, el enfoque revisionista tomado
en su conjunto representa en cierto sentido un avance. Presta mucha más
atención al texto, proporciona una comprensión mucho más rica y completa de los
procesos interdiscursivos en la recepción de las audiencias y, sobre todo,
ubica esos procesos en un contexto sociológico más adecuado. Pero también
representa en otro sentido un paso atrás por su rechazo a la cuantificación; su
excesiva confianza en las discusiones de grupo y su consecuente incapacidad
para sondear adecuadamente las diferencias intragrupales o individuales;y su
invocación del vago concepto de "descodificación" que algunos
investigadores de la tradición de los efectos, con gran sentido, partieron
analíticamente para distinguir entre atención, comprensión, aceptación y
retención.
Es ahora el momento apropiado para
considerar los paralelismos entre el revisionismo, los estudios etnográficos de
la audiencia y el enfoque de usos y gratificaciones. Se ha convertido en lugar
común entre los revisionistas la idea de que las limitaciones de la
investigación sobre usos y gratificaciones fueron el precedente que condujo a
la proclamación de su propia superioridad investigadora. Así, Ang (1985)
argumenta que el enfoque revisionista constituye un avance porque, a diferencia
de la vieja tradición, presta mayor atención a los mecanismos a través de los
cuales se genera el placer y porque además no adopta una concepción
esencialista de necesidades y gratificaciones. Hay parte de verdad en sus
argumentos, pero la afirmación de que la vieja tradición adopta una definición
esencialista de las necesidades es sólo parcialmente correcta.
Hay, de hecho, considerables puntos de
afinidad entre el revisionismo, la investigación etnográfica y la tradición
temprana a la que la autora ataca. Esto puede verse al comparar su propio
inteligente y revelador estudio sobre la recepción de la serie Dallas en
Dinamarca con un estudio de usos y gratificaciones sobre un serial de radio
realizado por Herzog (1944) en los Estados Unidos. Ambas investigaciones se
interesan por el modo como los seriales proporcionan las bases para la
identificación idealizada pero operativa. Pero dado que Herzog no presta
atención apenas al contenido real de los seriales, no recurre a ninguna
definición esencialista de necesidades o gratificaciones. Sin duda proporciona
la autora en cierto sentido una descripción del placer obtenido por las mujeres
con los seriales mucho mejor situada socialmente que el estudio de Ang, pues el
estudio de Herzog se basa en material de entrevistas, en tanto que en el caso
de Ang se trata de cartas. Este hecho permite a Herzog ilustrar lo que Ang
llama "la estructura trágica del sentimiento" en términos de las
particulares situaciones sentimentales desagradables en las que las mujeres se
reconocen, aunque la autora no generalizara una perspectiva feminista.
Por decirlo sencillamente, la
investigación sobre usos y gratificaciones no siempre se parece a la imagen que
de ella dan aquellos que afirman la novedad del enfoque revisionista. Hay
similitudes entre las dos tradiciones. Más aún, las inferencias derivadas del
análisis de la recepción en su conjunto no apuntan siempre a nuevas
direcciones. En algunos casos, se trata de las viejas recetas liberalistas
recalentadas y presentadas como nueva cocina.
Modelos revisionistas de la influencia
de los medios
La demostración empírica de la relativa
autonomía de la audiencia ha sido una pieza clave en las perspectivas
liberalistas sobre los medios. Los "descubrimientos" de la
investigación empírica se desplegaron en un grado considerable para refutar un
modelo de medios que los presentaba como agencias de control de clase o como
sistemas de transmisión a las clases inferiores de la influencia de las élites.
Esta refutación se ancla entonces en una concepción de la sociedad como panal
de pequeños grupos en el que el poder está ampliamente repartido y la opinión
pública -el medio indirecto a través del cual se controla y supervisa al
Estado- crece orgánicamente desde las capas bajas.
Dentro de una problemática diferente, un
argumento en cierto modo similar aparece ahora entre los críticos
revisionistas. Los estudios de la recepción que están probando documentalmente
la independencia de las audiencias se invocan ahora para poner en cuestión la
idea de los medios como sistemas de reproducción de los discursos dominantes. Este
nuevo revisionismo también entiende la sociedad como una gama cambiante de
subculturas y grupos. Por implicación, el poder para configurar el mapa social
o construir el sentido social de forma que se atiendan y universalicen los
intereses colectivos se ve ampliamente disperso en la sociedad. No existen
discursos dominantes, sino sencillamente una democracia semiótica de voces
pluralistas. Pero esta nueva versión del argumento liberalista sobrevalora su
situación sobre todo porque exagera la impermeabilidad de los públicos a las
influencias de los medios. Del mismo modo como se sobrevaloró la importancia de
la autonomía de las organizaciones de los medios frente a los grupos de poder
en las clásicas formulaciones liberalistas, así ahora igualmente se sobrevalora
el estátus autónomo de las audiencias. En realidad, el circuito del poder no
está desconectado del todo en dos puntos: los procesos de codificación en las
organizaciones mediáticas y la descodificación de la audiencia.
En primer lugar, los textos mediáticos
raramente son textos abiertos, sino que presentan frecuentemente la forma que
Morley (1980) ha llamado con acierto "polisemia estructurada". Es
decir, los símbolos denotativos en los textos dan pie, en mayor o menor medida,
a tipos de comprensión deseadas para el público, aún cuando éste pueda en
ocasiones rechazar las mismas. Un simple ejemplo de esto aparece en una
discusión de grupo grabada en la cual un entrevistado señalaba a una pantalla
de TV y ponía en duda la interpretación que otro miembro del grupo estaba
haciendo diciendo simplemente y con efecto claro que "no parecían de la
mafia" (Philo 1989). En efecto, el espectador invocaba una comprensión
ampliamente compartida de signos denotativos como "evidencia" para
persuadir a los otros de la validez de su "lectura". En segundo
lugar, los públicos no tienen un infinito repertorio de discursos que puedan
utilizar para adaptar los significados televisivos. La ubicación de los
individuos en la estructura social tiende a determinar a qué discursos tendrán
acceso. Este hecho a su vez influye en la gama de "lecturas" que
pueden realizar del contenido de los medios.
La combinación de estas dos limitaciones a
la autonomía de la audiencia -el sesgo denotativo de las significaciones
predilectas y la desigual distribución de las posiciones discursivas- tiene
ciertas consecuencias. Así se ha mostrado con brillantez en el estudio de Philo
sobre la recepción de informativos de la televisión británica en las huelgas
mineras de 1984 y 1985 (Philo 1990). Este estudio muestra la clara
correspondencia existente entre ciertos temas recurrentes de la información en
TV sobre la huelga y lo que después de un considerable lapso de tiempo la
audiencia comprendía, creía y recordaba de los hechos. La huelga de los mineros
tuvo una larga vida informativa y fue cubierta con intensidad por los medios.
Quizás en parte debido al impacto acumulativo de las imágenes y los temas
constantemente reiterados los significados televisivos permanecieron frente a
los discursos que las audiencias previamente tenían.
Sin duda la parte más esencial de este
importante estudio es la doble perspectiva que nos ofrece del diálogo que tiene
lugar entre los espectadores y las noticias de televisión. Por un lado, nos
ilustra la variedad de recursos que las audiencias tienen para resistir o
negociar los significados televisivos -conocimiento de primera mano (e, incluso
más importante, el "boca a boca" del conocimiento de primera mano ),
experiencias de clase, culturas políticas, otras informaciones de medios,
disposiciones escépticas hacia los medios y procesos de lógica interna. Pero
por otro lado muestra también este estudio el modo como algunas personas
ajustan sus opiniones a la luz de la información que reciben por la TV,
incluyendo, de modo crucial, a personas fuertemente identificadas con el
Sindicato Nacional de Mineros en huelga, quienes llegaron a aceptar con leves
reparos temas contrarios al sindicato en los informativos de la televisión
(Philo 1990).
Este estudio nos muestra una
transformación en la corriente de investigación sobre los efectos. El modelo de
efectos mínimos o limitados que dominaba la investigación empírica
norteamericana durante toda una generación está siendo atacado cada vez más
intensamente por investigadores de la tradición liberalista. Estos
investigadores declaran cada vez con más insistencia que los medios ejercen
considerable influencia, en ciertas circunstancias, sobre las creencias,
cogniciones y opiniones del público (McLeod y McDonald 1985; Iyengar y Kinder
1987; Kosicki y McLeod 1990). Al afirmar esto, están suavizando uno de los
dogmas del cánon liberalista. Por una curiosa ironía, los celebrantes
revisionistas de la democracia semiótica se están moviendo ahora hacia
posiciones que los liberalistas han abandonado . Están dentro de una corriente
interesada más en el revivalismo que en el revisionismo; están volviendo a
ciertos conocimientos desacreditados del pasado.
Continuidad y Discontinuidad
Sin embargo, los estudios revisionistas de
la recepción no son homogéneos. Hay dos tendencias bien distintas: una que
constituye la continuación de la tradición crítica; y otra que pertenece a un
modo menos normativo.
La tendencia crítica continúa situando el
consumo cultural dentro del contexto más amplio de la lucha social. El
aplaudido estudio de Janice Radway sobre americanas adictas a las novelas
románticas ejemplifica este enfoque. Las mujeres objeto de su análisis realizan
una reconstrucción simbólica de la masculinidad; se exponen a novelas rosa en
las que hombres insensibles, duros o poco perceptivos son humanizados por el
amor de una mujer y se transforman en personas sensibles, cariñosas y
cuidadosas (Radway 1987). Existe una afinidad reconocible entre este estudio
desde el frente patriarcal y las investigaciones previas del entorno de
Birmingham sobre el frente de la lucha de clases, como por ejemplo el simpático
retrato de los "teddy boys", "mods" y "rockers"
ingleses de Hebdige (Hebdige 1979) y sobre los "skin heads" (Hebdige
1981). Ambos análisis buscan la relación entre el consumo cultural y la
experiencia social de los públicos. Pero dicha experiencia se sitúa en un
contexto amplio de relaciones sociales de explotación en las que los individuos
de las audiencias buscan hallar una solución imaginaria a su posición de
subordinación o bien se embarcan en formas placenteras de resistencia.
Otra tendencia del análisis de la
recepción basada en una concepción menos radical de la sociedad enmarca el
consumo cultural en términos diferentes. El estudio etnográfico de Fornas,
Lindberg y Sernhede (1988) sobre grupos de rock aficionados en Suecia ilustra
de maravilla este enfoque. La idea que subyace a este y otros estudios
similares es la de que la cultura popular proporciona la materia prima para la experimentación
y la exploración de las identidades sociales en el contexto de una sociedad
posmoderna en la que los muros de la tradición que sustentaban y confinaban
dichas identidades se han desmoronado. En este caso concreto, la música de rock
resulta ser un laboratorio para la producción intensiva de identidad dirigida a
adolescentes en busca de una definición de su yo independiente. El estudio es
notable por la observación meticulosa y detallista que no es muy común en la
investigación crítica. Así, incluso el tour de force de Radway (1987)
nos proporciona una descripción de las relaciones entre el patriarcado y las
adictas a las novelas románticas pero omite la descripción de sus maridos de
carne y hueso. El estudio de Fornas et al. , así como otros similares, tiene
por objetivo analizar el consumo cultural y la formación de la identidad casi
como fines en sí mismos. Pertenece a la literatura sobre socialización dentro
de la tradición liberalista más que a la tradición crítica de los estudios
culturales.
Valoraciones Revisionistas del Valor
Cultural
La otra contribución destacable del
pensamiento revisionista consiste en rechazar el pesimismo elitista ante la
cultura de masas que era característico de la tradición crítica representada
por la Escuela de Frankfurt. Una influencia clave en esta transformación ha
sido la de Pierre Bourdieu. Bourdieu ha mostrado la estrecha correspondencia
entre posición socio-económica y patrones de gusto en arte y música. Los
juicios culturales y estétivos, concluía el autor, no tienen una validez
universal y absoluta sino que son simplemente modos de definir, fijar y
legitimar las diferencias sociales (Bourdieu 1986a,b). Esta perspectiva ha sido
desarrollada por historiadores de la cultura que han mostrado cómo las fronteras
entre alta y baja cultura cambian con el paso del tiempo en respuesta a las
estrategias de exclusión emprendidas por las élites que intentan mantener su
dominio social (Dimaggio 1986) y en respuesta a la lucha sobre recompensas
materiales y prestigio dentro de la comunidad artística (Fyffe 1985).
El reconocimiento cada vez mayor de la
idea de que el significado se crea en el contexto del consumo mediático ha
reforzado aún más la orientación relativista. Esto conduce lógicamente a la
conclusión de que las audiencias pueden crear calidad en la cultura
popular. Por ejemplo, Hobson (1982) arguye que las perspectivas y comprensiones
que los públicos proporcionan al ampliamente despreciado serial británico Crossroads
reconstituyen su valor cultural. Igualmente, Schroeder (1989) afirma que las
obras de Shakespeare y la serie Dinasty tienen una validez cultural
comparable porque generan experiencias comparables en el público. Implícito en
su estudio, así como en otros similares, está el principio clave sucintamente
glosado por el sociólogo americano Michael Schudson (1987:59): "la calidad
del arte depende de cómo es recibido, o cómo es creado en el contexto de la
recepción, más que en ninguna cualidad intrínseca al objeto de arte
mismo". Por implicación, los juicios sobre las así llamadas culturas
populares o altas son juicios sobre sus receptores y las competencias
culturales de éstos. Pero estas competencias toman diversas formas y se
distribuyen de modos que no corresponden a las jerarquías convencionales del gusto.
Así, como Brundson (1981) ha expuesto, el serial requiere una cierta cantidad
de capital cultural por parte de la audiencia, igual que una película de Godard
requiere otra. Estos argumentos y otros similares han conducido cada vez más al
abandono de las normas literarias sobre los juicios en torno a la calidad de la
cultura popular y animan a establecer un tácito sistema de valoración basado en
el placer de los receptores. Ericson (1989) afirma ser ésta la característica
definitoria de los estudios culturales revisionistas en Escandinavia.
De hecho esta reorientación dentro de la
tradición crítica no es absolutamente nueva. Irónicamente existió un
paralelismo anterior, aunque menos determinado, hacia el relativismo cultural
dentro de la tradición liberalista. Existió dentro de ésta también un ala
elitista, representada, por ejemplo, por T.S.Elliot (1948) y por Dwight
Macdonald (1957). Este elitismo se vio contraatacado por un grupo de exitosos
sociólogos, el más notable Shils (1961) y Gans (1974), que alegaban que la
dieta popular de medios de comunicación incluía material de alta calidad
relacionado con los patrones culturales de una gran parte de la audiencia
masiva. Esta respuesta esencialmente defensiva tomó una forma más agresiva, sin
embargo, cuando el revival de la investigación de usos y gratificaciones, allá
por los años 70, generó atención en torno a la diversidad y riqueza de placeres
del público obtenidos via los media. Esto sugirió a investigadores como
McQuail, Blumler y Brown (1972) el ataque a la afirmación elitista de que los
mensajes consumidos a través de los medios de masas son en su común denominador
homogéneos, planos y superficiales. Por ejemplo, mostraron en un admirable
estudio que a pesar de que los concursos televisivos son consumidos sobre todo
como entretenimiento relajante, para ciertos públicos, particularmente aquellos
escasamente escolarizados, constituyen una experiencia de enriquecimiento y
puesta a prueba de su educación.
Para completar la simetría de estos dos
desarrollos paralelos, hoy en día vemos señales de una retirada general del
relativismo cultural. En el campo revisionista crítico una voz de alarma se
escucha con más fuerza. Como Seiter et al. avisan:
la popularidad
de los programas norteamericanos de televisión que se exportan a todo el mundo
no debe hacernos olvidar que otras formas de televisión podrían agradar al
público (e incluso, agradarle más). Con nuestro interés por el placer del
público en este tipo de programas, corremos el riesgo de de validar continuamente
la dominación dfe Hollywood sobre el mercado televisivo mundial" (Seiter
et al., 1989:5)
Quizás una razón que explica este proceso
de cambio sea que la estética popular de los revisionistas ha sido incorporada
últimamente a la retórica de los neo-liberalistas para justificar la
destrucción del servicio público de televisión en Europa. La desregulación de
los sistemas de mercado es defendida ahora porque terminará con la distorsión
cultural de las élites en la televisión y porque entronizará al soberano
consumidor como árbitro de la programación (Adam Smith Institute, 1984;
Gallagher 1989). Esta retórica ha animado además a un cambio de importancia de
ciertos factores dentro de la tradición liberalista. El anterior flirteo de Jay
Blumler con el relativismo cultural, por ejemplo, ha terminado para siempre.
Recientemente este autor atacaba el caso de la desregulación televisiva en tres
sentidos amplios. En primer lugar alega que todo el proyecto es engañoso tomado
incluso estrictamente; la desregulación encojería, así como redefiniría las
posibilidades de opción del consumidor y acabaría con ciertas formas de
programas considerados placenteros para el público. En segundo lugar, el autor
invoca una serie de argumentos totalmente antirrelativistas sobre la
"calidad" de los programas, los "niveles" y las categorías
generales de contenido, como por ejemplo el drama original, que quedarían en
peligro en un sistema televisivo dirigido por el mercado. En tercer lugar,
Blumler hace juicios normativos sobre el papel de la TV que va más allá de un
simple modelo de gratificación al consumidor. La TV debería "profundizar
en la expresión de la experiencia sobre la condición humana y social" y
servir "a la sociedad en todas partes para unir, reconectar y comunicarse
consigo misma" (Blumler 1989b: 87-8)
Este relativismo cultural está siendo
puesto en cuestión también por el retorno de intereses más politizados en el
campo de los estudios sobre medios, generados en parte por las políticas
mediáticas que repentinamente han saltado a la luz desde la nueva derecha.
Puede que se trate de un fenómeno exclusivamente británico. Pero la posibilidad
de que la programación y emisión se remodelen de acuerdo con las tendencias del
libre mercado marcadas por la prensa capitalista en Inglaterra ha levantado la
preocupación acerca de los cambios que entrañaría esto en las relaciones de
poder y lucha social. El resultado es una revalorización general de la
televisión de servicio público, en la que las antiguas ideas sobre la televisión
británica como agente del orden dominante están siendo profundamente matizadas
por parte de los investigadores críticos. Así, McNair (1988) defiende que los
informativos para minorías o los documentales están más abiertos a perspectivas
críticas que los programas mayoritarios; mientras que Schlesinger, Murdock y
Elliott (1983) indican que los contenidos dramáticos están menos cerrados
ideológicamente que los asuntos de actualidad; y yo mismo voy más allá al
afirmar que la televisión de servicio público está más abierta a los
movimientos populares de oposición que las mismas organizaciones de prensa
popular, que resultan más "cerradas" (Curran 1989). Un cambio de
valoración similar se da en la literatura sobre el Estado de Bienestar
británico, quizás en parte por las mismas razones. Tanto el Estado del
Bienestar como la televisión de servicio público se ven últimamente atacadas
desde la nueva derecha, lo que mueve a los investigadores críticos y liberales
a encontrar más puntos en común entre ellos.
Retrospectiva
Este ensayo ha subrayado deliberadamente
los cambios que en los últimos quince años hemos vivido, pero debemos hacer dos
puntualizaciones distintas. Algunos investigadores de los medios,
particularmente los historiadores y los psicólogos sociales, han permanecido
incólumes frente a la fermentación intelectual que les rodeaba, y han
continuado sus modos de investigación de siempre. Ha habido también una
continuidad inmanente de pensamiento, una evolución paso a paso hacia algunos
de los aparentemente abruptos cambios de dirección que hemos descrito. Por
ejemplo, el reciente análisis empírico de la recepción debe mucho a las
formulaciones teóricas de Barthes (1975), Eco (1972) y Hall (1973b) en los
primeros años 70, así como existen, como hemos visto, puntos de afinidad con la
investigación empírica que apareció desde los años 40. Igualmente, el cambio de
una perspectiva althusseriana hacia el paradigma gramsciano producido en los
últimos años de los 70 no fue una disrupción tan grando como la que algunos
autores han proclamado.
De todas las maneras, se ha producido un
gran cambio. La transformación más importante y significativa en términos
generales es el avance consecutivo de los temas liberalistas dentro de la
tradición crítica: en particular, el rechazo de los marcos interpretativos
totalizantes del marxismo, la reconceptualización de las audiencias como
creativas y activas y el cambio de lo político hacia lo estético-popular. Dado
que este revisionismo evoluciona en respuesta a un debate interno dentro de la
tradición crítica, más que como respuesta a los textos liberalistas, la
extensión de este movimiento a favor de la tradición liberalista se está viendo
parcialmente oscurecida. Ha ocurrido pues un cambio de marea en este campo, que
para mejor o para peor reformará también el desarrollo de los estudios sobre
medios y cultura en Europa
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